El régimen de Bukele, lejos de ser la promesa de cambio y seguridad que muchos esperaban, se ha convertido en una máquina despiadada que produce violencia, muerte y desesperación. Bukele no es solo el artífice de una dictadura que ha destruido la institucionalidad democrática en El Salvador; es el responsable directo de una ola de crímenes que buscan garantizar su permanencia indefinida en el poder.
Torturas y muerte en centros penitenciarios
El régimen de excepción ha dejado en evidencia la brutalidad con la que se maneja el aparato estatal bajo Bukele. Con más de 25.000 inocentes detenidos arbitrariamente y sometidos a tratos inhumanos, el sistema carcelario se ha convertido en un infierno de torturas y asesinatos silenciosos. Las muertes no son casualidades ni excesos aislados: son el producto de una política sistemática para reprimir cualquier asomo de disidencia y sembrar el miedo. Estas vidas perdidas sin siquiera enfrentar un juicio, son crímenes de los que Bukele es el autor intelectual.
Casi 8.000 desaparecidos: el pacto Bukele-Maras
El pacto de Bukele con las Maras, lejos de erradicar la violencia, resultó en una crisis humanitaria que se refleja en los casi ocho mil desaparecidos registrados en los últimos años. Este pacto oscuro, que pretendía garantizar un clima de «seguridad» a cambio de la impunidad para las maras, desbordó en desapariciones forzadas que evidencian la complicidad estatal en la perpetuación de la violencia. Estos miles de salvadoreños desaparecidos no solo son víctimas de las pandillas, sino también directamente de Bukele.
Las muertes por corrupción y migración forzada
Pero los crímenes de Bukele no se limitan a la represión física directa. La corrupción rampante que atraviesa todos los niveles de su administración, ha costado miles de vidas en hospitales colapsados, donde los recursos se desvían para llenar los bolsillos de los allegados al poder en lugar de garantizar atención médica digna. Las muertes por negligencia en los servicios de salud son una condena silenciosa que no aparece en los discursos oficiales, pero que pesa en la conciencia de un régimen que ha saqueado las arcas públicas para beneficio personal.
Asimismo, las políticas económicas fallidas, que han favorecido a unos pocos mientras empobrecen a las mayorías, han forzado a miles de salvadoreños a huir hacia los Estados Unidos, arriesgando sus vidas en el camino. Las muertes en la ruta migratoria, producto directo de la desesperación generada por las nefastas políticas sociales y económicas de Bukele, también son crímenes que la historia no perdonará. Son el resultado de un gobierno que ha preferido invertir en propaganda y militarización en lugar de construir un país con oportunidades para todos.
Reflexión final: el miedo al juicio
Bukele y sus cómplices saben bien que si pierden el poder serán juzgados, tanto en El Salvador como en tribunales internacionales, por estos crímenes atroces. Por eso, su única opción es aferrarse al poder a toda costa, perpetuando un ciclo de represión y violencia que solo profundizará la crisis del país.
La dictadura de Bukele no es una fase pasajera; es un proyecto para mantener la impunidad ante los asesinatos, la corrupción y el pacto con el crimen organizado.
Pero esta estrategia solo traerá más muerte, más miseria, y más dolor para el pueblo salvadoreño. Es hora de despertar, de reconocer que no hay promesas de futuro bajo un gobierno que ha hecho del saqueo y la muerte su carta de poder. Si no se actúa ahora, la dictadura se afianzará más, dejando un país en ruinas del que será casi imposible escapar.
El futuro depende de la resistencia organizada, de la movilización ciudadana, y de la capacidad del pueblo salvadoreño para exigir justicia antes de que sea demasiado tarde. Es hora de enfrentarse por todos los medios a la dictadura, antes de que las heridas del país sean irreparables.
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