La industria cultural (2) y el campo del periodismo están directamente determinados por el de la economía, por el régimen de circulación de la información, de las personas y de las cosas. Forman parte de la realidad fagocitadora del mercado. Para dejarlo claro de entrada; hablar de industria cultural, de periodismo o de producción de […]
La industria cultural (2) y el campo del periodismo están directamente determinados por el de la economía, por el régimen de circulación de la información, de las personas y de las cosas. Forman parte de la realidad fagocitadora del mercado. Para dejarlo claro de entrada; hablar de industria cultural, de periodismo o de producción de información es hablar de alguna de las estructuras vertebradoras del capitalismo hoy. Y a pesar de ser una aclaración introductoria de perogrullo, es necesario rescatar el análisis de la cosa del plano exclusivamente politológico, el que se sitúa en el sentido estrecho de las tertulias y la cháchara mediática, para insertarlo de lleno en el de la economía política y las relaciones de poder. En tanto que estructura, lo comunicativo se impone hoy sobre el resto de campos y lo hace con toda la transparencia e invisibilidad con que las estructuras sociales articulan el conjunto de elementos de la vida social sobre los que trabajan y de los que obtienen su propia forma. Acercarse desde esta perspectiva a los medios de comunicación impone su condición de elemento sistémico, uno entre un conjunto de relaciones y fuerzas en movimiento que se disputan espacios, posiciones o cambios en las relaciones de dominación que se dan entre ellas: las empresas de comunicación, los bancos, las productoras, el mundo editorial, la universidad, el periodismo, las agencias demoscópicas, los partidos políticos, el Estado y ese constructo del que se abusa tanto y en nombre del que suele actuarse: la opinión pública (3). Hoy el campo periodístico (4) se impone con su lógica de mercado de audiencias sobre el resto de campos de la producción cultural. Y si decimos que se impone, que es hegemónico, que manda, queremos decir que traslada al conjunto de la producción cultural sus criterios de selección de lo relevante, sus objetivos confesables (entretenimiento banal) y los inconfesables: la conquista de las audiencias desde las que se levanta el negocio de los ingresos por publicidad y las alianzas políticas para el ejercicio del poder. De ahí que al analizar lo mediático, el mercado de la información o el campo periodístico, trabajamos sobre una de las estructuras sistémicas de primer orden en el mando, el dominio o el poder: el plano de la hegemonía cultural en el capitalismo post-industrial de las democracias viejas de occidente.
La penetración de la imagen televisiva en nuestra vida se amplía en un contexto de explosión espectacular de todo lo relacionado con la realidad y el mito del desarrollo científico-técnico. Y lo hace en otro contexto añadido como es el de la abducción por parte del capitalismo de la dimensión comunicativa de la vida y la producción informativa. Esta es la base sobre la que se hace fuerte e imprescidible la reflexión de Bourdieu acerca de que, como Dios, todo está en la televisión de la misma manera que la televisión está en todo . Así, fuera de ella no hay nada . Nos guste más o nos guste menos, la televisión es hoy el marco perceptivo a partir del cual estructuramos nuestro juicio, desarrollamos y desplegamos las categorías analíticas con las que nos enfrentamos al mundo, e interiorizamos lo real. La pantalla define los límites sobre lo que puede ser pensado a partir de lo que puede ser visto y oído de forma que lo que no se ve, no existió ni existirá hasta que sea instituido como realidad por la pantalla.(5)
La televisión impone una mirada plana y «tecnológicamente descendente» (Alba Rico) del hombre de a pie hacia el mundo empequeñecido de la pantalla, como una ventana que se abre desde lo doméstico (el ámbito en el que la televisión despliega toda su potencia es el del hogar) hacia el exterior. La casa burguesa (Ibañez) establece el límite entre el interior (la seguridad, los recuerdos, la memoria y la historia individual) y el exterior (la indeterminación, lo por venir, lo imprevisto, la comunidad y el conflicto). Es el espacio en que el hombre toma posesión sobre su mundo, es la re- sid encia desde la que uno se abandona a la de- sid ia (6). La naturaleza política del sujeto lo empuja hacia el exterior, al ámbito de lo público y lo social. Para existir en comunidad es imprescindible la di- sid encia (renunciar a lo estable y lo establecido, apostar por lo desconocido y lo nuevo), el ser-ahí a continuación del ser-aquí, abrir la puerta por la que salir y las ventanas desde la que ver (7). La televisión es una ventana abierta hacia una dimensión muy específica del exterior (que acabará abduciendo lo exterior en su totalidad) que redimensiona la realidad a una escala inofensiva y que reapropia en el ámbito de lo doméstico un mundo externo, ajeno y privatizado (Alba Rico). La guerra, el desempleo, el hambre, la muerte, el arte, el dolor se informatizan (se hacen información procesada) y se incorporan a un imaginario y una sensibilidad de andar por casa, a una estructura cultural y de dominio invisible, tan real o más que cualquiera de las cosas que son en la televisión. La desarticulación contemporánea de instituciones tradicionales de orden primario como fueron la familia, la escuela, el ejército o la fábrica en un mundo rearticulado sobre un nuevo orden productivo y coercitivo aún por interiorizar es un hecho. La intervención y asimilación del individuo por el poder se materializa en alguna de sus dimensiones a través de esa ventana entre ambos planos, en un contexto mediado casi en su totalidad por la tecnología y la producción informativa; digamos, pues que buena parte de la dimensión social de nuestra vida se da sobre un determinado modelo de comunicación hegemonizado por el modelo televisivo que redefine la relación del hombre con el mundo. (8) La existencia de fuerzas impersonales en las relaciones sociales dificulta el análisis de la realidad social y trastoca por completo el concepto de moral burguesa, judeocristina y decimonónica con el que nos orientamos desde hace siglos. Paradogicamente, en un mundo en el que el hombre desaparece del centro de la relación social (desplazado por la acción comunicativa sin mensaje, por la imposición de una racionalidad tecnológica que hace del medio de comunicación y del desarrollo científico técnico una ideología y un fetiche), la televisión es el único ámbito en el que aun pervive, en forma de simulacro, un espacio para la interacción humana, social, en el que aún son operativas nuestras categorías tradicionales (modernas, burguesas), y en el que tenemos referencias reales y personales en relación a lo que ocurre (8). Es el único espacio en el que creemos reconocer el calor de la relación social , de la conflictividad primaria, de la seguridad en el reconocimiento individual de los protagonistas, o la ficción del «razonamiento» acerca de lo que pasa. Fuera de la televisión todo es movimiento, todo se diluye y virtualiza, se escurre en un mundo sin referencias para un hombre que aún es moderno (en el sentido de una racionalidad y una moral burguesas) en un mundo de relaciones políticas en el que han saltado por los aires hace ya unos cuantos años los elementos de definición con los que crecimos y construimos nuestras referencias teóricas básicas para la explicación y la comprensión: la libertad individual, el trabajo como condición para la ciudadanía (y plataforma para la revolución), los derechos humanos, las garantías sociales para unas mínimas condiciones de existencia colectiva y digna en el marco de la dominación del benévolo estado social europeo.El sujeto se define a sí mismo y es autoconsciente en relación a otro sujeto. La veracidad de la realidad objetiva se construye en procesos colectivos, intersubjetivos, a partir de una visión completa, plena, total y consciente. El campo periodístico y la cultura televisiva, la gran fábrica de la realidad mediática, se presentan en el capitalismo tardío como herramientas para la dispersión intelectual, como la base de un modelo cultural que nos hurta la posibilidad de una construcción colectiva de conocimiento y estrategias liberadoras (los saberes sociales). Nos somete a la molicie del sentido común tal como lo definiera hace dos siglos Hegel: la mera percepción sensible de un conjunto de objetos aislados, aproximación caótica (Marx) a la realidad objetiva incapacitada para entender, cuestionar y alterar las reglas y relaciones del poder. Como estrategia comunicativa sintetizan años de experimentación y práctica política burguesa. Son, sin duda, el modelo más depurado de comunicación desplegada en clave de dominio y representan todo cuanto desde nuestra posición de clase debemos rechazar. Es un modelo contra el que construimos otro que no renuncia a los procesos de construcción colectiva, a la disidencia permanente como estrategia de exploración de la realidad, a la comprensión de la dimensión global del mundo y sus dinámicas.
Notas:
2 Horkheimer, M, Adorno, Th. (2003): Dialéctica de la Ilustración . Editorial Trotta. Madrid.
6 La metáfora de la ventana y la necesidad redefinir a través de ella el mundo exterior es tan efectiva que el otro gran electrodoméstico de nuestra era, el ordenador personal, ha impuesto no sólo una determinada forma de acceso a la informática a través de un sistema operativo (Windows) sino toda una forma de relacionarse con el exterior a través de un interfaz gráfico que reinventa la realidad encuadrándola en la pantalla del ordenador. El recurso ideográfico es tan efectivo, que ningún otro sistema operativo se plantea la posibilidad de desbancar a Microsoft en el mercado del consumo de masas de los sistemas operativos prescindiendo de un interfaz gráfico orientado a enmarcar el mundo en ventanitas. En este sentido es interesante leer a Neal Stephenson: En el principio fue la línea de comandos.
Gustavo Roig Domínguez es miembro de la Asamblea de Nodo50