El pasado 2009, el grupo Time Warner decidía separarse de America on Line, la gran compañía de Internet con la que se había fusionado a comienzos del siglo XXI. El anuncio de la segregación marcaba una tendencia, iniciada unos años antes, y que puede interpretarse como los avisos que desde el mundo de la comunicación […]
El pasado 2009, el grupo Time Warner decidía separarse de America on Line, la gran compañía de Internet con la que se había fusionado a comienzos del siglo XXI. El anuncio de la segregación marcaba una tendencia, iniciada unos años antes, y que puede interpretarse como los avisos que desde el mundo de la comunicación se lanzaban sobre la crisis económica mundial. Los grandes conglomerados, surgidos a partir de los años noventa, había encontrado un marco regulatorio cada vez más flexible y una predisposición política a su favor que promovía el crecimiento y la concentración. Así, el ultraliberalismo de los años ochenta no hizo otra cosa que agudizarse en la siguiente década, siempre bajo el argumento de competir en mercados globales.
Esta dinámica fue posible también porque el sector de la comunicación se dejó contaminar por otros ámbitos, pasando a defender no sólo los intereses de la compañía periodística sino los de los grandes inversores que provenían de diferentes campos industriales. La banca, las constructoras, las ramas energéticas o armamentísticas se metieron de lleno en la comunicación, que pasó a ser un negocio más en estas empresas. Se imponía, al mismo tiempo, dominar el mayor mercado posible, por lo que las compras, fusiones y absorciones se convirtieron en estrategias comunes y casi diarias. Fue la época de las grandes cifras, los anuncios de gigantescas operaciones y exitosos hombres de negocio que se sitúan al frente de estas macro corporaciones sin reparar en gastos: Michael Eisner en Disney, Jean Marie Messier en Vivendi, Rupert Murdoch en News Corporation…
El resultado de todos estos movimientos en el sector no tardó en salir a la luz. A partir de 2001, muchos de estos conglomerados empezaron a presentar serios problemas internos que dejaron al descubierto suspensiones de pagos, falta de liquidez, incompatibilidad en las diversas culturas empresariales fusionadas, maquillaje de cuentas y escasa flexibilidad financiera. La ambición por estar entre los primeros ponía de manifiesto cómo los impulsores de la propia economía de mercado sufren las consecuencias de la misma. Las crisis internas se saldaron con desapariciones, reestructuraciones y redimensión empresarial, lo que significó una llamada de atención para advertir que «no todo vale» en el actual sistema.
Mientras esto ocurría a nivel planetario, en España los grupos tardaron algo más en notar los efectos de la crisis, pero de igual manera se vieron pronto sumergidos en problemas financieros. En este contexto, las consecuencias siempre han terminado repercutiendo sobre los trabajadores. La Federación de Asociaciones de la Prensa de España (FAPE), que coordina el Observatorio de la crisis en los medios, cifraba recientemente en tres mil cuatrocientos los periodistas afectados por los distintos recortes, cierres o expedientes de regulación de empleo llevados a cabo en el sector. En una profesión precaria y con bajos salarios, la crisis ha venido a empeorar la situación de los informadores, pero también ha significado una rebaja en la calidad de los contenidos.
Entre los grupos que han sufrido las peores consecuencias podemos citar algunos casos emblemáticos, como el de Prisa, de quien se llegó a anunciar su inminente quiebra. La enorme deuda de la compañía le llevó a vender parte de Santillana, cerrar su red de emisoras locales y contar con la ayuda del Banco de España para tener más margen ante sus acreedores. Evidentemente, muy pronto la plantilla se vio afectada a través de las llamadas externalizaciones, lo que supone despedir y volver a contratar a los trabajadores que pierden de esta forma sus condiciones laborales. Otra de las compañías de medios que se ha visto afectada por la crisis es Zeta, que ha ido acumulando una deuda creciente que en 2008 le llevó a anunciar su venta. A pesar de las negociaciones con el grupo Gallardo, dueño del periódico que tienen en sus manos, la operación no se llevó a cabo y la empresa comenzó con las reestructuraciones. Desde entonces, Zeta ha despedido a más de cuatrocientos trabajadores y acaba de anunciar nuevos recortes laborales para el próximo otoño.
En Andalucía, la situación ha sido un reflejo de lo que ocurría a nivel nacional. El grupo Joly llevó a cabo despidos en sus cabeceras de Málaga, Granada y Córdoba, a lo que sumó también la salida de otros informadores en diferentes sedes de ADN. Por su parte, El Correo de Andalucía anunció esta pasada primavera un Expediente de Regulación de Empleo, que terminó afectando a trece trabajadores.
A todas estas cuestiones, viene a sumarse una más que relaciona los medios con la actual crisis económica, y los sitúa como grandes corporaciones «al servicio del capital» como reconocía el profesor Vicenç Navarro en una reciente entrevista para Attac TV. De esta forma, no podemos pensar que hoy en día los medios de comunicación van a mostrar posiciones alternativas al discurso dominante. Es más, aunque en los últimos meses nos hemos visto inundados por noticias sobre la crisis, sería importante averiguar si los ciudadanos saben realmente de qué se trata esta crisis, por qué se ha producido y cuáles son sus consecuencias.
La actualidad y la multiplicidad de canales hacen que la información se difunda desde los medios, pero la inmediatez se convierte en la característica que entra en conflicto con la profundidad del tratamiento de los datos. En un mundo dominado por el consumo y la rapidez, los medios realizan no ya información sino productos informativos dominados por la simplificación. En el tema de la crisis, dicha simplificación se traduce en grandes cifras, críticas al gobierno en los medios contrarios, escenificación de conflicto entre ejecutivo y oposición, y una sucesión de noticias sobre aspectos concretos (el dinero que pierden los funcionarios, subida y bajada de la bolsa, medidas del FMI…)
Pero se echa en falta un análisis de la situación y, sobre todo, la presencia de opciones alternativas a lo que se plantea de manera oficial. Parece existir una única versión de los acontecimientos y se asume que las opciones para salir de la crisis sólo pueden ser las planteadas por los organismos internacionales y el gobierno. El apoyo a toda la información y a los editoriales se encuentra también en las opiniones de columnistas que defienden las mismas tesis. No existen así otras voces, ni otros discursos, ni otros mensajes, y el receptor -si los encuentra- lo hace en medios alternativos, marginales, a los que no todo el mundo accede o en los que el acceso implica un esfuerzo intelectual y de tiempo.
Los grandes medios cumplen también en esta crisis el papel de refuerzo de los grandes poderes públicos y privados. Por este motivo, habrá que movilizarse, buscar un hueco en esos medios o articular otros, pero no perder la posibilidad de reaccionar y transmitir a la sociedad que la situación puede cambiar y las cosas pueden ser de otra manera.
Este artículo fue censurado para su publicación en el Correo de Andalucía.
Aurora Labio Bernal es profesora titular de Periodismo en la Universidad de Sevilla
Fuente original: http://www.enlucha.org/?q=node/2279