Holanda, país educado en la templanza, moderación y consenso, continúa rasgándose las vestiduras tras la violenta muerte del productor y autor Theo van Gogh a manos de un holandés de origen marroquí que, en un golpe de iluminación, se autoproclamó juez y vengador de las ofensas cinematográficas del cineasta contra el Islam.Las clases políticas se […]
Holanda, país educado en la templanza, moderación y consenso, continúa rasgándose las vestiduras tras la violenta muerte del productor y autor Theo van Gogh a manos de un holandés de origen marroquí que, en un golpe de iluminación, se autoproclamó juez y vengador de las ofensas cinematográficas del cineasta contra el Islam.
Las clases políticas se golpean el pecho mientras las televisiones martillean sin cesar con debates y entrevistas donde en un momento se anima a la hermandad entre todos los pueblos de la tierra y en el siguiente se aconseja el cierre de todas las mezquitas holandesas cuyos imanes alienten valores contrarios a Occidente.
La fragilidad de la integración puesta de nuevo en evidencia y alimentada por la incompresión del holandés medio que no acaba de asimilar que algo así pueda ocurrir en el país que se declara adalid de la tolerancia y la libertad de expresión.
Mano dura institucional contra cualquier signo de extremismo islamista: eliminar las manzanas podridas del cesto se ha convertido ahora en la prioridad política número uno: exigir a los imanes que se asimilen a la cultura holandesa o que abandonen el país, cierre de mezquitas sospechosas de extender el odio, vigilancia de organizaciones islámicas, mayor poder para los servicios de información.
Po otro lado iniciativas para suavizar las tensiones entre ambas comunidades en un constante fuego cruzado de acusaciones de falta de respeto, desprecio y marginalización.
Reproducción, pues, a pequeña escala de los mismos conflictos que lastran las relaciones entre el Islam y Occidente desde hace siglos. La desconfianza y la ignorancia mutua solamente sostenible cuando el armazón socio-económico permite crear un colchón de convivencia tan falsa como frágil. El extremismo social y religioso se ha alimentado esta vez no tanto de la situación de opresión contra muchos musulmanes en Oriente Medio sino de un cóctel de resquemor y venganza contra el rechazo percibido contra la cultura y valores del Islam.
En el caso de «Submission», el cortometraje dirigido por Theo van Gogh y Ali Hirsi sobre la represión de las mujeres en paises islámicos se presenta como una provocación visual que incita a la repulsa de una manera premeditadamente irresponsable. La libertad de expresión, especialmente cuando es pública, es un concepto que solo se puede entender y ejercer en su caracter social y expresada universalmente y no subordinada a unos valores minoritarios. La libertad de expresión sin perspectiva es un instrumento totalitario de los medios que pueden hacer publica esa expresión. Meter el dedo en la llaga de las prácticas aberrantes y extremas que tratan de justificarse en un conjunto de creencias sin hacer un análisis o contrapeso de la genesis histórica, material y geo-política de las relaciones de ordenación social de fondo es simplemente una invitación a las represalias tan aberrantes como los hechos que se describen.
Las brutalidades no solo tienen que ser denunciadas sino además desmontar y corregir todos los procesos que las originan y posibilitan; procesos históricos y sociales en los cuales, curiosamente, los que se rasgan las vestiduras con dedo acusador, han jugado un papel esencial.
Eso suena mucho más a verdadera libertad de expresión.