Son tantos los comentarios que se escriben contra El País en el propio periódico, en estos meses, que a los redactores les resulta tristemente necesario utilizar publicaciones de carácter preventivo, públicamente, y homeopático, individualmente. Milagros Pérez Oliva inicia en el texto que desmontamos hoy una falsa propuesta de pluralismo. Cuando uno observa que un periódico […]
Son tantos los comentarios que se escriben contra El País en el propio periódico, en estos meses, que a los redactores les resulta tristemente necesario utilizar publicaciones de carácter preventivo, públicamente, y homeopático, individualmente.
Milagros Pérez Oliva inicia en el texto que desmontamos hoy una falsa propuesta de pluralismo. Cuando uno observa que un periódico hace contenidos con los propios comentarios que en él se vierten, un lector puede hacer pensar que esta práctica es un ejercicio de rigor, de estar abiertos a críticas, de ofrecer comprensión. En este caso, se aleja de tal fin.
En una disección más genérica, aunque siendo breve, me preocupa que el artículo intente defender los siguientes postulados, nada éticos:
– Que el lenguaje es el causante de las malinterpretaciones y no una voluntad, o, por el contrario, una negligencia del profesional de la información.
Que los «marcos conceptuales» delimitan esos fallos periodísticos, cuando se producen.
Que el rigor periodístico excluye cualquier tipo de malentendido. Una noticia objetiva no tiene parangón con ningún otro sistema de comprender la realidad. Es lo que hay.
No existe el titular perfecto que sea bien aceptado por todo colectivo o individuo. Pero sí existen las asimetrías descalabradas en el uso de vocabularios, fórmulas, estereotipos, casos prácticos o eufemismos. Eso es lo que se debe evitar. Y sobre todo, tener la conciencia de que el lenguaje delimita las estructuras de poder, las legitima, las organiza. En el periodismo de agencia actual, no existe la alienación, sino la fuente única, cuyas palabras no son dogmas, son nodos de energía que fluyen en una red que llamamos lenguaje; un modelo que se acciona de manera colectiva y dinámica. Si el periodista no quiere reelaborar el discurso que le llega de agencia, no es culpa del lenguaje, sui generis.
Si esta estrategia de limpiarse las manos en lugar de una aceptación efectiva de que somos los responsables de lo que decimos, se aplicara en otras condiciones, es decir, lo hicieran otro tipo de profesionales, podríamos justificar que no existen errores humanos, que todo es culpa de las máquinas, de la ciencia, de la física, de la metafísica, si quieren. Las guerras son culpa de «la miseria»; los accidentes de coche, problemas del propio vehículo; las crisis económicas, consecuencias inevitables, los problemas informáticos… bueno, se acepta la excepción.
Y así, vamos hacia una fundamentalización de nuestras sociedades, hacia una fidelización en nuestros sistemas de valores y nuestros procedimientos de intercambio simbólico. Se trata de abstraer las responsabilidades en realidades totalizantes. O sencillamente, la ejecución de un pensamiento débil.
Pero Milagros Pérez Oliva es presidenta del Colegio de Periodistas de Cataluña y, desde 1996, jefa de sección de Sociedad en El País. Principal en la creación, dentro de este medio, de la figura del Defensor del Lector como vigia de las publicaciones. Su currículum es impresionante, pero yo no consigo entender cómo una profesora de varios másters se permite afirmar en el medio más leído de España, algo de una clase de primero de Periodismo: «Los titulares enmarcan el enfoque de las noticias y provocan quejas cuando no se ajustan al texto. No es lo mismo confiscar que gravar con una tasa».
La autora expone los casos (titulares) que dan peso a su texto:
Venezuela confiscará el 5% de los beneficios de la banca vs Merkel eleva la carga fiscal para cubrir el déficit de la Sanidad. Es decir, «confiscar» contra «elevar la carga fiscal». Aquí, el periódico, a través de Milagros Pérez, se retracta. Genial. ¡Es el camino!
Cita otros ejemplos, uno sobre la invasión a Irak por parte de Bush hijo y otro sobre la violencia ejercida en el Sahara estos últimos días, otro respecto a debates bochornosos en Telemadrid… el lector se aburre, el texto empieza a alargarse, y no hay ninguna demostración válida del titular, pareciendo que ha caído en la misma trampa que critica. ¿De quién es la culpa aquí? ¿De los lectores por no exponer con más diligencia sus quejas? Por mucha lingüística cognitiva lakoffiana que apliquemos… si queremos mantener una ideología mercantil de la información, donde los manifestantes son siempre radicales que causan desperfectos, no gente descontenta y desesperada que reclama sus derechos… o donde «liberalizar» es un término aparentemente positivo, pero «expropiar» es malo, deberíamos entonces, como periodistas, todos, asumir que no deberíamos ser periodistas, ya que nuestra lógica discursiva no atiende a los intereses de la mayoría. Pero si entendemos que estamos depuestos a ser el muñeco de un ventrilocuo, y a través de nosotros fluye la voz de la minoría poderosa, entonces, justificar que el lenguaje es el culpable, es destruir toda lógica alternativa, y de paso, lobotomizar al lector en su momentaneo ensalzamiento.
La periodista acaba: «Podría componer un artículo como este cada poco tiempo con otros tantos ejemplos, lo que demuestra la importancia que tiene la elección de las palabras».
Hablo en nombre del equipo y los colaboradores de Tercera Información, para animar profundamente a esta profesional a que, efectivamente, haga real la propuesta, que por otro lado debería ser obligada, con tal cargo, y ejecute una sana autocrítica desde el periódico. La próxima vez, esperamos que no se escude en el absurdo de culpar al lenguaje. Y doy las gracias a quien envió esta noticia, por ofrecernos la oportunidad.
Fuente original: http://www.laboratoriodenoticias.es/spip.php?article141