Sy Hersh es ese tipo de persona de mal genio y de trato difícil, y sin tolerancia para los tontos. Como el hombre que sacó a la luz la matanza de My Lai y las atrocidades en Abu Ghraib, supongo que tiene derecho a su mal carácter. El trata con fulanos poderosos en Washington, incluido […]
Sy Hersh es ese tipo de persona de mal genio y de trato difícil, y sin tolerancia para los tontos. Como el hombre que sacó a la luz la matanza de My Lai y las atrocidades en Abu Ghraib, supongo que tiene derecho a su mal carácter. El trata con fulanos poderosos en Washington, incluido George W. Bush, quien quiere deshacerse de Hersh.
Cuando Hersh escribió este mes en The New Yorker que «funcionarios militares y de inteligencia activos y retirados» han dicho que Bush tiene una lista de objetivos para impedir que Irán obtenga armas nucleares y que su «fin último» es que esa nación tenga un cambio de régimen (¡otra vez!), es obvio por qué Bush está tan preocupado que tachó de «delirante» la versión de Hersh, lo cual indica que algo hay de verdad en ella.
Así que cuando acorralé a Hersh en la Universidad de Columbia, Nueva York, y le pedí una entrevista durante una serie de conferencias, yo esperaba que me respondiera secamente. «Lo que usted necesite», me escribió amablemente en un papel.
Su conferencia fue aterradora. Bush tiene una visión mesiánica y pretende pasar a la historia (probablemente lo ha hecho ya), y quiere que se le reconozca como el hombre que «salvó» a Irán. «Vivimos una verdadera crisis en Estados Unidos… Tenemos un colapso en el Congreso… Tenemos un colapso en el ejército… la buena noticia, cuando nos levantamos cada mañana, es que a Bush le queda un día menos. Pero esa es la única buena noticia».
Hersh bien pudo haber dicho que también tenemos un «colapso» de los medios en Estados Unidos; una total desintegración de la escuela de periodismo erigida por Ed Murrow, Howard K. Smith, Daniel Esworth, Carl Bernstein y Bob Woodward. Hersh, ese hombre canoso, de lentes y afecto a las palabrotas, es lo único que nos queda para espantar al hombre más poderoso del mundo (con la única excepción de las burlas que hace Maureen Dowd en el New York Times).
Es bueno saber que Hersh todavía está dispuesto a dar la batalla, peleándose incluso con otros periodistas que están en su lista. «Conozco a algunos mandos militares honestos», dice. «No los puedo instar a que hablen en público. Serían atacados por la televisora Fox y los diarios The New York Times y The Washington Post, que les acabarían torciendo el brazo. Es un mecanismo. Uno no recibe recompensa de una redacción por ser un inconforme».
Los periodistas en los periódicos de la corriente dominante son en su mayoría de clase media y asistieron a la universidad; no son reporteros que se hicieron en el camino duro que tomó Hersh cuando empezó a reportear desde Chicago. Las nuevas generaciones casi no tienen contacto, por ejemplo, con la sociedad inmigrante.
«No saben lo que es vivir de la seguridad social. Sus familias no estuvieron en Vietnam y no están en Irak», afirma Hersh, y agrega que también la BBC «perdió el camino».
Entonces, ¿cuál sería la escuela periodística de Hersh? «En mi negocio, obtengo información, la verifico y descubro si no es verdad. Eso es lo que hago. También hay cosas dentro del ámbito militar que provienen de gente que no conozco, y eso no lo toco. Yo estaba con (el presidente) Bashar (Assad de Siria) cuando ocurrió el asesinato de (el ex primer ministro libanés Rafiq) Hariri. Obviamente había mala sangre entre ambos. Bashar acusaba a Hariri de querer apropiarse del negocio de los teléfonos celulares en Damasco. Hasta la fecha, no sé qué pasó. (El 14 de febrero de 2005) estuve con Bashar de las 11 de la mañana a la una de la tarde. Habló de lo ladrón que era Hariri. Yo no escribí de esto».
Ahí acabó la información sobre la mala sangre, me dije. Pero Hersh también averiguó sobre Irán cuando habló con uno de sus contactos y lo relata: «Toqué el tema de Irán ‘Eso está muy mal’, me dijo. ‘Hay que meterse al asunto. Usted puede ir a Viena y enterarse de lo lejos que están los iraníes (de la producción de armas nucleares)’. Luego me dijo que tenían problemas para retroceder en la opción nuclear con el presidente Bush. La gente no quiere hablar, lo que quieren es que la mierda me caiga encima a mí».
Como dijo Hersh en su reporte para The New Yorker, los planificadores en cuestiones nucleares, rutinariamente discuten las opciones. «Hablamos de los hongos atómicos, la radiación, las muertes masivas y la contaminación que durará años», dice la cita de un experto entrevistado por el periodista. Pero una vez que los planificadores tratan de argumentar en contra de todo esta situación, les gritan para hacerlos callar.
Según un funcionario de los servicios de inteligencia citado por Hersh, «la Casa Blanca dijo: ‘¿por qué están desafiando esto? Si ustedes propusieron esta opción'». En otras palabras, una vez que los planificadores, de manera rutinaria, ponen las opciones sobre la mesa éstas se convierten en posibilidades a considerar, en vez de tratarse como reportes técnicos.
«Todo ese discurso que hizo, como si fuera Johns Hopkins«, continúa Hersh en referencia al pronunciamiento que hizo Bush cuando atacó su artículo en el New Yorker, «habló sobre el maravilloso progreso en Irak. Es alucinante. Hay personas de muy alto nivel en el Pentágono que no pueden hacer que el presidente renuncie a esta postura, que es una locura.
«En Gran Bretaña hay algunas visiones demenciales; eso usted lo sabe. Pero estos tipos (en Washington) hablan de revelaciones. Bush tiene revelaciones cuando duerme, y él es de los que duermen la siesta. Es tan infantil y simplista. El no cree que está disminuido. Aún le quedan dos años, y estima que no se ha disminuido. Todavía tenemos un Congreso que es incapaz de articular una oposición. Esta es la historia y todavía abrigo la profunda esperanza de estar equivocado en todos los puntos más significativos».
Hersh también dirige sus ojos marchitos hacia los británicos. «Su país -su pueblo- está muy preocupado por lo que pueda hacer Bush», me dice Hersh refiriéndose a la Oficina del Exterior. «Están realmente preocupados. Nunca obtienen aclaraciones ni los consultan».
En Washington, «estar en defensa de la humanidad, la paz y la integridad no son valores dentro de la estructura de poder… mi gobierno es incapaz de abandonar (Irak). No saben cómo salirse de Bagdad. No pueden salirse. En esta guerra, el final será muy, muy caótico porque no sabemos cómo salir. Saldremos de ahí de cadáver en cadáver. Creo que eso me aterra hasta lo más hondo».
Todo esto lo explica sucintamente una de las fuentes de Hersh en el Pentágono: «El problema es que los iraníes se dan cuenta de que convertirse en un Estado nuclear es lo único que pueden hacer para defenderse contra Estados Unidos. Algo muy malo va a suceder».
¿Cuál era esa frase con la que Bogart, en el papel de Rick Blaine, en la película Casablanca, le pregunta a Sam, su pianista, qué hora es en Nueva York? En todo caso, Sam responde que su reloj se detuvo y Bogart dice: «Apuesto a que están durmiendo en Nueva York. Apuesto a que todos duermen en Estados Unidos». Sí, todos, con excepción de Hersh.
© The Independent
Traducción: Gabriela Fonseca
Johns Hopkins (1795-1873) fue un empresario de Baltimore, cuáquero, abolicionista y filántropo. En su testamento dejó órdenes para fundar con su fortuna una universidad, una escuela de medicina, otra de enfermería y un hospicio para niños negros. Muchas instituciones todavía llevan su nombre. Su nombre de pila, «Johns», era el apellido de uno de sus ancestros.
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