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Cerraron una fábrica pero la televisión dice que hay caos en el tránsito

Fuentes: Rebelión

Alguien dijo que existen tres tipos de noticias: las verdaderas, que son las que figuran como «Obituario», «Necrológicas» o «Avisos fúnebres»; las probables, que se hallan en el espacio del Servicio Meteorológico y… las otras. La televisión, como ese «Gran Hermano» que magníficamente describiera Gerge Orwell en su novela «1984», nos vigila celosa y atentamente. […]

Alguien dijo que existen tres tipos de noticias: las verdaderas, que son las que figuran como «Obituario», «Necrológicas» o «Avisos fúnebres»; las probables, que se hallan en el espacio del Servicio Meteorológico y… las otras.

La televisión, como ese «Gran Hermano» que magníficamente describiera Gerge Orwell en su novela «1984», nos vigila celosa y atentamente. No miramos la tele, la tele nos mira. Nos observa con sus ojos de «rating minuto a minuto» y después de examinar concienzuda y estadísticamente nuestras preferencias, deja que la miremos como ella quiere que la miren.

Las transmisiones «en vivo», tanto en los canales de aire como en los de cable, nos ametrallan con datos: en el centro de la pantalla -por citar un ejemplo- un accidente, en los ángulos superiores la hora, temperatura y sensación térmica y en la parte inferior (zócalo en la jerga televisiva), se puede leer el titular de la noticia, la cotización del dólar o el resultado parcial de un evento deportivo: «Federer le saca ventaja a Nadal en el segundo set…» Es muy común también, que la imagen se divida en dos: en una de ellas se puede ver, en ocasiones de manera reiterada, el acontecimiento central y, en la otra -continuando con el ejemplo del accidente-, una entrevista a un testigo del hecho.

La inmediatez en la información televisiva se retroalimenta con la ayuda de los «televidentes-corresponsales» que envían el video del tornado o la inundación que arrasó su ciudad, del accidente del cual fueron espectadores privilegiados o de la llegada del ganador del «Dakar».

La «caja boba» nos brinda la noticia asimilada, digerida y fragmentada, de manera tal que la capacidad de análisis por parte del rehén-televidente se ve reducida a su mínima expresión. Además, por si quedara algún bache en la corteza cerebral del desprevenido receptor, siempre contamos con un  «especialista» que despejará dudas y abundará en datos, anécdotas y precedentes en torno al tema en cuestión.

Si nos tomáramos la tarea de escribir palabra por palabra las exposiciones de los conductores de los noticieros, las preguntas de los «movileros» y las respuestas de los entrevistados, al leerlos nos encontraríamos, la mayoría de las veces, con diálogos pobres e inconsistentes, con minúsculos fragmentos de una realidad determinada: realidad-noticia que es producida con el único fin de que sea una instrumento más de entretenimiento.

El lenguaje televisivo de los informativos, pobre en palabras y rico en imágenes, siempre apelará a la emotividad del televidente, jamás a su racionalidad, construyendo de esa forma un mecanismo perverso que tergiversa deliberadamente la percepción del receptor.

El formato actual de los noticieros no tiene la misión de informar sino de entretener. Las imágenes, editadas y convenientemente musicalizadas, etiquetadas con títulos sugestivos en los «zócalos», más que anunciar la noticia nos dejan un mensaje que sintetizará lo que el medio quiere que «veamos» y no lo que nuestro juicio crítico pueda concluir. De esa forma, es habitual que una movilización de obreros manifestándose en contra del cierre de una fábrica, lleve por título «Caos en el tránsito». Así, el eje de la noticia que es el cierre de una fuente de trabajo, se perderá de vista y quedará reducido a destacar las ocasionales molestias que una acción legítima provocará a peatones y automovilistas.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.