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¿Creen los norteamericanos en su gran prensa?

Fuentes: Argos Is-Internacional

El mago le dijo al incrédulo niño: voy a pintar de verde esperanza tus tiernos sueños y los guardaré con celo en una botija para que no se desvanezcan. El pequeño, curioso al fin, tan pronto el ilusionista abandonó el lugar, destapó el recipiente y lo halló vacío. Nunca más creyó en su palabra. ¡Qué […]

El mago le dijo al incrédulo niño: voy a pintar de verde esperanza tus tiernos sueños y los guardaré con celo en una botija para que no se desvanezcan. El pequeño, curioso al fin, tan pronto el ilusionista abandonó el lugar, destapó el recipiente y lo halló vacío. Nunca más creyó en su palabra.

¡Qué causalidad! Dos breves líneas de texto, publicadas por la agencia italiana ANSA, me recordaron la anterior historia: «la mayoría de los estadounidenses desconfía, cada vez más, de la ‘objetividad’ de sus medios de comunicación.»

Aumenta la cifra de norteamericanos que dudan de la veracidad en los mensajes lanzados por los medios de comunicación corporativos y, como alternativas, buscan en Internet esa verdad ausente o renuncian a saber qué acontece en su país y en el resto del planeta. La desconfianza no apareció de un plumazo, ha surgido gracias a la clonación de periodistas inventores de noticias, estrellas de televisión especializadas en falsificar documentos y a la influencia y poder de los grandes consorcios manipuladores de la información.

¿Acaso usted confiaría en un mentiroso olímpico?

Meses atrás, el periódico Daily News estuvo envuelto en un escándalo por estafar a sus lectores (una buena cantidad latinoamericanos), quienes participaron en uno de sus concursos promocionales y, al final de las cuentas, no vieron por ninguna parte los prometidos premios en metálico.

Ahora, el mismo rotativo -tras haber compartido la euforia inicial provocada por el anuncio gubernamental del supuesto y cacareado descenso de la criminalidad en Nueva York en el primer semestre del 2005- afirma que no son confiables todos los datos ofrecidos por las autoridades en torno a la noticia. Sin mencionar nombres, el Daily News aseguró que líderes del sindicato de policías acusaron al Gobierno de la ciudad de presionar a los agentes para que manipularan los datos de sus reportes y ofrecieran una imagen más dulce del problema, es decir, inflar el globo de una notable baja de la criminalidad en la Gran Manzana.

Karl Rove y las bajas pasiones

Las bajas pasiones también cobran espacio en estas novelas por entrega. Valerie Plame, una espía de la CIA puesta en evidencia en comentarios publicados por The New York Times, fue «quemada» por Karl Rove, principal asesor de Bush, para perjudicar al esposo de Plame, Joseph Wilson, un ex embajador y crítico de la errática política de George W., en Iraq. En un primer momento, la justicia, en lugar de intentar descubrir de dónde provenía la filtración de datos sobre la Plame, centró su investigación en los chismes de alcoba y trataba de hallarle la explicación a cómo la prensa conoció detalles sobre el quehacer de la fisgona. Ahora el escándalo ha tomado dimensiones imprevisibles, cuando figuras como John Kerry, candidato demócrata en las elecciones presidenciales del 2004, y Hilary Clin! ton, exigen de inmediato la destitución de Rove.

El propio The New York Times ofreció disculpas a sus lectores, en mayo del 2002, cuando su periodista estrella, Jason Blair, a partir de sus fértiles divagaciones oníricas publicó reportajes relacionados con la invasión a Iraq, desde una cómoda butaca en su lujoso apartamento de Manhattan, sin emplear siquiera el teléfono ni el servicio de Internet.

Esa realidad cotidiana de embustes y falta de moral y ética es una de las razones para que la confianza de los norteamericanos en la gran prensa de su país descendiera al 38% en la última campaña electoral, después de haber estado en el 62% en 1987, según un estudio del Pew Research Center, entidad con prestigio en la investigación de los medios; en tanto la encuestadora Zogby comprobó a finales de junio que el respaldo a la gestión de W. Bush descendió al 44%, el mínimo histórico desde que asumió el poder, en enero del 2001.

Mientras las cadenas televisivas asumen sin reservas las mentiras oficiales y justifican la guerra en Iraq, otros acontecimientos como la temporada ciclónica alcanzan categoría de show montado para que el espectador lo «disfrute» en la sala de su casa. Lo mismo se ve a un conocido comentarista a la manera de Dan Rather haciéndose el «harakiri» para salvar la ¿honra? de la CBS, después de haber exhibido en pantalla documentos falsos sobre el pasado militar de W. Bush, que a David Broder, periodista de The Washington Post, en un penoso ejercicio de constricción al admitir que siente vergüenza y ridículo por la pérdida de objetividad y prestigio de su profesión.

¿Y así quieren que los norteamericanos crean en su gran prensa?