¿Cómo se miden las audiencias de televisión y radio? ¿Conocemos a alguien que tenga un medidor en casa? ¿Es fiable el sistema que determina las programaciones y, no lo olvidemos, el precio de la publicidad? Soy periodista y trabajo en una televisión pública autonómica. A lo largo de mi vida laboral en prensa, radio y […]
¿Cómo se miden las audiencias de televisión y radio? ¿Conocemos a alguien que tenga un medidor en casa? ¿Es fiable el sistema que determina las programaciones y, no lo olvidemos, el precio de la publicidad?
Soy periodista y trabajo en una televisión pública autonómica. A lo largo de mi vida laboral en prensa, radio y televisión he conocido y sufrido diferentes tipos y grados de censura y, sobre todo, de autocensura, la que nos imponemos los propios profesionales de la comunicación cuando sabemos o creemos que hemos tocado un tema delicado. Sin embargo, nunca me había sucedido algo semejante a lo que me encontré cuando intenté hacer un reportaje sobre un tema, a primera vista, entretenido: la medición de audiencias.
La idea ni siquiera fue mía, sino de una compañera que me sugirió lo interesante que sería enseñar al público cómo funcionan los aparatos que miden cuántos televidentes están viendo un programa. Esas cosas son curiosas y gustan a la gente. También me interesaba a mí, y podría contar en el reportaje cómo se interpretan los porcentajes, cómo influye eso en la programación, cómo se diseña una parrilla de programas…
Sin embargo, yo sabía que no se permite ir a grabar una vivienda que tenga instalado un medidor. Hasta cierto punto, me parece incluso lógico, porque la familia podría recibir presiones, la grabación puede influir en la medición, etc. Claro, que hay otras alternativas, como que un técnico nos explicara en frío, en un despacho, cómo funciona el aparato medidor, cuántos mandos tiene o cómo lo debe usar cada miembro de la familia.
Así que el compañero de producción del programa donde trabajo se puso en contacto con la empresa que gestiona todo lo relativo a los medidores, «Kantar Media», para preguntar si nos podían explicar el funcionamiento del medidor. El responsable de la compañía estableció rápidamente que no había ninguna opción, en absoluto, y que «el protocolo» exigía que se pusiera en contacto rápidamente con un responsable de audiencias de nuestro medio de comunicación para advertirle que alguien estaba intentando hacer un reportaje sobre el tema, al parecer absolutamente prohibido.
No pasaron dos minutos antes de que un responsable de audiencias de nuestra televisión, efectivamente, llamara al programa. Según él, era absolutamente imposible hacer el reportaje y además había un pacto por el cual todas las televisiones podrían ponerse de acuerdo para, si se emitía dicha información, no medir nuestra audiencia ese día y calificarnos como audiencia cero en las mediciones.
Así es como me enteré de que en este país, donde ya se puede hablar incluso de la familia real y sus gastos o de las negociaciones con ETA, no se pueden emitir informaciones sobre la medición de audiencias. Y así es como un tema simplemente entretenido, se convirtió en un asunto realmente importante. Y oscuro, por supuesto, porque uno no puede evitar pensar que cuando la información se prohibe, será que no hay nada bueno sobre lo que informar. ¿Será fiable el proceso de medición? ¿Habrá otros intereses que hagan moverse los medidores arriba o abajo? Lo que sí es seguro es que la medición determina los destinatarios de miles de millones de euros, los ingresos por publicidad, y por eso todo debería ser público y accesible.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.