En el diario colombiano El Tiempo, en una sección nada sospechosa dedicada al ‘entretenimiento’, aparece un artículo rebosante de lugares comunes, banalidad y complejos de inferioridad, llamado «Bogotá es como el París de los años veinte» del 9 de febrero de 2014 (http://www.eltiempo.com/entretenimiento/libros/entrevista-con-victoria-kellaway_13472215-4). Es una entrevista a la autora de un libro llamado, ‘Colombia: una […]
En el diario colombiano El Tiempo, en una sección nada sospechosa dedicada al ‘entretenimiento’, aparece un artículo rebosante de lugares comunes, banalidad y complejos de inferioridad, llamado «Bogotá es como el París de los años veinte» del 9 de febrero de 2014 (http://www.eltiempo.com/
Afanosamente la periodista intenta hacernos ver que esta europea se ha fijado en un país como Colombia por sus cualidades; aquella quien podría haberse quedado en su tierra o fijado en otras latitudes ‘nos ha escogido’, debemos sentirnos alagados, es uno de los pilares tácitos de la conversación. La turista-nativa británica, pues con menos de un lustro en el país ya se ha nacionalizado colombiana (especialmente desde el gobierno Uribe las naturalizaciones a extranjeros que explotan el país han tenido una complejidad burocrática no mayor a la de pagar un pasaje en autobús por aquello de atraer ‘confianza inversionista‘), espontáneamente aporta asímismo mucho de la intensa frivolidad ostentada en el reportaje.
El panorama visto por Victoria Kellaway en su nueva patria es de un glamur y un exotismo inigualable en las latitudes de donde proviene. No se abstiene de hipérboles: ‘Bogotá es como París en los años veinte’; claro, tenía que venir una rubia gigante del primer mundo con acento en las erres para revelarlo. ¿De tal forma aquellos años felices y despreocupados de la Ciudad Luz, de subversiva creatividad artística con personas como Picasso, Hemingway y Ezra Pound, André Gide, Paul Valéry, Jules Romains, Gertrude Stein, Jean Coctueau, André Bretón, o Louis Aragón, etc., etc., se ha revivido en la capital de Colombia? Lo curioso es que nadie se había enterado.
Ella lo acredita con base en su propia palabra, empero hace énfasis no en la libertad política y artística sino en la libertad del mercado que le llega a la vista: a diferencia de las tierras del norte, en Bogotá hay un ‘snak’ o un paraguas a cada paso. Lo que aviesamente no relata la entrevistada es que esto simplemente significa el empobrecimiento general y agudo de sus nuevos ‘compatriotas’, los cuales sobreviven en la precariedad, sin seguridad social, con jornadas extenuantes cuando pueden trabajar y llevando una vida absurda de acuerdo a cualquier valoración en el mundo, debiendo estar en la calle por su condición forzada de vendedores ambulantes. ¿Acaso serán parte de ese diez por ciento de la población desplazada por la guerra que ocurre en Colombia? Evidentemente este planteamiento arruinaría el reportaje hasta hacerlo impublicable en El Tiempo.
Para Victoria Kellaway esos son simpáticos y hasta románticos exotismos; naturalmente es exótico que la mayoría de la población de un país deba existir en tales circunstancias, en su patria de origen obviamente esto no ocurre.
El mismo artículo nos ofrece una de las claves del desafuero. La novísima colombiana ve su tierra por adopción desde el paraje más extranjerizado del país, justo donde confluyen las sedes de variadas compañías foráneas de esas que especulan con un dólar y se llevan veinte, dejando destruidos los ecosistemas, prologando la miseria, y en veces demandado la nación por no haber podido sacar más provecho del latrocinio. Si, desde la 113 con Séptima en Bogotá, no es posible observar otros parajes de la ciudad como la localidad de Bosa y sus hacinadas barriadas de polvo y contaminación, ni tampoco le son perceptibles los destellos de la populosa Ciudad Bolívar ultra militarizada desde hace años, ni la perturbadora contaminación de todo tipo, o ha fraternizado cotidianamente en el transporte público a diario con multitudes de resignados un ambiente agresivo; y así podríamos extendernos ilimitadamente en situaciones donde tal vez la señora Kellaway podría acercarse un poco a una ciudad rendida al laissez faire, laissez passer. ¿Será este axioma capitalista lo parisino que halla en Bogotá?
Bueno, Victoria reconoce que de una u otra manera ella está en plan de ‘aventuras’. Una deportiva forma de abordar un país en Latinoamérica, por parte de un miembro del centro capitalista colonizante.
Sin embargo, el artículo no ha de concluir sin que antes presenciemos como la perspicacia de Victoria alcanza cumbres asombrosas, cuando afirma sobre otro aspecto más de la exoticidad nativa en la capital, desprendiéndose de la similitud no apreciada por los bogotanos de su ciudad con París: «La gente puede sobrevivir casi sin plata», y hay más parecidos, Bogotá «Es como Atenas en la época de Aristóteles… se vive una ‘edad dorada’, Estamos saliendo de una guerra (espero que sí), tenemos grandes escritores, buena música, arte…«. Lo cual no merece muchos cometarios por la ostentosa adulación surrealista.
Pero eso no es todo. Entre otras bagatelas, sin meditar en la realidad detrás del lema que sin duda le han contado sus contertulios de la calle 113, Victoria afirma con orgullo que ‘Bogotá tiene una de las mayores concentraciones de bibliotecas de Latinoamérica‘. Pasando por alto que su nuevo país tiene el más bajo índice de lectura del continente, se ubica en los últimos lugares en el mundo en cuanto a nivel educativo de sus adolescentes, o no hace la sencilla prueba de descubrir que en dichas bibliotecas, es más común estar disponible cualquier libro de la saga de Harry Potter que un escrito de historia.
Aquí ya se empieza a sospechar que esta es una reactivación de esas operaciones psicológicas de la época de Álvaro Uribe, del tipo ‘Colombia es Pasión’.
No obstante, y para cerrar con broche de oro, el talante neoliberal de la turista-nativa salta con sus afiladas garras (no podríamos esperar otra cosa en el diario que la entrevista de propiedad de un banquero) sobre el desprevenido lector, cuando expresa que «Quisiera que el Estado nos protegiera más (a los colombianos), pero sin perder nuestro deseo de trabajar. Ese es el problema que hay en mi país (Inglaterra), es que el Estado es sobreprotector«, en cambio en su nueva patria «La gente pelea; todos son guerreros (?), todos están luchando por sobrevivir. Creo que por eso los colombianos son felices, porque tienen sueños, porque tu vida es tu responsabilidad«. En este país de guerreros de acuerdo a las estadísticas oficiales ha muerto una cifra cercana a medio millón de personas violentamente por causas asociadas a la política desde hace unos sesenta años; Victoria es amante de la paz pero le gustan los guerreros, vaya bipolaridad. Y a pesar de todas las desgracias causadas por seres humanos a otros de la misma estirpe es espléndido que Colombia sea feliz. Esta ciudadana colombiana expresa impúdicamente esto cuando los crudos hechos exhiben que su nuevo país es uno de los más desiguales del planeta y el segundo del hemisferio occidental después de Haití. ¡Formidable!
Al terminar de leerse el texto en cuestión el lector se siente invadido por una fatiga mixtura de rechazo e indignación. A la vez, luego de este artículo ubicado en una inocente sección de un diario de amplia circulación, es oportuno recordar a Rudyard Kipling, ese impenitente escritor británico apologista imperial y sus textos mediante los cuales sus compatriotas se acercaron más a lo que significaba el imperio; al parecer en el siglo XXI la nueva ofensiva depredadora sobre pueblos y riquezas de estos días, arroja una vez más a la labor propagandística a nuevos émulos de aquel, pero esta vez sin el virtuosismo de su verso y prosa, apreciables en el primer caso, en el descarnado poema ‘La Carga del Hombre Blanco‘. En estos tiempos grises y grotescos se fabrica la aceptación del despojo para aborígenes y colonos en blogs, artículos-propaganda, libros de banales aventuras de turistas de cafés, etc.; la técnica literaria actual empleada es una absurda, cínica y desinformada lisonjería.
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