Este texto viene elaborándose en nuestras cabezas ya hace algún tiempo a partir de situaciones vividas y de conversaciones informales con integrantes de los movimientos sociales. Con él, nuestra intención es enriquecer el debate para que, mediante la reflexión y la creación de afinidades, se transformen dinámicas que poco tienen que ver con las prácticas políticas emancipatorias.
El tiempo que discurre entre leer un tweet y clicar para darle al like es muy pequeño. Para mucha gente demasiado pequeño como para entender qué se dice, contrastar la información y pensar sobre la propia opinión.
Ya hace unos años que el concepto normie (Angela Nagley, 2017) saltó a la palestra. La autora describe cómo se han desarrollado perfiles de todo tipo, desde gamers hasta grupos fascistas por la supremacía blanca que utilizan las redes para hacer llegar su mensaje de odio a través de memes y tweets descalificativos sobre ideas, colectivos o personas individuales a la vez que suman seguidores en sus cuentas. Como no podía ser de otra forma, también ha aparecido algo similar dentro de los movimientos sociales de izquierdas. Comentarios despectivos y personalizados contra aquellxs que no opinan como ellxs son el material supuestamente crítico y reivindicativo que lanzar a la red sin tener que crear, ni justificar, ni debatir ideológicamente siendo muy pocxs lxs que se atreven a confrontar este tipo de actuaciones.
Una ontología compartida entre la tecnología y el uso que se le da pudiera ser una justificación, lo que provocaría desresponsabilizar tales actos. El debate sobre cómo la tecnología ha estado configurada en una sociedad capitalista, jerárquica, patriarcal y violenta ha servido, durante un tiempo, para entregar de forma total la responsabilidad sobre la misma y sus instituciones. Si bien se pudiera depositar un grado mínimo de responsabilidad en este hecho, se debería enfocar con más ímpetu sobre el/la individux que ejerce este acoso siempre y cuando se le piense como capaz de discurrir por sí mismx. Existen actualmente movimientos que utilizan como estrategia de su actividad política la persecución y el acoso público, tanto en el espacio virtual como en el personal, destrozando la imagen e integridad de las personas individuales o de un colectivo porque no están de acuerdo con sus posiciones. El disenso y las posturas irreconciliables forman parte de las prácticas políticas, pero nos encontramos en una situación en la que debatir y exponer argumentos en contra de otras ideas no es el objetivo, sino destrozar a las personas a la vez que se suman followers por una supuesta radicalidad medida a través de la violencia que se ejerce.
Los movimientos sociales que participamos de Instagram, twitter u otras redes estamos siendo testigos de cómo el disenso ideológico se transforma en descalificaciones que nada tienen que ver con el debate político. Estas dinámicas instauradas se normalizan y asimilan como prácticas intolerables, pero se aceptan por los usuarios por varias razones. La primera y en la que recaería más peso sería el propio miedo a sufrir las consecuencias, es decir el cuestionamiento público de estas actuaciones abusivas puede volverse en contra de unx también con descalificaciones personales. Como seres sociales nuestra imagen pública no deja de ser un eje de exclusión y integración en un grupo social pero también ideológico, lo que ejerce de condicionante sobre nuestra propia percepción y sensación de pertenencia, pero también sobre la que tienen los demás. Más rebuscado aún, y en relación con lo anterior, denunciar públicamente el desacuerdo con estas prácticas abusivas sobre alguien o un colectivo ha sido suficiente argumentación para colocar a éstxs como defensorxs o cómplices de unas posiciones con las que no se está de acuerdo poniéndolxs bajo sospecha con lxs propixs iguales. Esto no deja de ser reflejo de la poca cultura del disenso y del debate. Crear o entender y contrastar argumentaciones requiere tiempo, esfuerzo y valentía.
Si bien quien ejerce este tipo de prácticas trolleras es, como ya hemos dicho, responsable de las prácticas de abuso y violencia que ejercen sobre otras personas, éstas están sustentadas en un marco ideológico que lo permite y que inunda las redes sociales, ya que de otra forma serían fácilmente reprobables. La discusión en el espacio virtual se desarrolla mediante dinámicas propias como la polarización del debate político y la concentración alrededor de personalidades y figuras lo que lleva a la formación de bandos y disputas virtuales que se utilizan como medio para reafirmar la propia identidad política, virtual o no. Esta caracterización de ritmos rápidos donde no hay lugar para la profundización y el contraste de la información, genera a su vez una gran incertidumbre sobre la información, pero también un grave desinterés e irresponsabilidad sobre todo lo que circula en la red ya que se percibe cierta distancia entre el espacio virtual y el que hay fuera de él (si estos espacios separados existen como tal).
Si todo lo enumerado genera un caldo de cultivo poco amable para crear debate constructivo y una imposibilidad de que exista una diversidad de discurso político, llegada a esta situación, es difícil idear una estrategia para romper con unas prácticas que como hemos dicho están ya instauradas. Sin embargo, los movimientos sociales siempre se han caracterizado por cuestionar el orden establecido, y aunque el mundo normie parezca un caos desprovisto de jerarquías y democráticamente sustentado por los followers individuales que voluntariamente siguen a unx troll o a otrx, éste no deja de ser el nuevo orden que nos desarma creando espacios no amables para la diversidad.
Tenemos la responsabilidad colectiva de crear espacios en los que el conflicto, inherente a las relaciones sociales, pueda sostenerse sin daños personales ni destierros colectivos. La actual coyuntura social, económica y política exige enfrentarnos a ella con análisis complejos y para ello es imprescindible poder disentir y pensar sin restricciones. La censura, el miedo, los ataques feroces y la difamación limitan el espectro de reflexiones posibles. Por ello estamos convencidxs que resulta imprescindible rescatar nuestra mejor arma, la solidaridad, para favorecer juntxs una nueva subcultura del disenso.
ProjecteX, colectivo libertario feminista por la disidencia sexual y de género
Fuente: https://projectex.home.blog/