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Prólogo al libro "Señora mentira" del periodista cubano Nicanor León Cotayo

Cuba y los medios

Fuentes: La Isla desconocida

 Desde que los medios de prensa adquirieron el peso de un llamado «cuarto poder» -al Poder le fascina enumerar las instancias en que divide su ejercicio omnímodo–, en el mundo se libran dos tipos de guerras: la de las armas, cada vez más mortíferas, más frías y ciegas, y la de la cultura, preámbulo y […]

 Desde que los medios de prensa adquirieron el peso de un llamado «cuarto poder» -al Poder le fascina enumerar las instancias en que divide su ejercicio omnímodo–, en el mundo se libran dos tipos de guerras: la de las armas, cada vez más mortíferas, más frías y ciegas, y la de la cultura, preámbulo y definición de la victoria. Las guerras militares no pueden emprenderse sin una preparación «cultural» -el objetivo tiene que demonizarse, tal como se hizo durante décadas, a través de la literatura, el cine y la prensa, con el socialismo soviético y este europeo, o con el islamismo y la cultura árabe, para situar dos ejemplos–, y son inútiles si no consiguen, además de la derrota del ejército enemigo, la victoria cultural. Los vietnamitas ganaron la guerra cultural dentro y fuera de su país, y todo el poderío militar norteamericano resultó insuficiente. Pero el socialismo soviético perdió la guerra cultural, y de poco o nada sirvió su temido armamento. El islamismo es un campo espiritualmente minado para los invasores en Iraq o Afganistán, porque a pesar de que aquellos han impuesto en el mundo una visión acusadora de la cultura musulmana, no logran acceder a la mente y a los sentimientos de sus pobladores. El mayor escudo militar de la Revolución cubana es su prestigio internacional, y el respaldo mayoritario de su pueblo. Para destruir ese prestigio y ese respaldo fue concebida una feroz campaña mediática que, como demuestra este libro, inició su accionar incluso antes del triunfo revolucionario. Desestimular, amedrentar, confundir, decepcionar, son algunos de sus propósitos, en acciones de mayor o de menor intensidad. En un grado más alto, hasta ahora nunca conseguido, se ha pretendido liquidar el apoyo internacional de que goza la Revolución y sus más importantes iconos: el Che y Fidel. Cabe decir que en más de cincuenta años de acoso mediático, hasta hoy, Cuba ha ganado su guerra cultural.

Es este un libro útil. Su prosa amena logra vincular escaramuzas distantes y seguir la línea matriz de la guerra silenciosa, de ideas muy pocas veces, y más a menudo de mentiras y verdades manipuladas, en las que lo importante no es la verdad, sino la construcción mediática, por repetición, de esquemas de pensamiento. Que cada locutor o periodista televisivo, que cada articulista incorpore las palabras que el sistema necesita inculcar en la mente del telespectador o lector -dictadura, régimen, etc.–, al «informar» sobre cualquier hecho vinculado a la Revolución. León Cotayo demuestra que no son campañas aisladas e inconexas, sino capítulos de una larga contienda no declarada pero real. El lector recordará o conocerá -según la edad que tenga–, los hechos relatados, y revalorará los más recientes desde la perspectiva histórica. Ese es el indudable valor de este libro. Porque solo una mirada retrospectiva que sitúe en un mismo plano evaluativo cada mentira histórica -la campaña que arrancó de sus hogares a miles de niños cubanos en los años sesenta y los envió sin sus padres a territorio estadounidense, con el pretexto de que el Gobierno revolucionario aboliría la patria potestad; la presentación de un supuesto poeta inválido como mártir encarcelado, que en la soledad de la celda abandonaba la silla para ejercitar sus fuertes piernas; o más recientemente la lamentable utilización de la huelga de hambre como recurso de chantaje político, en un mundo de huelguistas de hambre y de hambrientos ignorados por los medios–, puede establecer la unidad de intenciones, y demostrar que no existen muchas y diferentes campañas diseminadas en el tiempo, que todas son episodios de una misma guerra. Cuando en 1956 se anunciaba la muerte de Fidel de forma sensacionalista, se iniciaba el juego macabro de los medios para vencer por desinformación la voluntad de todo un pueblo.

No hay en esta afirmación ningún exceso. La guerra cultural lo atraviesa todo: el valor de los héroes consagrados, la veracidad de las explicaciones históricas, la nostalgia inducida por un pasado no vivido que puede colorearse convenientemente, la promesa del enriquecimiento para deportistas, científicos y otros profesionales, la duda sembrada, el conflicto avivado, la inversión sistemática de cualquier información que provenga de la isla rebelde, la mentita y los personajes fabricados en laboratorios, el calificativo despectivo de oficialista para cualquier persona que defienda a la Revolución, el de independiente a los que se oponen, etc. Ser cubano en la segunda mitad del siglo XX e inicios del XXI entraña una responsabilidad que se lleva como el «pecado original» en el cristianismo, de nacimiento. Hay que estar a favor o en contra, porque ello define el sistema de simpatías y odios internacionales que recae en cada individuo. Es una responsabilidad que nace del lugar que ocupa esta nación en el mapa geopolítico de entre siglos: la isla de utopía, como la prefiguró Tomás Moro, ha sido y es Cuba, cuya sola existencia en Revolución nos advierte que un mundo diferente, mejor, es posible.

Nicanor León Cotayo ha incursionado con acierto en los temas más inmediatos, con un profundo sentido histórico. Es autor de varios libros de impacto. De ellos recuerdo con particular emoción Crimen en Barbados (1976), aparecido pocos días después del suceso, cuando aún la indignación y el dolor recorrían la piel de los cubanos; en él reconstruye los acontecimientos previos y posteriores a la voladura de un avión civil cubano utilizando, entre otras fuentes, los contradictorios cables de prensa que informaban del suceso. Especialista en las conflictivas relaciones entre Cuba y Estados Unidos, su periodismo investigativo -ágil, oportuno, y siempre revelador de nuevas aristas–, informa y denuncia. No se finge neutral, porque es un humanista apasionado. No puede serlo, además, porque es cubano. Presentar su libro, un acto más ritual que necesario, es sobre todo, en este caso, una declaración de admiración y de respeto: Nicanor León Cotayo es un maestro del periodismo revolucionario. 

Fuente original: http://la-isla-desconocida.blogspot.com/2010/09/prologo-al-libro-senora-mentira.html