Muchos autores han tratado el tema del papel capital del lenguaje para con la disposición de los entornos de control social. La literatura científica sobre el tema es profusa y compleja. Pero vamos a centrarnos esta vez simplemente en un par de ideas de Michel Foucault y de George Orwell respectivamente, y a tratar de […]
Muchos autores han tratado el tema del papel capital del lenguaje para con la disposición de los entornos de control social. La literatura científica sobre el tema es profusa y compleja. Pero vamos a centrarnos esta vez simplemente en un par de ideas de Michel Foucault y de George Orwell respectivamente, y a tratar de conjugarlas al objeto de fundamentar mínimamente una óptica alternativa al discurso «oficial» sobre la crisis, sus causas y sus alternativas.
Decía Foucault que no se puede pensar en la producción del saber como algo independiente a las relaciones de poder. Dichas relaciones de poder funcionan a través del discurso. Un discurso que opera de manera continua, incesante y diariamente desde los medios de comunicación masivos, desde las instituciones establecidas y desde sus representantes. El conocimiento subjetivo generado en la ciudadanía mediante el discurso es primordial en las relaciones de fuerza. El lenguaje de ese discurso, por tanto, termina por ser un instrumento fundamental en la construcción de subjetividades.
Orwell por su parte, en su libro 1984, introdujo el concepto de neolengua, en referencia al proceso de manipulación, simplificación, reducción y alteración consciente del lenguaje, que había puesto en marcha el feroz régimen totalitario de la novela, para tratar de controlar y definir el pensamiento de la ciudadanía en función de sus intereses políticos. Este concepto de ficción, ha sido posteriormente recurrente en el análisis del lenguaje político, la propaganda y la manipulación de la comunicación.
La idea de que un buen hablante de neolengua es aquel que necesita menos palabras para expresar una idea, podría ser extendida para considerar que un buen discurso será aquel que se baste de un reducido número de neopalabras para influenciar el pensamiento subjetivo de su público.
Aquí de momento no ha hecho falta inventar palabras nuevas, pero sí que se da un proceso parecido cuando observamos que de un tiempo a esta parte aparecen constantemente en los medios expresiones, que hasta ahora habían sido poco frecuentes en estos ámbitos y cuyo significado ha sido parcialmente instrumentalizado en favor de la construcción de un determinado discurso.
Partiendo de estas premisas y combinando las ideas aquí expuestas les propongo el siguiente ejercicio. Ensayemos un esbozo de discurso «oficial» tomando algunas de esas palabras o expresiones tan en boga:
«El Mercado» un ente etéreo y difuso dedicado a actividades de compra, venta y especulación financiera con plena capacidad autorregulatoria, se erige ahora como referente único para el análisis y la toma de decisiones. La novedad asociada al concepto es que la autoridad política se declara insolvente ante sus designios, se autoanula y delega toda responsabilidad en él. La trampa radica precisamente en hacer creer que toda posibilidad de acción política queda diluida en la nueva definición del término.
Una de las conclusiones a las que ha llegado el tal Mercado, y que por descontado el discurso político y mediático hace suya, es que todos nosotros «Hemos Vivido por Encima de Nuestras Posibilidades». Cosa un tanto engañosa ya que dicha sentencia es imposible en sí misma. No se puede vivir por encima de las posibilidades de uno. Por poner un ejemplo, si alguien compró un coche muy caro con un sueldo modesto fue porque dicha posibilidad existía, alguien o algo se la planteó, se la ofreció, la puso a su disposición y el sujeto en cuestión optó por ella. Cuando menos podríamos hablar de una responsabilidad compartida entre quien plantea una posibilidad con mal futuro y quien se decide por ella, pero no parece desprenderse eso de la frase que comentamos.
A resultas de asumir que hemos vivido por encima de nuestras posibilidades hace su aparición otra palabra mágica, «Austeridad» que se presenta como la receta natural ante tal despropósito. La R.A.E la define como la cualidad de austero. El término aplicado en este contexto invoca a la sobriedad, a la sencillez y a la ausencia de alardes. La particularidad es que en el caso al que nos referimos parece apuntar única y exclusivamente a los servicios públicos. Vamos lo que viene siendo conocido en las últimas fechas como «Hacer los Deberes». Por si fuera poco con el eufemismo y con su aplicación parcial, redoble de tambor.
Pero no se preocupe si con usted no va eso de la austeridad siempre puede convertirse en «Emprendedor». Otrora conocido como empresario. Se ve que han querido rebautizar el concepto dándole una connotación más, digamos, vital. El mensaje implícito es que como la austeridad sólo se aplica a los servicios públicos y a sus empleados, usted podrá sortearla emprendiendo.
El análisis de este discurso arroja evidentes conclusiones a cerca del modelo ideológico que lo sustenta. ¿Por qué se ve entonces en la necesidad de presentarse envuelto en esta especie de papel de celofán que suponen esos malabarismos con el lenguaje? Probablemente porque de no ser así el discurso no conseguiría hacer conformar la inherente construcción de subjetividades con los intereses subyacentes a ese modelo.
Publicación original en mi blog: http://microfactor.wordpress.com/2012/05/21/discurso-neolengua-y-crisis/