En los grandes países de economía de mercado, y en aquellos que están bajo su total influencia, los medios de comunicación masiva comparten con los gobiernos el poder. En los países más desarrollados cultural y económicamente, los gobiernos, a través de sus sistemas jurídico-legales y un perfecto «pacto» tácito de mutuo cuido de intereses compartidos, […]
En los grandes países de economía de mercado, y en aquellos que están bajo su total influencia, los medios de comunicación masiva comparten con los gobiernos el poder. En los países más desarrollados cultural y económicamente, los gobiernos, a través de sus sistemas jurídico-legales y un perfecto «pacto» tácito de mutuo cuido de intereses compartidos, mantienen hoy un razonable, pero frágil y decreciente control de los medios de comunicación de masas. Este no es el caso en los países débiles en que las oligarquías criollas han controlado siempre el gobierno y los medios de comunicación, que es lo mismo que decir sus dueños y algunos periodistas notables; estos, es decir los medios de comunicación, son todopoderosos. Son inmunes e impunes, son el primer, no el cuarto poder, como modestamente se auto nominan. Los dueños y los periodistas, más los notables, pueden escribir en sus periódicos, decir en sus radios y proyectar en sus pantallas de televisión lo que les da la gana. Los medios masivos de comunicación, sus propietarios y algunos de sus periodistas son los dueños absolutos y únicos de la libertad de prensa y expresión.
En otras palabras, pueden, a veces desde trincheras anónimas, desvirtuar, tergiversar, silenciar, distorsionar, manipular y fabricar la historia; titular con violencia, titular negativamente, cargar los titulares; pueden mentir, acusar infundadamente, condenar a priori, desprestigiar, destruir, confundir y hacer desaparecer hechos o crearlos; sacar de contexto y de sentido, simplificar y sesgar lo que dicen las personas y lo que presentan los hechos, recreando así una realidad virtual diferente de la realidad. Logran muchas veces crear percepciones en la sociedad completamente divorciadas de la realidad, que a veces son perversas y aunque todo esto no es necesariamente cierto siempre y en todos los casos, y muchos quisiéramos que no fuese así, lo es suficientemente a menudo como para establecer un patrón, y que bien podría ser lo contrario. Todas estas capacidades les dan a los medios masivos de comunicación un poder enorme. Este poder destructivo, que podría ser constructivo, y más que en el caso de los propios gobiernos infunde terror en los ciudadanos. De tal manera que los medios de comunicación, son los únicos dueños, y pueden amenazar con usar y usan, el terrorismo informativo.
Lo dicho en el párrafo anterior podría parecer una crítica excesiva a los medios de comunicación, que aunque llegara a ser publicada jamás será aceptada. El poder de los medios es tan inmenso y por lo tanto tan soberbio y arrogante, que es dudoso que pudiera siquiera plantearse un análisis sereno, objetivo y a fondo sobre este interesante tema en la segunda década del siglo XXI. La probable reacción a quienes expresasen esa crítica, desde los decanos de las facultades de comunicación en algunas universidades hasta la más insignificante radiodifusora, ya no digamos los grandes monstruos locales de la comunicación, sería la aplicación de uno o todos los calificativos arriba mencionados, que ellos usan. El más probable y cruel, el silencio.
Es difícil encontrar a alguien que tenga interés en una polémica sobre el tema, y más difícil que esté calificado para sostenerla sin ser despedazado. Es más, el grado de terror que infunde y la parálisis que causa a potenciales críticos, la amenaza del uso y el uso del terrorismo informativo es tal, que probablemente nadie se atreva a llevar la posición crítica en un eventual análisis. En países de mayor desarrollo y sofisticación cultural existen minorías altamente calificadas y con alguna autonomía e independencia económica en sus propios medios de comunicación alternativos, que logran mantener en el tapete el tema de la crítica a lo que ellos llaman «medios de comunicación convencionales».
Estos medios de comunicación convencionales, o sea, los dueños del terrorismo informativo, son una realidad aplastante y su desproporcionado poder incuestionable. Nada de lo que se diga o escriba, si es que se puede decir o escribir, cambia esa realidad, los medios de comunicaron masiva son al mismo tiempo el origen y expresión del poder. Lo que hace a ese poder ilegítimo (dentro del cacareado marco democrático y contrario al caso de los gobiernos) es que nadie nunca ha elegido a los dueños de los medios o periodistas notables. Y también contrario a los gobiernos no representan a nadie ni responden ante nadie ni rinden cuentas a nadie. Su gran argumento de que tienen que informar a sus lectores, ¿quién se los ha otorgado? Su nula responsabilidad ante la sociedad no es concomitante a su inmenso poder. Es el único caso en que una institución global tiene tan enorme poder y ninguna responsabilidad. En muchos países los grandes medios locales se han convertido en partidos políticos sin las responsabilidades y restricciones legales de estos.
Los grandes medios de comunicación masiva sostienen y acrecientan su poder, a través de los anuncios y noticias manteniendo casi como rehenes a los pequeños y medianos empresarios, a los gobiernos, a los políticos tradicionales (quienes mantienen una simbiosis sui generis con estos) a los funcionarios públicos electos, los jueces y magistrados, las instituciones del gobierno, los partidos políticos, los candidatos a puestos de elección, los intelectuales y aun a los poetas (¡»torres de Dios»!) aterrorizados estos porque nos les publiquen sus poemas.
Dado que su cobertura es global, y en la actualidad gracias a la electrónica, son instantáneos y al unísono con sus amos ideológicos, en plena identificación de intereses; su ilegitimo poder es cada vez más grande y ha hecho que los gobiernos comiencen a tomar algunas medidas, desde la legalidad y legitimidad que les dan sus electores, una cierta y creciente protección ante los aspectos perversos de ese poder, puesto que el servicio de informar es de por sí útil y necesario, pero que requiere cierta regulación por parte de los electores a través de sus gobiernos y organizaciones. La reacción a este mínimo control, que queda claro cada vez que se toman algunas acciones legales por algún gobierno hacia alguna importante empresa de medios masivos de comunicación, suscita un clamor defensivo, precisamente instantáneo y al unísono, de la confraternidad global de esos medios, orquestado desde el más pequeño medio de Bután hasta la CNN, el New York Times y la BBC de Londres.
En mi manera de ver este asunto de los medios de comunicación, que no es original, estos atraviesan una etapa, dentro de la historia mundial, que es crucial para el mantenimiento de su credibilidad, que es lo mismo que decir, su sobre vivencia como instrumento de trasmisión de información. Los pueblos y consecuentemente sus gobiernos están cada vez más conscientes de la necesidad de una información veraz y no manipulada así como también están conscientes de que son la fuente del poder, que antes se consideraba divina, y comenzarán a usarlo para cambiar o transformar los medios que les transmiten la información. De tal manera que los medios convencionales de información son los que tendrán la presión de vender un servicio creíble y honesto y así sobrevivir. Esto no necesariamente será mañana pero vendrá el momento y los medios que no estén preparados no sobre vivirán.
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