El pasado 30 de noviembre, el diario español El País publicaba un texto en la sección especial ‘El Viajero’, escrito por Ángel Rupérez y titulado «Dos ciudades en claroscuro«. Los dos centros urbanos objeto de la reflexión eran, en concreto, La Habana y Ciudad de México (México DF). Tras sólo pocas líneas, quedaba evidente el […]
El pasado 30 de noviembre, el diario español El País publicaba un texto en la sección especial ‘El Viajero’, escrito por Ángel Rupérez y titulado «Dos ciudades en claroscuro«. Los dos centros urbanos objeto de la reflexión eran, en concreto, La Habana y Ciudad de México (México DF).
Tras sólo pocas líneas, quedaba evidente el intento del artículo de Rupérez: trasformar un relato de viaje en un banal e insípido panfleto político para atacar y demonizar, con todo tipo de exageraciones y manipulaciones, el gobierno de Cuba. Pero no solamente ésto. Además, como siempre en estos casos, se enfatizaban todos los problemas sociales de la captal cubana mientras que los también numerosos problemas de Ciudad de México apenas se mencionaban. Todo eso con una clara y manifiesta postura contrarrevolucionaria y un evidente doble rasero.
En ese sentido, Rupérez calificaba La Habana de ‘asombroso espectáculo de degradación urbana que algunos consideran una expresión de la belleza‘, sobre todo el hecho de que ‘las casas multicolores estén a punto de derrumbarse‘. El autor se preguntaba retóricamente si eso sucede ‘porque en ningún caso el viajero tendrá que vivir en ningunos de esos antros que pueden verse desde la calle en los que, por ejemplo, una viejecita, rodeada de miseria, prepara su cena‘. Los carros cubanos los calificaba de ‘movientes esculturas de otro tiempo, el fondo de una manifiesta expresión de la ruina absoluta‘. ‘Así es La Habana‘, añadía Rupérez, ‘una extraña mezcla de fascinación e indignación a partes iguales‘.
Caminando por las calles, el autor definía ‘las plazas la Habana Vieja (Patrimonio de la Humanidad, NdR) de fascinantes, pero a la vuelta de la esquina reaparece la lepra, y el ánimo vuelve a derrumbarse.’ En estas calles ‘dos cubanos claman contra la pobreza y la falta de libertad‘. ‘En pleno centro’, agregaba Rupérez, ‘detienen a dos jóvenes anticastristas en medio de un revuelvo mísero y deprimente. Vuelve a derrumbarse el ánimo‘. Concluía que ‘la Plaza de la Revolución (usurpado José Martí, no mereces ese destino) es una inhóspita explanada, achicharrada por el sol, donde Castro (ese hombre) se celebraba a sí mismo, como buen dictador‘. Finalmente, el periodista reconocía que La Habana es una ciudad segura, pero justificaba esta seguridad con el hecho de que ‘hay mucha policía en las calles, y cámaras que vigilan’, algo que extrañamente el autor no habrá notado nunca por las calles españolas…
Éste era el relato de La Habana y de sus barrios. Un relato claramente más que negativo donde un lector que no conoce ni imagina el real aspecto de la capital cubana podría fácilmente caer en una completa desolación frente a una imagen catastrófica y casi apocalíptica de la mayor ciudad de la Isla. Pero no se trataba sólo de ésto. Además de resultar evidentemente exagerado en su cuento de viaje habanero, Rupérez caía en una banal parcialidad cuando se trataba de relatar su experiencia en México.
En este sentido, el autor, hablaba de Ciudad de México (México DF) como ‘una ciudad que ofrece otra cara: desmesura y una especie de españolidad asombrosa, casi epidérmica. Barrios deliciosos para perderse en ellos y sentarse en terrazas españolas‘. Tras citar ‘bellos barrios’ y personajes históricos que transitaron por la capital, Rupérez se preguntaba: «Pero ¿y la pobreza de México? ¿Acaso no existe? Sí, hay barrios terriblemente pobres, pero no los visitamos porque, en cierto modo, México DF sabe esconder su pobreza mientras que La Habana la ofrece a la vista como si se tratara de un mugriento tesoro«. Y nada más. Excepto esta pequeña afirmación sobre la pobreza urbana, por supuesto sin culpabilizar al gobierno mexicano ni al capitalismo latinoamericano, todo el resto del texto era una larga citación de barrios y de los hechos históricos que los caracterizaron en viejas edades.
Es decir, mientras en La Habana el autor tuvo la posibilidad de caminar por las calles y quiso (y sobre todo pudo) visitar los barrios populares y más pobres (casi quejándose del exceso de seguridad que los caracteriza y del hecho de que el gobierno cubano no los esconda a los turistas), en México tuvo una actuación totalmente opuesta. Visitó los barrios buenos, los barrios ricos, e ignoró completamente la otra cara de la ciudad, donde casi la mitad de la población vive debajo de la línea de la pobreza, en el desamparo y en la inseguridad física y social.
Es gracias a personas como él y a su engañosa visión de la ciudad y del ‘desarrollo’ que hoy en día existen millones de olvidados en las mayores ciudades globales. Esas ciudades representan auténticos conectores de las redes globales. Economía, finanza, tecnologías e infraestructuras se concentran en estos sitios, enriqueciendo a una marginal élite capitalistica local. Mientras tanto, se genera un crecimiento urbano incontrolado a través de la construcción de chabolas con materiales de desecho de obras y plásticos. Así, millones de personas se quedan olvidados y no participan a ese ‘banquete capitalista’.
Su presencia, como se puede notar de las palabras de Rupérez, tiene que ser escondida, alejada de la vista del mundo, debe ser considerada una suerte de ultraje, una ofensa a la imagen de desarrollo y riqueza que pretende ofrecer una ciudad que quiere convertirse en un emblema más de la globalización, ocultando sus contradicciones para no molestar o derrumbar el ánimo de los sensibles turistas europeos quienes quieren ver solamente lo bueno, visitar los lindos barrios de una ciudad, profunda y brutalmente, polarizada e injusta, reino de la prostitución, del tráfico de droga, lugar de muerte que no merece ser recordado durante una fascinante celebración de la victoria de la modernidad. Ojos que no ven, corazón que no siente.
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