En muy pocas semanas, el acoso escolar ha pasado de ser tratado como un problema secundario o marginado dentro de las noticias sensacionalistas y dramáticas a constituir uno de los grandes temas de debate de los medios generalistas. El País abría su edición del domingo con un relato dramático sobre una chica que había sido […]
En muy pocas semanas, el acoso escolar ha pasado de ser tratado como un problema secundario o marginado dentro de las noticias sensacionalistas y dramáticas a constituir uno de los grandes temas de debate de los medios generalistas. El País abría su edición del domingo con un relato dramático sobre una chica que había sido pegada y maltratada a la salida del instituto. Pocos días después asistimos en la televisión a la cobertura informativa sobre movilizaciones de varios miles de profesores en Cataluña y Extremadura. Hace un par de días, la presentadora del telediario de Antena 3 recurría al argumento del supuesto periodismo transparente:»Algo debemos estar haciendo mal cuando en menos de 24 horas tenemos que informar de otra concentración de profesores en protesta por el acoso escolar». Curioso. Ahora resulta, según las palabras de esta periodista, que los medios siempre informan de todos los problemas sociales y que sólo hace falta acudir a una concentración o movilización para recibir acceso informativo.
Las estadísticas sobre acoso escolar que he revisado son contradictorias y confusas, según donde establezcamos los límites semántico del término acoso(desde aquí, pido ayuda y enlaces sobre los últimos datos publicados), pero en cualquier caso sigue siendo llamativa la repercusión mediática que este problema social ha generado en los medios, desplazando otros de mayor importancia o, incluso, evitando la conexión con otros tipos de acoso de trágica actualidad (el acoso laboral, por ejemplo, tanto físico como psicológico).
¿Qué ha llevado a los medios a focalizar su atención informativa en el acoso escolar? Quiero aventurar desde aquí algunas hipótesis.
Primero, es inevitable sugerir el marco sensacionalista y dramático que propician este tipo de noticias. La violencia escolar, y más aún cuando está vinculada con un tema social tan complejo como es la educación, apela a patrones informativos y periodísticos que obtienen una rentabilidad mediática estupenda: los videos de las agresiones, las fotografías de los malos tratos, el relatos dramático del proceso; en fin, el acoso escolar tiene unas características que encajan muy bien dentro de los contenidos mediáticos más sensacionalistas de la franja informativa. No se produciría, por tanto, un «interés social ineludible», como pretendía sugerir la presentadora del informativo; el medio obtiene, sobre todo, historias personales de gran calado emocional, mensajes informativos directos y concisos que se lanzan atropelladamente a la audiencia (Véase Los políticos disparan relatos, en este blog).
Después, no podemos olvidar el interés y el poder de ciertos actores institucionales, que son los que están dirigiendo el debate sobre el acoso escolar. El profesorado y los políticos son los que están recibiendo mayor cobertura informativa, por lo que el debate sobre el problema del acoso escolar se está dirigiendo hacia las agresiones, la falta de disciplina y la baja calidad educativa del sistema público… Pocos medios, o ninguno, ha sugerido que el problema del acoso escolar tiene también un origen familiar y social, y que ciertos barrios y núcleos urbanos sufren desde hace tiempo una desestructuración social tan grave y aguda que, evidentemente, la violencia de estas zonas se ha de trasladar inevitablemente a los centros escolares. La educación trabaja por y para los ciudadanos, pero no puede transformar contextos sociales que han vivido en la última década una progresiva reducción y empeoramiento de las políticas sociales. No sé si me expreso con claridad. Digo que el debate sobre los efectos de los recortes sociales sobre la calidad de la educación está ausente del debate público.
Y, por último: estoy de acuerdo en que el acoso escolar es un problema que requiere una solución, y urgente si es posible. Ahora bien, ¿por qué hemos olvidado tan pronto los fríos números del fracaso escolar en España? Cerca del 25% de los alumnos españoles no termina la ESO, y uno de cada tres alumnos ha repetido algún curso, que se dice pronto. Asimismo, los datos rotundos del último Informe Pisa dejaban claro que el sistema educativo básico en España estaba a la cola de los países desarrollados, muy por detrás de los países del este, por ejemplo. Y, sin embargo, pese a estos datos, aún no se han tomado medidas drásticas con el fin de buscar una solución consensuada al alarmante número de estudiantes que ni siquiera poseen el título de educación secundaria obligatoria. Por supuesto, dicho debate pasa por plantear la necesidad de aumentar los gastos en educación y en atención escolar, y no parece que la orientación del debate en torno al acoso escolar vaya a permitir que se produzca.
Desde hace años, asistimos a campañas mediáticas que nos recuerdan los días contados de la educación pública en España. El acoso escolar viene a sumarse a otra de las causas que, presuntamente, están debilitando las frágiles estructuras de uno de los supuestos puntales del estado del bienestar, la educación pública y gratuita. Lo peor de todo es que, según el exiguo porcentaje que se destina en los presupuestos generales, parece que las medidas de las políticas municipales y de las comunidades autónomas pasan por ceder suelo semigratuito a centros privados, y continuar favoreciendo la expansión de la enseñanza concertada. Nadie habla de mejorar o de invertir más recursos en la educación pública, y sí de proporcionar los medios y las condiciones para que aquellos que quieran una educación de calidad, la paguen. Poco a poco la educación pública contempla cómo el atributo «de calidad» va siendo disociado de su modelo.
Paradójicamente, ciertas noticias tienen unos efectos nocivos a largo plazo, efectos que tienen que ver con la imagen y el prestigio de ciertas instituciones. El tema del acoso escolar avanza y se fortalece, transmitiendo a las audiencias el terrible mensaje de que la violencia escolar es casi omnipresente en la educación. Nada más lejos de la realidad. Y, sin embargo, ese efecto, ese mensaje alarmista ya se ha producido, mientras, de fondo, los gestores de la enseñanza privada se felicitan por el efecto colateral beneficioso que puede proporcionarles este último teatro mediático.