La oligarquía hondureña dirigió un golpe de Estado cívico-militar que ha perdurado más de 100 días. Aquí se analiza la cobertura mediática de El País y El Mundo, en un claro ejemplo de manipulación informativa. Honduras es uno de los países con mayores desigualdades en el mundo. Junto a una élite muy poderosa y ligada […]
La oligarquía hondureña dirigió un golpe de Estado cívico-militar que ha perdurado más de 100 días. Aquí se analiza la cobertura mediática de El País y El Mundo, en un claro ejemplo de manipulación informativa.
Honduras es uno de los países con mayores desigualdades en el mundo. Junto a una élite muy poderosa y ligada a intereses multinacionales, se encuentra un 60% de la población por debajo de la línea de la pobreza y más de un tercio por debajo de la línea de pobreza extrema. La tasa de desempleo alcanza el 30%.
El sistema político está muy marcado por el elitismo y la corrupción. Sin embargo, el último presidente hondureño surgido de las urnas, Manuel Zelaya, dio un viraje político que sorprendió tanto a las élites políticas, económicas y militares como a los movimientos de base. Este terrateniente del Partido Liberal decidió empujar reformas como el aumento del salario mínimo en un 50%, el ingreso en el ALBA (Alianza Bolivariana para las Américas) o la paralización de la privatización del sector energético, los puertos y el sistema sanitario, entre otras medidas de carácter social.
Un proyecto que amenazaba con abrir la caja de Pandora del cambio social consistía en plantear el inicio de un proceso de reforma constitucional. La Constitución vigente, redactada en 1981, refleja los intereses de la oligarquía económica y política, así como la sumisión ante las inversiones extranjeras, principalmente estadounidenses. En ese contexto surgió el término «República bananera» para referirse a Honduras.
En palabras del dirigente campesino Rafael Alegría, «Zelaya dio esperanza al pueblo». Frente a la creciente simpatía de sectores sindicales, campesinos, indígenas y populares hacia las reformas impulsadas por Zelaya, crecía la hostilidad de la oligarquía hondureña. El resultado fue el golpe de Estado cívico-militar que situó a Roberto Micheletti en el poder, que a su vez impulsó el desarrollo de una alentadora resistencia exigiendo la restitución de Zelaya y puesta en marcha del proceso constituyente.
La prensa española y Zelaya
Para abordar la cobertura de los medios de comunicación españoles se han analizado todas las noticias referentes a la realidad hondureña publicadas en El País y El Mundo durante los tres primeros días del golpe.
De entrada, las referencias a la figura de Manuel Zelaya se encuentran plagadas de caracterizaciones peyorativas. En una entrevista al presidente hondureño que El País publicó el mismo día del golpe, se le describe como un «populista surgido de las clases altas del país centroamericano, [que] se ha quedado solo frente al Parlamento, los jueces y el Ejército» (El País 28/06/09).
La calificación de «populista» ha sido muy recurrente. Así, por ejemplo, se señala en un artículo que «Honduras era un país golpeado por la pobreza y la delincuencia, gobernado por un mandatario populista con un punto de fanfarrón y otro de fullero (El País 30/06/09).
Por su parte, en El Mundo las descalificaciones adquieren mayores dimensiones todavía. En este periódico se caricaturiza a «un presidente que quiere imitar a Hugo Chávez» como el «ex terrateniente ganadero del eterno sombrero de cowboy» (El Mundo 28/06/09).
En un artículo de opinión firmado por Raúl Rivero se comenta que «Zelaya tiene en Latinoamérica su espacio natural como parte del folclor de la región. Con su sombrero tejano y su bigotazo criollo. Un pícaro que ha hallado en la pobreza que avivaron él y otros pícaros, y en el populismo salvaje, la plataforma para tratar de imponer un régimen que le facilite mover los lindes de su hacienda privada hasta el borde de las fronteras del país. Esa fórmula para el poder eterno es un éxito en Latinoamérica, una región donde se puede hallar un dictador debajo de cualquier piedra. O de cualquier sombrero» (El Mundo 29/06/09).
La mentira de la reelección
Un elemento central en la descripción de las motivaciones del golpe de Estado gira en torno a la supuesta pretensión de Zelaya de perpetuarse en el poder, acusación común contra diversos presidentes latinoamericanos que, sin embargo, se omite al hablar del presidente derechista colombiano Uribe.
Cuando se habla sobre la consulta que convocó Zelaya como un intento de perpetuarse en el poder, o siquiera posibilitar su reelección, estamos ante una evidente mentira. Para empezar, se denomina referéndum a lo que era una simple consulta no vinculante, donde se pedía la opinión sobre la conveniencia de que en las próximas elecciones se incluyera una urna para preguntar si se está de acuerdo con redactar una nueva Constitución. En esa consulta no se hacía referencia a la reelección en ningún momento. Además, incluso en el caso de que se iniciara realmente un proceso constituyente tras las elecciones de enero de 2010 y se incluyera finalmente la reelección presidencial, el mandato de Zelaya habría finalizado y ya habría sido nombrado otro presidente.
El punto central de la manipulación informativa de El País y El Mundo se relaciona con las atribuciones a las causas del golpe de Estado. Se afirma con insistencia que «Manuel Zelaya convocó un referéndum para pedir luz verde a una reforma constitucional que permitiese su reelección» (El Mundo 30/06/09). Así, Zelaya «de repente, se unió al ALBA y siguió el libreto marcado por el bolivariano: reforma constitucional, reelección y desprecio al resto de poderes del Estado» (El Mundo 29/06/09).
El día del golpe, El País definía así la situación: «Si el presidente del Gobierno consigue que los ciudadanos vayan a votar a favor de la reelección presidencial sin que el Ejército intente evitar una consulta que considera ilegal, habrá ganado» (El País 28/06/09).
Ese mismo día, en la entrevista al presidente hondureño se afirma que «Zelaya sigue adelante con su proyecto de consultar a los hondureños hoy domingo si están de acuerdo con que en el futuro los presidentes puedan ser reelegidos». Por el contrario, en esa entrevista el propio Zelaya niega la pretensión de prolongar su mandato presidencial: «No tengo ninguna opción de quedarme en el poder. La única sería romper el orden constitucional y no lo voy a hacer […] yo voy a terminar mi gobierno el 27 de enero del 2010. Eso es lo que voy a hacer. Pero sí voy a dejar un proceso para abrir la democracia, abrir la economía abrir la posibilidad de que un presidente pueda ser reelegido en el futuro. Aunque no sé si para entonces voy a estar disponible» (El País 28/06/09).
Pero en El País las intenciones expresadas por Zelaya son ignoradas en todas las noticias anteriores y posteriores a esta entrevista, exponiendo constantemente los argumentos de la oposición golpista. Como ejemplo, tenemos que Zelaya «pretende reformar la Constitución de forma que pueda presentarse a una nueva legislatura» (El País 29/06/09). Asimismo, al día siguiente a la entrevista una editorial se titulaba: «La vuelta del golpe. El Ejército hondureño derroca al presidente Zelaya para evitar un referéndum reeleccionista» (El País 29/06/09).
Aunque condena el golpe, esta editorial de El País asume como propios los argumentos de los golpistas: «Pero aunque la condena ha de ser inequívoca y se debe exigir el inmediato regreso del presidente a Tegucigalpa para reasumir funciones, porque el Ejército no es quién para juzgar los actos de Zelaya, no parece que pretenda amodorrarse en las instituciones. Y lo cierto es que ayer domingo el presidente o los militares, unos u otros, iban inevitablemente a violar la legalidad. Zelaya, con una consulta no prevista por la Constitución, y a la que se habían opuesto el Congreso, la autoridad electoral y el Supremo, y los militares tomándose por su mano una justicia que no les corresponde» (El País 29/06/09). Como se puede comprobar, se pone al mismo nivel al presidente electo Manuel Zelaya y a los militares golpistas.
En esta editorial, queda más clara la línea de El País en relación a los intereses económicos y geoestratégicos que defiende en América Latina, cuando se afirma: «Lo que aquí se dirimía era, en definitiva, el equilibrio de fuerzas en América Latina, de forma que si Zelaya se salía con la suya en la consulta reeleccionista, ganaba terreno el chavismo en América Central» (El País 29/06/09). Se asume así que, en caso de surgir gobiernos que pretendan romper con el neoliberalismo, la enorme desigualdad social de la región y las relaciones de dominación Norte-Sur, se está poniendo en peligro la democracia en la zona. Pero esta afirmación no se basa en hechos reales, sino en manipulaciones informativas, como la supuesta intención reeleccionista de Zelaya.
En otro artículo de El País se acentúa esta idea al argumentar que «estos acontecimientos, sin embargo, vienen a poner sobre la mesa algunos asuntos inequívocamente latinoamericanos que parecían olvidados: la fragilidad de las instituciones democráticas, el papel anticonstitucional de los militares y el efecto desestabilizador del presidencialismo populista» (El País 29/06/09). De nuevo se iguala la responsabilidad de los militares y los presidentes «populistas» en la motivación de los golpes de Estado.
Dos días después del golpe, en un artículo de opinión de Joaquín Villalobos, presentado como «ex guerrillero salvadoreño, es consultor para la resolución de conflictos internacionales», se afirma que en Honduras «la influencia de Venezuela logró polarizar a un sistema de partidos de más de un siglo de existencia, dividiendo como nunca a los hondureños. El resultado ha sido el derrocamiento del presidente Zelaya». Así, «El miedo que generó el acercamiento del derrocado presidente Zelaya al coronel Chávez condujo a que la clase política hondureña hiciera lo que sabe hacer en esos casos» (El País 30/06/09).
De modo similar a la editorial anterior, aunque de forma menos disimulada, Villalobos rechaza el golpe a la vez que lo justifica: «Sin duda hay que rechazar el golpe, pero la comunidad internacional debe tener en cuenta que las políticas autoritarias en Bolivia, Ecuador, Nicaragua y Venezuela se han convertido en una seria provocación para las fuerzas conservadoras y centristas de toda la región. Las expropiaciones de empresas, los cierres de medios de comunicación, la intimidación callejera, las arbitrariedades judiciales, las reelecciones perpetuas y los fraudes son como golpes de Estado graduales. La polarización ideológica chavista está debilitando sociedades amenazadas por miles de pandilleros y poderosos carteles. Centroamérica puede convertirse en un bastión del crimen organizado que dé refugio a mafiosos y terroristas en medio de un caos y una inseguridad endémica que genere millones de emigrantes» (El País 30/06/09).
La criminalización del presidente electo también se reproduce con énfasis en El Mundo: «Al pulso lanzado por el jefe de Estado […] el Ejército respondió con la contundencia de épocas pasadas […] tensó una cuerda que ayer terminó de romperse» (El Mundo 29/06/09). Constantemente se exponen las argumentaciones de la oposición golpista: «Zelaya ha desatado una crisis política en el país al convocar una consulta, declarada ilegal por el Congreso y la Corte Suprema y que ha terminado con su salida del poder tras un golpe de Estado militar» (El Mundo 29/06/09).
En un artículo de opinión de Raúl Rivero, se atribuye a Zelaya «su proyecto izquierdista de atosigar de libertad y riquezas a Honduras […] Zelaya había convocado una consulta popular con la intención de que los pobres lo apoyen para cambiar el contenido de un simple papel que le impide montarse en las ancas del caballo blanco de Simón Bolívar y recorrer América junto a otros liberadores de pueblos (El Mundo 29/06/09).
Según una editorial de El Mundo, «el pulso entre el presidente de Honduras, Manuel Zelaya -que había convocado ayer un inopinado referéndum para modificar la Constitución y poder presentarse a la reelección- y el Ejército terminó en un golpe de Estado. […] Zelaya ha jugado con fuego al forzar las reglas de juego democráticas de su país, que impiden la repetición de mandato al frente de la jefatura del Estado. En contra tenía no sólo al Ejército, sino también al poder judicial y a su propio partido. Pero, como líder populista, se sentía arropado por la población más pobre, y también por mandatarios extranjeros como el venezolano Chávez y el ecuatoriano Correa» (El Mundo 29/06/09).
Al día siguiente, en otra editorial titulada «La normalidad democrática en Honduras pasa por inhabilitar a Zelaya» se da un paso más lejos: «El ejército hondureño ha tratado de solucionar una ilegalidad manifiesta con un golpe de Estado que sitúa al país al borde del abismo […] Siguiendo una estela muy frecuente en toda Latinoamérica -desde la Venezuela chavista a la Bolivia de Evo Morales-, el presidente hondureño violentó la legalidad para perpetuarse en el poder más allá de 2010, cuando expira su mandato. Zelaya debe rendir cuentas, pues, ante su país por saltarse la Constitución a la torera, pero la intervención del Ejército es inadmisible y sólo ha servido para estimular las bravatas belicistas de Chávez, Ortega y Correa» (El Mundo 30/06/09).
Como vemos, en los medios de comunicación de masas se genera la imagen de un golpe de Estado perpetrado contra un aspirante a dictador.
Las alianzas de Zelaya
En ambos periódicos podemos encontrar constantes alusiones a que Zelaya se ha quedado sin apoyos internos, por ejemplo con la afirmación de que «hasta el momento, nada hace pensar que un movimiento de protesta en Honduras pueda propiciar la vuelta de Zelaya» (El Mundo 30/06/09). Sin embargo, las multitudinarias y constantes protestas contra el gobierno golpista, aún en un contexto de fuerte represión, desmienten este supuesto aislamiento del presidente elegido en las urnas.
Por otro lado, un elemento muy recurrente en la crítica hacia Zelaya por parte de ambos medios hace referencia a sus alianzas y apoyos regionales.
En esta línea, El País remarca que Zelaya «había obtenido el firme respaldo de los presidentes amigos -Hugo Chávez, Daniel Ortega, Raúl Castro» (El País 29/06/09). En una editorial de ese mismo día, se determina cuáles son «los aliados de Zelaya, el bloque chavista» (El País 29/06/09). Como contrapartida de estas afinidades políticas, en otro artículo se hace referencia al «aspecto de la política hondureña que más preocupa en Washington: la estrecha colaboración entre Zelaya y el presidente de Venezuela, Hugo Chávez» (El País 29/06/09).
La vinculación con el eje bolivariano se acompaña de referencias a la conflictividad. Así, en un artículo titulado «Hugo Chávez y sus aliados llaman a los hondureños a la rebelión», se comenta que «el eje llamó al pueblo hondureño a rebelarse contra el Gobierno de Roberto Micheletti» (El País 30/06/09).
El efecto desestabilizador atribuido a Chávez destaca en el artículo de Joaquín Villalobos, quien refiriéndose a Centroamérica apunta que «Estados muy débiles están recibiendo la embestida simultánea de narco-dólares criminales procedentes de EEUU y de petrodólares ideológicos procedentes de Venezuela. […] los segundos compran alineamientos políticos que están rompiendo la unidad de los países: y ambos destruyen a las instituciones» (El País 30/06/09).
Por su parte, El Mundo destacó desde el mismo día del golpe que «el apoyo más importante de Zelaya llegó desde Venezuela, cuando Hugo Chávez señaló que los países del ALBA están dispuestos a defender a Zelaya. Otorgó de esta forma una dimensión casi militar a lo que es una asociación económica» (El Mundo 28/06/09).
Dos días después del golpe de Estado se publicó un artículo con el título «Los aliados de Zelaya. La izquierda bolivariana y su ‘batalla continental'». Aquí se comenta, en relación a Chávez, que «fiel a su histriónico carácter castrense, había amenazado con ‘atacar militarmente’ a Honduras si la delegación diplomática de Venezuela era agredida» (El Mundo 30/06/09).
En otro artículo de opinión firmado por Luis María Ansón, presentado como «miembro de la Real Academia Española», se comenta que «en nombre de la democracia, también condenó el golpe de Estado el caudillo bufón Chávez que está implantando en Venezuela una dictadura comunista, extirpando día a día las libertades. El presidente Zelaya debería buscarse valedores distintos a Castro y Chávez. El aspirante a caudillo vitalicio por la gracia de Castro se permitió, por cierto, amenazar con enviar sus tropas a Tegucigalpa» (El Mundo 30/06/09).
Mientras Zelaya y sus aliados regionales son denunciados por «desestabilizar» la región, Obama se presenta como el garante de la estabilidad y la pacificación.
En todas estas noticias se construye la opinión de que la oposición al golpe de Estado por parte de los presidentes latinoamericanos citados constituye un elemento de desestabilización y alerta. Esta forma de comunicar esconde un posicionamiento muy claro. Se puede constatar fácilmente si se contrasta con la participación militar en la guerra de Afganistán. Tanto El País como El Mundo defienden que las tropas extranjeras en Afganistán se encuentran en una misión humanitaria, que partió de la destitución del régimen talibán y ahora pretende colaborar en la instauración de la democracia. Sin embargo, ante el golpe de Estado militar en Honduras, los posicionamientos que plantean el apoyo a Zelaya en todas las dimensiones necesarias para restablecer el orden democrático y enfrentar el golpe de Estado se vinculan a unos supuestos intereses desestabilizadores.
En contraste, la posición de Obama se presenta como un intento de restablecer la situación de forma pacífica. En otro artículo de ese mismo día, titulado «Obama intenta reinstalar a Zelaya. El presidente de EEUU pretende desmontar los argumentos de Chávez», se afirma que «el Gobierno de Estados Unidos está tratando discretamente de reinstalar en el poder al depuesto presidente de Honduras, Manuel Zelaya, con el propósito de demostrar su compromiso con la legalidad democrática, y de paso quitarle a Hugo Chávez un argumento con el que amplificar la tensión y la demagogia en la región» (El País 30/06/09).
Periodismo beligerante
Destaca la falta de rigurosidad en la consulta de las fuentes por parte de estos dos medios, donde se omite la información vertida por sectores sociales hondureños opuestos al golpe. El posicionamiento hipócrita, que condena el golpe de Estado en abstracto mientras lo justifica o lo exculpa en la práctica, queda retratado cuando, en la editorial de El País del día siguiente al golpe, se comenta que «la última asonada con éxito se produjo en Ecuador el año 2000 […] y la siguiente oportunidad ya no pasó de intentona, con ocasión de que el Ejército venezolano depusiera al presidente Hugo Chávez, aunque volvió al poder 48 horas después. La condena era general en América y Europa» (El País 29/06/09). Esta supuesta atribución de una posición antigolpista resulta falsa. Tras el golpe de Estado, diversos presidentes y representantes políticos de EEUU y Europa se apresuraron a legitimar el golpe, como por ejemplo el entonces presidente español, José María Aznar, y el presidente estadounidense, George W. Bush.
La hipocresía que esconde la anterior afirmación de El País queda totalmente evidenciada en el primer párrafo de la editorial que publicó dos días después del golpe de Estado contra Chávez: «Sólo un golpe de Estado ha conseguido echar a Hugo Chávez del poder en Venezuela. La situación había alcanzado tal grado de deterioro que este caudillo errático ha recibido un empujón. El ejército, espoleado por la calle, ha puesto fin al sueño de una retórica revolución bolivariana encabezada por un ex golpista que ganó legítimamente las elecciones para convertirse desde el poder en un autócrata peligroso para su país y el resto del mundo. Las fuerzas armadas […] han obrado con celeridad al designar como jefe de un gobierno de transición a un civil, Pedro Carmona Estanga, presidente de la patronal venezolana» (El País 13/04/02).
En conclusión, destaca la cobertura que dan ambos medios de las argumentaciones que han motivado el golpe de Estado, acusando a Zelaya e incluso a otros presidentes latinoamericanos de provocar la intervención militar. Asumen así, como información imparcial, los mismos argumentos que defiende la derecha golpista hondureña. Como indica Patricia Rivas, «el rotativo estandarte de la socialdemocracia española [El País] rechaza, única y exclusivamente, el aspecto militar del golpe, mientras avala a los protagonistas civiles de la asonada: la Corte Suprema, el Congreso y el poder electoral» (Rebelión 01/07/09). De este modo, «El País se opone única y exclusivamente a la intervención de los militares en política, pero avala completamente las tesis de la oligarquía golpista que controla el poder legislativo, judicial y electoral» (Rebelión 01/07/09).
Así, al condenar el golpe, pero al avalar las tesis de los golpistas, en la práctica estos medios están abogando y presionando por una solución al «conflicto» que pase por frenar el proceso de cambio social que pretendía iniciar Zelaya, al considerarlo ilegal y antidemocrático. En consecuencia, aunque se restablezca la normalidad democrática bajo estos condicionantes, el golpe de Estado habrá triunfado en sus pretensiones de impedir el proceso de reforma constitucional, sentando a su vez un peligroso precedente en la región latinoamericana. Entretanto, el presidente electo lleva más de un mes recluido en la embajada de Brasil.
Fuente original: http://www.enlucha.org/?q=
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