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Javier Ortiz visto por Kalvellido

Buenos días nos dé Dios?

Fuentes: Rebelión

Hará un año y poko ke leo a Javier Ortiz. Y me enkanta. Ácido, kruel , krítiko y kon mucho humor… Tanto me gusta ke lo koloké en la kolumna de mis amigos ( aunke él, seguro, no me konociera ni de rebote!), ahí más abajo a la derecha ( lo siento, Javier) de ésta […]

Javier OrtizHará un año y poko ke leo a Javier Ortiz. Y me enkanta. Ácido, kruel , krítiko y kon mucho humor… Tanto me gusta ke lo koloké en la kolumna de mis amigos ( aunke él, seguro, no me konociera ni de rebote!), ahí más abajo a la derecha ( lo siento, Javier) de ésta página dónde pone El dedo en la llaga.

 

Día a día su dedo, me hacía reir, rekapacitar, pensar… Y lutxar!

Mira si el tío era iróniko ( y he intentado evitar por todos los medios hablar en pasado en ésta kuatro irrisorias líneas, ke konste! ) ke un día estando aburrido, y kon el humor sarkástiko del ke hace gala en todos sus eskritos, redaktó su propio obituario para pasar el tiempo, Hala así komo kien no kiere la kosa! Si ya te digo, un fenómeno! Y bueno, también lo hizo, «pake» no… » Cualquier gacetillero inútil arruinara mi muerte con una necrológica burocrática y de circunstancias.»

Tal komo el kería lo publiko akí, en mi modesta página, para rendirle un pekeño homenaje ( a mi manera), a la espera de ke sus amigos y editores le hagan el ke se merece. Javier allí, también, ni un paso atrás!

Obituario

Hoy, como resulta que es mi cumpleaños, que estoy de viaje y que me he ido sin el ordenador portátil -no me toca escribir para el periódico hasta el viernes y el aparatito pesa lo suyo- os he dejado de archivo una humorada. Se trata de mi obituario. O mi necrológica, o como queráis llamar a eso. La he escrito porque no quisiera que el día en que me muera cualquier gacetillero inútil arruinara mi muerte con una necrológica burocrática y de circunstancias. De modo que os encargo colectivamente de que, cuando fallezca, hagáis lo posible para que sea éste el obituario que salga publicado.

Dice así:

OBITUARIO

Javier Ortiz, columnista Falleció ayer de parada cardio-respiratoria el escritor y periodista Javier Ortiz. Es algo que él mismo, autor de estas líneas, sabía muy bien que sucedería, y que por eso pudo pronosticar, porque no hay nada más inevitable que morir de parada cardio-respiratoria. Si sigues respirando y el corazón te late, no te dan por muerto.

Así que en ésas estamos (bueno, él ya no).

Javier Ortiz fue el sexto hijo de una maestra de Irún, María Estévez Sáez, y de un gestor administrativo madrileño, José María Ortiz Crouselles. Sus abuelos fueron, respectivamente, un señor de Granada con aspecto de policía -lo que tal vez se justifique considerando el hecho de que era policía-, una señora muy agradable y culta con allure y apellido del Rosellón, un honrado y discreto carabinero orensano con habilidades de pendolista y una viuda de Haro casada en segundas nupcias con el recién mencionado, Javier Estévez Cartelle, del que se derivó el nombre de pila de nuestro recién difunto. Si algún interés tienen todos estos antecedentes, cosa que dista de estar clara, es el de demostrar que, en contra de lo que suele pretenderse, el cruce de razas no mejora el producto. (Obsérvese qué gran variedad de procedencias se puso en juego para acabar fabricando a un vasco calvo y bajito.)

La infancia de Javier Ortiz transcurrió en San Sebastián, ciudad que le venía muy a mano, porque nació allí. Se dedicó básicamente a mirar lo que había por sus cercanías, en particular el pecho de las señoras -ahora que ya está muerto podemos descubrir ese inocente secreto suyo-, y a estudiar cosas tan peregrinas como las ciudades costeras del Perú, de las que no logró olvidarse hasta su postrer respiro. Los jesuitas trataron de encauzarlo por el buen camino, pero él descubrió muy pronto que era comunista. Eso malogró del todo su carrera religiosa, ya de por sí poco prometedora, sobre todo desde que notó con desagrado el interés que algunos sacerdotes ponían en sus partes pudendas.

Su primer trabajo como escribidor, aparecido en una página del periódico del colegio, fue, curiosamente, una necrológica, con lo que cabría decir que su carrera como periodista ha resultado capicúa, singular circunstancia de la que muy pocos podrían presumir, aún en el improbable caso de que lo pretendieran.

A los 15 años, hastiado de las injusticias humanas -algunas de las cuales seguían teniendo como referencia obsesiva los pechos femeninos-, decidió hacerse marxista-leninista. Los años siguientes tuvo que emplearlos en averiguar qué era eso que acababa de hacerse, a lo que contribuyeron decisivamente algunos esforzados miembros de la Policía política franquista.

A partir de lo cual, se dedicó con gran entusiasmo a cultivar el noble género del panfleto. Sin parar. A diario. Año tras año. Fue cambiando de punto de residencia, no siempre por voluntad propia -ahí merecen especial mención sus estancias carcelarias y su exilio, primero en Burdeos, luego en París-, pero jamás varió su inquebrantable afán de agitador político, que él pretendía haber adquirido, por absurdo que parezca -y sea, de hecho-, en la lectura de Los documentos póstumos del Club Pickwick, de don Carlos Dickens, y de las Aventuras, inventos y mixtificaciones de Silvestre Padarox, de don Pío Baroja.

Burdeos, París, Barcelona, Madrid, Bilbao, Aigües, Santander… Recorrió incontables sitios y holló innúmeros parajes sin parar de escribir, erre que erre. Zutik!, Servir al Pueblo, Saida, Liberación -y Mar, y Mediterranean Magazine- y El Mundo, y una docena de libros, y varias radios, y algunas televisiones… Por escribir, incluso escribió para otros y otras, ejerciendo de negro en momentos de particular penuria. También lo hizo a veces por amistad.

Movido por la lectura del Selecciones de Reader’s Digest y otras publicaciones estadounidenses tan aficionadas a ese género de operaciones, un día decidió calcular cuántos kilómetros cubrirían sus escritos, en el caso de colocarlos todos en una sola larguísima línea de cuerpo 12. El resultado de la estimación fue concluyente: ocuparían la tira.

En materia de amores (de la que sería injusto decir que careciera de alguna experiencia), también fue capicúa. Decía que las mejores mujeres, las más cariñosas y las más nobles con las que compartió sus días (sin desdeñar dogmáticamente a ninguna otra), le resultaron la primera y la última. Aunque la favorita le apareciera por medio: su hija Ane.

Y todo para acabar con algo tan vulgar como la muerte. Por parada cardio-respiratoria, como queda dicho. En fin, otro puesto de trabajo disponible. Algo es algo.

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Javier Ortiz, eskritor y kolumnista, nació en Donostia-San Sebastián el 24 de enero de 1948 y murió ayer (de parada cardio-respiratoria) en Aigües (Alicante), tras dejar eskrito el presente obituario.

Y más dibujikos en : http://www.flickr.com/photos/arctarus/ www.kalvellido.net Ea, poyastá! SALÚ Y NI UN PASO ATRÁS! J.KALVELLIDO APD.540 29640 FUENGIROLA MÁLAGA- ESPAÑA-