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Sobre las supuestas cartas amenazantes de ETA

¿Cabe creerse algo?

Fuentes: Apuntes del Natural

Cuanto más tiempo pasa, menos claro está todo. Se habló al principio de «una remesa» de cartas que ETA había enviado a empresarios navarros exigiéndoles el pago del mal llamado impuesto revolucionario. Se precisó incluso que en la «remesa» había cartas de dos tipos: unas, en las que se conminaba a pagar con amenazas; otras, […]

Cuanto más tiempo pasa, menos claro está todo. Se habló al principio de «una remesa» de cartas que ETA había enviado a empresarios navarros exigiéndoles el pago del mal llamado impuesto revolucionario. Se precisó incluso que en la «remesa» había cartas de dos tipos: unas, en las que se conminaba a pagar con amenazas; otras, en las que se solicitaba con buenos modos una contribución económica para sufragar la tregua.

A mí, de entrada, hubo dos cosas que me extrañaron mucho. Una, que hubiera cartas amenazantes. La otra, que todas las cartas hubieran tenido destinatarios navarros y que ningún empresario de las tres provincias de la CAV hubiera recibido ninguna.

La extrañeza por las cartas amenazantes era de cajón. Si ETA ha proclamado que renuncia de manera «permanente» a atentar contra personas y cosas, ¿en qué podría consistir su amenaza? ¿En mirar con mala cara al no pagador? ¿En retirarle el saludo?

También la discriminación vasco-navarra resultaba muy rara. ¿Por qué habrían de pagar sólo los empresarios gobernados por Sanz y no los tutelados por Ibarretxe? ¿Culpará ETA a los empresarios navarros de que su presidente sea tan así?

Al cabo de un par de días ya nadie hablaba de «remesa». Los noticiarios empezaron a decir que las cartas recibidas habían sido «algunas». ¿Algunas? Vale, pero ¿cuántas? ¿Dos? ¿Diez? ¿Veinte?

Un medio de comunicación mencionó la cifra de cuatro, pero al estilo del periodismo de ahora: sin citar fuentes concretas ni responsabilizar a nadie del dato.

Para acabar de hacerlo todo más raro, la Policía declaró que sólo había recibido una denuncia, por lo cual, muy lógicamente, sólo tenía constancia de la existencia de una carta. ¿Y las demás? ¿Debemos pensar que hay empresarios navarros que se arriesgan a contar su drama a las autoridades políticas y a los medios de comunicación, pero que prefieren no decir nada a la Policía? ¡Gente bien singular, a fe, que sólo se confía a los más indiscretos!

Ahora hay otros medios, que citan «fuentes de la investigación», que aseguran que «las cartas» fueron escritas «muy probablemente» antes del anuncio del «alto el fuego permanente» de ETA, aunque fueran franqueadas después. Lo primero que me gustaría saber es por qué hablan de «cartas», en plural, si sólo tienen una. ¿O tienen más? ¿Cuántas? ¿Desde cuándo? Y, en segundo lugar, convendría que aclararan a partir de qué datos establecen que fueron escritas antes del anuncio de tregua. ¿Les han hecho la prueba del carbono 14? ¿Conocen la mecánica de funcionamiento de este género de cartas y saben que desde que son escritas hasta que entran en un buzón pueden pasar semanas?

Alguien me objetará: «Es que ese tipo de información es reservada». A lo que yo respondo: si no pueden avalar las informaciones, que se las callen. Porque tenemos derecho a estar más que hartos de que todos los manipuladores de la información nos suelten lo que les convenga, según sus intereses («remesa», «algunas», «una», «amenazantes», «mendicantes», «posteriores», «anteriores»), sin aportar ninguno de ellos en ningún caso ni la más mínima prueba que demuestre que lo que dicen se atiene a lo sucedido.

Lo digo por este caso y lo digo por todos. Tal como está hoy en día la información, lees que ha habido un combate en el que las fuerzas aliadas han matado a 41 talibanes en Kandahar (Afganistán) y resulta de lo más razonable pensar, a la luz de la experiencia, que lo mismo no eran talibanes, sino gente que iba a una boda, que cabe que fueran 4, 41 o 414, y que incluso es posible que no haya sucedido nada de todo eso y que sea una noticia inventada ex nihilo.

Nunca, en ningún momento de la Historia, tuvo el pueblo llano tantos datos a su disposición. Y nunca estuvo más obligado a desconfiar de ellos.