En los años de la guerra fría, el mundo era aparentemente bipolar. Por un lado, las fuerzas «retrógradas» de la sociedad con el imperialismo yanqui a la cabeza y las fuerzas progresistas del mundo al otro, con la Unión Soviética a la vanguardia. Pensamiento, por lo demás chato y miope, marcado por la pobreza filosófica […]
En los años de la guerra fría, el mundo era aparentemente bipolar. Por un lado, las fuerzas «retrógradas» de la sociedad con el imperialismo yanqui a la cabeza y las fuerzas progresistas del mundo al otro, con la Unión Soviética a la vanguardia. Pensamiento, por lo demás chato y miope, marcado por la pobreza filosófica y la poca experiencia en la vida. La división del mundo en «buenos» y «malos» dependía del color de las banderas.
En esos años de lucha ideológica apareció en la Unión Soviética una revista mensual, con el nombre de Sputnik, cuyo formato era idéntico al de la revista norteamericana Reader´s Digest, conocida en América Latina con el nombre de Selecciones (indigestas). Reader´s aún continua propagando el estilo de vida americano y el Sputnik, que era la respuesta comunista, dejó hace muchos años de circular.
Sin embargo, el contenido de la réplica soviética no se diferenciaba mucho al de su contraparte capitalista, incluso algunas veces parecía que se trataba de un copia. Esto me causó, en reiteradas ocasiones, una indigestión ideológica. Hasta que llegó el día en que, después de haber leído un pequeño artículo sobre el famoso lago Aral y los proyectos estratégicos de riego de las grandes plantaciones de algodón y otro referente a las bellezas del lago Baikal, decidí, en vista y considerando que las noticias del desastre ecológico en dichas regiones era un secreto a voces, cancelar la suscripción. En ninguno de los dos artículos se hacía alusión alguna al desequilibrio ecológico y la muerte lenta, pero anunciada de tan importante y estratégica reserva de agua, debido a la tala indiscriminada de árboles en los alrededores, las fábricas de papel y cemento a las orillas del Baikal, el desagüe de aguas contaminadas y la desviación de aguas de los ríos afluentes del lago Aral para abastecer grandes extensiones de tierra en regiones lejanas y desérticas.
La situación actual del lago Aral es catastrófica y al parecer irreversible. El destino del Baikal tomó otros derroteros a partir de 1996, año en que pasó a formar parte del patrimonio de la humanidad bajo la protección de la Unesco. Recientemente estos recuerdos anecdóticos se hicieron presentes, cuando viendo un programa suramericano de televisión vía satélite, alternativo y fundamentalmente informativo del acontecer de América Latina y del mundo entero, relacionado con los 10 países que más contaminan el medio ambiente, se evitó mencionar a la República Popular China.
Este comportamiento periodístico, si es que no se trató de un lapsus calami, no es correcto, desde mi punto vista. Pienso que cuando se trata de informaciones verificables y además oficialmente aceptadas por las naciones del mundo, la noticia debe corresponder a los hechos. Sobre todo, cuando los medios alternativos de difusión escrita, radial, televisiva o digital, aspiran a ocupar un vacío informativo que la gran mayoría de los medios tradicionales de prensa, radio y televisión no pueden llenar, puesto que sus objetivos son el lucro y la desinformación.
La mesura, el embellecimiento y la relativización de la información e incluso el «sin comentarios» puede tener cabida, a lo mejor en las relaciones diplomáticas internacionales o entre partidos o por razones de estado, no así en el periodismo de izquierda, alternativo e independiente, porque cuando la ideología y la filiación política se convierten en camisa de fuerza, el periodismo se transforma en propaganda.
Blog del autor: http://robiloh.blogspot.com
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