«Al cabo de casi hora y media durante la que mantuvo a su multitudinaria audiencia en una especie de ininterrumpido éxtasis, Sarzoky concluyó con dos estocadas magistrales. La primera le sirvió para enlazar con las alusiones personales del comienzo, dando la sensación de que implicaba a los franceses en su propia intimidad.: «Le pido a […]
«Al cabo de casi hora y media durante la que mantuvo a su multitudinaria audiencia en una especie de ininterrumpido éxtasis, Sarzoky concluyó con dos estocadas magistrales. La primera le sirvió para enlazar con las alusiones personales del comienzo, dando la sensación de que implicaba a los franceses en su propia intimidad.: «Le pido a mi familia – es decir, a Cecilia – que me ayude. Y quiero que ella comprenda que ahora no se trata de mí, sino de Francia».
Y cuando ya los tenía a todos con un nudo en la garganta fue cuando lanzó un órdago a los fundamentalistas de su propio partido que algunos deberían escuchar todas las mañanas en España: «Les pido a mis amigos que me han acompañado hasta aquí que me dejen libre, libre para ir hacia los otros, hacia quien no ha sido nunca mi amigo, hacia quien no ha pertenecido jamás a nuestro bando, ni a nuestra familia política, incluso hacia quien nos ha combatido. Porque cuando se trata de Francia ya no existe ningún bando.»
Estos párrafos son de la Carta del Director con la que Pedro J. Ramírez entretiene a sus lectores todos los domingos en El Mundo. Corresponde a la edición del día 21 de enero, que titula «La lección de Sarzoky» En ella nos cuenta en términos elogiosos lo que fue el discurso de Sarzoky en el lanzamiento de su candidatura el día 14 de enero en el Parque de Exposiciones de la Puerta de Versalles de Paris, con una escenografía espectacular y miles de franceses venidos de todos los rincones del país.
En parecidos términos, también durante hora y media, también aludiendo a su familia y a su experiencia personal y también tendiendo la mano a los que no le habían votado porque a fin de cuentas todos son venezolanos, se dirigió Hugo Chávez a su pueblo cuando juró su cargo tras su victoria en las elecciones del 3 de diciembre. Claro que este tuvo otro tratamiento bien diferente por parte de Pedrojota, Polanco y demás especimenes, que con toda seguridad se horrorizarían ante esta comparación. ¡Por favor! ¡Un gorila sudamericano con un brillante político francés! ¡Un basto demagogo con un orador de la mejor escuela! C’est un insulte a la France!
Y no obstante, son los mismos mimbres. Ahora bien, como gran hombre de mundo que aparenta ser, Pedrojota nos introduce al principio de la carta en la figura de Sarzoky un tanto artificialmente, recordando un encuentro con él en el Hotel Old Cataract de Asuan, donde Pedrojota y Sarzoky, csada uno por un lado, disfrutaban del «fastuoso espectáculo del encierro del carro de Ra» el 26 de diciembre de 2003, para que conste en los anales. Por favor, no compararme una persona culta que sabe disfrutar de estos espectáculos con un rudo militar, con sangre india por mas señas que se llama Hugo Chávez.
De acuerdo, no hay comparación. Hugo no tiene tras de sí nada parecido al «Grandeur de la France», mantenido y financiado con el expolio de las colonias y en el rosario de intervenciones militares sangrientas en los países que se rebelaban contra su colonizador. ¿Hace falta citarlos? Hugo no tiene la «charme» y el refinamiento francés que le provee a Sarzoky de recursos para entrar en el recinto con el marchamo de un político conservador y ambicioso y salir dos horas después en olor de multitudes, como un hombre que siente como en carne propia los problemas que afectan a los trabajadores franceses. Así lo pinta Pedrojota: «Sólo el camaleónico dios Proteo fue capaz de tal metamorfosis». Pero esto no quiere decir que en un par de horas haya hecho suyos los valores de la Revolución Francesa, porque de lo que se trata es de recibir votos de todas partes. Así es que, en su repaso de la «Nación como una única persona que va cambiando de edad» (cito a Pedrojota) dice Sarzoky: «Mi Francia es el país que ha hecho la síntesis entre el Antiguo Régimen y la Revolución». Esto significa que mantiene valores del uno y de la otra. Suponemos que los valores del Antiguo Régimen son la disciplina, el orden y el respeto a la propiedad. Será esto lo que le permite decir después: «La República virtual en la que yo creo es aquella que quiere que haya una escuela con autoridad y respeto en la que el alumno se ponga en pie cuando el profesor entre en la clase.».
En suma, un discurso preparado hasta el mínimo detalle para todos, poniendo especial atención en los que solo se acuerdan del Estado cuando se trata de proteger su vida y sus bienes. Un discurso ajustado visiblemente a los resultados de las encuestas de opinión, que no olvida a los que achacan el paro a los propios parados: Cito a Pedrojota: «proclamó que los ejes de su programa serían la revalorización del trabajo, la protección de la propiedad con un «escudo fiscal» que impida que nadie pague impuestos que supongan más del 50 % de sus ingresos y el principio – largamente aplaudido – de que «nadie reciba un salario mínimo social sin que preste la contrapartida de una actividad de interés general». Populismo, y del peor, en estado puro.
Hagamos un ejercicio de imaginación: Si un gobernante de un país del «Tercer Mundo», del estilo de Chávez, sumerge a 80.000 personas durante casi hora y media en «una especie de ininterrumpido éxtasis», estos medios nos pintarían el cuadro siguiente: «Un demagogo populista que manipula a las masas aprovechándose de su ignorancia». Pero aquí no, aquí estamos ( Oh, lá lá!) en la France, en uno de los principales referentes de la cultura mundial. ¡Como se puede comparar este pueblo con el de un país del «Tercer Mundo»!
Espejismos
Con la que está cayendo, con un capitalismo sumergido en el lodazal de la especulación y la corrupción, que prolonga su existencia a tirones, volcado a la producción de armamento, y al uso de los mismos, para mantener la producción y de paso matar potenciales enemigos, (mujeres y niños primero, como en los naufragios, a ellas porque paren y no se sabe lo que puede salir, pero nada bueno tratándose de pobres, y a ellos porque crecen y pueden serlo también cuando tengan uso de razón), a la producción y distribución de drogas, al trafico de emigrantes, (no hay aquí ningún exagero, basta con informarse respecto a los miles de millones que todo esto mueve), a la producción de cada vez más sofisticados artículos de lujo, totalmente superfluos y a la búsqueda por todo el globo de áreas de mano de obra barata, que 80.000 franceses entren en éxtasis con la retórica de un defensor abiertamente declarado de la continuidad de todo esto dice bastante respecto a su tan cacareada «cultura». Si me apuran peor que los del «poncho», porque al menos estos no presumen de tanta Biblioteca, tanta Universidad, tanto museo ni tanto pasado glorioso.
La abismal diferencia entre Chávez y Sarzoky es que Chávez va a intentar una serie de cambios revolucionarios para acabar con la miseria, la explotación, la corrupción, etc. exigiendo la participación de todos en el empeño. Sarzoky no exige otra cosa que disciplina y no habló en absoluto de cualquier medida que suponga la intervención del Estado en la vida económica ni metió el dedo en ninguna de las purulentas llagas que corroen al capitalismo actual. Si de lo que se trata es de personajes, (y la carta está centrada precisamente en eso, en un personaje): ¿dónde está el empeño en conseguir mayores cotas de libertad, de progreso y de bienestar? ¿Está en quien promueve la participación de los ciudadanos en todos los órdenes de la vida social o en el que quiere que se levanten los alumnos cuando entra el profesor? ¿Dónde está la verdadera demagogia?
Para remate, Pedrojota recomienda a nuestras «figuras» políticas, Zapatero y Rajoy, que se empapen del mensaje de Sarzoky, con estas palabras: «Aún están a tiempo de pedir a la embajada de España el uno y a su representante en el acto, Jorge Moragas, el otro, el dossier completo sobre la ocasión y su significado».
El «glamour» te ha fascinado, Pedrojota. Cualquiera que no te conociese de nada, ni de oídas, y leyera esta carta te tomaría por un pardillo. No sé si te has dado cuenta del papanatismo que la impregna, del principio al fin.