Los militares estadounidenses aprendieron una lección básica en Vietnam; la falta de control en la información periodística independiente puede hacerte perder una guerra. Muchas de las crónicas o fotografías que los corresponsales mandaban desde Vietnam a los medios estadounidenses mostrando la cruda realidad de la guerra, influyeron poderosamente en la creación de un vigoroso movimiento […]
Los militares estadounidenses aprendieron una lección básica en Vietnam; la falta de control en la información periodística independiente puede hacerte perder una guerra. Muchas de las crónicas o fotografías que los corresponsales mandaban desde Vietnam a los medios estadounidenses mostrando la cruda realidad de la guerra, influyeron poderosamente en la creación de un vigoroso movimiento anti guerra.
La masacre de Mai Lai o las fotos de los efectos de los bombardeos con Napalm en el cuerpo de una niña vietnamita que corría aterrada por una carretera, golpearon como un mazo la conciencia de la sociedad civil estadounidense.
Todos lo ejércitos del mundo entendieron entonces que una opinión pública contraria a una guerra acaba paralizándola. A partir de este momento los militares debían planificar la información, de la misma manera que se planifican las operaciones militares.
Malvinas, Panamá, Granada, son ejemplos claros de cómo se permitía el acceso a la información solo a los periodistas simpatizantes con la causa, tutelados la mayoría de las veces por censores militares (los llamados POW). Y de cómo no se dudó en cortar de cuajo cualquier fuga de información, como bien aprendimos los españoles con el asesinato a manos de militares estadounidenses del reportero gráfico Juantxo Rodríguez, enviado del periódico El País para cubrir la invasión de Panamá.
La guerra del Golfo, tras la invasión de Kuwait, es un ejemplo palmario de control de la información. Por primera vez en la historia informativa, ningún reportero gráfico tuvo acceso al frente de batalla. El mando de la coalición militar suministraba las únicas imágenes disponibles que luego la CNN se encargaba de transmitir al mundo. Solo un grupo de periodistas elegidos fue autorizado a entrar en Kuwait, permaneciendo la mayoría de los corresponsales en los países limítrofes. El resultado fue una perfecta campaña de propaganda, donde las únicas imágenes que estaba autorizado a ver el resto del mundo eran las de las cámaras en blanco y negro de los misiles o las térmicas de las propias tropas. No había sangre. La guerra tenía el aspecto de un videojuego. Los misiles eran inteligentes. No había víctimas.
La situación informativa cambió antes de la invasión de Afganistán por la aparición del fenómeno Al Jazeera, cadena qatarí que con unos medios técnicos y humanos tan buenos como los de la omnipresente CNN, colocaba las cámaras del lado árabe. El control de la información se había roto.
En la invasión de Afganistán, a los periodistas se les impidió entrar a cubrir las operaciones militares, llegando a ser secuestrados en bases militares estadounidenses, como le pasó al periodista J. Crawley, del San Diego Union Tribune, retenido en la base afgana de Camp Rhino. Las únicas informaciones sin controlar que llegaban de territorio afgano eran las que suministraba Al Jazeera. Dos misiles estadounidenses acabaron con la sede de la cadena en Kabul. Había que recuperar el control de la información.
El panorama que se presentaba para la invasión de Iraq era complicado para el ejército de Estados Unidos, a la actividad de las cadenas árabes se sumaba la actitud de muchos medios europeos e iberoamericanos que no se plegaban a la autocensura patriótica de los periodistas estadounidenses y pretendían informar desde el corazón de Iraq.
El Pentágono encargó el diseño de la campaña de información a Victoria Clark, que intentó empotrar la información integrando a todos los corresponsales dentro de las unidades militares. A pesar de convencer a 700 periodistas, otros cientos se negaron a integrarse en la maquinaria de propaganda estadounidense tratando de hacer su trabajo desde el interior del país, luchando contra la censura del gobierno iraquí e intentando ver por sus propios ojos lo que ocurre en una guerra. El resultado fue que por fin tuvimos imágenes de bombardeos a zonas civiles. En la guerra volvía a haber sangre y los civiles, como siempre, se llevaban la peor parte.
El 8 de abril de 2003 supuso un hito en la represión del periodismo de guerra, cuando el ejército estadounidense realizó una operación militar contra TODOS los lugares donde se alojaba la prensa independiente en Bagdad. En apenas dos horas, la misma unidad atacó Al Jazeera, Abu Dhabi TV y el Hotel Palestina, sede de la mayoría de los periodistas que se encontraban en Iraq. El resultado; tres muertos y una veintena de heridos.
Se trataba de reconducir la situación, acabar con las imágenes en directo y dar un aviso a quien pretendía apartarse de la doctrina informativa del Pentágono.
Por desgracia, el 8 de abril supuso el comienzo de una campaña sistemática contra el periodismo independiente en Iraq que a día de hoy supone la mayor matanza de periodistas desde 1854 cuando surge el primer enviado especial a la guerra de Crimea.
Son ya 328 los profesionales de los medios informativos asesinados en Iraq, 298 de ellos iraquíes.
Israel, en la agresión a Líbano de 2006, intentó realizar la misma jugada. Entre los primero objetivos de sus bombardeos estaban la Radio y Televisión libanesas, radios cristianas y la televisión Al Manar. A la vez que se lanzaban estos ataques contra la libertad de información, se intentaba crear una campaña psicológica de inseguridad para que los corresponsales extranjeros no acudiesen a Líbano. Fue un fracaso total. La televisión Al Manar volvía a emitir en pocos minutos y resultó ser una fuente de información que llegó a desplegar equipos en las zonas de combate del sur del país, desmintiendo muchas veces las informaciones que hablaban de la toma de varios pueblos por parte del ejército israelí. Por otro lado, los medios internacionales acudieron en masa al país para tratar de realizar su labor informativa en medio de los salvajes bombardeos contra las infraestructuras y las zonas civiles libanesas. El mundo se estremeció de nuevo con la realidad de la guerra.
En la nueva agresión a Gaza, Israel controla el territorio de este enorme gueto donde se hacinan más de un millón de seres humanos, y está completamente decidido a impedir el ejercicio del periodismo libre e independiente.
Desde noviembre de 2008 prohíbe la entrada de corresponsales en la franja de Gaza a pesar de una condena en contra de los tribunales israelíes, y ya con la campaña terrestre en marcha, solo permite la labor de los periodistas en lugares decididos por ellos a kilómetros de distancia de los combates.
Las únicas informaciones que nos llegan hoy del corazón de Gaza parten en la mayoría de los casos, otra vez, de los periodistas árabes que siguen jugándose la vida para que sepamos lo que pasa en este lugar del mundo donde no se disfruta la paz.
Sirvan estas letras como homenaje a estos profesionales que se dejan la piel en defensa de la libertad de información y permítanme que realice unas preguntas a la mayoría de medios de comunicación occidentales y a la inmensa mayoría de las asociaciones de prensa:
-¿Cuál es la razón para que no condenen todos los días la mayor matanza de periodistas desde que existe el periodismo de guerra?
-¿Por qué no acusan de liberticida o campeón de la censura y asesinato de periodistas al gobierno y ejercito de Estados Unidos, responsable último de la invasión y ocupación de Iraq, como hacen con otros gobiernos más pequeños?
-¿Por qué no rellenan cientos de páginas contra la censura militar israelí como he visto en otros casos, curiosamente también de países pequeños?
-¿Valen menos los periodistas árabes que los de nacionalidad estadounidense o israelí?
Su ausencia, su timorata condena, su complacencia, me hacen pensar que a ustedes les importan más los intereses que defienden que una verdadera libertad de información.