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Empeorando

«Breaking bad«: ¿El (narco) show debe continuar?

Fuentes: Rebelión/Universidad de la Filosofía

Un cáncer televisado que se vuelve negocio. Hace tiempo que las «series» de televisión yanquis (y no sólo) son escuelas ideológicas (falsa conciencia) y chatarra intelectual para las masas. Nada nuevo. Hace tiempo que la burguesía usa sus «medios» para exhibir impúdicamente todo género de aberraciones y para infiltrar valores (o anti-valores) convertidos en mercancías […]

Un cáncer televisado que se vuelve negocio. Hace tiempo que las «series» de televisión yanquis (y no sólo) son escuelas ideológicas (falsa conciencia) y chatarra intelectual para las masas. Nada nuevo. Hace tiempo que la burguesía usa sus «medios» para exhibir impúdicamente todo género de aberraciones y para infiltrar valores (o anti-valores) convertidos en mercancías del morbo, muy rentables y muy premiadas por ellos mismos. De mal en peor.

«Breaking Bad» es una de esas series televisivas «exitosa», según los parámetros mercantiles de la industria televisiva, y es una serie muy jugosa por la carga ideológica que cocina. Su éxito deriva de una muy sofisticada cadena de producción que hace malabares con los miedos, con los estereotipos y con las monstruosidades del crimen organizado, ahora convertido en puntero del «rating«. Es un producto con sobresaliente calidad narrativa, y dotación técnica, al que debemos observarle la siempre presente bendición que le otorga la DEA para calmar la doble moral del espectador común (o del pueblo-público) consumidor adicto al espectáculo de su propia desgracia. «De acuerdo con reportes de la ONU, en Estados Unidos, Canadá y Europa se queda la mayor parte de las ganancias de la venta de droga en el mundo, que en el caso de la cocaína representa 70% de los 72 mil millones de dólares traficados al año [1] Más los «daños colaterales».

«Breaking Bad» viene a contarnos, involuntariamente, lo que le sucede al capitalismo en su totalidad y nos lo cuenta de la manera en que a la burguesía le encanta contar esas «cosas» que , principalmente, consiste en culpar de todos sus males a las «periferias» sociales: a los inadaptados; a los «losers«; a los inferiores y a los «latinos». «Periferias» que son, a los ojos del «buen burgués», nido de lacras que afean el paisaje con sus «disfunciones» y con su primitivismo intelectual, sexual, alimentario y laboral. La escoria misma. Y mientras la serie cuenta su «historia» narcótica, avanza como ofensiva ideológica discriminatoria, criminalizante y estigmatizante. La lucha de clases en acción televisada.

En el imaginario de «Breakin Bad» sólo los agentes de la DEA son «los honestos». (En cerca de 60 horas de tele ni una palabra sobre las tropelías criminales de la DEA en Bolivia, Ecuador, Venezuela… México). Aparecen como el alma pura de la sociedad yanqui (la misma que financia y aplaude las guerras y crímenes globales) pero que, para los fines televisivos, sufre la maldición de tener que vigilar y combatir a esos bárbaros que arriman a sus tierras el menú más completo de narco-tentaciones con trafico de armas, trafico de personas y tráfico de órganos. Todo en un escenario cuidadosamente mexicanizado o latino-americanizado condimentado con dólares a mansalva. Galería con fetiches del simplismo y del maniqueísmo. Mientras tanto, la realidad no recibe premios: «Más de 121 mil muertos, el saldo de la narcoguerra«. [2]

Era de esperarse que una serie de televisión cuya audacia es mostrar, farandulizada, parte de las entrañas y la descomposición política del imperio, convirtiera en audacia su cinismo. No se priva de frases gruesas como «te obligan a lamerle el culo al patrón», dicho por uno de los protagonistas que se queja ante los pagos exiguos (un millón y medio de dólares) como cocinero de metanfetaminas. No se priva de exhibir la desprotección médica de las personas obligadas a «cualquier cosa» para pagar un tratamiento. No se priva de pasearse por los pasillos de las ambigüedades y la corrupción de todas las jaurías que acechan a los latinos y a los «perdedores» incapaces de subirse al «american way of life» tentados por los vicios, las blandenguerías psicológicas y la promiscuidad de clases. El capitalismo al desnudo. En fin, «Breaking Bad» es un lavado de cara al sistema, uno más, esta vez con sabores amargos y sangrientos pensados para la hora de la cena y en hi definition. Dosis de violencia mediática antes de ir a la cama.

Se venden la «temporadas» completas o fragmentadas en las tiendas más ad hoc o en los palacios del pirateo. Dicen que es la «serie más exitosa de toda la historia» que ha roto récords, que acumula premios de todo tipo, que es ya un fenómeno televisivo mundial. Y mientras más se la publicita más se afianzan sus aberraciones temáticas. ¿Comprenderán los «teleespectadores» en México, en Guatemala, en Honduras, en Colombia, en Argentina… por qué los yanquis abordan estos temas desgarradores, para entretenerse, mientras a nuestros pueblos nos cuesta sangre, desgarramiento y huellas psicosociales irreparables? ¿Hay algún mensaje «edificante» o algún arrepentimiento, salido de la moral yanqui, para denunciar, de verdad, la red compleja de crímenes paridos por el capitalismo presentados como narco-espectáculo? ¿Forma opinión, cuál… forma modelos, cuáles? No hace falta ver toda la serie. Paraíso de la degradación, el envilecimiento, la decadencia y la corrupción. Radiografía de un sistema que expresa sus metástasis en la vida cotidiana y hace negocios con eso.

«Breaking Bad» es un retrato cínico del imperio que sabe producir maquinas de guerra ideológica con gran manufactura artística y tecnológica. Eso no le quita lo perverso. Aunque muestra «descarnadamente», ante sus cámaras, los submundos del sistema en decadencia, eso no implica una crítica. Con la dosis descomunal de ambigüedades que la serie maneja, se hace difícil decidir si se trata de una apología del delito o de una moraleja audiovisual para la resignación. La serie toda parece decir, empeorando, que la cosa es así, que «la ley del más fuerte» es la que manda y que, también, se llega a ser más fuerte si se es más cruel y más ambicioso. No disfrutaremos este pastel de carne humana como si fuese un logro estético. No importa cuántas escenas de ternura intercalen, no importan los silogismos de la obediencia debida a la «supervivencia» que encadenen, no importan los premios ni su fama. Se trata de una serie televisiva más que, directa e indirectamente, nos señala dónde está el poder y dónde está el dinero para estimular, a balazos, el tráfico de cualquier cosa que satisfaga la voracidad del capitalismo, el más demencial comprador y consumidor de drogas, violencia y vidas humanas que la humanidad ha padecido. Y lo pasan por la tele, impunemente.

Notas

[1] http://www.proceso.com.mx/?p=292865

[2] http://www.proceso.com.mx/?p=348816

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.