Recomiendo:
0

La "mea culpa" que aún le falta reconocer al New York

Algunos tropiezos conocidos del New York Times

Fuentes: Rebelión

Todo el mundo se sintió conmocionado cuando el poderoso New York Times reconoció, hace apenas unos días, haber mantenido una cobertura distanciada de la realidad con respecto a la existencia de armas biológicas y de destrucción masiva en Irak, pretexto esgrimido por la administración de George W. Bush para invadir esa nación. La amplia cobertura […]

Todo el mundo se sintió conmocionado cuando el poderoso New York Times reconoció, hace apenas unos días, haber mantenido una cobertura distanciada de la realidad con respecto a la existencia de armas biológicas y de destrucción masiva en Irak, pretexto esgrimido por la administración de George W. Bush para invadir esa nación. La amplia cobertura con la que este importante medio abordó el tema iraquí en los meses antes de la invasión, contribuyó en gran medida a que el pueblo norteamericano tuviera una percepción errónea sobre las causas que provocaron el conflicto, a la par que favoreció a la impunidad de la Casa Blanca en su campaña bélica internacional. De hecho, el New York Times fue un cómplice más de esta maquinación.

Muchas son las causas que provocaron esta cobertura equivocada y llena de falsedades y que, sin lugar a dudas, no excluyen el comprometimiento de los medios de la gran prensa norteamericana al gobierno y su subordinación a los «intereses de seguridad nacional», en un ambiente complejo provocado después del fatídico 11 de septiembre, que supo aprovechar el gobierno de extrema derecha de George W. Bush para anular prácticamente las libertades democráticas y exacerbar un forzado e inducido patriotismo.

El propio Daniel Okrent, defensor del Lector de dicho rotativo, señaló algunas de estas causas:

-Divulgar y dar crédito a informaciones sin confirmar sobre supuesta existencia de armas químicas, biológicas y nucleares en Iraq, sobre todo cuando las mismas provenían de dudosas fuentes (funcionarios del Pentágono que solicitaban el anonimato y exiliados iraquíes) que hicieron al rotativo ser manipulado por el gobierno.

-Dejarse llevar, por tanto, por el ansia de primicias, sin corroborar las informaciones recibidas y automáticamente divulgarlas.

-Se desoyeron las opiniones de periodistas responsables, los cuales solicitaron verificar dichas informaciones, en etapas previas a su publicación.

Con independencia del reconocimiento de los errores por parte de la dirección del New York Times y de su defensor del Lector, la mea culpa no elimina las dudas sobre un posible comprometimiento del periódico a los dictados de la administración Bush e, incluso, su subordinación a los intereses gubernamentales, cosa que no es totalmente nueva en los últimos tiempos. Muchos no olvidan el sometimiento de las principales cadenas de televisión con respecto a las noticias a divulgar bajo los requerimientos goebelianos de la Ley USA Patriot impuestos por la Casa Blanca a los medios de información norteamericanos.

La mea culpa, por tanto, deja serias dudas sobre la honestidad de la dirección del rotativo, más si se tiene en cuenta que, salvo excepciones, su cobertura sobre distintos aspectos de la situación internacional ha dejado mucho que desear por su parcialidad y su comprometimiento a la extrema derecha norteamericana. Aún se recuerda cómo el New York Times fue vocero de los guerreristas de la Casa Blanca durante el conflicto en Viet Nam y su postura incondicional hacia el aumento de la escalada militar en Indochina. También, y no puede ocultarse, este rotativo santificó las criminales agresiones a Panamá y Granada, de la misma manera que justificó los genocidas bombardeos a Yugoeslavia.

Uno de esos momentos, sin lugar a dudas, fue el reciente conflicto entablado entre el New York Times y el gobierno brasileño, luego de que su corresponsal en Brasil, William Larry Rother Jr, publicó un artículo en el que se tildaba al presidente Luis Ignacio Lula da Silva de ser un alcohólico. En dicho artículo, titulado «Hábito de beber del presidente se convierte en preocupación nacional», se trata de desvirtuar la figura de Lula de manera irrespetuosa.

Ante la repulsa levantada entre los brasileños y la solidaridad inicial manifestada por la dirección del periódico con su corresponsal, se le retiro la visa a Rother. Días después el periodista del Times se disculpó y se le dejó permanecer en Brasil. El suceso, sin embargo, dejó luego de su solución final serias dudas sobre el papel desestabilizador del rotativo norteamericano en Brasil y cómo en su trasfondo respondía a intereses del Departamento de Estado yanqui y a sus campañas desinformativas.

Otro hecho reprobable que vincula al New York Times a sórdidos manejos de la realidad y a hacer gala del veneno mediático, lo fue la publicación el 5 de enero de 2003 de un artículo sobre Cuba. Bajo la firma de Timothy Golden, el New York Times lanzó serias acusaciones contra la Isla que no difieren en nada de los mismos perversos argumentos que siempre han empleado los personeros del gobierno norteamericano.

Si infames fueron la excrecencias vertidas en el artículo de Golden al escribir sobre Cuba, todavía más deleznables fueron sus calumnias al referirse a los Cinco Héroes cubanos que guardan injusta prisión en Estados Unidos. Con argumentos retorcidos trató de presentar a estos luchadores antiterroristas como vulgares criminales y espías, desvirtuando las verdaderas motivaciones que los llevaron a enfrentar el más cruel terrorismo ejercido contra su Patria. En aquella ocasión, el New York Times cometía uno de sus más atroces errores al comprometerse con la mentira y dejar a un lado a la justicia y la razón. Timothy Golden, como veremos, pasó a convertirse de un genuflexo periodista a un servil instrumento de la infamia.

El New York Times, Posada Carriles y la FNCA.

Uno de los pocos momentos en que el Times de New York abordó con seriedad el tema Cuba, lo fue la publicación de dos reportajes en julio de 1998, en los cuales sus autores, Ann Louise Bardach y Larry Rother, dan a conocer declaraciones del conocido terrorista Luis Posada Carriles, en los que el mismo implicó a la Fundación Nacional Cubano Americana de financiar los atentados cometidos contra hoteles en Cuba.

Con la elocuencia digna de un criminal sin escrúpulos, Posada Carriles narró a sus entrevistadores sus inicios como asalariado de la CIA en 1960, así como facetas de su largo historial como terrorista. No omitió un solo detalle de su fuga en Venezuela cuando purgaba una condena por su participación de un avión comercial cubano en pleno vuelo, hecho criminal que provocó la muerte a 73 personas inocentes. Fue un escape garantizado por la propia FNCA y así lo declaró sin ambages.

Los articulistas también destacaron el tácito reconocimiento de Posada Carriles sobre su involucramiento en los atentados terroristas contra hoteles, discotecas y restaurantes de Ciudad de la Habana y Varadero, hechos que provocaron la muerte al turista italiano Fabio Di Celmo, varios heridos y cuantiosos daños materiales. El reclutamiento de mercenarios centroamericanos por parte de Posada Carriles para ejecutar tales acciones, respondió, según él, a un plan organizado y financiado desde Miami, por parte de la Fundación Nacional Cubano Americana (FNCA).

El criminal de Barbados detalló los abastecimientos en dinero, que alcanzaron los 200 000 dólares, recibidos por él de parte de Jorge Mas Canosa, el extinto Chairman de la FNCA, para realizar dichos atentados.

Por supuesto, ambos artículos crearon una desacostumbrada conmoción entre la mafia terrorista de Miami. Incrédulos y sorprendidos por la noticia, los altos directivos de la FNCA se pusieron en guardia y reaccionaron de manera descompuesta.

«La idea de que algún miembro de la Fundación ha estado, está o estará involucrado en actos de violencia contra el régimen de Castro es una mentira, pura y llana», declaró el presidente de la FNCA, Alberto Hernández de forma airada. Y como para no dejar lugar a las dudas, agregó en la conferencia de prensa convocada por él el 15 de julio de 1998: «Esto nos es periodismo. Esto es una guerra política».

Por su parte, Jorge Mas Santos, hijo del fundador de la FNCA, declaró con visible ira y turbación: «Estos artículos son ofensivos y difamatorios».

Luego de recibir la primera estocada y rebasar la sorpresa, la FNCA intentó pasar a la contraofensiva, anunciando que demandaría al New York Times por difamación. Para ellos, según su apreciación, no había un solo cabo suelto que pudiera colocarlos en una situación desventajosa frente al rotativo neoyorkino. Se olvidaban, por supuesto que yo había sido testigo y participante de estos planes de atentado contra instalaciones turísticas cubanas y había recibido de parte de altos directivos de la FNCA el dinero y las orientaciones para ejecutarlos. Se olvidaban también que «Pepe» Hernández, su presidente, y dos de sus directores, Arnaldo Monzón Plasencia y Horacio Salvador García Cordero, estaban involucrados directamente en la planificación, financiamiento y organización de los mismos. Se olvidaban, por último, que fueron ellos los que me pusieron en contacto con Luis Posada Carriles para que éste me entrenara y abasteciera con los explosivos a detonar en el famoso cabaret «Tropicana».

A pesar del alboroto de la FNCA y de sus intentos por desvincularse de las acusaciones realizadas contra ella, a pesar de sus amenazas contra el New York Times, yo siempre supe que esta vez el criminal de Barbados no mintió. Cuba también lo sabía y se dedicó a estudiar la situación. En tal sentido, el portavoz de la cancillería cubana, Alejandro González, declaró al respecto: «Lo consideramos sumamente interesante. Estamos siguiendo el curso del debate».

Una verdad ocultada por el New York Times y de la que nunca hubo una mea culpa.

El New York Times, aparentemente interesado en esos momentos por profundizar en el tema del terrorismo, sobre la base de las confesiones hechas a Larry Rother y a Ann Louise Bardach por Luis Posada Carriles, así como protegiéndose de la amenaza de la FNCA de entablarle pleito por difamación, envió a Cuba a uno de sus más sobresalientes reporteros, Timothy Golden. Durante dos semanas, con la total cooperación de las autoridades cubanas, este periodista recibió amplia información sobre la participación de la FNCA y otros grupos terroristas en las agresiones contra la Isla. Pudo entrevistarse con cinco centroamericanos detenidos en la Habana y con varios oficiales de la Seguridad del Estado de Cuba, los que le impusieron de minuciosa información al respecto.

El 12 de junio de 1998 fue recibido por el presidente de los Consejos de Estado y de Ministros, Fidel Castro, con quien mantuvo una larga conversación. De la misma manera, fue atendido por Ricardo Alarcón de Quesada, presidente de la Asamblea Nacional del Poder Popular. Como resultado de estos fructíferos contactos para Golden, éste recibió un amplio dossier, similar al que Cuba había entregado unos días antes al FBI, específicamente en junio de 1998. No existían dudas, pues, que el New York Times contaba con pruebas suficientes para enfrentarse a la FNCA en un posible litigio legal, a la par que con información suficiente para realizar un serio y profundo trabajo periodístico en relación con el tema en cuestión.

En mi caso particular, manteniéndome yo todavía en mi condición de colaborador secreto de la seguridad cubana y encontrándome en Miami, infiltrado aún dentro del ala terrorista de la FNCA y de otro grupo de similar condición, Cuba Independiente y Democrática (CID), fui convocado a la Habana el 5 de agosto de 1998. Ya se había tomado la decisión de «quemarme» en aras de denunciar el permanente terrorismo contra nuestra Patria.

Aún recuerdo con nostalgia mi arribo al Aeropuerto Internacional «José Martí». La presencia en el mismo de dos mis oficiales de caso, me corroboró la certidumbre de que mi vida anónima al servicio de Cuba estaba a punto de culminar. No sé realmente cuántos sentimientos se agolparon en mi corazón en esos momentos, tampoco conocía la razón de mi apurado retorno a la Isla, pero supe que no volvería más a Miami.

El 13 de agosto de 1998 me entrevisté con Timothy Golden en una casa del reparto Siboney. Había recibido instrucciones de la jefatura de que fuera franco y abierto con mi interlocutor, y que debía atenerme a relatarle lo que había sido mi vida como luchador antiterrorista. En sus ojos y en el resto de su gestualidad, no lo niego, percibí el profundo interés por conocer al detalle mis vínculos con la FNCA y Luis Posada Carriles. Me pareció, a qué negarlo, un periodista serio y diligente.

Reconozco, sin embargo, que fue difícil para mí ser sincero y abierto ante un periodista norteamericano totalmente desconocido y ser precisamente yo, quien había guardado celosamente, durante años, mi participación en este anónimo batallar, el llamado a retarle nombres y hechos que constituían un sagrado secreto para mí hasta ese momento. Como me fue orientado, me apegué a la verdad y le narré todo, sin ocultar detalles.

Fueron más de tres largas horas de entrevista en las que Golden grabó y apuntó cada pormenor. Fumamos ambos, hasta terminarnos una caja de mis cigarrillos. Él revisó todos mis documentos de identificación con precisión y argucia. Luego nos despedimos con un apretón de manos. Golden, mis compañeros y yo, lo sabíamos: Cuba había dado a conocer al New York Times a uno de sus más antiguos colaboradores en la lucha contra el terrorismo, lo que constituía un importante sacrificio en nombre de la verdad.

En mi caso personal, a pesar de que acepté dar este pasó que cambiaría mi vida a favor de la Revolución, me sentí inicialmente deprimido, más que orgulloso. Hubiera preferido mantenerme combatiendo de manera anónima como lo había hecho hasta ese momento. Sin embargo, acepté como un soldado y con la plena convicción del beneficio resultante de esta decisión.

En un sospechoso silencio, los meses transcurrieron y el New York Times no se dignaba a publicar noticia o referencia alguna sobre las múltiples pruebas aportadas por Cuba. Para sorpresa nuestra, treinta días después de mi entrevista con Golden fueron apresados nuestros hermanos en Miami y recibieron el escarnio y el odio del grupo intolerante de la extrema derecha miamense. La prensa y otros medios de comunicación se pusieron al servicio de esos espurios intereses.

En reiteradas ocasiones me pregunto: ¿Se hubiera podido desarrollar ese amañado juicio contra nuestros Cinco Héroes en Miami, si Timothy Golden y el New York Times hubieran publicado toda la verdad sobre el terrorismo contra Cuba? ¿Hubiera sido la misma la suerte corrida por ellos e igual la percepción del público norteamericano? ¿Hubieran triunfado, acaso, con la misma facilidad como sucedió, la intolerancia y el odio contra Cuba? ¿No se hubieran evitado tal vez, otros hechos terroristas ocurridos con posterioridad a estos sucesos, como lo fue el intento de asesinato a Fidel en Panamá o la infiltración de terroristas en abril del 2001 con la finalidad de explotar bombas en Tropicana?

No cabe la menor duda que el New York Times tiene una gran deuda con Cuba y conmigo en particular. Una gran deuda también con la verdad a la que traicionó por descarada omisión o por cuestionable compromiso con la ultraderecha de Miami y con la administración norteamericana. Pero lo más objetable para un periódico son las deudas que contrajo con sus propios lectores, a los que traicionó también y les despojó de una importante verdad.

Si el New York Times se precia de ser capaz de reparar errores, creo que ha llegado el momento de esgrimir una sincera «mea culpa» por haber escondido la verdad en este capítulo del terrorismo contra Cuba. Entonces, no lo niego, tendría razón Juan María Alponte, profesor de la Facultad Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM cuando comentó en un artículo aparecido el lunes 31 de mayo de 2004, en el Universal de México, que «The New York Times, que rectifica y esclarece, con gran valor ético, muchas de sus informaciones sobre Irak seguramente, desde esa admirable autocrítica, el diario podrá observar los problemas mundiales, cubanos y latinoamericanos, desde una perspectiva histórica que no da la razón a George W. Bush.»

También, por supuesto, el señor Okrent podría sentirse más orgulloso de su periódico y el lector tendría el inigualable privilegio de leer cada página del mismo, a sabiendas de que allí aparecerá la verdad ante sus ojos por dura que ésta sea.

Hay una realidad, entonces, la «mea culpa» que falta al New York Times, más que todo, se ha convertido en una cuestión de dignidad.