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«Argumentos» de la extrema derecha venezolana en la cadena SER

Fuentes: Rebelión

    Los lectores y lectoras de rebelión están suficientemente informados de lo acontecido en el debate, digámoslo así, del pasado 25 de julio de 2008 en el programa «La ventana» de la SER entre William Cárdenas y Carlos Fernández Liria sobre Venezuela y la reciente visita a nuestro país del presidente Chávez. Carlos Fernández […]

 

 

Los lectores y lectoras de rebelión están suficientemente informados de lo acontecido en el debate, digámoslo así, del pasado 25 de julio de 2008 en el programa «La ventana» de la SER entre William Cárdenas y Carlos Fernández Liria sobre Venezuela y la reciente visita a nuestro país del presidente Chávez. Carlos Fernández Liria fue interrumpido por la presentadora al hacer referencia documentada al editorial de El País sobre Venezuela tras el golpe Estado de abril de 2002 y, posteriormente, al insistir sobre el papel de los medios de comunicación en el levantamiento fascista venezolano, medios a los que los golpistas agradecieron explícitamente su papel en la trama en sus primeros pronunciamientos tras el supuestamente exitoso golpe, Fernández Liria fue expulsado del programa mediante desconexión anunciada por la presentadora del programa estelar de las tardes de la SER, cediendo la palabra en la última parte del debate al señor William Cárdenas, una de las cabezas visibles -de las invisibles deberíamos hablar en otro momento- de la oposición -por decirlo con un término absolutamente generoso y semánticamente inadecuado- venezolana (Dicho sea entre paréntesis, admitiendo ausencia de prueba fidedigna, no es impensable que este mismo señor Cárdenas, junto con otros líderes de la extrema derecha venezolana, visitara Washington en varios ocasiones durante los primeros meses de 2002).

Pretendo aquí llamar la atención sobre un aspecto del encontronazo radiofónico que no creo menor, sobre las argucias «argumentativas» del señor Cárdenas que en mi opinión señalan muy a las claras los procedimientos que están dispuestos a usar -todo vale aunque no valga- los que fueron amigos de la intentona golpista de abril de 2002 para alcanzar su ansiado objetivo de restauración oligárquica con mando en plaza. Los sectores sociales que el señor Cárdenas representa tan a la perfección no están dispuestos a arriesgar en lo más mínimo la regla de oro de su onticidad social, su ley de gravitación política: las que limpian sus casas, los y las que trabajan en sus fábricas, los que guardan sus propiedades, las que cuidan sus familias y familiares, los y las que viven (si viven) con su permiso, deben seguir siendo los de siempre, los que siempre han trabajado y cuidado sus haciendas en beneficio, no hay duda posible aquí, del sector minoritario y privilegiado que la historia y acaso otras instancias superiores ha escogido para dirigir país, propiedades y haciendas.

Antes vale la pena meditar sobre el siguiente hecho. El señor Cárdenas preside una organización que quiere llevar al presidente Hugo Chávez ante la Corte Penal Internacional. Es asombroso, comentaba Carlos Fernández Liria en un artículo en Público de 31 de julio de 2008, que la liberal y democrática Cadena Ser, invite a un político que «seis años después de los hechos, sigue repitiendo por radio y televisión que Chávez ordenó disparar contra una indefensa manifestación opositora, provocando una matanza, y que eso fue lo que originó su derrocamiento». Esta fue, recordaba Fernández Liria, la noticia que en su momento airearon a los cuatro vientos los periódicos venezolanos y algunos españoles, incluido El País; esta fue la coartada orquestada para justificar la intentona golpista y éste sigue siendo el motivo de la agitación jurídico-política que apunta como destino al Tribunal Internacional de la Haya y que pretende, claro está, confundir a la opinión pública internacional y a la propia ciudadanía venezolana presentando al presidente Hugo Chávez, apoyado si no cuento mal en más de ocho elecciones democráticas, como un gorila fascista, autoritario y asesino.

Tomo de Richard Gott –Hugo Chávez y la revolución bolivariana, Foca, Madrid, 2006-, una fuente reconocida por Foreign Affairs e incluso por el Financial Times, lo esencial del relato. Primeros meses de 2002, Venezuela. Para la mayoría de observadores y analistas especializados en América Latina, Caracas empezaba a parecerse a Santiago de Chile en los meses previos al golpe de septiembre de 1973. Un informe de la CIA fechado el 6 de abril tiene un significativo título «Maduran las condiciones para un intento de golpe». El informe se expresa en los términos siguientes: «Facciones militares disidentes, incluidos algunos oficiales de alta graduación y un grupo de jóvenes oficiales radicales, aumentan sus esfuerzos para organizar un golpe contra el presidente Chávez, posiblemente este mismo mes… El nivel de detalle de los planes conocidos.. apunta al arresto de Chávez y otros diez mandos» [la cursiva es mía]. El CIA-análisis proseguía señalando que para provocar la acción militar, los conspiradores -este era el concepto usado- podían tratar de explotar las tensiones generadas por las manifestaciones de la oposición programada para finales del mes de abril de 2002, oposición que contaba entre sus vértices más destacados y activos en el diseño y preparación del golpe fascista anticonstitucional con los principales industriales y financieros del país; los líderes sindicales absolutamente entregados (Carlos Ortega especialmente) de Confederación de Trabajadores de Venezuela (CTV), la principal central sindical del país; los propietarios -nacionales o no- de los principales periódicos y canales de televisión (aquí la presencia de PRISA es absolutamente destacable: véase el informe que sobre este punto rebelión publicó el pasado 1 de agosto de 2008); parte del obispado de la Iglesia católica y oficiales conservadores de las fuerzas armadas. Washington dio el visto bueno y el gobierno de José Mª Aznar apoyaba feliz y entusiasmado la intentona (Para que no habite el olvido en este punto esencial: la denuncia de esta clara colaboración gubernamental aznarista, sobre cuyos vértices detallados no tenemos aún -y acaso no tendremos nunca- información amplia, es la que motivó, tiempo después, la justa y moderada protesta del presidente Chávez en la cumbre Iberoamericana y el borbónico, histérico y autoritario grito del «Por qué no te callas», presentado y alardeado como ajustada expresión de rebeldía por una parte sustantiva de los serviles medios de inculcación españoles, con el apoyo posterior de la segunda autoridad del estado español y el agradecimiento final del señor Aznar a las dos máximas autoridades del Reino de España por su ejemplar comportamiento político y diplomático).

Los conspiradores concentraron sus ataques durante el primer cuatrimestre de 2002 en la reforma estructural de la empresa «Petróleos de Venezuela», propuesta por el gobierno venezolano en noviembre de 2001. En abril de 2002, se convocaron dos días de huelga para protestar por la medida. Carmona, presidente de la federación patronal Fedecámaras y candidato golpista a la presidencia, y Carlos Ortega hicieron un pacto y un llamamiento conjunto a la huelga los días 11 y 12 de abril, paro que no se desconvocaría hasta la renuncia del presidente Chávez. La huelga, como no podía ser de otra forma dadas sus finalidades últimas, se convirtió rápidamente en una contrarrevolución orquestada.

En la madrugada del jueves 11 de abril, una multitud reaccionaria comenzó a avanzar hasta las principales oficinas de la compañía petrolera estatal en el centro de la ciudad. Ortega, el líder sindical de la CTV, incitó a las gentes a que prosiguieran la marcha hacia el palacio de Miraflores, sede de la presidencia de la República bolivariana, para expulsar «al hombre que había traicionado al pueblo venezolano». Unos 150.000 manifestantes, según Gott, marcharon hacia Miraflores. En el camino se encontraron con una multitud -«algo más reducida»- de ciudadanos de los ranchitos del extrarradio de Caracas, partidarios del presidente Chávez y la revolución bolivariana, reunidos de manera urgente esa misma mañana para intentar parar el atropello contrarrevolucionario. Las fuerzas armadas tomaron posiciones frente a ambos grupos: la guardia nacional, por una parte, leal a la presidencia republicana, y la policía metropolitana controlada por el alcalde Caracas, Alfredo Peña, tal vez en aquellos momentos el principal líder opositor a Chávez. La situación estalló con un violento enfrentamiento en los alrededores de Miraflores en el que murieron un número indeterminado de personas y que la oposición y sus medios presentaron (y manipularon) como ataque armado de los «chavistas desalmados» a los pacíficos manifestantes opositores. Gott señala que se disparó desde ambos grupos y que «la responsabilidad por esas muertes se convirtió en una cuestión controvertida desde aquel momento y durante largo tiempo». En cualquier caso, añade, la mayoría de las personas fallecidas en aquel enfrentamiento eran seguidores de Chávez.

Pues bien, el grupo del señor William Cárdenas y sus seguidores, y los sectores que representa, y que le jalean a un tiempo, pretende llevar al presidente Chávez al Tribunal Internacional de la Haya por «su actuación criminal» en este enfrentamiento motivado por una conspiración golpista alentada, dirigida, aireada y orquestada precisamente por los amigos políticos del señor Cárdenas y los amos y aliados del patrio trasero.

Este sosegado señor, no otro, fue el tertuliano elegido por la SER para dar réplica a las argumentaciones de Carlos Fernández Liria. Vale la pena recordar algunas de sus argumentaciones, algunas de ellas, la mayor parte, formuladas cuando Fernández Liria ya no podía replicar dada la desconexión previa decidida por la presentadora y sin que en ningún momento esa misma presentadora hiciera un mínimo comentario, una sucinta sugerencia al señor Cárdenas, sobre la importancia de la veracidad informativa y la corrección argumental en los asuntos públicos controvertidos.

Veamos algunos ejemplos de la profundidad y pericia argumentativas del señor William C.

El señor opositor insistió en dos o más ocasiones en que uno de los ministros que acompañó al presidente Chávez en su visita a España (sin poder asegurarlo, por falta de conocimiento por mi parte, acaso el ministro de Energía y Petróleo venezolano) era familiar del Chacal, «del terrorista Chacal» según sus propias palabras. Conclusión buscada, aunque no inferida de su insistencia, de cara al oyente: si fuera así, y aun no siéndolo, si el ministro es familiar de un «terrorista sanguinario», él mismo es un terrorista sanguinario; si el ministro sanguinario es ministro de un gobierno presidido por Hugo Chávez, el mismísimo presidente es un presidente sanguinario y terrorista. Consiguientemente, la revolución bolivariana, toda ella y en cada una de sus partes y elementos, está dirigida, planificada y compuesta por terroristas sanguinarios.

¿Cuál es el valor de esa, digamos, argumentación? Cero absoluto. No es el ser y la Nada, es la nada de la Nada. En cualquier curso de introducción a la teoría de la argumentación sería motivo de risa y escándalo. No es propiamente una argumentación, es un ruido nada inocente que pretende torcer la voluntad e información de la ciudadanía. Vale lo mismo que sostener, con cara sesuda y concentrada, que dado que el padre del señor Martín Villa, el actual presidente de Sogecable, otra pata del imperio PRISA, fue miembro de la CNT y, claro está, familiar directo del señor Martín Villa, entonces el ex gobernador franquista es por ello un cenetista radical e intransigente. Vale lo mismo que afirmar que como el señor Aznar es nieto de Manuel Aznar, neto colaborador del franquismo, el señor Aznar, familiar directo de su abuelo, es un franquista insigne. .

No fue esta la única táctica del señor William C. En una ocasión hizo referencia a los comentarios y posiciones de profesores de la Universidad de Valencia (si no he escuchado mal) que apoyaban la revolución bolivariana. Todos ellos, añadió, pagados o subvencionados. No especificó el origen de este oro. Mancha similar extendió entre líneas (entre ondas), en más de una ocasión, sobre el propio Carlos Fernández Liria. ¿Qué profesores eran esos? ¿Quiénes subvencionan? ¿Cuáles eran sus fuentes? Silencio absoluto. Se enciende el ventilador y se extiende la abyección falsaria. Probablemente, no hay que perder de vista esta posibilidad, aparte de sus intentos de descalificación de toda opinión crítica a su posición de clase, porque el señor William C. piense que toda la ciudadanía es de su misma condición, gentes que sitúan siempre el propio interés (crematístico) en el puesto de mando.

Las perlas falsarias continuaron. El señor William C. comentó confusamente sobre las torpezas y fracasos de algunos intelectuales europeos que apoyaban y hablaban de un socialismo de siglo XXI que nadie sabía qué era y que la historia ya había situado en su lugar, en el basurero político. El plumero del señor William C. se destapó una vez más. Es tan viejo como antigua es la lucha de clases. De lo que el señor Cárdenas no está dispuesto a hablar, ni a oír, ni a comentar, ni a permitir, es que haya sectores sociales que abonen y apuesten por una revolución social que pretende dar voz y voto real a los desposeídos. Todo eso es el pasado vencido. Los que mandan, él es uno de ellos, no van a transigir en este punto. La tercera guerra mundial tuvo un neto vencedor. No lo olvidan ni están dispuestos a olvidarlo.

Finalmente, y por no agotar la paciencia del lector / a, el señor William C. nunca concretó sus afirmaciones: el pueblo venezolano (sic) no aguanta más; los datos esgrimidos por Carlos Fernández Liria no tuvieron réplica alguna; Hugo Chávez, al que nunca llamó presidente, es un criminal. Por lo demás, William C. nunca aceptó, desde luego, el carácter fascista y anticonstitucional de golpe de abril de 2002. Si fuera el caso, todo su castillo de rabia, ignominia y resentimiento se desvanecería en el aire.

Así, pues, más de lo mismo. Como dijera un cansado León Felipe: las mismas historias una y otra vez, los mismos cuentos, los mismos falsarios.

El no olvidado filósofo y poeta comunista José Mª Valverde escribió en Claraboya, una revista de estudiantes de filosofía de la Universidad de Barcelona, un chiste óntico-radiofónico en cuatro viñetas. En la primera dibujó a un pensador aristotélico meditando sobre el ser; en la segunda, ese mismo pensador aseguraba que el ser se decía de formas muy distintas; en la tercera concretaba esa formas: como sustancia, como atributo, como lugar; en la cuarta añadía sorprendido: «y, además, como una cadena radiofónica, la cadena SER». Si hoy la escribiera y dibujara, el autor de Años inciertos, aquel maestro de Estética y rebeldía, recordaría que estamos viviendo un traspiés de la historia que no nos ha condenado a la inactividad y probablemente añadiría otra viñeta más a su broma filosófica, una donde un pensador aristotélico-marxista dijera, con coraje y voz no apagada, «y al Ser también se le maltrata con ignominiosas y nada inocentes falacias de la extrema derecha sin bridas, en la supuestamente liberal cadena (o condena) del SER».