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El uso perverso de la lengua

Economía

Fuentes: Rebelión

Es frecuente que los seres humanos realicen acciones sin conocer su trasfondo. El hecho de que alguien haga algo no demuestra que sepa lo que hace. La particularidad de realizar un designio sin conocerlo se suele atribuir a las máquinas. El automóvil lleva a un destino sin tener conciencia del mismo. Es conducido a él. […]

Es frecuente que los seres humanos realicen acciones sin conocer su trasfondo. El hecho de que alguien haga algo no demuestra que sepa lo que hace. La particularidad de realizar un designio sin conocerlo se suele atribuir a las máquinas. El automóvil lleva a un destino sin tener conciencia del mismo. Es conducido a él. Pero, como dice E. Rauter, el hecho de que nos comportemos como máquinas sólo es raro en apariencia[1].

Así, hablar es un de las acciones humanas más frecuentes. La mayoría de los enunciados de la gente son falsos. El reclamo de la Banca propaga, por ejemplo, la afirmación «Ponga su dinero a trabajar con nosotros». Y muchos trabajadores dicen también «El dinero trabaja», aunque son ellos quienes lo hacen y no el dinero. Obreros y empleados repiten lo que han oído, ¿de dónde sacan estas ideas que ponen el mundo patas arriba?

Los profesores de economía afirman lo mismo en las escuelas y universidades desde hace muchos años. Dicen que la tierra, el capital, el trabajo y la publicidad comercial son factores de producción.

Pero el capital no hace nada, ni la tierra, ni el trabajo, ni mucho menos la publicidad comercial. Lo hacen los trabajadores, empleados y algunos empresarios. ¿A qué se debe entonces la persistencia de estas tergiversaciones, de estos falsos enunciados? Tal vez al efecto de esta forma de presentar la producción, a saber: que los trabajadores y empleados consideran el capital como algo más importante que ellos mismos, a pesar de que son ellos quienes crean el capital. Esta modestia es el efecto. Es una cualidad de los esclavos

El mundo empresarial consideró que la democracia había ido demasiado lejos en la década de 1960 y 1970. Baste recordar las revueltas universitarias contra la guerra de Vietnam en los EEUU, el mayo francés del 68 o el posterior junio de Berlín. Había que contrarrestar estos movimientos con campañas de propaganda directa o indirecta, influir en el contenido de las ideas académicas. Las subvenciones a la investigación aumentaron considerablemente. Pero este dinero adquirió un claro tinte ideológico con la creación de cátedras universitarias denominadas de «libre empresa». Su función consistía en invertir la tendencia antiempresarial dominante.

Numerosas fundaciones e institutos, como el American Enterprise Institute, grupos de expertos cooptados, los llamados tanques pensantes, dedicaron sus esfuerzos a la preparación y difusión de material educativo, programas de televisión, control ideológico de los medios, etc. Resumiendo mucho, estos recursos y esfuerzos culminaron poco después en la relación «universidad-empresa». Esta creación sometió la teoría económica a los intereses de las empresas, contaminándola. Las investigaciones se orientaron entonces al interés particular y no al general.

En los 80, con Reagan y la Tatcher, se impuso el denominado neoliberalismo, la desregulación y privatización de lo público. Se institucionalizó la apología del militarismo, sin entrar para nada en el análisis de los efectos del gasto militar en la inflación y la productividad. El paro se justificaba como «voluntario», como «tiempo de búsqueda de trabajo» por los trabajadores. Los controles medioambientales son improcedentes por sus elevados costes. Los economistas ignoran u ocultan sus beneficios sociales, incluido el de la salud de la población. Quienes expresan opiniones acordes con los intereses de las empresas reciben dinero abundante y disponen de todos los medios que deseen para publicar sus opiniones.

Una vez modelada la opinión profesional, su impacto en la pública equivale a un ejercicio brutal de violencia psicológica. Había que forzar el lenguaje para imponer al público la aceptación de una explicación de la realidad que no era más que pura ideología patronal.

En su fase actual, el capitalismo ha impuesto una serie de conceptos que camuflan su índole depredadora y contaminan las conciencias. Así, por ejemplo, desde hace unos decenios se define a sí mismo como sociedad libre de mercado.

Ahora bien, como en información no hay nada inocuo, la colocación del calificativo «libre» detrás de sociedad o delante de mercado se hace para destacar conscientemente que esta sociedad y este mercado son libres. Y eso, ¿por oposición a qué? A otras sociedades, a otras formas de organizar la convivencia humana y el intercambio económico que, según los ideólogos del capitalismo, ni son ni pueden ser libres.

Entre los conceptos más precisos de libertad están el de Baruch Spinoza, filósofo holandés hijo de emigrantes portugueses judíos, castellanizado Benito Espinosa, que la entendía como conocimiento de la necesidad, y el del biólogo evolucionista español Faustino Cordón, que la define como la capacidad para prever la acción futura. La concepción histórico-materialista entiende que la libertad consiste en el conocimiento de la necesidad objetiva y en la subsiguiente capacidad de aplicar conscientemente las leyes de la naturaleza y de la sociedad a fin de obtener un dominio creciente sobre ellas. La libertad incluye también las condiciones económicas, políticas, jurídicas, espirituales, colectivas y personales. De ahí que esté sometida a un proceso histórico.

En las condiciones actuales del tardocapitalismo, las libertades introducidas por la burguesía a lo largo de los siglos XVIII y XIX se fueron reduciendo a «la libertad de comprar y vender». Hoy día, la retórica de la «sociedad libre» presenta su cara más falaz. Sólo violentando al extremo el lenguaje podrían calificarse de sociedades libres todas las que durante el siglo XX estuvieron sometidas a las feroces dictaduras de los nazis, los tonton macoutes de Duvalier, los Trujillo, Somoza, Videla, Pinochet, Mobutu, Idi Amín, y tantos y tantos más. La lista podría hacerse interminable, hasta incluir las del siglo que acaba de iniciarse, como las satrapías de Oriente Medio impuestas y sostenidas por las tropas neocoloniales de los EEUU y sus cipayos europeos. Ni uno solo de estos sanguinarios regímenes ha caído nunca fuera del concepto de «sociedad libre de mercado»

La realidad es que el imperialismo le ha declarado la guerra a toda sociedad libre y democrática allí donde asoma y se opone a sus intereses depredadores. Como ilustración puede servir la brutal sinceridad con que se manifestó H. Kissinger ante el golpe fascista contra la democracia chilena el 11 de septiembre de 1973. A la pregunta de qué se debía salvar, si la democracia o la economía, el entonces Secretario de Estado de Washington respondió sin el menor titubeo: «la economía».[2]

Se evidencia, entonces, que lo prioritario es la segunda parte de la frase en cuestión, el «libre mercado».

Pero si se mira un poco más de cerca, el defensor a ultranza de esta libertad de mercado, los Estados Unidos, y se echa un vistazo a su legislación, no existe ningún país en el mundo que haya impuesto más leyes restrictivas a la libertad de mercado y de comercio. Como se sabe, estas restricciones a la libre circulación de mercancías son la causa principal de la pobreza de lo que se viene llamando el Tercer Mundo, esto es, la mayoría de los países.

Este falso lenguaje, diseñado conscientemente para engañar, cada vez convence a menos e indigna a más ciudadanos, ya sea de los países pobres o de los ricos. Las protestas multitudinarias de Seattle, Génova, Hong Kong, etc., elevan año tras año los niveles de conciencia. Cada día son más numerosos los artículos, los libros y los organismos populares que denuncian una situación injusta y falsa. Como dice Siv O’Neal, «El concepto de libre comercio enarbolado por los ricos como el salvador del mundo de la pobreza, el aumento del desempleo y la horrenda desigualdad no es más que un acto de prestidigitación, una ilusión vacía. Es una forma de engañarnos a todos para que creamos que algo positivo puede resultar de este inmenso engaño»[3]

Pero los hechos son muy tozudos y ponen al descubierto la falacia de este lenguaje. Las desigualdades entre ricos y pobres aumentan en vez de reducirse. Sin incluir los de EE.UU., 852 millones de personas pasan hambre en el mundo, otro 815 sufren desnutrición, 1.200 millones viven con menos de 1 dólar por día, 250 millones de niños realizan trabajos en condiciones de semiesclavitud, sin mencionar las carencias de medicamentos, escuelas y otros derechos humanos fundamentales. El promedio de vida en África se ha reducido a 40 años.

Julio Yao sintetiza perfectamente lo que el capitalismo oculta tras el concepto de libre comercio. En la ponencia presentada en el Encuentro Internacional de «Propuestas Alternativas en Agricultura, Acceso a Mercados, Comercio y Medio Ambiente, ante la Ministerial de la OMC», lo expresa así:

«A la luz de la historia, el ‘libre comercio’ es un eufemismo que entraña un conflicto semántico, una contradicción intrínseca. ¿Qué libertad le reconocieron los europeos a los pueblos africanos cuando se repartieron su continente sin pedirles permiso a los verdaderos dueños? ¿Qué libertad tenían esos pueblos africanos cuando se les obligó a firmar cientos de acuerdos comerciales y territoriales, todos los cuales fueron violados por los europeos? ¿Qué libertad tenían los pueblos africanos si ni siquiera libertad tenían para ser personas, cuando fueron sometidos a la esclavitud, a la trata y al comercio de esclavos, para enriquecer tanto a Europa como a Estados Unidos en las plantaciones, en las fábricas y ciudades? ¿Qué libertad tenían los pieles rojas, los Sioux, los Cheyennes y otras nacionalidades de Norteamérica para reglamentar su comercio con los invasores cuando la única libertad que se les permitió fue la de entregar incondicionalmente todas sus riquezas, posesiones y patrimonios, todas sus vidas? ¿Qué libertad tenían los cubanos cuando les impusieron en 1903 la Enmienda Platt y cuando ocuparon Guantánamo? ¿Qué libertad tenían los panameños cuando en 1903 Estados Unidos les impuso un Tratado que firmó un extranjero, mediante el cual el Canal, construido para el ‘libre comercio’, quedaría a perpetuidad en manos de Estados Unidos, sin que se permitiese a Panamá siquiera comerciar en la antigua Zona del Canal?

Allí están, en la Secretaría General de las Naciones Unidas, los reclamos de estos pobladores indígenas al gobierno federal de Estados Unidos por las violaciones de cientos de tratados suscritos en el siglo XIX.

En el ‘libre comercio’ de hoy no hay más libertad que la que tenían los esclavos y siervos para comerciar su mano de obra, es decir, su producción, su patrimonio y su vida, con los esclavistas y señores feudales. En otras palabras, ¡ninguna! Y ésta es la realidad de nuestro sistema internacional y del comercio internacional: su carácter es profundamente asimétrico y feudal.

No hay libre comercio cuando las partes negociantes o contratantes gestionan desde una base profundamente desigual de poder. No hay libre comercio cuando el objeto de la negociación -el comercio internacional- está rodeado de circunstancias estructuradas que se manifiestan en beneficio de una de las partes y notoriamente en perjuicio de la otra. No hay libre comercio cuando el propósito de la negociación es en sí mismo un objeto ilícito, algo no susceptible de negociación, como lo es la forma y contenido de vida de los pueblos. No hay libre comercio cuando la negociación conlleva la aceptación de compromisos que atentan contra la ética, la solidaridad humana y el derecho a la vida.

No hay libre comercio si los acuerdos son el resultado predeterminado y lógico de las condiciones y estructuras que rodean la negociación. No hay libre comercio si no se produce la voluntad de las partes contratantes mediante su libre consentimiento. No hay libre consentimiento si la voluntad de una de las partes fue forzada, por los medios que sea, a aceptar un acuerdo. No hay libre comercio si las partes negociantes o contratantes carecen de capacidad jurídica para comprometer el destino de nuestros pueblos. Y si en las negociaciones no se verifican ni el libre consentimiento ni la capacidad de las partes contratantes o negociantes, los acuerdos comerciales quedarán viciados de nulidad y carecerán de validez jurídica.»[4]

La libertad de mercado y de comercio significa, por ejemplo, que Iraq no pudiera vender su petróleo para satisfacer las necesidades de su población y el desarrollo de su economía, o que España no pueda exportar a Venezuela 12 aviones defensivos por llevar piezas fabricadas por compañías estadounidenses. Pero el caso más sangrante es el de Cuba, que sufre un bloqueo de 47 años con el firme propósito de ahogar su economía, su soberanía y, en última instancia, su revolución. Los EE.UU., el paladín del «libre mercado» y de la «libertad de empresa», no sólo prohíben a sus nacionales vender o comprar productos a Cuba o de Cuba, sino que han promulgado leyes que castigan a quienes comercien con Cuba, aunque no sean ciudadanos o empresas estadounidenses. Ahí están las leyes Torricelli o Helms-Burton, por ejemplo. En ellas se legisla la organización de la sociedad cubana una vez que se reincorpore al capitalismo. Se establece, incluso, un organismo dedicado a la asignación de los huérfanos que ocasionará la intervención militar. ¿A cuántos piensan matar, entonces? ¿Qué negocios tienen maquinados con esos niños, su venta en adopción o la de sus órganos para transplantes a niños ricos?

Como hemos dicho en otro sitio[5], «a lo largo de miles de años, los seres humanos desarrollaron el lenguaje para la comprensión y la cooperación en la solución de sus tareas. Hoy día, las palabras y los conceptos se utilizan conscientemente para la confusión, para violentar el entendimiento y, en última instancia, imponer significados que se contradicen con la realidad.

La Biblia (Génesis, 11 ) dice que Dios confundió a los que construían la torre de Babel para detener su progreso, haciendo incomprensible lo que hablaban. Parece como si el Sr. Helms, el Congreso y el Gobierno de los EE. UU, todos ellos supuestos conocedores de la Biblia y defensores acérrimos de la civilización cristiana, se hubieran erigido en dioses modernos ocupados en confundir a las gentes e impedir que la humanidad avance hacia formas de convivencia más solidarias y justas que las actuales. Así, las palabras han perdido su significado original y adoptado el contrario. Nos hemos quedado sin lenguaje comprensible.

Hace más de 150 años, Karl Marx, un emigrante alemán estudioso del capitalismo y propugnador de otro orden social más humano, decía lo siguiente en el Manifiesto comunista: « Por libertad, en las condiciones actuales de producción, se entiende la libertad de comercio, la libertad de comprar y vender.»[6] Ese tipo de sociedad, actualmente en el apogeo de su desarrollo, se autodenomina «sociedad libre de mercado». Pero sus portavoces y gendarmes mundiales, con el Sr. Helms a la cabeza, niegan con los hechos lo que predican. Se bloquea, se embarga, se promulgan leyes que prohiben esa libertad de comercio. Hasta se bombardean cosechas y bosques con venenos (como en Vietnam) y se minan puertos (como en Nicaragua) con tal de impedir el libre tráfico de mercancías y personas. Ahora incluso se persigue y castiga a quienes comercien con los gobiernos que no agradan, o no se sometan. Para colmo, y que lo entienda quien pueda, el Congreso norteamericano la denomina «Ley de la Libertad y la Solidaridad democrática con Cuba».

Ninguna de las sanguinarias dictaduras latinoamericanas, ni del mundo, incluida la de Pol Pot en Camboya, ha sido derrocada por los congresistas y militares norteamericanos en aras de la libertad de sus pueblos. Ni a Pinochet, ni a Somoza, ni a Trujillo, ni a tantos otros se les aplicó una ley para la libertad y la solidaridad. Todas las intervenciones, y han sido muchas, se hicieron y se hacen para derrocar los gobiernos democráticamente elegidos o impedir que se eligieran. Allende, en Chile, Juan Bosch en la República Dominicana, Jacobo Arbenz en Guatemala, Fidel Castro en Cuba, Hugo Chávez en Venezuela, etc. Para los Helms y demás adalides de la democracia, los «buenos» son quienes asesinan y desaparecen a miles de personas, quienes «limpian» de niños abandonados (35 millones sólo en América Latina) las ciudades matándolos porque perturban la estética urbana, quienes esquilman a sus países con desfalcos de las cajas nacionales y depositan el dinero en Miami o en Suiza, y así sucesivamente. Los «malos» en cambio son los que construyen escuelas, reducen la mortalidad infantil y socializan la pobreza, quienes se esfuerzan por defender al humilde y mejorar las condiciones de vida y de trabajo de sus pueblos.

Defender lo colectivo, lo común, lo solidario, lo humano, es la barbarie. Mientras que practicar el egoísmo, la ley del más fuerte, la ley de la jungla, aunque sea de asfalto, es la civilización.

La base de la cultura cristiana que el Sr. Helms y los legisladores norteamericanos defienden y propugnan es la familia. Pero las leyes que hacen prohíben a los cubanos residentes o nacionalizados en EE. UU. ayudar a sus familiares necesitados en Cuba. Practicar obras de misericordia, como ayudar con medicamentos a los enfermos cubanos que los necesitan es, según la Ley de la Libertad y de la Solidaridad de Helms-Burton, «traficar con el enemigo» y, por lo tanto, acción merecedora de las mayores penas. O sea, que esta ley, más aún que las anteriores, castiga a quienes ayudan y premia a quienes explotan al prójimo.

Los defensores de la paz, como se autodenominan los gendarmes mundiales, utilizan el lenguaje de la guerra, aunque no la declaren, pero sí la practican. Esta Ley de la Solidaridad exige que se devuelvan a sus propietarios anteriores las propiedades confiscadas por el gobierno revolucionario. Si así se hiciese, Cuba entera pasaría a ser una propiedad de los ciudadanos norteamericanos, pues las hectáreas que reclaman esos «damnificados» exceden en mucho la superficie total de la isla. ¿Qué quedaría entonces de la soberanía tan ensalzada por la propia Constitución yanqui? ¿Hasta qué punto están dispuestos a aplicarse a ellos mismos la ley que pretenden imponer a otros y devolver a sus propietarios originales, en este caso colectivos, esto es, las tribus indias de Norteamérica, las tierras que les arrebataron a tiros durante los siglos XVIII y XIX?

En la escuela se enseña que el sol sale por Oriente y se pone por Occidente, y que Japón es el país más oriental, el país del sol naciente. Pues, no señor. Según el lenguaje de los Helms, Japón es un país occidental y Cuba, oriental. Los ejemplos son tan numerosos que cada cual puede buscarse los suyos, si quiere. Sería un buen ejercicio de salud mental.

Este uso del lenguaje para confundir lo aplicaron antes Goebbels y sus partidarios nazis y fascistas. Así que ¡Heil, Helms! Dios salve a Vd. y a su Congreso, y al «friendly fascism» que quieren imponer al mundo.

Esto, francamente, ya no hay quien lo entienda. Habrá que destruir la moderna torre de Babel y recuperar la claridad de las palabras. Nos han privado hasta del lenguaje. Se amplía la democracia aumentando, con la claridad, el número de personas capaces de reconocer y articular sus intereses y necesidades. Pero no confundiéndolas. Por eso la realidad es el mejor modificador de la conciencia, la que termina por imponerse. De ahí que la tarea primordial de los ampliadores de conciencia, los periodistas, escritores, artistas, cineastas, etc. sea mostrar la realidad tal cual es. Así se verá lo que hay que modificar en ella.

Por eso uno no tiene más remedio que solidarizarse con la declaración de los escritores y artistas cubanos cuando afirman: «Luchamos y creamos por la belleza, la justicia, la solidaridad y la dignidad. Ni el odio, ni la sinrazón, ni la soberbia, que nublan la política anticubana del Gobierno y del Congreso de los Estado Unidos conseguirán apartarnos de tan nobles razones.»

Sin embargo, el imperialismo no para de proclamar la «libertad de empresa», uno de los principios sagrados de los comienzos del capitalismo (Adam Smith).

La libertad de empresa, la libre circulación de mercancías y capitales, es el principio fundacional, la viga maestra de la formación social capitalista. Este imperativo categórico ha constituido el argumento terminante utilizado contra toda alternativa de organizar la sociedad de otra manera. De ahí que, por contraposición, el socialismo, que intenta regular la libertad burguesa de comprar y vender, no se considere una sociedad libre, esto es, se repruebe como carente de mercado.

Pero veamos algunos ejemplos concretos de cómo entienden los EEUU, y sus socios del Primer Mundo, esta libertad de mercado.

Estados Unidos es el país que más restricciones impone a la importación de mercancías de otros países. Quien lo ponga en duda, que se lea la legislación pertinente y los acuerdos de la Organización Mundial del Comercio. O que se lo pregunte a los gobiernos de los muchos países pobres que tantas dificultades tienen para vender sus productos en condiciones de igualdad a los pocos ricos. No contento con esto, prohíbe la exportación a los países que no se someten al dictado de los intereses de las empresas y gobernantes yanquis. Incluso se les imponen bloqueos y embargos, como el que sufre Cuba desde hace 47 años. Si es necesario, se minan los puertos de acceso o se hunden a cañonazos los barcos que lleven alimentos a esos pueblos, como fue el caso de Nicaragua. Se arruinan por todos los medios, incluidos ataques bacteriológicos y químicos, las economías de países y continentes, Vietnam, Iraq, África o América Latina. Los campesinos de Iraq no podrán usar más sus semillas. Tendrán que pagar patentes a Monsanto y Cargill.

Pero la madre de todas las infamias se encarna en negar la salud y el derecho a la vida de pueblos enteros con el pretexto de que lo exige la defensa de sus intereses nacionales, léase el lucro de sus empresas privadas. Así, el Gobierno de los EE. UU. impidió el martes 18 de enero de 2003 que la OMC (Organización Mundial del Comercio) regulara el acceso de los países pobres a medicamentos más baratos, e incluso que se discutiera una propuesta brasileña para permitir que compren genéricos. El fundamentalismo de la Administración Bush la ha llevado a cortar su aportación al Fondo de Población de las Naciones Unidas (FNUAP) con la excusa de que este organismo favorece el aborto. Pero esos mismos fundamentalistas no tienen el menor reparo en dedicar miles y miles de millones de dólares en armas para masacrar seres humanos, incluidos los niños, claro está.

Las cadenas libres de la televisión norteamericana (ABC,CBS, NBC), no sienten vergüenza alguna en presentar a los africanos como los causantes de sus hambrunas y epidemias, según demuestra un estudio efectuado por la revista extra! (diciembre de 2002). Estos grandes medios, libres y democráticos, se olvidan siempre de mencionar a los verdaderos generadores de tantas desgracias, como se denunció en la Cumbre de Johannesburgo, a la que Bush se negó a asistir.

Como es bien sabido, Haití, el primer país americano que se emancipó de la dependencia colonial y abolió la esclavitud, es también el más pobre del hemisferio. «Allí» – dice Eduardo Galeano- «Hay Más lavapiés que lustrabotas: los niños que a cambio de una moneda lavan los pies de clientes descalzos, que no tienen zapatos que lustrar.»[7] El 80% de su población de 8 millones vive en la más absoluta pobreza. Durante varias decenas de años estuvo sometido a la sanguinaria dictadura de Duvalier y su hijo Baby Doc , cuyos tontons macoutes aterrorizaban y asesinaban a discreción. Estados Unidos no opuso la menor objeción a sostenerlo con cuantiosas subvenciones y ayudas.

Pues bien, tras la elección democrática de Jean-Bertrand Aristide en 1990, reelegido otra vez en noviembre de 2000, EE. UU. Bloqueó las ayudas y préstamos a Haití, y utilizó su veto en el BID (Banco Interamericano de Desarrollo) para mantener el embargo a este pequeño y empobrecido país. Las ayudas vetadas, 30 millones de dólares para salud y 300 para infraestructuras y educación, hubieran mejorado considerablemente la asistencia médica y evitado muchas muertes innecesarias. Para hacerse una idea de tamaña perversidad, baste pensar que uno solo de los cientos de misiles de crucero lanzados contra Afganistán e Iraq, cuesta ya esos 400 millones de dólares. Como denuncia la ONG estadounidense Zanmi Lasante, ese embargo está penalizando a un pueblo cuyo crimen ha consistido en elegir él mismo, y por amplia mayoría, a su presidente

De modo análogo, y con el sempiterno pretexto de la defensa de sus intereses comerciales, EEUU vetó en 2001 la adopción de un Protocolo del Convenio de Armas Biológicas, ha rechazado el Protocolo de Kioto sobre Cambio Climático, se ha negado a firmar el Tratado de Prohibición de las Minas Antipersonales, que tantos niños mata e invalida, así como el Tribunal Internacional sobre Crímenes de Guerra, etc., etc.

En relación con su política en el Próximo y Medio Oriente y su defensa de las tiranías allí existentes, James Woosley, antiguo director de la CIA, la justificaba así el 14 de noviembre de 2002 en una conferencia pronunciada en la Universidad de Oxford: «Una de las razones por las que no tenemos más democracias en Oriente Medio es porque hemos contemplado Oriente Medio como nuestra gasolinera».

Ante tales comportamientos, cada vez le va a resultar más difícil a EE. UU. alardear ante el mundo que es el garante de las libertades. Como el ser humano tiene la capacidad de pensar. Por consiguiente, la mayoría de los hombres y mujeres de este mundo se están percatando de que su imperio económico-militar se está socavando con el desmoronamiento de su imperio moral. Ya sólo pueden convencer a las escasas minorías que se lucran con su política inhumana.

La mordaz ironía de El Roto sintetiza esta libertad en una de sus mordaces viñetas con esta frase lapidaria: «Lo llaman sistema de libre cambio, pero si lo intentas cambiar, te despiden.»

En suma, la libertad de comercio y de mercado se reduce a la libertad de los ricos para venderles a los pobres sus productos y servicios.

El «neoliberalismo» nos martillea el cerebro con una andanada de términos falsos que ocultan y embellecen sus acciones depredadoras e inhumanas. Entre ellas destacan las siguientes: competitividad, eficiencia, productividad, flexibilidad, globalización, monetarización.

Competitividad

La libre competencia es uno de los argumentos falaces divulgados por el capitalismo. Está tan imbuido en la conciencia social que hasta los mismos representantes de la izquierda tradicional europea lo aceptan. El imperativo categórico de esta organización social es que la economía debe ser competitiva, que para tener éxito en la vida hay que competir, ser competitivos. Sin embargo, la biología evolucionista nos dice que la humanidad surgió de la cooperación y la solidaridad. La competencia, la lucha por el territorio y el alimento es la ley de la selva, la animalidad. Los homínidos se fueron desprendiendo de su animalidad y convirtiéndose en seres humanos a medida que fueron cooperando solidariamente en la conquista de su medio. Defender y practicar la competitividad equivale a proclamar la ley de la selva como principio rector de nuestro comportamiento, a destacar la animalidad frente a la humanidad. El capitalismo niega así la verdadera naturaleza del ser humano, su índole solidaria y cooperante. El capitalismo es pues, la negación humana, la inhumanidad. Carlos Marx , quien dedicó su vida al estudio del capitalismo, escribió, hace ya más de 150 años, esto sobre la competencia:

«La competencia aísla a los individuos, no sólo a los burgueses, sino más aún a los proletarios, enfrentándolos a unos con otros, a pesar de que los aglutine. De aquí que tenga que pasar largo tiempo antes de que estos individuos puedan agruparse, aparte de que para esta agrupación – si ésta no ha de ser puramente local- tiene que empezar por ofrecer la gran industria los medios necesarios, las grandes ciudades industriales y los medios de comunicación rápidos y baratos, , razón por la cual sólo es posible vencer tras largas luchas a cualquier poder organizado que se enfrente a estos individuos aislados y que viven en condiciones que reproducen diariamente su asilamiento. Pedir lo contrario sería tanto como pedir que la competencia no existiera en esta determinada época histórica o que los individuos se quitaran de la cabeza aquellas relaciones sobre las que, como individuos aislados, no tienen el menos control.»[8]

Eficiencia

El diccionario la define como virtud y facultad para lograr un efecto determinado. La rutina – la noria – de la producción capitalista implica la acción conjunta de varios procesos. Los diversos agentes económicos que actúan en el capitalismo tienden a la maximización del beneficio y al crecimiento económico. Esto es lo que los economistas del sistema denominan «eficiencia». La palabra suena bien. Pero lo que en realidad significa es reducción de los costes laborales y uso creciente de la tecnología. Esto es, despidos cada vez más frecuentes y numerosos, sueldos cada vez más bajos, empleo cada vez más precario. En suma, la aceleración de la noria del capital, el aumento de la «eficiencia» se traduce en mayores gastos sociales.

Productividad

La eficiencia suele ir acompañada del concepto de productividad. Nos dicen que el aumento de la productividad es esencial. Pero si se mira de cerca, el término productividad es, por lo menos, ambiguo, en particular cuando se aplica al conjunto de la economía. Es algo difícil de medir. Así, si un grupo de trabajadores aumenta la producción de una empresa a costa de su salud, ¿es buena la productividad?

Como se sabe, existe un abismo enorme entre los beneficios de la productividad y los salarios de los trabajadores a lo largo de los últimos decenios. Las fantasías de los economistas del sistema nos quieren convencer de que el aumento de la productividad se traduce en mayores salarios. Cualquiera puede comprobar esta falacia. La realidad es la precariedad en el empleo, los contratos basura, el trabaja semiesclavo de mujeres y niños para sobrevivir, etc.

El énfasis de los economistas oficiales en la tecnología como factor decisivo y su fijación en el libre comercio lo venden como beneficio evidente para los trabajadores. Pero, aparte de los contratos basura, el resultado ha sido eso que se denomina deslocalización (externalización), tanto del trabajo especializado como no especializado.

Flexibilidad

Así, para facilitar a los empresarios el despido, se habla de «flexibilidad», concepto que se emplea como panacea para resolver los problemas de la economía. En realidad es un término doloroso para todo trabajador y trabajadora desempleado/a. Cuando un sector de la economía o una empresa ha tenido pérdidas? se dice que ha tenido un «crecimiento negativo». El concepto de «pérdidas» se utiliza ara indicar que una empresa ha ganado menos que el años anterior, por ejemplo, que ha ganado 32,000 millones en vez de los 35,000 el ejercicio anterior.

La población de un país se cosifica en «capital humano, «material humano» «recursos», «consumidores», et. Semejante lenguaje inhumano se encarga de incluir en los balances algo que no es calculable, contable. Si se prescinde de su contenido religioso del siglo XVI, ¿Qué significa hoy la palabra «reforma»? El diccionario de la lengua recoge su sentido positivo de innovación o mejora de algo. Cuando se habla de innovación y mejora de una sociedad se utiliza el término de «revolución», y para dar marcha atrás el de «contrarrevolución». Pero para darles la vuelta a las reformas mejoras de la sociedad no existe la palabra «contrarreforma».

Se hacen reformas en una casa para mejorarla, pero no para empeorarla. Aplicada al empleo no es así.

El Banco Mundial ha reconocido que las reformas del gobierno militar convirtieron a Chile en un laboratorio de la «escuela de Chicago», y que no se informó al público de los cambios efectuados. Esa experiencia ser denominó «una lección de pragmatismo». Considerando que el Banco Mundial apoyó a Pinochet, el nombre refleja su propio pragmatismo.

Globalización

Con la extensión del capitalismo a todo el mundo, el lenguaje del imperio ha introducido un nuevo concepto, el de globalización. Se significa con él la generalización del modelo capitalista a la economía mundial, la desregulación de las trabas nacionales a la libre circulación de capitales y empresas (externalización), en suma la uniformidad del mercado. Este fenómeno lleva implícita la mundialización de la conciencia, la uniformidad del pensamiento y del lenguaje.

Sí, la globalización del capitalismo ha aumentado la interconexión e interdependencia de los estados y de las economías, la velocidad de circulación del capital y de las comunicaciones. Y, junto con todo eso, la de los movimientos humanos, las migraciones, voluntarias o forzadas, de millones de seres humanos. Ha acelerado el flujo de riquezas desde los muchos países pobres a los pocos ricos, con la inseparable compañía de la deuda externa.

La globalización neoliberal ha reportado beneficios inmensos al capital, ya sea financiero, especulativo, depredador. El saqueo de Iraq por la Autoridad Provisional de la Coalición, eufemismo con que se denomina la ocupación usamericana y británica de este país mártir, constituye un buen ejemplo de la libre circulación de capitales. Miles y miles de millones de dólares han desaparecido del país sin que nadie diga a qué cuentas corrientes han ido a parar.[9]

Así que lejos de llevar la libertad y el bienestar al mundo, esta globalización capitalista ha impuesto la derecha radical, el neofascismo. La prometida prosperidad y erradicación de la pobreza y del hambre ha sido un rotundo fracaso. Ha incrementado las desigualdades, extendido toxinas en la cadena alimentaria, empeorado la salud, proletarizado las clases medias, como en Argentina o Brasil, y más y más.

Como ilustración de la libertad de capitales puede servir el hecho de que desde 1970 al 2006 los países pobres han pagado 30 veces el importe de la deuda contraída con los organismos financieros de los ricos. Y si se toman en consideración los capitales evadidos hacia ese primer mundo, la cantidad se eleva a 80 veces el monto de la deuda. Esta es la tan cacareada libertad de movimiento y de circulación de los capitales.

¿Qué artilugios lingüísticos puede seguir utilizando el capitalismo para convencernos de que esto es progreso? Para los detentadores del capital, sí, Pero para la inmensa mayoría de la población mundial sólo significa mayor empobrecimiento y angustia. Los beneficiarios son las industrias de armamento, las petroleras, los intereses financieros del imperio.

No obstante, cada día aumentan los grupos sociales y pueblos que despiertan del engaño y emprenden acciones emancipadoras. Ahí están el ALBA (Alternativa Bolivariana para América) frente al ALCA (Área de Libre Comercio para las Américas), patrocinada por los EE. UU., la revolución bolivariana de Venezuela, el triunfo del aymará Evo Morales y su MAS (Movimiento al Socialismo) en Bolivia, los movimientos indigenistas de Perú, México, etc. «contra la globalización imperialista» – afirma – Alfonso Sastre – «los rojos tenemos las armas de la solidaridad y del internacionalismo».[10]

La conciencia de que la libertad de comercio sólo se traduce en pobreza y sumisión de los países pobres de América, Asia y África se extiende como balsa de aceite. Véase, por ejemplo, la resolución de los sindicatos del Sur de África, adoptada en Windhoek, capital de Namibia, el 7 de diciembre de 2005.[11]

Monetarización

En la «sociedad libre de mercado» todo se convierte en dinero, la mercancía universal. No sólo se mercantilizan los productos del trabajo, los objetos creados por el ingenio humano, sino también los sentimientos, las carencias y angustias, y hasta las mismas personas. Es el éxito del capital financiero.

La monetarización es un artilugio del capital para exprimir a los más pobres lo poco que aún les queda del estado social. Así, en la Federación Rusa, lo que queda de la extinta Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, los advenedizos capitalistas que la gobiernan han descubierto la magia de la monetarización mediante la cual las antiguas prestaciones sociales se convierten en moneda de curso legal. Las ayudas que en el régimen socialista anterior permitían sobrevivir a los más desvalidos, el actual régimen capitalista las sustituye por unas monedas.

Los subsidios al transporte, vivienda, alimentación, asistencia sanitaria, etc., significaban la supervivencia para muchos. El avispado gobierno de Putin los ha cambiado por 100 rublos. Pero los pobres tienen que pagar ahora por esos servicios 500 en el «mercado libre». No es de extrañar, por tanto, que la población de Rusia disminuya cada año en un millón de personas, ni que la esperanza de vida se haya reducido en más de diez años hasta ocupar ahora el 136 en el mundo, ni que se vendan niños para traficar con sus órganos, ni que un tercio de los rusos no llegue vivo a la edad de jubilación, ni que la principal causa de muerte sea el suicidio. Estas son, entre otras, las ventajas de la monetarización.

Desmaterialización

Una de las consecuencias de esta contaminación lingüística del lenguaje de la economía es la desmaterialización, la abstracción de toda referencia a la materialidad de los procesos sociales.

«La muerte de la distancia», «El mundo ingrávido», la «Economía digital», «La organización virtual», son algunos de los títulos de libros publicados a finales de los 90, en el cambio de siglo, en pleno apogeo de la globalización. Los prefijos «ciber», «tele» o simplemente «e» (por electrónica), los adjetivos «virtual» o «en red» se puede colocar ante una serie casi infinita de substantivos abstractos. En el ámbito de la economía, por ejemplo, con «empresa», «tienda», «comercio», «trabajo», «banca», «compra», etc. Igualmente se pueden aplicar a otros ámbitos, como «cultura», «política», «democracia», «sexo», «espacio», etc.

Se tiene la sensación de que ha surgido algo nuevo. El mundo, tal como lo conocemos , se está desmaterializando, se esfuma, se desvanece. Parece como si la acción humana se redujese a la mera manipulación de abstracciones ante la desaparición del mundo empírico.

Ha surgido una nueva ortodoxia para la que la única fuente de valor es el «conocimiento». El trabajo es algo contingente y deslocalizable, la globalización es inexorable e inevitable. Por lo tanto, es inútil resistirse a ella.

Ursula Huws se posiciona contracorriente y se pregunta hasta qué punto es cierto que se ha desmaterializado la economía, se expanden los servicios y qué aportación hace el «conocimiento», esto es, las TIC (Tecnologías de la Información y la Comunicación), al crecimiento económico.[12]

Tendríamos así un mundo paradisíaco de geografía sin distancia, historia sin tiempo, valor sin peso, transacciones sin dinero. En suma, la realidad como simulacro (Baudrillard), como ilusión.

Mas, el fenómeno de la deslocalización de las fábricas desde los países ricos del Primer Mundo a los pobres del Tercero, el hecho de que la inmensa mayoría de la población siga sin tener acceso a las TIC, esto es, al «conocimiento» tal como se define hoy; que la tierra se siga cultivando con máquinas modernas y pesadas, y que todos los bienes materiales haya que transportarlos de un sitio a otro, no son nada ilusorios ni ingrávidos. No ocultan la realidad brutal, nada virtual, del carácter depredador, inhumano, de esta fase del capitalismo.

La matematización de la economía lleva a eufemismos tan encubridores como el de «crecimiento negativo» por menos ganancias, o el de «redistribución negativa de los ingresos» por empobrecimiento de los trabajadores y de las masas populares

Como ya hemos expuesto en otro sitio[13], uno de los principios más caros de este modelo de sociedad dice que:»Una situación económica es ideal cuando la economía se expande, suben los sueldos y aumentan las ganancias, hay pleno empleo y los precios se mantienen relativamente estables».

Analicemos a qué acciones y omisiones nos quiere inducir este texto. La frase abunda en supuestos, en hipótesis sin confirmar. Y las hilvana con tanta prisa que apenas deja tiempo para preguntar. Para despedazar las hipótesis no hay nada mejor que hacer preguntas. Si hacemos las preguntas adecuadas podemos descubrir cómo la economía y los economistas están también al servicio de intereses políticos específicos. Podemos averiguar cómo propagan e inculcan una interesada cultura de la economía.

No todo el mundo está entrenado para discernir las partes de un enunciado que contienen premisas falsas. A menudo tampoco sirve de mucho la instrucción, sobre todo si carecemos de saber y medios para analizar un enunciado y éste no se puede demostrar con la lógica.

Si no bastan la experiencia y el saber para reconocer la falsedad de una premisa nos queda aún otro método útil para conseguir los conocimientos que nos faltan. Casi todas las dudas de un enunciado se pueden aclarar con preguntas. Gracias a ellas, las incertidumbres se traducen en conocimientos. Sólo el saber puede impedir que surjan convicciones falsas en nuestras cabezas. Estas convicciones nacen de afirmaciones que no hemos examinado ni entendido.

Analicemos ahora la mencionada definición de la situación económica ideal. La definición contiene varios enunciados. Uno de ellos dice así: «Una situación económica es ideal cuando hay….pleno empleo». Si se acepta este enunciado también hay que aceptar su contrario: fuera de la situación ideal, en la realidad, no hay pleno empleo. La realidad, y hemos de aceptarla, es que hay personas que no encuentran ningún trabajo, bien por ser demasiado viejas para los consumidores de fuerza de trabajo, bien porque éstos las despiden. La última fórmula utilizada para despedir es más o menos la siguiente: «Ha sido considerado usted persona no indispensable«. La frase significa que los trabajadores no tienen ninguna garantía real de disponer de ingresos seguros. Si estamos de acuerdo con la hipótesis también lo estamos con que nos extorsionen y arrojen a una situación de penuria financiera en el futuro. Decimos entonces: está bien que se nos extorsione (que es peor no ser explotado que serlo). Al afirmar que el pleno empleo es una situación ideal, y no un derecho, nos engañamos nosotros mismos. Aceptamos que debemos pedir trabajo, consideramos correcto que cualquier persona, y en cualquier momento, puede decidir cómo vivimos, si esa persona ha heredado una fábrica o un determinado paquete de acciones. Esa afirmación no responde a nuestros intereses. También nos pueden obligar a aprender una frase como ésta: «Una situación económica es ideal cuando cada ocho meses le regalamos una paga al empresario».

Otro enunciado afirma que «una situación económica es ideal cuando la economía se expande». Se trata de una afirmación poco clara. La leemos y oímos en todos los periódicos y emisoras. La consideramos verdadera porque otros también la repiten. Dentro de nuestra cabeza llega a convertirse en convicción. Pero también ésta se puede desmoronar a base de preguntas. Algunas afirmaciones sólo se consideran verdaderas por la mayoría porque son falsas. Por eso tienen tan amplia difusión, porque muy pocos las tienen por verdaderas. La mayoría de la gente cree que las representaciones, ideas, sentimientos y conceptos salen del interior de sus cabezas. Ignoran que recorren el camino inverso, de fuera a dentro.

Sin notarlo, el enunciado lleva a nuestra conciencia varios supuestos. Uno de ellos pretende hacernos creer que es útil producir cada vez más mercancías y ofrecer cada vez más servicios. Puede ser provechoso y puede ser perjudicial: depende de los productos y de los servicios. Tampoco se aclara este supuesto.

Un segundo supuesto es el de que se puede consumir más si se produce más. Si esto fuese cierto, significaría que los trabajadores podrían determinar cómo se emplean y distribuyen los productos de su trabajo. Pero eso chocaría contra la ley. La ley determina que los productores dejen una parte del producto de su trabajo a los propietarios del capital, a los poseedores de los centros de producción.

Lo que pasa en las fábricas demuestra que eso de «a mayor rendimiento más consumo» es hablar por boca de ganso o una burda mentira, según de qué boca salga. Los que hablan por boca de ganso pasan por alto hechos esenciales y los que mienten los silencian.

Es bien sabido que las mujeres perciben un salario inferior al de los hombres por hacer el mismo trabajo que ellos. Así, y por citar tan sólo a tres de los países que se suelen poner de modelo, 1as ventajas de los precios de los productos japoneses dependen en gran medida de la explotación de una mano de obra femenina barata. Las mujeres japonesas ganan menos de la mitad que los hombres y, como en España y en la mayor parte del mundo, muchos de los trabajos más ingratos e insignificantes los realizan las mujeres. El 40% del trabajo social de la producción social de Alemania lo efectúan mujeres sin que cobren nada a cambio. En los Estados Unidos, el salario medio de la mujer trabajadora norteamericana equivale tan sólo al 58% del salario medio del varón. También aquí ocupan las mujeres las categorías laborales más bajas y precarias.

La susodicha economía en expansión no altera la reforzada explotación de la mujer. La situación de las mujeres trabajadoras no se modifica porque trabajen con más rapidez o produzcan todavía más.

Se podría empezar diciendo que el aumento de la producción general supone un beneficio tan grande para todos que, a cambio de él, podría aceptarse la discriminación de las mujeres. La ventaja de ese crecimiento sería el mejor abastecimiento de los ciudadanos con bienes de consumo. Otra ventaja sería el abaratamiento de los productos. Cuantos más ejemplares de un mismo producto se fabriquen tanto más bajos serán los costes de producción por ejemplar.

Sin embargo, los estudios muestran que el mejor abastecimiento de la mayoría con bienes de consumo no depende tanto del aumento de la producción como de que se produzcan otras mercancías en mayor cantidad. Así, por ejemplo, los fabricantes de automóviles producen unos 100 tipos diferentes de encendidos, que por fuera parecen iguales. La mayoría de ellos apenas se diferencian entre sí por las llaves, los contactos, el mecanismo eléctrico y mecánico, etc. Los fabricantes no pueden ponerse de acuerdo porque, según ellos, cada cliente tiene sus gustos. Pero al menos la mitad de la producción de encendidos no satisface las necesidades técnicas de los coches ni de los compradores. Sólo satisfacen las necesidades de venta de los fabricantes.

Otro tanto puede decirse de las antenas. En algunos centros de trabajo se producen motores eléctricos que no sirven nada más que para sacar, presionando un botón, las antenas de los coches cuando se conduce. Los trabajadores conocen muchos más ejemplos de despilfarro de su fuerza de trabajo, o de productos que sólo sirven para la destrucción. Y no hay que recurrir a la fabricación de armas, donde el despilfarro es obvio. Piénsese en el truco de que las cámaras estrechas de filmar no se pueden reparar sin romper la caja que las contiene.

Hace unos años hubo una huelga de periódicos en Nueva York que duró 80 días. Durante ese tiempo apenas salieron periódicos y, por tanto, apenas hubo reclamos comerciales, anuncios publicitarios. Los comerciantes neoyorquinos se quejaron de que las ventas descendieron en varios miles de millones de dólares. Las mercancías que la gente no compró durante esos 80 días no las necesitaba.

No es ésta la única prueba de que con los reclamos publicitarios se puede incitar a las personas a comprar cosas que no se necesitan.

El gasto en publicidad crece el doble que el PIB. En total, unas cinco o seis supercompañías surgidas en la década de 1990 dominan un mercado de unos 350.000 millones anuales. Los gastos de la industria del reclamo se incluyen también como producción. En una economía en expansión aumentaría también esta forma de despilfarro.

Las mercancías más caras destinadas a un pequeño sector de consumidores ricos, un Rolls Royce o un gran yate, por ejemplo, no son rentables para la TV. La televisión dispone de audiencias masivas, por eso es rentable anunciar bienes de consumo masivo: jabón, detergentes, artículos de limpieza (compresas, desodorantes) cosmética, alimentación, medicamentos sin receta.

¿Por qué ha de incrementarse la producción si resulta difícil convencer a las personas de que necesitan determinadas mercancías? Apenas desaparecen los anuncios las compran menos. En la actualidad se producen demasiadas mercancías inútiles. Su única utilidad es el enriquecimiento de los fabricantes que las producen. En cambio no se producen suficientes mercancías útiles, como demuestra el hambre del mundo.

Aunque los fabricantes pueden producir más mercancías de las que pueden vender sin los gastos publicitarios, no por eso son más baratas. Cada año producen más mercancías, y cada año aumentan las ventas en cierto porcentaje. A pesar de todo suben los precios. Los economistas no se cansan de decir que cuanto más se produzca tanto más se abaratarán las cosas. Esto es cierto, pero las mercancías sólo son más baratas en la producción, no en la venta. Los trabajadores de las fábricas se dejan en ellas la salud para que luego suban los precios de las cosas que tienen que comprar. Cuanto mayor es su rendimiento tanto más caros se venden sus productos. Una de las principales ventajas de la «expansión» económica, a saber, la reducción de los costes, se la llevan los empresarios.

Los teóricos que dicen que los precios bajan cuando la producción aumenta, nos reprochan que también bajarían si la gente no consumiera tanto. De repente ya no es válido el argumento anterior. Ahora el argumento es éste: los precios bajan al aumentar la producción suponiendo que la gente sólo compre una parte de las mercancías generadas por esa producción creciente; los precios bajarían si una parte de las mercancías no se vendiese. Ahora bien, la economía debe expandirse precisamente para que la gente consuma más, esa es al menos la teoría.

La teoría dice también «el aumento de la demanda eleva los precios». Los precios no los sube la demanda, sino los comerciantes. Estos alzan los precios mientras encuentren compradores. Todo lo cual viene a parar en una extorsión de la población. Pues la gente no puede renunciar a muchas mercancías y servicios aunque sean caros.

Otro argumento que se utiliza con frecuencia para explicar la subida de los precios es el de que «las demandas salariales presionan al alza los costes de producción». Y suena convincente porque, visto por sí solo, es correcto. Pero en la producción de mercancías intervienen también otros gastos, además de los salarios. Los otros costes son casi tres veces más altos.

A juzgar por las declaraciones de los empresarios y gobernantes, incluidos los que se autocalifican de «socialistas», los salarios son los culpables de las crisis económicas. Por eso insisten un día tras otro en la necesidad de la moderación, la congelación y los recortes salariales. Claro que lo mejor sería que no hubiese asalariados, y así todo serían ganancias. El creciente número de indigentes, junto con sus hijos, se podría transformar en conservas cárnicas, en salchichas, por ejemplo, como sugería mordazmente Jonathan Swift (1667-1745). Este escritor irlandés, autor de Los viajes de Gulliver, demostró con cálculos muy precisos que se puede ahorrar mucho cuando se carece de escrúpulos y uno no se asusta de nada.

Toda riqueza es trabajo pasado, efectuado con anterioridad. El oro no sale por sí solo de la roca y se mete en las cámaras blindadas de los bancos. Un bosque de abetos carece de valor si no hay trabajadores que les den a los troncos una forma útil: vigas, tablas, muebles. El que posee mucho dinero tiene derecho a cosas que ha creado el trabajo. Sin el derecho a los productos del trabajo no sería rico.

Si los trabajadores y empleados entregan continuamente más trabajo del que consumen, debe ser posible seguirle el rastro a ese excedente. Si es cierto que siempre dan más de lo que reciben, este «más» tiene que hallarse en algún sitio, tiene que haberse concretado en saldo bancario, avión privado, fábrica, etc.

La distribución de la riqueza entre la población muestra adónde han ido los valores producidos por los trabajadores.

Entre todas las opiniones que elaboran diariamente la escuela, la iglesia, la prensa, la radio y la televisión, la más propalada y la que más se resiste a desaparecer es la de que el autónomo no es explotado. La gente se aferra desesperadamente a esta opinión, como si en el fondo supieran que no es verdad. Y se presenta de forma que resulta peligrosa para la gente que no la comparte. Los ilustradores astutos evitan la palabra «explotación» en los debates públicos, a fin de no perder la atención y la benevolencia de su público. Hacen bien en hacerse entender solamente con cifras, y en dejar las conclusiones a los oyentes. También es importante que las cifras salgan de los ministerios.

La opinión de que ya no hay más explotación se nutre de un error de lógica. Las víctimas de esta opinión dan por hecho que bienestar y explotación no van juntos. Su prueba de que no son explotados es otra opinión: que a ellos les va bien. Se puede polemizar sobre si a una persona le va bien porque ella lo crea.

Pero si a una persona la explotan o no es algo que no tiene nada que ver con sus sentimientos ni con su manera de pensar. El que alguien sea o no sea explotado depende de si se ve obligado a enriquecer a otros. También será explotado cuando no se dé cuenta de que enriquece a otros, o cuando no quiere admitir que es así. El esclavo es más consciente de su situación que el semiesclavo. Por lo demás, también hay esclavos contentos.

El trabajador produce cada hora más dinero del que recibe. Otro tanto ocurre con los empleados. Ya se ha visto adónde van a parar esos valores. También hemos mencionado cómo disminuye la parte de los salarios en los costes de producción.

Si es cierta la afirmación de los fabricantes de opinión y de los mediadores públicos de información de que vivimos en una democracia, resulta entonces que los trabajadores y los pequeños y medianos empresarios han decidido gastarse unos cuantos billones en los consorcios y grandes empresarios, y renunciar, en cambio, a piscinas, instalaciones recreativas, hospitales y escuelas.

Los ricos emplean diversos métodos en la redistribución de los productos del trabajo. Uno de ellos consiste en la subida excesiva de los precios. Otro es la introducción de horas extraordinarias. (En una máquina se pueden trabajar 8 horas o 12; la máquina cuesta en ambos casos lo mismo, pero renta más cuando funciona 12 horas.) Un tercer método estriba en producir mercancías con escaso valor de uso. La inutilidad de ciertos productos es uno de los efectos más perversos del dominio privado de los medios de producción. Destruye millones de horas de trabajo para un fin absurdo. Cuanto más inservible sea una mercancía antes tendrá que sustituirla el comprador. Sustituir un objeto significa comprarlo. Comprar un objeto significa entregar fuerza de trabajo por él. Ahí está el ejemplo banal de la media de fibra artificial que nunca se rompe. Pero nuestras mujeres tienen que comprarse cada dos por tres nuevas medias. Para ese gasto absurdo tienen que trabajar las mujeres o los maridos. Y para la mayoría eso significa trabajar gratis una parte de tiempo para un empresario privado. Ahí está la famosa bombilla indestructible, símbolo insuperable de la razón social. Algo semejante ocurre con la mayoría de los objetos de uso.

En los laboratorios de los grandes consorcios industriales, los mejores científicos, formados en instituciones públicas, es decir, financiadas con dinero público, del pueblo, se aplican en la elaboración de métodos que los fabricantes aprovechan para reducir la vida de los bienes de consumo. La vida de un eje, de un muelle, de un motor, de una lavadora o de una nevera se puede reducir con las correspondientes aleaciones de metales. Los científicos denominan a eso «obsolescencia incorporada». Un alto empleado de la industria automovilística dijo hace unos años que ya no es ningún problema construir coches que funcionen cien años sin repararlos.

Cuando ya no se puede reducir más la duración, el envejecimiento de un objeto se produce introduciendo pequeños cambios de forma. Eso se puede apreciar cada año en la industria del automóvil. Ya vimos cómo el despilfarro de la fuerza de trabajo se extiende a los repuestos más pequeños. Otra forma de despilfarro que se impone a las masas de población es el reclamo publicitario, eso que eufemísticamente se llama «Publicidad». Se estima que entre un 30% y un 45% del precio de los productos es para pagar los reclamos publicitarios.

El despilfarro planificado de nuestra fuerza de trabajo (de nuestro biotiempo), de nuestras reservas de materias primas (carbón, petróleo, gas natural, agua, todo lo que proviene de la tierra), es una de las causas principales de que no tengamos suficientes escuelas, hospitales, guarderías, espacios recreativos para niños, jóvenes y adultos, residencias para la tercera edad, teatros, viviendas dignas, un medio ambiente más limpio, etc. Hoy se trabajan bastantes más horas de las que marca la jornada oficial de los convenios. No nos referimos solamente a las horas extraordinarias. También hay que incluir las horas de los pluriempleos, las chapuzas, los numerosos trabajos domésticos, todos ellos destinados a obtener ingresos complementarios o a no hacer gastos que reducirían nuestro nivel de vida. Al final es lo mismo.

Muchas personas mueren por falta de riñones artificiales. Según el último informe de la FAO (octubre de 2005), una tercera parte de la humanidad sufren desnutrición y carece de agua potable, 11 millones de niños mueren antes de cumplir 5 años, 17.000 de ellos mueren de hambre cada día, 121 millones no van a la escuela, 250 millones realizan trabajos esclavos, y así sucesivamente. Pero hay abrigos de pieles y joyas, aviones, yates, castillos y mansiones privados; millones de toneladas de envases superfluos, montañas de chatarra, y la «publicidad». Mientras que en manos de los propietarios el trabajo se transforma en riqueza y poder, en manos de los trabajadores se convierte en basura. Cada piscina que no se construye se convierte en la mansión de un millonario, en una máquina que produce nuevos envases de margarina o en un anuncio de detergente con premio.

Hasta ahora los trabajadores no han sido capaces de controlar la pequeña fracción de trabajo que se necesita para disponer de un número suficiente de riñones artificiales. Si la economía se «expande» en estas condiciones, se expande también la inhumanidad, la barbarie y la explotación. La tesis de que «una situación económica es ideal cuando la economía se expande…» es falsa. Es un medio para la creación de sumisos. Tampoco esta tesis responde a nuestros intereses. Es una frase salida del lenguaje de los señores.

Pero la afirmación más sorprendente de todas las que hemos mencionado hasta ahora es la de que: «una situación económica es ideal cuando … aumentan las ganancias». Lo que, dicho en términos de nuestros intereses, viene a significar: «Sólo podemos ser felices cuando trabajamos gratis una parte cada vez mayor de nuestra vida para unas cuantas personas que nada nos importan.»

Esta tomadura de pelo de la mayoría de la población entra de matute en el cerebro como si se tratase de una afirmación científica. La mayoría nos procuramos el sustento y el de nuestras familias mediante un salario. Tan sólo los menos se dedican a traficar con el trabajo de los más. Los trabajadores y empleados no obtienen ganancias, no se enriquecen.

¿Por qué vamos a desear ganancias? ¿Por qué hemos de abrigar el deseo de trabajar gratis para otros? Es grotesco esperar semejante deseo de nuestra parte. Pero eso es precisamente lo que hacen nuestros planificadores de la opinión. Lo que revela lo fácil que es inducir a las personas a realizar los deseos de otros.

Lo que los teóricos de la economía y fabricantes de opinión designan como ganancia lo podríamos utilizar nosotros mismos en forma de menos horas de trabajo, bienes de consumo más útiles, viviendas más hermosas, medio ambiente más saludable y diversiones más placenteras.

La inutilidad de la producción es uno de los efectos más perversos del dominio privado de los medios de producción.



[1] Cf. Rauter, E. A.: Wie eine Meinung in einem Kopf entsteht. Über das Herstellen von Untertanen, München 1971, p. 12.

[2] Este criminal de guerra, que para mayor sarcasmo recibió el Premio Nobel de la Paz junto con el general y político vietnamita Le Duc Tho en 1973, negociaba por entonces con su desnudo integral que se vendía como poster en los supermercados. El vietnamita renunció al premio

[3] O’Neal, Sir: «Los acuerdos de `libre comercio’ – Hipocresía e ilusión», en www.axisoflogic.com, traducido para Rebelión y Tlaxcala por Germán Leyens, publicado en Rebelión 11-01-2006.

[4] Celebrado en Caracas el 16 de noviembre de 2005, publicada por Rebelión el 20.11.2005.

[5] Cd. Romano, Vicente: Estampas, Barcelona 2004.

[6] K. Marx y F. Engels: Manifiesto comunista (1848), capítulo 2.

[7] En su libro Las venas abiertas de América Latina.

[8] Marx, C. Engels, F.: La ideología alemana, La Habana 1966, nota de C. Marx en la p. 67.

[9] Véase Khor, Martin: «¿Adónde fue a parar todo el dinero de Iraq?», Rebelión, 19-10-2005.

[10] Sastre, Alfonso: La batalla de los intelectuales, La Habana 2003, p. 40.

[11] Resumimos los párrafos que consideramos más pertinentes:

«PREOCUPADOS por los niveles de pobreza, desempleo y exclusión social en África; la falta de acceso a la educación y formación, salud, propensión a enfermedades y sobre todo HIV/sida, tuberculosis, malaria y otras enfermedades infecciosas; por los prolongados conflictos en algunos países; el peligro que supone no alcanzar los Objetivos de Desarrollo del Milenio; la falta de protección social que afecta especialmente a las mujeres, a la juventud, a personas con discapacidad, a los mayores y a los niños, y la situación de la mayoría de los trabajadores, sujetos a malas condiciones de salud y seguridad;
…………….
PREOCUPADOS ADEMÁS porque la globalización no regulada conduce a crecientes desigualdades, a la erosión de los derechos de los trabajadores, al crecimiento del paro, al aumento del número de «working poor» sobretodo en la economía informal, a las privatizaciones, a la reducción del papel del Estado, a devaluaciones, a la supresión de subsidios, a que los costes de salud y educación tengan que ser sufragados por todos los ciudadanos; a la desregulación de los mercados de trabajo;
…………..
CONSTERNADOS por algunas normas de la OMC que suponen un atentado hacia los servicios públicos, según se postulan en el Acuerdo General sobre el Comercio de Servicios (AGCS), REAFIRMAMOS que los servicios públicos vitales -educación, salud, agua, transporte público y otros servicios de primera necesidad- deben ser excluidos de las negociaciones sobre la liberalización del comercio que tienen lugar bajo sus auspicios, y que los gobiernos deben retener el derecho a regular y proteger el interés público;

ESPECIALMENTE ESTUPEFACTOS por el hecho de que los medicamentos imprescindibles para la vida (para enfermedades como Sida/HIV, tuberculosis y malaria) están negados a los pobres por la insistencia de los países desarrollados en salvaguardar los derechos de propiedad intelectual, contenidos en el acuerdo TRIPS;

POR TODO LO ANTERIOR, ACORDAMOS LO SIGUIENTE:
…………..
3.- Llamar la atención de nuestros gobiernos para impedir una carrera hacia lo más bajo, al estar obligados a competir unos contra otros rebajando durante este proceso las normas del trabajo para atraer inversión extranjera directa.
………….

7.- En el sector agrícola, llamamos a los países desarrollados a eliminar todas las formas de barreras arancelarias y no arancelarias sobre los productos provenientes del Sur, y que el Acuerdo sobre Agricultura asegure el respeto de los trabajadores agrícolas, e intensifique la seguridad alimentaria para todos.
…………..

10.-Pedimos más transparencia y democracia en los acuerdos comerciales internacionales, incluyendo los procesos de toma de decisión en la OMC, y la accesibilidad de los sindicatos y representantes de otras organizaciones democráticas a la OMC. «

[12] Cf. Huws, Ursula: The making of a cybertariat. Virtual work in a real world, Nueva York-Londres 2003, pp. 126 y ss.

[13] Cf. Romano, Vicente: La formación de la mentalidad sumisa, varias ediciones.