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Acelerado descrédito de la gran prensa norteamericana

Fuentes: Rebelión

Los escándalos en que se ha visto sumida en el primer lustro de este siglo la gran prensa norteamericana han puesto de manifiesto todas sus debilidades que la hacen muy vulnerable como modelo tanto para el propio pueblo de la patria de Lincoln como para el mundo. La llamada Biblia del periodismo, The New York […]

Los escándalos en que se ha visto sumida en el primer lustro de este siglo la gran prensa norteamericana han puesto de manifiesto todas sus debilidades que la hacen muy vulnerable como modelo tanto para el propio pueblo de la patria de Lincoln como para el mundo.

La llamada Biblia del periodismo, The New York Times, preciado de objetivo, serio, imparcial e influyente voz, en cuyas vitrinas abundan los premios Pulitzer, vio como su prestigio se desmenuzaba en pedazos con las conductas irresponsables y no éticas asumidas por algunos de sus columnistas y reporteros, a lo cual no eran ajenos los directivos del periódico.

El sonado caso del joven reportero Jayson Blair fue revelador. Durante años, sin que nadie lo descubriese o denunciase, redactó historias inventadas por su imaginación, algunas de las cuales se publicaron en la primera página del diario. Sin abandonar Nueva York escribió reportajes de hechos ocurridos en otras ciudades. Sus crónicas contenían pormenores plagiados de crónicas ajenas, descripciones redactadas con la ayuda de fotografías localizadas en bases de datos, personajes y declaraciones creados por él mismo. Mentir fue la filosofía de este reportero que los ejecutivos del New York Times tenían como una de las estrellas de su staff.

Más reciente son las revelaciones sobre el caso de Judith Miller, una reportera de experiencia, autora de libros sobre el tema del terrorismo, ganadora de un Pulitzer, corresponsal en numerosos países. La Miller, poco antes de la agresión e invasión norteamericana e inglesa a Iraq, publicó una serie de artículos en The New York Times que confirmaban las afirmaciones de la administración Bush sobre la existencia de armas de destrucción masiva en Iraq. Tales exclusivas se basaban en fuentes de información dentro del gobierno de Bush. Para la Miller, Iraq producía armas químicas y Saddam Hussein tenía conexiones con Al Qaeda. Mentir fue también la filosofía de esta reportera que los ejecutivos del New York Times también consideraban una de sus estrellas.

Hechos tan escandalosos como los relatados determinaron la cesantía de los principales ejecutivos del NY Times y la creación de un comité de investigación, integrado por periodistas y editores, presidido por Allan M. Siegal, que a la vez hiciese recomendaciones sobre qué hacer para rescatar el prestigio de ese medio y evitar tales prácticas irresponsables que dañaban la credibilidad. El 2 de mayo de 2005 se divulgó el informe de ese comité bajo el título Preserving Our Readers Trust (Preservando la Confianza de Nuestros Lectores).

En un artículo publicado en la revista Chasqui, María Helena Barrera-Agarwal, ecuatoriana, abogada especialista en propiedad intelectual, investigadora y ensayista con residencia en Nueva York, ha afirmado que «el tortuoso rumbo que había hecho necesaria la elaboración del informe Siegal ilustra una crisis más amplia, sufrida no solo por medios estadounidenses, sino por aquellos del orbe entero. Innumerables presiones se concentran en el oficio periodístico, que buscan manipularlo. Cada vez más diarios y estaciones de radio o televisión se ven obligados a abandonar gradualmente una conducta responsable o a integrarse en conglomerados industriales, donde están a merced de razones que poco o nada tienen que ver con el periodismo. La noticia y el marketing cohabitan indecorosamente, la frivolidad prospera, los clientelismos son frecuentes, las influencias son endémicas.»

Coincidimos plenamente con tal apreciación, pues, indudablemente, en el proceso de concentración global de los medios, Estados Unidos es el principal representante del capital transnacional y ejerce, directa o indirectamente, un control hegemónico. El dominio del Imperio es desmesurado y lo acompaña la mentira y el alejamiento ético.

Lo ocurrido en The New York Times es un fenómeno que traspasa las puertas de ese diario emblemático del Imperio. Recorre la mayoría de las redacciones de los grandes medios de comunicación dentro y fuera de Estados Unidos. En tal sentido, sí puede hablarse de que la prensa norteamericana se ha convertido en un modelo. Es, sin duda, un modelo nefasto.

Otros escándalos han ocurrido en el primer lustro del actual siglo:

*Rick Bragg, ganador del Premio Pulitzer y también reportero estrella del The New York Times, admitió que se había servido de los servicios de otro reportero en ciertos artículos.

*Jack Kelley, reportero estrella de USA Today, el periódico de mayor circulación en Estados Unidos con más de 2 millones y medio de ejemplares diarios, fue desenmascarado como el autor de una serie de reportajes plagiados o falsos.

*En agosto de este año, la cadena ABC, una de las tres principales de Estados Unidos, fue echada de Rusia tras la emisión de una entrevista al comandante checheno, Shamil Basayev, considerado por Moscú el terrorista número uno.

*En el caso de Cuba, los grandes medios norteamericanos han mantenido un muro de silencio sobre el caso de los Cinco cubanos presos injustamente por luchar contra el terrorismo y, a la vez, sus enfoques parcializados sobre la presencia en territorio de Estados Unidos del criminal Luis Posada Carriles, uno de los autores de la voladura de un avión que costó la vida de más de 70 personas, son expresión de su complicidad con las fuerzas de la ultraderecha norteamericana y del gobierno de Bush que lo han respaldado.

*Cientos de segmentos noticiosos y de entrevistas, producidos y distribuidos por al menos veinte agencias federales bajo la administración Bush, fueron transmitidos en estaciones locales de televisión sin ninguna referencia que diese cuenta de su origen gubernamental. La acción entraña publicidad encubierta prohibida por ley. Se han destinado 254 millones de dólares para tal propósito

*James D. Guckert, alias Jeff Gannon, fue admitido a la Casa Blanca como corresponsal de la agencia de noticias Talon News Service. Sus preguntas servían para que funcionarios de la administración Bush, incluyendo el presidente, expusieran información favorable. El editor ejecutivo de Talon Press Service, Bobby Eberle, fue delegado del partido republicano en múltiples convenciones.

*Tres figuras de medios admitieron que recibieron dinero del gobierno para promover su agenda, a pesar de presentarse como comunicadores independientes. El periodista y productor Armstrong Williams fue favorecido con un contrato por 240 mil 600 dólares, relacionado con la campaña No Child Left Behind. La periodista Maggie Gallagher recibió 21.000 dólares, en conexión con el rechazo del matrimonio gay. El columnista Michael McManus recibió 10.000 dólares, también en relación con la defensa del matrimonio tradicional.

*El Pentágono soborna a periodistas iraquíes para que publiquen reportajes sobre la «misión civilizadora» de las tropas invasoras. Esos reportajes se hacen y traducen al árabe en una redacción que radica en el propio Pentágono. Hay una asignación de miles de millones de dólares para crear esa imagen edulcorada en la prensa mundial sobre Estados Unidos. A los periodistas o los medios que no acepten tales sobornos, puede esperarles la muerte y la destrucción. Son varios los periodistas muertos por la metralla yanqui en Iraq y a la cadena Al Jazeera la han bombardeado por oponerse a los planes norteamericanos.

*Los periodistas norteamericanos encamados (embeddded) acompañando a las tropas de ocupación en Iraq, con un permiso oficial y condicionados a transmitir lo que diga el mando militar, es una página negra para el periodismo norteamericano.

*La cruzada de la administración Bush y la ultraderecha para convertir medios de la radiodifusión pública, como la PBS, en voceros oficiales de la Casa Blanca y no como voz de las comunidades y de los contribuyentes.

*Poco antes de las elecciones en las que Bush fue reelecto, la CBS debió retractarse públicamente de una noticia cierta impugnando su historial militar. La ultraderecha acusó a la cadena y a su comentarista Dan Rather de ejercer un periodismo mentiroso. Después de eso, Rather optó por el retiro.

*El secretismo sobre las acciones militares y represivas del gobierno de Bush es cada vez más alarmante. Temas como los prisioneros de Guantánamo, los centros de torturas de la CIA en Europa, las operaciones del vicepresidente Dick Cheney en política energética tienen las puertas cerradas para la prensa. Tom Curley, presidente de la agencia Associated Press ha dicho recientemente: «El gobierno de Bush ha revocado el espíritu de libertad de información en Estados Unidos».

Lo cierto es que todo ello ha llevado a la prensa norteamericana a un acelerado descrédito.

Un estudio del Pew Research Center, titulado Media. More voices, less credibility, determinó que el 45 por ciento de la gente cree poco a la prensa escrita. El descrédito se ha triplicado en comparación con 1985 cuando solo el 16 por ciento de la gente pensaba así. La cadena CBS, las televisoras locales, las revistas Newsweek y Time tienen una credibilidad del 37 por ciento, la cadena ABC tiene un descrédito de 36 por ciento, NBC del 35 por ciento y CNN del 28 por ciento.

Al nuevo director del New York Times, Bill Keller, le preguntaron hace unos meses si la implantación de las recomendaciones del Informe Siegal lograría acabar con la actual desconfianza hacia el periódico del público norteamericano. Su respuesta fue: «Por supuesto que no. Hay demasiados factores que escapan al control de nuestro periódico…»

Cuando se habla de decadencia del Imperio no se debe soslayar que uno de sus síntomas se ve claramente en el nefasto papel de la prensa norteamericana que ha ido alejándose de las aspiraciones e intereses del pueblo de Lincoln. En el fondo, la prensa es un instrumento monopolista de las grandes empresas. Lo real es que los dueños de esos medios se comprometen cada vez más con los grandes intereses económicos y financieros, y, de hecho, han convertido a periódicos, revistas, estaciones de radio y televisión e Internet en cómplices de las políticas del complejo militar-industrial, de la ultraderecha fundamentalista y de las aventuras guerreristas y represivas de los actuales inquilinos de la Casa Blanca.