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Cómo informan en USA sobre el golpe en Haití

Fuentes: CounterPunch

Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens

Cuando las elites acaudaladas de Haití derrocaron al presidente Jean-Bertrand Aristide en un golpe en febrero de 2004, contaron con la ayuda del gobierno de Bush, así como con la de los gobiernos de Francia y Canadá. Pero también tuvieron la ayuda de la prensa de USA, que contribuyó a presentar una narrativa cuidadosamente planificada para justificar el derrocamiento.

Siempre me ha interesado cómo una prensa supuestamente independiente se las arregla para informar tan a menudo sobre los asuntos exteriores desde el punto de vista del Departamento de Estado. ¿Cuáles son los mecanismos gracias a los cuales la narrativa del gobierno termina por enmarcar las historias sobre las intervenciones militares de USA y los golpes respaldados por la CIA en las Américas? ¿Quiénes son los corresponsales extranjeros y cómo aprenden la manera «correcta» de informar sobre una cierta crisis? El periodista Michael Deibert informó como corresponsal especial en Haití durante la crisis, como autor o colaborador en 16 artículos, que fueron primero publicados por el South Florida Sun-Sentinel y luego en Newsday. Decidí considerar los artículos de sólo un corresponsal extranjero porque en su conjunto presentan un ejemplo perfecto de las técnicas de encuadramiento utilizadas por la prensa para crear aquiescencia hacia el golpe, o por lo menos para confundir al público.

La narrativa

Todo derrocamiento de un gobierno comienza con una narrativa. Su propósito es justificar la destitución militar de un presidente diciendo al mundo que es malo e impopular entre la mayoría del pueblo. Otra forma de presentarla es decir que el dirigente es la causa de un problema – una crisis – y que la única solución es un cambio de gobierno. Formulada por Stanley Lucas, empleado haitiano-Usamericano del Instituto Republicano Internacional, y por Otto Reich, en aquel entonces enviado especial para el Hemisferio Occidental de la Agencia Nacional de Seguridad, la narrativa fue repetida por portavoces de la oposición política oficial financiada desde el extranjero, así como por ONG financiadas por USA, Francia y Canadá. Todo lo que se necesitaba era que la prensa aceptara la narrativa como su propio marco. Lo que sigue es una versión de la narrativa (4 de marzo, Newsday):

«La mayoría pobre de Haití vio inicialmente a Aristide como una especie de salvador, eligiéndolo primero presidente en 1990. En los últimos años, su popularidad cayó en medio de afirmaciones de que toleraba la corrupción y utilizaba bandas armadas para suprimir el disenso.»

Otra variación del tema del apoyo perdido fue presentada al informar sobre el exilio forzado de Aristide (1 de marzo, Newsday):

«El primer presidente democráticamente elegido de Haití, que en los últimos años había sido acusado de corrupción, abusos de los derechos humanos e ineptitud, parece haber volado fuera de la capital sin ser detectado a las 6.45 a.m. en un avión jet suministrado por USA después de perder el apoyo no sólo de numerosos haitianos, sino de sus principales apoyos internacionales.»

Y finalmente:

«Aristide, que fue elegido por segunda vez como presidente de Haití en diciembre de 2000, voló al exilio el 29 de febrero después de meses de grandes protestas callejeras contra la acusación de los críticos de que su régimen era cada vez más violento y corrupto.» (8 de marzo, Newsday).

La repetida afirmación del autor de que Aristide había perdido popularidad y apoyo es manifiestamente falsa. Ganó la elección de 2000 con un 90% de los votos depositados, y un sondeo Gallup comisionado en 2002 por USAID mostró que más de un 60% de la población seguía apoyando al presidente. Incluso sobre la base de la acción en las calles, testigos de las manifestaciones dicen que por cada protesta contra Aristide hubo una manifestación mucho mayor a su favor.

Legitimidad cuestionable

Parte del proceso de debilitamiento de Aristide fue el cuestionamiento de su puesto de presidente. Implícita en las narrativas anteriormente mencionadas está la idea de que Aristide sólo quería el poder; nunca mencionan la idea de que se sentía obligado a defender la incipiente democracia constitucional del país. Al contrario, los autores de los artículos utilizan la palabra «constitucional» para describir el modo mediante el cual fue reemplazado Aristide.

McClellan dijo que Washington sigue «comprometido con el trabajo con nuestros socios internacionales hacia una solución pacífica, constitucional y democrática.» Es una referencia aparente a los informes en las noticias de que el gobierno quiere que Aristide renuncie a favor de su sucesor constitucionalmente designado, el presidente del tribunal supremo Boniface Alexandre (Ken Fireman, Newsday, 28 de febrero).

Después de la cita McClellan, los autores siguen utilizando la palabra constitucional en cada referencia subsiguiente a Alexandre. De esta manera, se presenta a Aristide como ilegítimo, y su negativa a ceder a la exigencia inconstitucional de que renuncie es mostrada como la obstinación de un dictador. Los autores refuerzan esta idea de un régimen ilegítimo refiriéndose dos veces al gobierno de Aristide como «régimen» (1 de enero, 1 de marzo) y llamándolo repetidamente «dictatorial.» Utilizan la expresión «corrupto y dictatorial» cuatro veces y «despótico» una vez. Incluso gente que luchó contra el golpe es deslegitimada llamándola «partidarios fanáticos de Aristide» (28 de febrero), como si su resistencia fuera irracional. Según Deibert, sus partidarios esperaban, después del golpe, que «volvería al poder,» no para «completar su período como presidente,» como lo requería la constitución de Haití de 1987.

Bandas armadas

La calumnia que la prensa utilizó más a menudo contra Aristide fue que utilizó «bandas callejeras armadas» para atacar a oponentes y mantenerse en el poder, implicando que había creado las bandas y les había dado órdenes. Los autores utilizan 14 veces variaciones de la expresión «bandas favorables a Aristide, y dos veces «matones favorables a Aristide.» Un modo utilizado por Deibert para describirlos es: «Tras el Palacio Nacional, miembros de las bandas favorables a Aristide conocidos como chimeres holgazaneaban con rifles de asalto y botellas de cerveza.»

Los partidarios de Aristide no se llaman a sí mismos «chimeres,» el término es utilizado por haitianos de piel más clara y acaudalados para deshumanizar a los haitianos pobres, oscuros e insubordinados. Si se contrasta esta descripción con la utilizada para describir al Grupo de 184, organizado con ayuda del Instituto Internacional Republicano para expulsar a Aristide del poder: «una coalición del sector privado, organizaciones cívicas, campesinas y laborales y de estudiantes universitarios.» Y la descripción de la Plataforma Democrática: «una coalición que representa a una base amplia de organizaciones políticas, cívicas, educacionales y campesinas.»

Las numerosas referencias a bandas armadas dejan la impresión de que son los únicos partidarios de Aristide, especialmente cuando se utiliza un lenguaje similar para describir a los manifestantes favorables al gobierno. Por ejemplo, tanto las bandas como los manifestantes son descritos como jóvenes varones: «El lunes, varios miles de partidarios de Aristide, sobre todo jóvenes varones, realizaron una ruidosa protesta en apoyo del presidente en toda la capital.» (31 de diciembre de 2003, Sun-Sentinel). Los artículos no tratan de corregir esta confusión de partidarios y gángsteres. A propósito: ¿cómo define Deibert a una banda? El golpe podrá haber sido una sorpresa para el mundo externo, pero el pueblo haitiano sabía por su propia amarga experiencia cuál sería la etapa final del juego, y tenía plenos derechos legales y morales de defender a su gobierno y a sí mismo del baño de sangre que sabía que sobrevendría. Una cita del artículo del 1 de enero del Sun-Sentinel lo deja bien claro: «Grupos de jóvenes de los barrios de chabolas formaron una ruidosa barrera frente al Palacio Nacional para impedir lo que dijeron era un inminente golpe de estado.»

Sigue un párrafo que refuerza la afirmación de que Aristide «usó bandas armas» contra sus oponentes, mostrándolas como amenazantes:

«El domingo, se vio a camionetas de reparto que salían de la comisaría Canape Vert de la capital sin sus patentes y llenas de hombres armadas, y otras camionetas sin identificación circulaban por los bordes de la ruta de la marcha llevando a jóvenes partidarios de Aristide. (enero 12, Sun-Sentinel).

Las vívidas descripciones de Deibert de los partidarios de Aristide: «deambulando por la capital de Haití,» «bandas de leales a Aristide armadas de garrotes,» «deteniendo a motoristas en bloques con neumáticos ardientes, robando a algunos, secuestrando coches y disparando a presuntos oponentes» – parecen calculadas para jugar con el miedo blanco, especialmente ante la ausencia de informes sobre los ataques contra Lavalas que ocurrieron durante ese período. En los hechos, cuando los rebeldes tomaron la ciudad de Cap-Haitien, lo describieron no como un golpe contra la democracia de Haití, sino como una «rápida victoria,» (24 de febrero, Newsday). No informaron sobre víctimas, implicando que la segunda ciudad por su tamaño de Haití cayó sin violencia.

Deibert no tuvo nada que ver con la siguiente historia de propaganda negra, pero encaja con el tema de Aristide y sus partidarios como salvajes. El 10 de mayo de 2004, la cantante y activista política Annette Auguste «So Anne» fue violentamente arrestada por marines de USA, y durante el mes siguiente fue públicamente acusada por una mujer de haberla invitado a la casa del presidente Aristide en 2000. Esta última afirmó que había presenciado el sacrificio de un bebé. Según la historia de la mujer, el sacrificio fue hecho para asegurar que Aristide permaneciera en su puesto durante todo el período de cinco años (Aristide ni siquiera era presidente en la época). Esta sorprendente acusación propagó lo que hasta entonces sólo había sido implicado: que los partidarios del gobierno eran salvajes desnudos que bailaban alrededor de una cacerola hirviente, preparándose para comer a los blancos – y que Aristide era su jefe.

Uso de las fuentes

La forma más fácil para que un periodista exprese sus propios prejuicios es a través del uso de fuentes. Utilizando ciertas fuentes y no otras, seleccionando citas que apoyan un prejuicio y presentando primero esas citas, el periodista habla a través de sus fuentes. En los artículos examinados, se cita siempre primero a los oponentes a Aristide, permitiendo que hagan acusaciones escandalosas como la siguiente: «Quema niños en sus hogares; destruye los derechos humanos; ¡debe irse!» Mediante la repetición sin crítica de acusaciones, los autores culpan a Aristide de corrupción no menos de 14 veces, y dos veces de asesinatos políticos. Citan a «críticos» anónimos que acusan a Aristide de narcotráfico en total cuatro veces: «Grupos de derechos humanos lo acusaron de ordenar asesinatos de oponentes políticos y de participar en el narcotráfico, acusaciones que Aristide desmintió.» (1 de marzo, Newsday). La fuente preferida de Deibert es el millonario propietario de fábricas de explotación extrema, Andy Apaid, seguido por otro propietario de semejantes empresas, Charles Baker, que nunca es identificado como tal en la prensa. Deibert cita sin crítica alguna al líder paramilitar entrenado por USA, Guy Philippe, que afirma que «partidarios de Aristide estaban realizando presuntas matanzas en ciudades que controlan.» (Nótese el uso de la transferencia por Philippe: partidarios de Aristide y la policía haitiana «controlan» ciudades, como si ellos fueron los invasores y no los hombres de Philippe.)

La mayor parte de estas afirmaciones son calumniosas, y nunca habrían sido publicadas si se hubieran referido a un ciudadano de USA. Un periodista que cita a una persona que hace una acusación no confirmada, es igual de responsable por la difamación que la persona citada, y no te libras diciendo que el objeto de la afirmación la desmiente, o utilizando la palabra: «presunta». Los periodistas se salen con la suya en estos crímenes periodísticos sólo en los informes del extranjero.

De la misma manera como un periodista pude presentar favorablemente a una fuente, haciéndola sonar más verosímil, puede desacreditarla presentando a la persona como poco educada o como perteneciente a un grupo radical. En dos ejemplos las historias siguen a declaraciones contra Aristide en las que se cita a partidarios de organizaciones radicales, presentando un contraste con los nombres de resonancia respetable de los grupos opositores.

«En una entrada al palacio, cientos de personas manifestaron ruidosamente su apoyo a Aristide. ‘¡Elegimos a Aristide por cinco años!’ gritó Freline Zephirin, activista de un grupo llamado Mujeres Radicales en Acción. ‘¡Lo defenderemos hasta la muerte!’ (26 de febrero, Newsday)

«Sin embargo, todos no quedaron contentos [con el golpe]. Contemplando desde una esquina mientras los manifestantes bajaban al centro, David Oxygene, electricista y portavoz de Jóvenes de Revolucionarios de Haití, un grupo izquierdista favorable a Aristide, dijo que le molestaba ver a soldados extranjeros en su país.» (8 de marzo, Newsday).

Transferencia

El 1 de enero en un artículo sobre las celebraciones del bicentenario de Haití, Deibert emplea la técnica de transferencia para imputar al presidente los métodos y motivos de la oposición. A pesar de que fue la oposición la que estaba empeñada en una lucha a muerte por tomar el poder, al nombrarlo primero en la siguiente frase, Deibert implica que Aristide fue el agresor: «Jean-Bertrand Aristide está enzarzado en una lucha en la que no se toman prisioneros con la oposición política interna.» La oposición no descartaba un ataque armado para tomar el poder, pero los artículos dejan la impresión de que los únicos ataques son realizados por las «bandas favorables a Aristide.» Como mencionara anteriormente, los paramilitares que se apoderaban de ciudades y que habían cometido atrocidades en el pasado acusaban a los partidarios de Aristide de lo mismo.

Sociedad civil

El gobierno trató de marcar el bicentenario de la independencia de Haití en medio de protestas y ataques rebeldes. En el artículo sobre las celebraciones (1 de enero, Sun-Sentinel), Deibert se extiende sobre el tema de la supuesta pérdida de apoyo de Aristide. Hace la afirmación manifiestamente falsa de que Aristide ha perdido apoyo de su base pobre e introduce afirmaciones infamantes para explicar por qué los pobres se han vuelto en su contra:

«En combinación con la profundización de la pobreza en la mayoría pobre, así como una clase política crecientemente hinchada con dinero de la droga, segmentos que habían formado la base de Aristide durante su primer período en el poder: campesinos, organizaciones femeninas, los pobres de las ciudades y los estudiantes, se han visto cada vez más contrariados por lo que ven como la corrupción y el matonaje del gobierno.»

En la lista de grupos que se han vuelto contra Aristide, vemos una fórmula clásica perfeccionada durante décadas de intervenciones respaldadas por la CIA que nos hacen volver a la Italia posterior a la Segunda Guerra Mundial: la oposición cívica. Compuesta de grupos empresariales, el clero, grupos estudiantiles, sindicatos y grupos de «derechos humanos,» la oposición cívica es una pieza de teatro presentada para la audiencia internacional a través del medio de la prensa extranjera. ¡Miren qué organizaciones tan diversas!, dice la prensa: ¡todos quieren que el presidente renuncie! Pero si uno mira tras esos nombres que suenan cívicos, encuentra a organizaciones como el grupo sindical Batay Ouvriye, que recibió un generoso financiamiento del gobierno de USA, y la Coalición Nacional por los Derechos Haitianos, financiada generosamente por los canadienses.

La lotería

Deibert utiliza el cuantificador, «miles,» así como metáforas y adjetivos para transmitir la idea de que la oposición a Aristide es grande. Las protestas de la oposición son «inmensas.» La oposición es una «marea creciente de protestas en todo el país» y un «mar de fondo de descontento popular.» La invasión de unos pocos cientos de mercenarios es transformada en una «insurrección» y una «rebelión popular,» como si la población en sí se hubiera sumado a la campaña. Partidarios del presidente, aunque componen la vasta mayoría de la población, son reducidos mediante un lenguaje minimizador a grupos o individuos aislados: «A pesar de estas acusaciones, Aristide todavía tenia el apoyo de muchos.» Esta última declaración es respaldada con la cita de un peluquero. Después del golpe, los únicos partidarios visibles para la prensa fueron «partidarios fanáticos,» «pistoleros» y «chimeres.»

Culpa a la víctima

Los autores informan sobre la crisis económica causada por un embargo de la ayuda dirigido por USA en voz pasiva, como si se trata de un desafortunado evento climático: «Después de las controvertidas elecciones de mayo de 2000, fueron suspendidos 500 millones de dólares de ayuda internacional.» El sufrimiento del pueblo de Haití, causado intencionalmente mediante el embargo de la ayuda, debe ser por lo tanto por culpa de Aristide por su «ineptitud,» o porque despilfarró el poco dinero recibido por le gobierno: «Los críticos de Aristide responden que los recursos que recibió – y lo acusan de recibir algún dinero de narcotraficantes – fueron despilfarrados y utilizados para pagar a costosos cabilderos a fin de vender su imagen como hombre del pueblo.» (29 de febrero, Newsday). También responsabilizan al presidente por asesinatos políticos, así como por el clima general de violencia, que en realidad fue creado por la oposición.

Omisión: Información sobre un solo lado de la historia

Mientras los autores cumplen diligentemente con su deber de informar sobre cada acusación que la oposición formula contra Aristide, pocas veces dan al gobierno la oportunidad de responder. Con la excepción de esta cita de un portavoz de Lavalas al final de un artículo, no hay ninguna otra cita directa de una fuente gubernamental:

«‘¿De dónde provienen estos rebeldes? ¿Quién es el principal arquitecto de esta situación? Es la pregunta principal que hacen todos en Haití,’ dijo Jonas Petit, portavoz del partido Lavalas de Aristide. ‘Observamos a cientos de personas que vienen con armas de la República Dominicana. El problema es un problema internacional.'»

Para mostrar ecuanimidad, Deibert cita al abogado de derechos humanos Brian Concannon (1 de enero, Sun-Sentinel), pero en el contexto del corte de la ayuda internacional, no de la crisis existente. Concannon habla de las necesidades a largo plazo de Haití, cuando hubiera sido más relevante que Deibert le preguntara si las exigencias de dimisión de Aristide eran legales o justificadas por algún crimen cometido por el presidente. En ninguna parte de sus 16 artículos cita Deibert a un funcionario del gobierno sobre las serias acusaciones contra Aristide que los autores repiten en los artículos: que es «corrupto y dictatorial,» que ataca a oponentes políticos y trafica con drogas.

Otra omisión es la escasa cobertura de la fuerza paramilitar de invasión que expulsó a Aristide del país. Dirigida por Guy Philippe, Louis Jodel Chamblain, y Jean Tatoune, el grupo bien armado incluyó a antiguos miembros del ejército haitiano disuelto. En su honor, los autores mencionan dos veces la participación de Chamblain en una masacre de 1994, pero no leemos gran cosa sobre Philippe, un admirador de Augusto Pinochet que había realizado múltiples ataques mortíferos durante los últimos dos años. Deibert no menciona que los mercenarios portaban armas hechas en USA. A pesar de que estuvo en una conferencia de prensa de Philippe, no parece formular la pregunta obvia: «¿Quién está tras esta invasión?

Una interesante historia incidental fue un informe del 1 de enero de 2004, sobre una banda «anteriormente favorable a Aristide» basada en Gonaives, llamada el Ejército Caníbal, que se sumó a las fuerzas de Philippe y cambió su nombre a Frente de Resistencia Artibonite. Esta información es verídica, pero la forma en que es presentada puede haber dado la impresión de que Aristide estaba relacionado con el Ejército Caníbal, de lo que no hay más evidencia que la que existe para las demás afirmaciones hechas a su respecto.

A pesar del tratamiento relativamente benigno de los rebeldes en la prensa (la periodista Jane Regan los elogió) era imposible hacer potables a estos grupos dirigidos por brutales violadores de los derechos humanos, y la oposición cívico desmintió todo vínculo con ellos. Andy Apaid afirmó insinceramente: «Nos sentimos atrapados entre dos [grupos], un movimiento armado que viene del norte, y un movimiento armado que viene del gobierno aterrorizador y criminal en el Palacio Nacional.» El periodista ganador del Premio Pulitzer, Walt Bogdanich, investigó realmente cómo había sido planificada y ejecutada la invasión, y no sorprendió a nadie que el gobierno de USA y Convergencia Democrática/Grupo de 184 sido sus patrocinadores.

Los rebeldes desaparecieron rápidamente de las noticias, pero no desaparecieron de Haití. Su asesinato de miles de partidarios de Lavalas (calculados en un estudio como 4.000) fue la historia más exhaustivamente censurada de 2004.

Respecto al apoyo a la oposición cívica y a los rebeldes, que según se informó fueron recibidos con «euforia» por miles de haitianos que repletaban las calles, tenemos los resultados de las elecciones de febrero de 2006, según AP: «El empresario Charles Henri Baker fue tercero con un 7,8%. Guy Philippe, que ayudó a dirigir el levantamiento armado contra Aristide, obtuvo sólo un 1,7%.» ¿Hubo quien pidiera un recuento de los votos?

Es imposible decir si algún periodista de los medios dominantes promueve intencionalmente la línea del Departamento de Estado, o si ha interiorizado la visión del mundo de la clase dominante. Pero a fin de cuentas no importa, porque un periodista no es independiente de su publicación. Según el cineasta Kevin Pina, que ha trabajado en Haití siete años, un destacado periodista que informó desde Haití en la época dijo sobre sus jefes de redacción: «Vaya. Lamento que no estén interesados en historias positivas sobre Lavalas. Las escribí, las envié y me dijeron que no estaban interesado