«A Occidente le han declarado una guerra y ya es hora de dejar de contemplar a nuestros muertos como si lo fueran por una catástrofe natural» (Edit Libertad Digital) Vivimos desde hace años un proceso de vulgarización cultural e intelectual y de derechización ideológica de los medios de comunicación en España, donde proliferan los […]
Vivimos desde hace años un proceso de vulgarización cultural e intelectual y de derechización ideológica de los medios de comunicación en España, donde proliferan los tertulianos «todólogos» (ora islamólogos, ora griególogos; tan eruditos en política nacional como en relaciones internacionales) y los shows televisivos donde, como diría el profesor Emilio González Ferrín «sobra información y falta formación». Tanto las principales cadenas televisivas (públicas y privadas) como la radio y la prensa escrita y digital, están plagada de magazines y boletines que dan cabida a personajes rebosantes de ignorancia y abanderados de una creciente derecha xenófoba. Como ejemplo de esta tendencia radicalmente xenófoba (islamófoba en especial) y derechista, fundamentada y alimentada de ignorancia, etnocentrismo, miedo y odio nacionalista, expondré un breve editorial del «periodista» F. J. Los Santos y su medio «Libertad Digital». Es seguro que dicho «periodista» no merezca la más mínima consideración a nivel periodístico -ni qué decir tiene en términos intelectuales- más allá de su peculiar papel de polemista e insultador -por el que desde 2007 ha sido sentenciado en multitud de ocasiones- y del uso propagandístico que haga de su posición como director y locutor de radio. Ahora bien, no cabe duda de que se trata de un personaje relevante en cuanto es leído y escuchado, creando opinión pública en sectores de la sociedad española. No hay que desdeñar el peligro que entrañan «talibanes» de su nivel por cuanto no dejan de reproducirse -y retroalimentarse- y por su apología del odio y del enfrentamiento. Y es que, como diría Norman Khon (1995: 11) en su obra sobre El mito de la conspiración judía mundial, «es un gran error suponer que los únicos escritores importantes son los que se toman en serio las personas educadas en sus momentos de mayor cordura. Existe un mundo subterráneo en el que los sinvergüenzas y los fanáticos semicultos elaboran fantasías patológicas disfrazadas de ideas, que destinan a los ignorantes y los supersticiosos. Hay momentos en que ese submundo surge de las profundidades y fascina, captura y domina repentinamente a multitudes de gentes normalmente cuerdas y responsables».
En efecto, en las tertulias televisivas y la prensa abundan y redundan estos «fanáticos» que esputan con alegría e impunidad todo tipo de ultrajes y falacias sobre cualquier asunto abordado. El editorial mencionado da buena fe de ello, en un ejemplo cualquiera de los que abundan en los mass media convencionales. Además, es ilustrativo del recurrente paradigma, esencialista y culturalista, del «Choque de Civlizaciones», según el cual las relaciones internacionales no estarían determinadas por la ideología o por intereses económicos sino por aspectos culturales y religiosos. Esta teoría, tan débil epistemológicamente como carente de argumentos rigurosos, sigue vigente a pesar de haber sido rebatida y analizada desde distintos campos (véase por ejemplo la acertada crítica de Edward Said en su «Choque de ignorancias», artículo publicado en The Nation en 2001); ha sido una fuente ideológica fundamental en la política exterior norteamericana de la era Bush y sigue erigida en verdad absoluta por los sectores más belicosos y beligerantes del neoconservadurismo estadounidense y de la derecha europea.
Afirma el editorial: «A Occidente le han declarado una guerra y ya es hora de dejar de contemplar a nuestros muertos como si lo fueran por una catástrofe natural» (..) «es islamista, en tanto que matan en nombre de Alá y siguiendo al pie de la letra los imperativos más sanguinarios que el Corán dicta contra los infieles. Es de temer que la reacción a esta nueva matanza del terrismo islámico se limite, como en pasadas ocasiones, a lamentar lo perpetrado sin hacer nada por represaliar y evitar que nos vuelvan a atacar (http://www.libertaddigital.com/opinion/editorial/la-guerra-en-la-que-solo-queremos-morir-y-llorar-). El texto reseñado es un nítido ejemplo de la mencionada teoría totalizadora de Huntignton desde la primera frase («A Occidente le han declarado una guerra»). Simple, absolutizadora y reduccionista, pero efectiva como eslogan y como consigna para una parte de la sociedad razonablemente asustada y ávida de claves para entender qué ocurre en Europa y en Oriente Medio. Nada mejor que consignas y esquemas fáciles para gestionar la complejidad y borrar cualquier incómodo matiz. Esa frase, normativa y etnocéntrica, se explicaría por una parte por la teoría de la alteridad u «Otredad», según la cual el Otro se realza como amenaza para fortalecer la identidad propia. Por otra parte, la citada teoría culturalista de Huntington, según la cual Occidente es presentado como una entidad cultural y civilización homogénea, cerrada y aislada totalmente diferente a las demás. La cuestión es si existe ese «Occidente», ¿qué países lo configuran y qué valores constituye? Obviamente se trata de una cuestión retórica. Resulta absurdo y falaz hablar de Occidente en términos culturales, religiosos y civilizatorios. Entre muchos motivos porque valores «occidentales» -según Huntington- como la «democracia» o «el libre mercado» existen en el musulmán, porque el islam es parte de los EEUU o de Europa (¿acaso no eran franceses y belgas los terroristas de París y Bruselas?), al igual que «Occidente» ha moldeado -y está presente en- buena parte del mundo islámico. ¿Cuál es la identidad europea? ¿Exista tal cosa? ¿Cuántas lenguas hay en el viejo continente? ¿Cuál es el grado diferencial entre la cultura británica y la alemana, por ejemplo, o entre la española y la húngara o la búlgara? Lo mismo ocurre en el vasto, híbrido y heterogéneo mundo musulmán, donde hay -geográfica, cultural y sociológicamente-múltiples variedades de Islam (el chino, el turco, el hindú, el negro, el árabe, asiático, etc) con sus respectivas influencias de religiones preexistentes.
La segunda frase recalcada («es islamista, en tanto que matan en nombre de Alá y siguiendo al pie de la letra los imperativos más sanguinarios que el Corán dicta contra los infieles) podría revelar tan sólo el habitual desconocimiento del Islam político o «islamismo», del Corán y del propio grupo terrorista Daesh.., lo cual no dejaría de ser grave por cuanto se trata de una supuesta web periodística. Sin embargo parece que en este caso, como en la mayoría de los mass media hay un interés pernicioso en «seguir el juego» a Daesh, otorgándole el calificativo «islámico», que el grupo precisamente pretende detentar de forma exclusiva y en contra de la mayoría de la comunidad musulmana mundial. Así, ¿por qué no dar voz a las manifestaciones masivas de musulmanes contra el terrorismo? O ¿por qué dar credibilidad y legitimidad a la cita de una sura por parte de algún terrorista y no hacerlo a las que indican el sentido contrario? En efecto, el Corán, como el A. T, por ejemplo, tiene mensajes contradictorios. Recuerda ese silenciamiento de las manifestaciones musulmanas de solidaridad con las víctimas y de repulsa al terrorismo al «Principio de la silenciación» de la propaganda goebbliana. Pero sobre todo, se insiste de forma perniciosa en epitetar el terrorismo de forma injusta y también complaciente con los terroristas al hablar erróneamente de «terrorismo islámico». En este sentido coincidimos totalmente con la especialista, socióloga e islamóloga Gema Martín Muñoz al afirmar que la citada terminología «estigmatiza globalmente a todos los musulmanes, pero además beneficia a los terroristas al identificarlos con todo el mundo musulmán, que es lo que a ellos les gustaría representar».
En realidad, como decíamos, ese breve editorial y su medio de información (y de difamación, insistimos) nos ayuda a sintetizar la línea hegemónica actual en los mass media, enfatizada de manera ultra en periódicos como ABC, La Razón, El Mundo y sus sucedáneos «on line», con líderes fanatizados tipo «Marhuenda», «E. Inda» o el también demandado y condenado en cantidad de ocasiones (por la propia Federación de Asociaciones de Periodistas de España, FAPE, al «faltar a la verdad» y por numerosas injurias y calumnias. Una línea editorial unánime en la perspectiva culturalista, orientalista e incluso islamófoba respecto a temas tan candentes como la inmigración, los refugiados, el Islam o el que hemos abordado de soslayo, el terrorismo y que sigue al dictado, como decíamos, principios propagandísticos ideados por J. Goebbls, tales como el «principio de simplificación y del enemigo único» por el que se adopta una única idea, un único símbolo (el Otro, el diferente; en este caso ¿el Islam?) o el de «la vulgarización»: «Toda propaganda debe ser popular, adaptando su nivel al menos inteligente de los individuos a los que va dirigida. Cuanto más grande sea la masa a convencer, más pequeño ha de ser el esfuerzo mental a realizar. La capacidad receptiva de las masas es limitada y su comprensión escasa; además, tienen gran facilidad para olvidar».
Antonio Basallote Marín. Profesor e investigador. Dr. en Interculturad y Mundo Árabe-Islámico».
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