El modo cómo políticos alemanes y otros personajes públicos han reaccionado esta semana ante lo sucedido en Berlín manifiesta un cambio evidente a juicio del periodista alemán Christian Stöcker: la histeria parece ser aceptada por la sociedad. Otrora el ciclo de noticias en el relato de hechos sorprendentes y extremos discurría así: Sucedía el hecho, […]
El modo cómo políticos alemanes y otros personajes públicos han reaccionado esta semana ante lo sucedido en Berlín manifiesta un cambio evidente a juicio del periodista alemán Christian Stöcker: la histeria parece ser aceptada por la sociedad.
Otrora el ciclo de noticias en el relato de hechos sorprendentes y extremos discurría así: Sucedía el hecho, informaban los medios sobre él, por lo general primero la radio y la televisión y más tarde los medios impresos.
Luego manifestaban y explicaban las autoridades o instituciones pertinentes lo que realmente había ocurrido y por qué. Se recogían y publicaban las reacciones ante lo dicho, se formulaban peticiones y elevaban exigencias intentando sacar tajada política del hecho.
A veces algunas de las propuestas se ponían en práctica fueran muy razonables o no. Por ejemplo la prohibición en 2006 de líquidos en los bolsos de los viajeros de los aviones.
Pero de ese «otrora» no ha pasado tanto tiempo, lo dicho ocurría hace tan sólo diez o quince años; por ejemplo en los atentados terroristas del 11 de septiembre del 2001 el ciclo transcurrió más o menos como lo arriba relatado, eso sí, ahora acompañado de emisiones permanentes en los grandes canales de noticias, e informaciones ininterrumpidas en los medios jóvenes de online.
En los atentados terroristas del 2005 en Londres la cosa cambió algo: las primeras imágenes del túnel del metro, mediante supervivientes del atentado, nos llegaron per flick, una plataforma socio-medial, que diríamos hoy. Pero, por lo demás, el ciclo siguió transcurrió siguiendo los parámetros relatados.
Cuando en la mañana del lunes en Berlín un tráiler se precipita en el mercado navideño arrollando y matando a varias personas e hiriendo a otras, el relato fue otro. El ciclo: hecho, averiguación, encasillamiento, reacción, exigencia no funcionó. Ahora se exige, se reacciona -desconectado políticamente- antes de que sea claro qué es lo que realmente ocurrió. Algo que impide una reflexión de cierto nivel, pero que cada vez nos sorprende menos.
Muy en primera línea se cuelan los provocadores oficiales, se twittea: son los «Merkels Tote!», los ¡muertos de Merkel!, uno se convierte en supuesta víctima vertiendo y expandiendo comentarios que intranquilizan, con razón, a personas con cierta dignidad. No importa tanto el que sea o no verdad, lo importante es salir rápido y vociferar, enmierdar a alguien.
Lo pérfido de esta estrategia provocadora es que cuando las primicias vociferadas y transmitidas se demuestran falsas y mendaces, tergiversadoras, apenas tienen consecuencias penales y sociales. Si se demuestran correctas, a los ojos de sus fans parecen justificar otras manifestaciones vertidas anteriormente con total descaro y falsedad. Diríamos que la verdad en un caso justifica el enmierdamiento en otros.
Esa tradición de esperar hasta que se aclare qué es lo que realmente ocurrió, para luego opinar y exigir, ha sido rebasada en este época de la inmediata publicidad merced a los medios sociales. Por lo visto se trata de resaltar lo más rápidamente los puntos emocionales, desgajados de los hechos. Y gana quien primero vocea.
11 de marzo de 2004: Una serie de atentados enlutó Madrid. La justicia española años después concluyó que aquella operación, atribuida sucesivamente a la ETA y después a Al Qaeda, fue de inspiración islamista. Cierta prensa española con el Gobierno de José María Aznar dirigen al principio sus sospechas contra ETA, luego determinada prensa manipuladora e interesada con Aznar y sus ministros a la cabeza, de manera terca y taimada y teniendo ya datos en su poder, mienten a los españoles: dicen que ha sido ETA sabiendo que es mentira, porque esa mentira les puede resultar beneficiosa políticamente. Este engaño no tuvo consecuencia judicial alguna para el gobierno y sus manipuladores.
La histeria como diagnóstico no es moda en el mundo científico, pero parece reverdecer en el mundo de la comunicación política y periodística de nuestros días. Hay que recordar que la estrategia terrorista del Estado Islámico tiene dos objetivos declarados: provocar histeria y meter una cuña e impulsar la desavenencia entre los musulmanes de Europa y el resto de la población. Es lo que se dice en su misma propaganda. Por tanto se debiera pensar si con nuestras informaciones y comentarios pretendemos convertirnos en propagandistas de los terroristas contribuyendo a sus objetivos.
Agur a aquel tiempo del viejo ciclo informativo en el que se esperaba la aclaración del hecho antes de reaccionar, pero los políticos y periodistas profesionales debieran pensar urgentemente que hasta ahora la histeria en ningún lado, ciencia o razonamiento es signo ni característica destacada de calidad. Tampoco de respeto y humanismo.
Si realmente gana quien primero escribe terminamos perdiendo todos.
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