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Caridad y envidia televisadas

Fuentes: Rebelión

Al actuar, la gente sólo piensa en su interés privado más mezquino, pero al mismo tiempo su comportamiento está, más que nunca, condicionado por los instintos de masa. Walter Benjamin, Dirección única.   El programa Entre todos, de TVE, ilustra cómo la televisión no solamente da por sentado que estamos viviendo en una época de […]

Al actuar, la gente sólo piensa en su interés privado más mezquino, pero al mismo tiempo su comportamiento está, más que nunca, condicionado por los instintos de masa. Walter Benjamin, Dirección única.

 

El programa Entre todos, de TVE, ilustra cómo la televisión no solamente da por sentado que estamos viviendo en una época de pobreza, sino que la legitima. Aparecen personas corrientes desesperadas, en situaciones económicas y sociales límite. Piden caridad y no son las instituciones públicas quienes les ayudarán; obvio decir que tampoco las privadas. Serán los demás ciudadanos, los propios espectadores quienes acudan a salvar a tales indigentes mediáticos. Las críticas han llegado a definir el programa como «telebasura caritativa«. Pero no es, ni mucho menos, una excepción en la parrila televisiva.

Lo que se da por hecho es que, en lugar de luchar por unas circunstancias que eviten a ciudadanos pedir limosnas y perder ese terreno tan fecundo para la autoestima que es la dignidad, sólo caben iniciativas personales. Ocasionales. Intereses privados mediados por el espectáculo televisivo, enmascarados como solidaridad. Y nunca en ese programa se cuestionan las políticas deshumanizadas que, al servicio del poder financiero, contribuyen a crear la pobreza. Tampoco en otros que mencionaremos e igualmente sirven a solidificar un estado de cosas indigno.

Un país para la caridad

Consideremos la situación de la caridad en España. El VIII Informe del Observatorio de la Realidad Social (2013) de Cáritas arroja datos estremecedores. 3 millones de personas viven en España en pobreza severa, con menos de 307 € al mes. 3,5 millones de personas llevan más de un año en paro, y 2 millones más de dos años. Y al mismo tiempo se debilitan las políticas sociales; los recursos de la solidaridad familiar se agotan al tiempo que se producen, entre 2008 y 2012, más de 360.000 desahucios.

Aumentan los impuestos al consumo (IVA), los gastos corrientes en electricidad, agua, sanidad, educación. Sin casa, sin trabajo, sin respeto por uno mismo. Más de 1.300.000 personas acudieron a Cáritas durante 2012. ¡Dependientes de la caridad, desprovistos del respeto hacia sí mismos de quien se procura el propio sustento! No es de extrañar que el Ministro de Interior, Jorge Fernández Díaz, señale a Santa Teresa para que interceda por nosotros. Por nosotros, no por ellos que no precisan de intervención divina salvo para confesar su avaricia y codicia y esperar perdón eterno. La desvergüenza no conoce límites, ¡trasciende lo material en este caso! Capitalismo espiritual, cristiano: ¡Encomendaos a la Caritas!

Sueños neoliberales

Y sin embargo continuamos viviendo en la mentira embellecida, en la ilusión que cura aparentemente, como la religión, las heridas reales. Soñamos con el respeto y el valor que el sistema vuelve escasos. Sobre todo estas quimeras se representan en el que sigue siendo, a pesar de Internet, el primer medio informativo: la televisión. Más de 4 horas al día delante del televisor. ¿Y cuál es la programación? ¿Piezas didáctas para entretener y formar, a lo Brecht? ¿A sentar las bases para alcanzar respeto auténtico?

Nos llevan mentalmente a otra parte. Pero no para regresar a nuestro mundo fortalecidos por iluminaciones cognitivas. Nos encandilan con los lujos de la clase pudiente, con las estrellas de fútbol y de cine. Ahora incluso se multiplican los programas sobre comida gourmet, siendo los cocineros estrella esos nuevos líderes de opinión y modelos a seguir. Es un mundo de ensueño donde en algunos programas nos muestran casas y estilos de vida de lujo en lo que es la propaganda que seduce con la promesse de bonheur del capitalismo. ¡La casa de tus sueños! ¡Pero no para todo el mundo y por ello mismo más deseable aún!

Vivimos en otros una existencia vicaria, soñando esos modelos de vida que nunca podremos realizar y que generarán frustración y sufrimiento continuo. Desgraciados por no alcanzar la gracia consumista prometida. ¡Mirad las recompensas del capitalismo! ¡Pero nunca serán para vosotros en realidad! La mentira del neoliberalismo es también, como la religión en Nietzsche, un sistema de crueldades. Las legitima y consigue que las deseemos.

Pensemos por ejemplo en esos concursos eliminatorios como La Voz o Tú sí que vales. El formato es siempre el mismo. Para dejar de ser un don nadie, para SER, obtén el reconocimiento público a través de la adaptación a unas reglas del juego excluyentes por principio. Luchando unos contra otros y siendo evaluados, desechados permanentemente. Unos pocos triunfarán y los demás continuarán instalados en la miseria.

La envidia

La televisión reproduce e introyecta envidia en la sociedad. ¿Cómo vamos a querer derrocarlos si es el estilo de vida que alimenta nuestras voluntades? ¿Envidiamos el vicio? ¿Envidiamos a políticos y banqueros corruptos? ¿A grandes estrellas del periodismo amarillista? La televisión nos alecciona para tornar el vicio en virtud. ¿Quién no quisiera convertirse en ese personaje crápula interpretado por Leonardo di Caprio en El lobo de Wall Street?

En realidad se implanta en nuestro inconsciente colectivo la desigualdad como hecho cotidiano e inconmovible. Como se resuelve la trama en Le Capital (Costa-Gavras, 2012): el preboste de especuladores ante el consejo de administración de un gran banco; «Seguiremos robando a los pobres para dárselo a los ricos», como un Robin Hood capitalista. La envidia precisa de grandes distinciones para que los de abajo quieran convertirse en los de arriba. Miedo a ser un paria. Miedo a perder lo que se ha alcanzado y devenir como todo el mundo.

En el informe de Intermon-Oxfam Gobernar para las élites, conocemos que el 1% de la población mundial detenta la mitad de la riqueza, mientras el 99% de la población se hace con la otra mitad. La mitad más pobre de la población tiene la misma riqueza que las 85 personas más ricas.

¿Y en España? Las 20 personas más ricas poseen lo mismo que el 20% de las personas más pobres. El índice Gini -que mide la desigualdad entre ricos y pobres, siendo 100 la igualdad absoluta- descubre también cifras que corroboran la desigualdad y su crecimiento al amparo de la crisis. Según datos de Eurostat, la desigualdad creció en España del 31.9 en 2007 al 35.0 en 2012, siendo el país de la UE con mayor desigualdad.

Antes de la crisis, el 20% de los más ricos ganaba en España 5,3 veces más que el 20% más pobre. En 2011, 7,5 veces más. Se calcula que en 2025 el 20% más rico ganará 18 veces más, de seguir con las políticas austericidas. Y sin desarrollo igualitario no hay libertad posible y tampoco democracia, decía Amartya Sen.

¿Por qué entonces seguir difundiendo esta serie de programas que apuntalan la ideología la desigualdad, es decir, la servidumbre a la antidemocracia? Crean el deseo de formar parte de ese 1%. O al menos de esa parte solidaria de la población que, desde su superioridad económica, dan limosnas a las clases empobrecidas. Intereses privados mezquinos que responden a instintos gregarios, advertía Benjamin…

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.