Las recientes declaraciones de Josep Borrell afirman sin rubor que el control de la información también es un arma de guerra utilizada por los países beligerantes, algo que hemos podido comprobar en los medios de comunicación desde el comienzo de la invasión de Ucrania.
En los mismos prolegómenos de la invasión rusa a Ucrania pudimos contemplar cómo en un tiempo récord, en España y en toda la UE, se construía un auténtico cerco a la información procedente de medios no comprometidos con el discurso atlantista acerca de este conflicto. En flagrante contradicción con las legislaciones europeas sobre libertad de expresión, se impidió el acceso a los medios de Rusia y otros lugares con discurso afín a las radiofrecuencias televisivas y los servidores de internet europeos. Dada la premura y la falta de obstáculos con la que ello se resolvió, no deja de ser plausible la sospecha de que era una respuesta que estaba prevista de antemano. La cosa no quedó ahí. En todo tipo de medios generalistas de gran alcance, desde entonces y hasta el momento presente, en cualquier información acerca del transcurso de la guerra o análisis de la misma ha estado sistemáticamente excluido el dato, la opinión o el punto de vista que no sea coincidente con la visión que avala el binomio OTAN-UE. Exactamente lo mismo, pero en sentido contrario, sucede con los medios de comunicación de la Federación Rusa (especialmente los que el gobierno de dicho país tiene dedicados a la divulgación internacional de sus puntos de vista).
En tal contexto, centrándonos en nuestro ámbito, la ciudadanía española y europea, a través de los medios de comunicación habilitados, recibe cada día una gran cantidad de noticias y opinión sobre el conflicto de Ucrania, información que está toda ella absolutamente seleccionada, filtrada y, cabe pensar que, en no pocos casos, elaborada, por una de las dos partes que está en conflicto. Resulta natural pensar que dicha información difícilmente pueda ser neutral y objetiva. El bloqueo informativo es de tal magnitud que ni siquiera se hace necesaria su ocultación o disimulo ante la opinión pública. Como bien nos recordaba recientemente Josep Borrell: “la comunicación es un campo de batalla… además de conquistar espacios, hay que conquistar las mentes”.
El factor propagandístico de los crímenes de guerra
Por mucho que existan convenciones internacionales que tratan de delimitar qué tipo de acciones resultan lícitas a los contendientes de un conflicto armado, las y los antimilitaristas (y toda persona de bien) sabemos sobradamente que una guerra, en sí y considerando todos y cada uno de los actos que se cometen bajo su paraguas, es un crimen contra la humanidad. Lamentablemente no todo el mundo lo ve de esta forma y en el contexto de batalla comunicativa que bien definía Borrell, dichos tratados y convenciones que tratan de minimizar el impacto de la acción bélica son empleados como arma arrojadiza para promocionar la propia parte y combatir la contraria.
En toda guerra, y más cuando se trata de una guerra (por ahora) “convencional”, como es la de Ucrania, suceden infinitos actos de “ilegalidad” con respecto a esas legislaciones internacionales. Resulta poco menos que imposible que la acción armada quede restringida a personal y objetivos militares y no afecte a civiles ni a infraestructuras básicas para la vida digna. Tampoco parece posible evitar que en el contexto de odio, violencia sistemática y de desprecio a la vida humana que constituye una guerra de estas características, no se produzcan actos de criminalidad común (robo, asesinato, tortura, violación…) inducidos por el mando respectivo como parte de la estrategia, tolerados o simplemente de carácter espontáneo. Poder acusar a la parte contraria de transgredir dichos límites al tiempo que se defiende que la propia respeta las “convenciones” resulta un arma propagandística de primer orden a la hora de justificar la acción militar e, incluso, en el plano diplomático, lograr la implicación de más estados. Para ello, el control de la información que llega al gran público resulta fundamental.
Como decimos, y hemos comprobado sobradas veces en el pasado, en toda guerra se cometen crímenes; los que quedan dentro de la “legalidad” bélica y los que no. Sin embargo, el público de cada país solo llega a conocer los cometidos por las tropas del bando contrario. Y ni siquiera de forma cabal, puesto que en contextos de control de la información, como los que siempre han sido propios de toda dictadura que se precie y que en la actualidad prosperan también en Occidente, se hace sumamente difícil distinguir el hecho realmente acaecido, de la exageración deliberada, el montaje o la pura invención. Los medios de comunicación dedicados a la guerra de Ucrania frecuentemente nos informan de graves violaciones del derecho internacional y de “crímenes de guerra” (como si, decíamos, la guerra en sí no fuera ya un crimen) cometidos por las tropas rusas. Cabe pensar que pudiendo ser cierta la mayor parte o mucha de dicha información, dada la falta de objetividad y la parcialidad de dichos medios, y la imposibilidad de contrastar los datos con fuentes neutrales a causa del bloqueo informativo, se hace muy difícil verificar qué hay de verdadero o falso en cada caso.
Por otra parte, nada se nos cuenta en dichos mass media, por ejemplo, acerca de los efectos de los bombardeos y acciones de quinta columna ucranianas sobre población civil e infraestructuras en el Dombás, o las represalias que presuntamente sufren los ciudadanos prorrusos en las zonas recuperadas. Ni siquiera llegaron a reflejarse en los medios de masas a que nos estamos refiriendo las recientes declaraciones del presidente de Ucrania solicitando un bombardeo nuclear preventivo de la OTAN sobre territorio ruso (3), hecho escandaloso a todas luces y que debería invitar a una reflexión acerca de a qué agentes se está apoyando militarmente.
Resultados de la estrategia
Esta forma de filtrar y controlar la información que se administra al gran público, como se viene explicando, es un arma más de la guerra. Su función principal es sensibilizar a la opinión pública demonizando al adversario (y santificando a la parte afín) y generando estados de opinión favorables a la intervención y escalada bélica. Podríamos poner numerosos ejemplos de cómo esta táctica comunicativa se empleó en el pasado en persecución y logro de los mismos fines. En el caso español, como en la mayoría de Europa, puede afirmarse que el monopolio informativo impuesto al conflicto de Ucrania está dando los resultados deseados. Por desgracia podemos comprobar cómo el apoyo bélico, que se traduce en un importante trasvase armamentístico y económico de los países de la OTAN-UE al gobierno ucraniano, recibe un gran respaldo popular y apenas genera debate. El logro concreto de ese esfuerzo (batalla) de control comunicativo emprendido por los gobiernos de la UE contra su propia ciudadanía es la constatación del grado de apoyo que hoy se da entre la población europea (y española) hacia una guerra que, en términos prácticos, no dejaba de ser tan ajena a los habitantes de dichos estados como otras que también hay en curso en el planeta. De hecho, y es una gran paradoja, la implicación bélica de los países de la UE en la guerra de Ucrania sí ha terminado acarreando graves consecuencias a su población. Por ello, aún más, se hace necesario mantener la estrategia comunicativa de la que venimos hablando para que personas que ven cómo sus gobiernos respectivos incrementan escandalosamente los presupuestos militares en detrimento de los servicios básicos, cómo los precios se disparan, cómo hay desabastecimiento energético y cómo, en resumidas cuentas, su país y toda la zona se adentra en una peligrosa e incierta crisis económica, continúen dando su apoyo a la guerra.
La tarea antimilitarista
Ante lo dicho, la tarea antimilitarista, en su denuncia de toda guerra, pasa por arrojar luz sobre este tipo de estrategias de control social al servicio del militarismo y el armamentismo. Nuestro discurso, sin dejar de nombrarlos, no debe dirigirse a los aspectos prácticos del apoyo a la guerra: cómo, en este caso, la implicación en el conflicto de Ucrania está poniendo en peligro nuestra economía. Nuestra postura ha de ser siempre eminentemente ética: incluso en la situación de que un conflicto bélico pudiera beneficiarnos de alguna forma, toda guerra es una catástrofe para la humanidad y, nos salpique poco o mucho, nuestro deber es hacer lo que esté en nuestra mano en pro de su cese. Ciñéndonos a la guerra ruso-ucraniana, un conflicto en el que nuestro país participa, nuestro objetivo inmediato precisamente ha de ser presionar a las instituciones para que cese la colaboración española en la alimentación de la contienda. No al envío de armas ni de financiación, no al entrenamiento de militares de los estados beligerantes. También contribuir a que la presión de la OTAN, una organización de la que España forma parte, sobre Rusia disminuya y, en resumidas cuentas, que se lleve a cabo todo esfuerzo posible para que las partes en conflicto se sienten a una mesa de negociación y puedan dirimir sus intereses mediante la vía diplomática.
Pablo San José, Grup Antimilitarista Tortuga.