Recomiendo:
0

El gato escondido con la cola de fuera

Fuentes: Rebelión

Es un viejo dicho brasileño, que se aplica a los que, en una traición del subconsciente, hay un momento en el que nos dejan ver lo que hay por detrás de su disfraz. Me vino a la cabeza ese dicho leyendo el editorial de El Mundo del día 12 de febrero. Se trata de Segolene […]


Es un viejo dicho brasileño, que se aplica a los que, en una traición del subconsciente, hay un momento en el que nos dejan ver lo que hay por detrás de su disfraz. Me vino a la cabeza ese dicho leyendo el editorial de El Mundo del día 12 de febrero.

Se trata de Segolene Royal y su batería de promesas de cara a las elecciones francesas. Me detengo en el siguiente párrafo: «Pero el debate de fondo de estas elecciones es si el programa electoral de un partido se puede hacer a la carta, basándose únicamente en las demandas de unos ciudadanos que, como es lógico, solicitan más subsidios, pero no van a pedir que se suban los impuestos para sufragarlos».

No está mal: Según esto  lo «lógico» es que los ciudadanos quieran regalías del Estado, sin importarles para nada de donde salen. O sea, lo «lógico», lo «normal», es lo más extendido, lo obvio, lo que no merece que nos paremos un momento a analizar, ni mucho menos a criticar. Todo lo más que se puede hacer, si algún loco como yo se para a llamar la atención sobre ello y buscarle alguna trascendencia social, es «lamentarlo», porque no se encuentran argumentos para defenderlo.

La izquierda, la verdadera izquierda de este mundo, tiene como objetivo una verdadera democracia, donde sea el pueblo (el conjunto de la ciudadanía, si queréis mejor) el que rija los destinos del país. Para esa izquierda, un ciudadano que quiera regalías del Estado sin importarle de donde salen los fondos, no es un ser humano completo, con los pies en la tierra, apto para participar en la organización de la vida, no ya de un país, sino de un municipio o, si me apuran, de una simple asociación de vecinos. No es, en suma, un ser social, y solo cabría calificarlo como un asocial.

Que este ser asocial sea «lógico» para El Mundo, ya nos dice suficiente sobre la calidad de la «democracia» que pregona un día sí y otro también en sus editoriales y fuera de ellos. Quizás sea la palabra «democracia» la más repetida diariamente en sus columnas. Pero jamás le hemos visto una sola línea sobre los presupuestos necesarios para que funcionase una verdadera democracia. Cabe decir: Para que esto que vivimos en los países capitalistas donde se vota una vez cada x años se pueda legitimar como «democracia» es necesario que los ciudadanos «lógicamente» quieran del Estado subsidios al tiempo que pagan lo menos posible de impuestos. Con estos ciudadanos se pueden justificar las «medidas impopulares» conque nos obsequian de vez en cuando, se pueden extrapolar a la carta valores estadísticos para decirnos que dentro de pocos años no van a llegar los fondos para las pensiones, y un largo etcétera. En suma: Esta democracia se sustenta en estos ciudadanos.

Quizás por eso El Mundo se echó las manos a la cabeza ante la propuesta de imponer en las escuelas la asignatura de una «Educación para la ciudadanía», o algo parecido. Supongamos que entra en esa asignatura como ítem las cuentas del Estado, gastos e ingresos, aunque sea por encima, para concienciar al ciudadano que de donde no hay no se puede sacar. Y supongamos que en la clase se abre un debate sobre el destino de los gastos y las proporciones entre Sanidad, Cultura, armamentos (no utilizo «Defensa» por lo que tiene de engañoso), etc. y sobre las artimañas de los muy ricos para evadir impuestos.

Eso sería abrir la caja de Pandora. Nada, nada, que se queden como están. Cuanto más irracionales, más inofensivos.

Leyendo ese editorial me vino a la mente un episodio de mi vida laboral allá por 1985. Recién estrenado como Delegado Sindical asistí a una reunión del Comité de Empresa en pleno con la Dirección del Departamento de Personal para dirimir una queja nuestra sobre una posible deslocalización de una sección de la fábrica. Y me sorprendí al ver al Director de Personal dictándonos una clase de filosofía barata, en la que incluyó esa misma irracionalidad como normal y lógica. Estas fueron sus palabras: «Claro está que a todo el mundo le gusta trabajar poco y ganar mucho y que lo ideal sería que nos mandaran el sueldo a casa sin movernos de allí». Ante un para mi inexplicable silencio de mis compañeros del Comité pedí la palabra para decirle que me sacase de esa lista, de ese «todo el mundo», que yo nunca hurté el cuerpo al trabajo porque tengo claro que es necesario para que podamos tener casa, comida, etc. Ni que decir tiene que perdió los estribos, porque le había aguado la fiesta, porque lo que buscaba era legitimar la disciplina que imponen sus capataces. Dicho de otro modo: Para legitimar la dictadura imperante en el interior de las empresas, que, al parecer, es parte integrante de la «democracia» imperante.

Piruetas del lenguaje. La semántica al servicio de los que mandan.