Los medios de comunicación masiva juegan un rol preponderante en la composición/distribución de los poderes globales en la fase actual del sistema-mundo capitalista. Su indiscutible influencia resulta decisiva no solamente en la presentación/interpretación de los hechos en forma de noticias, reportajes y análisis críticos de aquellos fenómenos que, una vez compartidos, exigen un lugar en […]
Los medios de comunicación masiva juegan un rol preponderante en la composición/distribución de los poderes globales en la fase actual del sistema-mundo capitalista. Su indiscutible influencia resulta decisiva no solamente en la presentación/interpretación de los hechos en forma de noticias, reportajes y análisis críticos de aquellos fenómenos que, una vez compartidos, exigen un lugar en la opinión pública local y/o global, sino que, a menudo, penetra en las conciencias de los consumidores de la información moldeando de manera directa sus estructuras de pensamiento axiológicas, hermenéuticas, epistemológicas o de alguna otra índole. Es por ello que varios estudiosos en el tema, alertan sobre el riesgo de nombrar a las principales cadenas de televisión, radio, prensa escrita o portales de Internet como medios de comunicación de masas sin antes comprobar que se trata de verdaderos y auténticos vehículos de información que brindan a los ciudadanos un espacio significativo para expresarse y, a la vez, ser informados oportuna y verídicamente. En muchas ocasiones sucede precisamente lo contrario, los así llamados «medios de comunicación masivos» actúan como monopolios de información, mecanismos de control social y poderosos agentes, defensores de intereses particulares totalmente subordinados al gran capital y los centros del poder hegemónico tradicional. Los fenómenos tales como la distorsión, tergiversación o la simple y vulgar mentira han sido acompañantes continuos de la presentación mediática de la realidad montada a la medida de las insaciables necesidades de legitimar lo indefendible (la invasión y ocupación de Afganistán e Irak, el bombardeo indiscriminado de Serbia y Montenegro, o el misticismo que rodea a la mal llamada guerra contra el terrorismo, por mencionar solo algunos ejemplos).
En el más reciente caso de la catástrofe provocada por las inundaciones masivas en Serbia, la mayoría de los medios líderes referentes a la escala mundial agregaron un fenómeno más que se une a los ya mencionados: la omisión. A más de una semana de la terrible devastación que el país balcánico atraviesa debido a la enorme cantidad de precipitaciones que alteraron las cuencas fluviales y ocasionaron decenas de muertes y decenas de miles de personas evacuadas, la información que ofrecen los principales medios sigue siendo escasa, imprecisa y, sobre todo, inadecuada en proporción a los efectos devastadores que causaron los ríos desbordados.
Hay algo sintomático en el caso. Serbia, uno de los lugares que más contribuyó en la formación de las primeras identidades de Europa (culturas de Vinca y Lepenski Vir, 5000-3000 A.C.), sigue siendo un país europeo sin formar parte de la Unión Europea y esperando de forma obediente el cumplimiento de la interminable lista de requisitos y estandarizaciones para poder, finalmente, ingresar a uno de los bloques regionales más poderos del planeta. ¿Qué fue lo que motivó a los medios europeos (agregando a CNN) omitir o simplemente callar el calvario que enfrentó un país vecino ubicado a menos de dos horas de vuelo de Paris, Roma, Frankfurt o Viena? Apenas el pasado fin de semana, el interés mediático por la tragedia en Serbia y, más reciente, en Bosnia, aumentó a raíz de un inusual llamado de atención que lanzó el más conocido y popular deportista serbio, Novak Djokovic. Después de ganar la semifinal contra el canadiense Milos Raonic en el Masters 1000 de Roma, el tenista serbio aprovechó la oportunidad para decir que «las inundaciones en Serbia y Bosnia son de proporciones bíblicas y que los principales medios como BBC y CNN subestiman la magnitud de lo que acontece allá». Tal fue la resonancia de la declaración de Djokovic que, un día después, BBC le ofreció un espacio para extender su opinión al respecto, hecho que provocó un giro radical en la cobertura mediática de la tragedia que tanto afecta a los habitantes de Serbia y Bosnia.
Pronto comenzaron a «llover» las declaraciones formales y peticiones de ayuda para Serbia y Bosnia. Se activaron programas y fondos destinados para sanar consecuencias de desastres naturales en la Unión Europea y de muchos otros países que, de manera individual, brindaron apoyo y asistencia en equipos de rescate, infraestructura, víveres y activos financieros. Rusia, Bielorrusia, Azerbaiyán, China, Macedonia, Eslovenia, Alemania, Francia, Austria, Lituania encabezan la lista cada vez más larga de países y gobiernos que, de una u otra forma, enviaron ayuda y expresaron los sentimientos de solidaridad. Si una de las tendencias globalizadoras fue precisamente generar la sensación de un «achique» del mundo, reflejado en un tiempo-espacio comprimidos, que nos hacen sentir tan cerca unos de otros, es entonces, nuestro deber vivir las desgracias ajenas como propias, independientemente de donde proceden: huracanes en el Caribe o sur de Estados Unidos, terremotos en Irán o Turquía, inundaciones en Bangladesh o desplazamientos de tierra en Sudamérica. La solidaridad, más allá de programas de ayuda y fondos para suavizar las consecuencias de los desastres, seguirá siendo un concepto de clase, y una experiencia de ver en el Otro mi propia vida y mi propio destino.
La compleja maquinaria mediática y su modus operandi nuevamente nos enfrentan a las siguientes preguntas: ¿en qué medida un hecho es importante y cómo se «dosifica» su magnitud»?; ¿en qué momento un evento se vuelve «mediáticamente atractivo» y qué requisitos debe cumplir para «merecer» tal estatus?; ¿cómo evitar que los padecimientos de los pueblos enteros no se reduzcan a un simple torneo de sufrimiento televisable? ¿Por qué las partes duras de la realidad tienen que ser retocadas para poder digerirlas mediante una especie de burdo «info-entretenimiento»?
Ante el avance del postmodernismo que tiene en el pluralismo y la indeterminación su más destacada base ideológica, la representación se torna la posición dominante en la vida social. La información, las imágenes y/o signos culturales se convierten en un atractivo juego de la imaginación que supuestamente sustituye a la inútil búsqueda de una verdad seria y real. La transferencia de los hechos a los significados de los hechos es algo obvio. Tal vez por eso, para BBC o CNN, a veces tiene mayor peso la incógnita sobre la dieta que practica Lady Gaga que miles de casas serbias devoradas por los ríos Sava, Morava, Kolubaa…
Dejan Mihailovic es Profesor e Investigador del Departamento de Derecho y Relaciones Internacionales. Tec de Monterrey, campus Estado de México.
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