Durante estos años de profunda crisis económica y financiera se han justificado las políticas de austeridad de gasto público, incluyendo gasto público social (que han tomado lugar a base de recortes, recortes y más recortes de tal gasto) con el argumento de que el crecimiento del déficit y de la deuda pública (situaciones referidas como […]
Durante estos años de profunda crisis económica y financiera se han justificado las políticas de austeridad de gasto público, incluyendo gasto público social (que han tomado lugar a base de recortes, recortes y más recortes de tal gasto) con el argumento de que el crecimiento del déficit y de la deuda pública (situaciones referidas como falta de disciplina fiscal) dificulta y obstaculiza el crecimiento económico, atribuyendo la recesión actual al excesivo nivel de la deuda pública en los países en recesión. De ahí que además de recortarlo, se desaliente y desaconseje el aumento de tal gasto público con el objetivo de estimular la economía.
Este argumento se ha reproducido constantemente en los medios de mayor difusión, refiriéndose a la supuesta evidencia que lo apoya, proveída primordialmente por los trabajos de dos economistas de la Harvard University, Carmen Reinhart y Kenneth Rogoff, que señalaron, con todo un aparato estadístico, que cuando la deuda pública de un país superaba el nivel del 90%, el crecimiento económico caía en picado. Tales trabajos han sido muy citados, no sólo por las autoridades de la Comisión Europea, como su Vicepresidente Olli Rehn (uno de los máximos promotores de las políticas de austeridad en la Eurozona), y el Sr. Draghi, presidente del Banco Central Europeo, sino por una larga lista de ministros de Hacienda o de Economía de tal área monetaria, así como un largo número de gurús neoliberales que dominan la cultura económica dominante y que la promueven en las fundaciones de investigación económica y fórums mediáticos, próximos a su pensamiento (que son la mayoría).
Tales estudios fueron cuestionados desde su aparición por autores críticos de la sabiduría convencional -como economistas de la Union of Radical Political Economists (URPE), en EEUU- sin que tales críticas adquiriesen ninguna visibilidad mediática, consecuencia de que el establishment financiero (la banca y otras instituciones financieras) que promueven las políticas de austeridad, tienen un control abusivo de los fórums y medios donde la sabiduría económica convencional (de clara orientación neoliberal) se reproduce.
Ahora bien, el desastre (y no hay otra manera de definirlo) que las políticas neoliberales (incluyendo las políticas de austeridad) están creando, está haciendo cada vez más y más difícil sostener el dogma neoliberal que las promueve. De ahí que la dilución de su credibilidad haya hecho más posible que trabajos críticos más recientes de tal dogma adquieran la visibilidad que hasta ahora se les había denegado. Y el más importante es el trabajo de los expertos en economía política de la Universidad de Massachussets, Thomas Herndon, Michael Ash y Robert Pollin, que en su artículo «Does High Public Debt Consistently Stifle Economic Grouth? A Critique of Reinhart and Rogoff» (15.04.13), muestran los múltiples errores (cuando no manipulaciones) que los economistas de Harvard habían hecho para alcanzar sus conclusiones. Este trabajo y sus autores han tenido, por fin, gran visibilidad, habiendo aparecido en los mayores medios de difusión de los dos lados del Atlántico Norte (ver mi artículo «Las falsedades y los errores de la sabiduría económica convencional (SEC)», Sistema Digital, 12.04.03). Como era de esperar, tal crítica devastadora ha generado inmediatamente una enorme respuesta de los economistas y medios de información de sensibilidad neoliberal, respuesta llena de insultos y sarcasmos. Es importante destacar esta respuesta, incluyendo notas comparativas entre la naturaleza de esta respuesta en EEUU y en España.
1. El New York Times publicó un artículo de Reinhart y Rogoff (a partir de ahora RR) en el que respondían a las criticas de Herdnon, Ash y Pollin (a partir de ahora HAP). Y días después, el mismo rotativo publicó un artículo de HAP respondiendo a RR. Los mayores rotativos españoles publicaron el artículo de RR, pero ninguno de ellos publicó la respuesta de HAP a la defensa que RR habían hecho de sus trabajos. Al dar la última palabra a los autores de la tesis de austeridad, tales medios tomaban partido a favor de la continuación de tales políticas de recortes en España.
2. En lugar de publicar la respuesta de HAP a RR, en muchos de tales rotativos españoles se invitó a conocidos economistas neoliberales españoles, promotores de las políticas de austeridad (muchos de ellos en Fedea), a tener la última palabra. Éstos, en lugar de responder a las críticas, intentaron infravalorarlas y trivializarlas, indicando que en el artículo original de RR había sólo un error (y no varios), error muy menor que no alteraba su conclusión, es decir, que había de bajarse la deuda pública, responsable -según ellos- de la crisis actual (ignorando que cuando la crisis se inició en España, la deuda pública española era mucho menor que la de Alemania, y estaba muy por debajo del promedio de la Eurozona) (ver mi artículo «Más sobre el fraude fiscal en el pensamiento neoliberal», Sistema Digital, 26.04.13).
3. En su artículo en The New York Times RR negaron que hubieran recomendado las políticas de austeridad que se estaban siguiendo. Adoptando una postura de supuesta neutralidad subrayaron que ellos sólo analizaron unas correlaciones entre el crecimiento de la deuda pública y el decrecimiento económico, sin llegar a ninguna recomendación sobre las políticas públicas que deberían seguirse. Como bien ha mostrado Andrew Watt en su artículo «Reading Reinhart-Rogoff on Reinhart-Rogoff», esta supuesta neutralidad queda falseada leyendo los escritos de estos autores. Un ejemplo es el artículo de RR, nada menos titulado «Demasiada Deuda Pública quiere decir que la Economía no puede crecer» («Too much Debt means the Economy Can’t Grow»), donde se escribe:
«Nuestra investigación sobre la historia de las crisis financieras y la relación existente entre crecimiento económico y deuda pública apoya el punto de vista de que el crecimiento de la deuda pública que está ocurriendo representa un riesgo y obstáculo para el crecimiento económico, habiéndose ya alcanzado el límite del 90% de PIB en muchas economías avanzadas».
Y más adelante, RR concluyen, por si no fuera suficientemente claro) que «el mayor riesgo de los países avanzados es que su deuda pública ya haya alcanzado el nivel permisible para permitir su crecimiento económico».
Éstos y muchos otros segmentos de sus trabajos no les permiten ahora lavarse las manos y mostrar inocencia, acusando a los políticos neoliberales, como los de la Comisión Europea (que son la mayoría) de haber malinterpretado su trabajo.
4. En realidad, y tal como he señalado en mis artículos anteriores sobre RR, los errores de tales autores son incluso mayores que los señalados por HAP, pues son errores no sólo metodológicos sino también conceptuales, debidos en parte a su limitado conocimiento de Políticas Públicas y Economía Política (tales economistas han estado trabajando en el Fondo Monetario Internacional, derivando sus estudios de la experiencia en tal institución). Ambos economistas toman la deuda como un concepto constante (lo cual se hace, por cierto, con excesiva frecuencia). Y asumen que un país con la deuda pública A tiene un problema menor que un país cuya deuda pública B es mayor que la de A. Pero este supuesto es una enorme simplificación, puesto que un país tenga problemas en pagar su deuda no depende del tamaño de la deuda, sino de la habilidad de aquel país en pagarla. EEUU tiene una deuda elevada, pero los intereses de su deuda son los más bajos del mundo debido a la percepción que existe, avalada por al realidad, que el gobierno federal no tiene ningún problema en poder pagarla.
El gobierno federal tiene enormes recursos con los cuales pagar su deuda pública. Entre otros, tiene más de cuarenta trillones (americanos) de dólares en tierras de propiedad federal. Vendiendo un porcentaje relativamente menor de tales tierras, la deuda pública podría disminuir en un 30%.
Otro error conceptual es que RR, en su homogeneización del concepto de deuda, no tienen en cuenta la propiedad de tal deuda. No es lo mismo la deuda pública poseída por el Estado, como por ejemplo la Seguridad Social (al cierre del 2012 el 97% de los fondos de la reserva de las pensiones estaba invertido en la deuda pública de España), que la deuda poseída por el DeutscheBank (de la que puede deshacerse en cualquier momento). Y así un largo etcétera.
Tal como he señalado en otros textos, la excesiva dependencia de modelos matemáticos (que dan una sensación falsa de seriedad) y su protagonismo a costa de «estudios de caso», con orientación histórica y análisis político de cada caso, lleva inevitablemente a estos problemas, no sólo metodológicos, sino conceptuales. Así, el escaso crecimiento económico que ocurrió en EEUU y en Europa inmediatamente después de la II Guerra Mundial, no se debió, como erróneamente asumen RR, a la elevada deuda pública (que había financiado la guerra), sino a la desmovilización después de la guerra, con un descenso de la población ocupada resultado del descenso del personal militar al haber terminado el conflicto, y también al abandono de puestos de trabajo por parte de las mujeres que dejaron las fábricas y otros lugares de trabajo para volver a sus tareas familiares (ver Dean Baker «Logic Deficit: Why Were Reinhart-Rogoff ever Taken Seriously?»)
5. RR y sus seguidores adoptan un tono de víctimas en su respuesta, que resulta paradójico, pues tal victimismo procede de personalidades que han sido atendidos durante muchos años con gran mimo por las instituciones financieras que dominan las políticas públicas responsables de la enorme austeridad impuesta a las clases populares de los países que la sufren. La crítica a sus estudios se ha hecho con el estilo propio del mundo académico. Conozco personalmente a uno de los autores, Robert Pollin (director del Programa de Economía de la Universidad de Massachussets) al que me une una amistad (habiendo dado clases en el programa de Políticas Públicas y Sociales de la UPF que yo dirijo). Y tanto en su tono como en su estilo, Robert es una persona de gran calidad, además del rigor que destilan sus trabajos. Invito al lector a que lea su artículo al que hago referencia. De ahí que me parezca absurda la acusación hecha en el Financial Times por parte de un economista ultraliberal sueco, Anders Aslund (amigo de otro economista ultraliberal sueco, Assar Lindbeck, que dirigió por muchos años el comité encargado de dar los Premios Nobel de Economía, financiados por la Banca, y que explica que durante muchos años los galardonados fueran entregados a economistas muy ultraliberales) acusando a las críticas de HAP, refiriéndose a ellas como «ataques viciosos», acusación también hecha a Krugman por sus críticas a RR (ver Paul Krugman «In the Austerity Debate. Reputation Trumps Reason»). Tal comportamiento habla más de los autores y de sus amigos que de sus críticos. Durante años han dominado y continúan dominando la cultura económica, y cuando se muestran sus errores y falsedades, se movilizan por todos los medios para desacreditar a los críticos con insultos, sarcasmos y otras características que denotan su inseguridad y falta de disposición al debate. Así responde el poder cuando se le muestra desnudo.