Yo tenía poco más de tres meses en República Dominicana, allá por 1981, y estaba supuesto a colaborar con mis opiniones en un periódico matutino. De hecho, hacía dos semanas que había entregado un primer artículo sin que se publicara, así que, cuando esa mañana recibí la llamada de la secretaria del director para que […]
Yo tenía poco más de tres meses en República Dominicana, allá por 1981, y estaba supuesto a colaborar con mis opiniones en un periódico matutino. De hecho, hacía dos semanas que había entregado un primer artículo sin que se publicara, así que, cuando esa mañana recibí la llamada de la secretaria del director para que pasara por su despacho, supuse que había algún problema. Al día siguiente, vigilado disimuladamente por la secretaria, entretenía la espera leyendo un periódico, claro está de la empresa ya que hubiera sido de mal gusto pedir el de la competencia, hasta que, finalmente, la secretaria recibió la orden de autorizarme el paso.
Sin reparar en ello, yo todavía andaba con el periódico en las manos pero, no atreviéndome a dejarlo sobre la mesa del director en el temor de que acabara perdiéndose bajo la montaña de papeles o precipitara su derrumbe, lo puse sobre mis rodillas, lejos del alcance de su vista.
Con la parsimonia de quien sabe, a pesar del aparente desorden, en qué lugar de la mesa se encuentra cada cosa, hundió su mano en el papelerío y dejó al descubierto unas cuartillas que, inmediatamente, reconocí como mi artículo. -Su trabajo es muy bueno, muy simpático, pero hay algo que quería hablar con usted. Yo sé que tiene poco tiempo en el país y no está familiarizado con ciertas costumbres nuestras así que, es bueno que sepa que hay ciertas palabras que aquí no usamos, menos aún en prensa…
La palabra era nalga. La verdad es que, en un primer momento, yo había escrito culo pero, mi suegra, consciente de las recomendaciones que ahora me hiciera el director del periódico, me sugirió mejor usar nalga aunque, obviamente, comenzaba a entender que si hubiera escrito pompis o cualquier otro estúpido eufemismo para referirme a culo, tampoco habría logrado superar el examen de ingreso.
Supongo que abrumado por tanta indecente nalga, buscaba en el suelo un agujero en que esconderme, cuando las ví. Me refiero a las nalgas. Bajo un pantis negro, muy ceñido, incapaz de ocultar y contener con tan exiguo argumento de tela, nalgas tan generosas, éstas desparramaban sus volúmenes en la casi media página del periódico que yo tenía sobre mis rodillas. Las nalgas se sostenían en dos esculturales piernas, por supuesto desnudas, bajo las cuales y en un plano inferior, James Bond apuntaba a los lectores con su pistola. Se trataba del anuncio de la última película del famoso agente y yo ni quería ni podía dejar pasar semejante oportunidad.
-Pues tal vez en este periódico la palabra nalga esté proscrita por indecente… pero las nalgas no.
El comentario lo respaldé enarbolando la prueba que la providencia pusiera en mis manos y que ni el jurado menos amistoso para mis intereses se hubiera dado el lujo de menospreciar, pero aquel director que, probablemente, tenía más años de oficio que de edad, luego de sostenerme durante interminables segundos la mirada, me respondió:
-Sí, es verdad, pero hay una clara diferencia…Ellos pagan, usted no. ([email protected])