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Para Mauricio Vicent

Damunt d’una terra (Sobre una tierra)

Fuentes: Insurgente

Las canciones de Lluis Llach, casi todas, siempre me parecieron las mejores de cuantas brotaban en aquel mar de discos que trataban de subvertir el orden franquista. No sólo las que llamaban a la revuelta, de forma sencilla y metafórica (L’Estaca, La Gallineta, Campanades a Mort, El Jorn dels Miserables, etc.), sino también aquellas que […]

Las canciones de Lluis Llach, casi todas, siempre me parecieron las mejores de cuantas brotaban en aquel mar de discos que trataban de subvertir el orden franquista. No sólo las que llamaban a la revuelta, de forma sencilla y metafórica (L’Estaca, La Gallineta, Campanades a Mort, El Jorn dels Miserables, etc.), sino también aquellas que hablaban del amor, del más noble de los sentimientos que el ser humano puede manifestar. Amor en toda la enorme y rica extensión de la palabra. Llach, además, enseñaba nobleza, coraje, valentía y arte en cada una de ellas.

Ese orden franquista, muy parecido al que impone Bush a los gobiernos de la Europa Comunitaria; ese sistema con el que sueña para América Latina, en el que se pueden atropellar todas las leyes internacionales, legalizar el genocidio preventivo, la limpieza política y étnica, sin que nadie ose llamar la atención al asesino más iletrado que jamás ocupara la Casa Blanca, es considerado NO denunciable en los medios de in-comunicación de medio mundo, y los profesionales que en ellos trabajan, le tienen que rendir pleitesía de la forma más humillante, olvidando los crímenes y arbitrariedades del hoy Presidente de EEUU, para justificar su mediocre (o no tanto) estipendio mensual, sin que en miles de casos, siquiera detenten una fijeza laboral en la empresa. Es decir: saben que reciben un sueldo: el salario del miedo.

En los años de la dictadura franquista (régimen que aún no se ha condenado en el Parlamento español, mientras sus señorías se lavan la conciencia con Pinochet y Videla), el miedo era patrimonio hasta de los que jamás osaron abrir la boca. Pero los cantantes como Llach, con versos sencillos, fustigaban la injusticia con obras espléndidas, como aquella que decía:

Muchacho, te dicen que en la guerra, sólo hay tristeza, nunca se gana.
Sobre esta tierra ardiente todo lo débil quiere ignorar el mal.
Y Mauricio va escuchando, pero sigue sentado, sin hacer caso,
porque otros le han dicho mucha veces que
su vida es padecer bajo el fango.
Recuerda las razones que un día cambiaron el signo de aquel pasado.
El ha marcado tu vida con una herida que tú has de curar.
Y Mauricio sigue escuchando, piensa que ya puede saber el por qué del mal.
Pero se vuelve atrás, está dudando, y otras voces suenan a su alrededor.

Hace un año, en la segunda visita de Lluis a México, el magnífico cantante de Verges declaraba entre otras cosas:

«Me parece imprescindible el compromiso en la cultura, y es una vergüenza que algunos cretinos vayan diciendo que su arte no es comprometido, porque lo mínimo que se puede decir es que son unos cínicos. Hay cantantes que están comprometidos con las causas más diversas y otro tipo de compromiso con el sistema, con la alienación, en el que se encuentran los cantantes llamados habituales, por eso prefiero que se me considere un cantante inhabitual».

Como en el mundo de la canción, hay periodistas «habituales», aquellos que únicamente admiten el compromiso con la alienación, con el sistema, y no escriben otras mentiras que las que les dictan desde los lujosos despachos de la Gran Empresa. Entre ellos, Mauricio Vicent, el corresponsal de El País en Cuba, a quien suelo ver por La Habana en alguna actividad cultural, al que incluso he visitado en casa para felicitarle por el nacimiento de su primer hijo. Nada tuvo que abonar para tenerlo, nada hubo de pagar por su segunda criatura, ni por los medicamentos (carísimos) que él mismo recibió en los hospitales cubanos para el tratamiento de una enfermedad complicada.

Mauricio, como el protagonista de la canción de Lluis, se revuelca en el fango de la mentira cuando escribe libelos como «La UE se indigna por la situación de los presos en Cuba«. A diferencia de otros colegas, muy pocos por desgracia, como José Manuel Martín Medem, él no ha querido hacer un reportaje sobre las cárceles de la isla. El video que registró el ex corresponsal, que yo sí pude ver en la sede de TVE aquí en La Habana, no se emitió nunca en la cadena pública porque, según la Jefatura de los Servicios Informativos, era «muy positivo para el régimen cubano«. Medem se había limitado a entrevistar a cuantos reclusos se avinieron (muchos españoles detenidos por contrabando de droga), mostrando las condiciones en las que viven esos presos, y que no difieren de las que pudieran tener en Francia, Bélgica, Holanda o Italia. Pero distan mucho, por fortuna para ellos, de parecerse a las que sufren los presos españoles, miles, comunes o no, en las cárceles de Euskadi, Madrid, Canarias, Toledo, Sevilla o Burgos.

Yo sí me indigno doblemente, Mauricio: por las sandeces que eres capaz de escribir, y por ese virtual cabreo de la UE que no mira a Guantánamo, Irak, Afganistán, Palestina, México, Perú, Ecuador o Miami. Y no mira, porque le da vergüenza ajena, porque no sabe ya resistir la voz de millones de personas que gritan: «Bush, Blair, vosotros fascistas, sois los terroristas«.

Y mientras, en alguna cómoda prisión de EEUU, esperando su nuevo y lujoso destino, un asesino confeso como Luis Posada Carriles brinda con un ejemplar de El País en la mano, celebrando artículos como el aludido.

Sobre esta tierra se sembró la dignidad un día de enero de 1959. Y en ella, quieras o no, Mauricio, hay más honorabilidad, solidaridad y justicia que en la España de Juan Carlos de Borbón.

Dales un beso a tu esposa y a tus dos hijos: Miguel y Camila. Que ellos no te tengan un día que cantar esa canción.