Ya desde los tiempos del mundo clásico ha existido, siempre, un interés por la relación mantenida entre las instituciones políticas y su forma de comunicarse con el pueblo. Acontecimientos recientes en los Estados, concernientes especialmente a la televisión como medio de comunicación de masas principal, han despertado un nuevo y reavivado interés por este tema. […]
Ya desde los tiempos del mundo clásico ha existido, siempre, un interés por la relación mantenida entre las instituciones políticas y su forma de comunicarse con el pueblo. Acontecimientos recientes en los Estados, concernientes especialmente a la televisión como medio de comunicación de masas principal, han despertado un nuevo y reavivado interés por este tema. En la actualidad se puede hablar incluso de un enfrentamiento constante entre «los gobiernos» y los «medios de comunicación» por mostrar un punto de vista u otro acerca de cuanto acontece. Así, podremos decir que las instituciones políticas están especializándose progresivamente en los medios de comunicación, a fin de desenvolverse con mayor soltura en sus cauces y aterrizar con mayor fuerza sobre la opinión pública.
Por esto, puede hablarse de una nueva forma de hacer política, orientada a los medios de comunicación y en particular a la televisión. Si bien dependerá de cada país la influencia ejercida sobre los medios y la forma de hacerlo, existen unas características comunes de este hecho en la mayoría de los países modernizados.
En primer lugar debe dejarse claro que no se trata de un acontecimiento definido, sino de un proceso en constante evolución, en el que se buscan nuevas estrategias y formas de llegar al público un día tras otro. A su vez, este cambio en la forma de la política también será característico de cada país, puesto que cada marco socio-cultural determinado exigirá una morfología específica a los mensajes emitidos. Como tercera característica de este proceso de comunicación política, debemos mentar que se trata de un fenómeno interdisciplinario, englobando a ramas del saber tales como la sociología, la psicología, la estética, etc. Finalmente, destaca el hecho de que hay dos objetivos básicos: uno tecnológico, según el cual constantemente se buscan nuevas estrategias que mejoren las anteriores, ejerciendo una mayor influencia; y otro inverso a éste, en el que trata de mostrarse a la opinión pública la manipulación que pueda estar sufriendo.
Viendo esto no podemos sino hablar de una democracia centrada en los medios, en la que instituciones políticas, medios de comunicación y opinión pública se entremezclan para definir la vida política de los países desarrollados. Esto es lo que Zapatero pretende eliminar para convertir los medios públicos en auténticos medios del Estado y no del Gobierno, o al menos es lo que se desprende de su discurso de investidura:
«El proceso de reforma política no se agota, sin embargo, con cuanto he expuesto hasta aquí. Debe extenderse al ámbito de los medios de comunicación públicos -singularmente Radio Televisión Española y la Agencia Efe-, a los que quiero liberar del control del Gobierno al que tradicionalmente han estado sometidos, para que puedan desempeñar sin trabas el papel que les corresponde en una sociedad democrática avanzada. El Consejo de Ministros procederá, de inmediato, a nombrar un Consejo Independiente de Expertos para que, en un plazo no superior a nueve meses, formulen una propuesta que el Gobierno se compromete a traducir en disposiciones legales mediante el correspondiente Proyecto de Ley que remitiremos a las Cámaras en el primer trimestre de 2005. Con ello, avanzaremos claramente en la transparencia del ejercicio del poder público, garantizaremos la información veraz a que tienen derecho los ciudadanos e incrementaremos las posibilidades de control social de la acción del Gobierno.»
Mencionamos, antes de transcribir las palabras de Zapatero, lo que se desprende de ese proceso de comunicación política, que es especialmente común en los países modernizados y tiene casi siempre a los EE.UU. como máximo exponente del fenómeno. Así, debido a la vorágine tecnológica del siglo XXI, la comunicación política debe verse supeditada al rápido desarrollo y modernización de los medios de comunicación. Además, si en un principio eran los periódicos la principal fuente de noticias, la llegada de la radio posibilitó que la información fuera asequible para casi toda la población, en un ámbito nacional y sin ningún tipo de distinción elitista. La televisión no hizo sino aumentar exponencialmente este hecho. Los gobiernos se ven en el compromiso de comunicarse con millones de personas de una forma clara y precisa; y, sobre todo, empleando un lenguaje audiovisual. Comienza a verse entonces una dependencia de la televisión que los gobiernos que no pueden salvar.
Esta importancia del medio hace que se debiliten los vínculos entre la televisión como instrumento y las instituciones públicas. La principal forma de comunicación política no puede estar únicamente bajo el control del poder ejecutivo. Nacen así, por demanda de la opinión pública, las televisiones privadas. Y a su vez, las televisiones públicas deben buscar una neutralidad informativa que las haga más creíbles, al tiempo que las permita entrar en la terrible guerra de audiencias. Esta entrada de capitales privados puede a su vez acarrear problemas propios, debido a intereses comerciales e incluso ideologías políticas afines a las empresas responsables.
La modernización de formas políticas para adaptarse a los medios ha llevado a éstas a contar con «equipos de verdaderos expertos en imagen pública», fundamentalmente con el fin de explotar las posibilidades de la TV. Los gobiernos crean cargos específicos, como son los ministerios de comunicación, adaptando su discurso político a la televisión: corto, preciso e impactante. Todo esto lleva a hacer política pensada en los medios, en muchos casos como prioridad principal. Las campañas electorales son el máximo reflejo de este proceso.
Encontramos, pues, una dinámica en la que se entremezclan las instituciones políticas, los medios de comunicación y la opinión pública. En el centro se localiza la lucha constante entre los altos cargos y el periodismo. Unos intentan por mil maneras manipularlos y los otros desvelar los intentos de manipulación. Y es este filtro, esta dualidad, lo que posibilita la vida política hoy: un poder de manipulación política excesivo lleva a la demagogia, y la autoridad e independencia plenas de los medios llevarían a la incomunicación entre el pueblo y el gobierno.
Una de las principales consecuencias de esta dependencia política de la televisión es la adaptación al lenguaje audiovisual. Así, en los últimos años estamos viendo una personalización de la política. En vez de una ideología, se nos ofrecen personajes estéticamente atractivos. En nuestra comunicación social pasiva, al llevar a cabo nuestro ritual de las noticias y tener que escoger en el mosaico de McLuhan, siempre tenderemos por comodidad mental a quedarnos con lo más bello, sin desentrañar en primera instancia su mensaje.
Puede resultar incluso cómico si se analizan con frialdad estos hechos: simplemente fijémonos, en períodos de campaña electoral, en la forma de vestir de los candidatos. Basta recordar la «polémica» por las corbatas supuestamente informales que llevaba el líder del PSOE, y los comentarios del «candidato» -que no líder- del PP en las últimas elecciones generales. Pero la situación actual nos ha creado una necesidad de estas noticias, pues se compensan con las otras partes de la democracia basada en los medios, sin las cuales se arruinaría en el caos. Los expertos que han de proponer el nuevo modelo para la comunicación audiovisual de la era Zapatero han de tener en cuenta la pluralidad del pueblo. Las distintas sensibilidades, la propia razón de ser de los medios públicos y, sobre todo, que cada ciudadano se vea representado en el medio y se identifique con él.