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El gran monstruo quemasesos

Fuentes: Rebelión

La televisión parece inofensiva pero no lo es. Cuando uno es niño comienza viendo caricaturas y programas donde hay muchos premios y cosas curiosas, pero después, la gente termina deseando la crema que borra las huellas del tiempo, llamando a un programa de rifas de super casas y carros último modelo; viendo noticias que nos […]

La televisión parece inofensiva pero no lo es. Cuando uno es niño comienza viendo caricaturas y programas donde hay muchos premios y cosas curiosas, pero después, la gente termina deseando la crema que borra las huellas del tiempo, llamando a un programa de rifas de super casas y carros último modelo; viendo noticias que nos pasean por imágenes de muertos y de sangre una y otra vez; presenciando morir a alguien a golpes y deseando comprar una pistola.

Mucha gente llega a casa cansada. Muchos estudiantes llegan cansados de la escuela. Muchos padres de familia llegan cansados del trabajo. Quieren continuar haciendo otras cosas para «aprovechar el día», pero al final lo que hacen es acostarse, tomar el control remoto, encender la tele y pasar el tiempo viendo puras mentiras. Mentiras que se venden como verdades, algunas como verdades únicas. Pareciera como si lo tiraran a uno de la cabeza y lo quisieran dejar pegado al asiento.

Desde la tv lo enganchan con caricaturas donde los personajes se divierten de lo lindo aventándose flatulencias, lo enganchan también con películas comerciales infestadas de violencia y publicidad, con noticias repletas de sangre destinadas a explotar el morbo de la gente; y luego de que a uno casi lo agarran por el cuello con toda esta podredumbre, todo es más sencillo para los que están produciendo detrás de la caja estúpida: siguen generando basura y más basura para darla de comer a un público embelesado que en lugar de protestar de la forma más sencilla y eficaz posible que es apagando el televisor o seleccionando a criterio, sigue sentado, quemando más de tres horas de su tiempo frente a un aparato que no hace más que coagularle la cabeza.

Por eso tantas historias de esas en América Latina. Y mucho tiene que ver la televisión también con todo lo que compran las sociedades europeas. Tanto en los países pobres como en los ricos es lo mismo: la televisión fabrica a todos sueños comerciales por igual. En Latinoamérica cada vez hay menos presupuesto para la educación, no hay trabajo, la gente lee menos o no lee, y ve más televisión. Luego tenemos la impresión de que se aproxima una ola de generaciones violentas, desinformadas; muchachitas cuya preocupación principal es estar bien maquilladas y comprarse ropa al último grito de la moda; muchachitos que siguen cultivando su machismo viendo la venta de tetas y piernas en la pantalla, círculos y círculos viciosos de los que cada vez es más difícil salir. Todo esto ocurre mientras varios grupos de ladrones, en diferentes lugares del mundo, se llevan los patrimonios nacionales en sus cuentas bancarias.

En Francia, por ejemplo, la televisión se enciende 5 horas y 31 minutos por día y por hogar. Un francés, a partir de la edad de cuatro años, la mira en promedio 3 horas y 22 minutos. ¿Qué mira este niño durante estos 202 minutos pasados en frente de seis canales de televisión gratuitos?: 47 minutos de ficción, 40 minutos de programas documentales, 32 minutos de diarios televisivos, 21 minutos de juegos, 17 minutos de publicidad, 13 minutos de filmes, 9 minutos de variedades, 9 minutos de deporte, 8 minutos de otros programas (teatro, emisiones religiosas, etc), 6 minutos de emisiones para la juventud. (Le Point, 13 de enero 2005). Esto en un país rico. Y esto como estadística ligera. La realidad, desafortunadamente, arrasa con cualquier estadística ligera.

En Europa, EEUU y países ricos, la gente de dinero ya no sabe qué hacer con su dinero, pero la televisión y la publicidad están ahí para resolverle sus problemas, para fabricarle necesidades que antes no tenía, para ofrecerles miles y miles de productos y servicios que pueden comprar.

En los países pobres si necesidades básicas como comer, abrigarse, contar con una vivienda, tener trabajo y dinero suficiente para pagar un médico o al menos contar con un seguro médico mediocre, y tener acceso a la educación pública, si estas necesidades básicas están resueltas, entonces la gente puede aspirar a gastarse el poco dinero que gana en comprarse alguna cosa que la televisión le ofrezca, puede comprarse una imagen, puede comprarse un «status». Puede soñar a que «es alguien» porque se ha comprado algo.

La televisión se ha convertido en un instrumento de manipulación, en un anestésico. Se supone que ya lo hemos escuchado y que ya deberíamos saberlo. Se supone que ya debería ser más que evidente, se supone que deberían existir otro tipo de reacciones, pero luego vemos afuera la realidad comercial, un mundo hecho mercancía, un mundo hecho de puras mentiras y nosotros adentro, como peluches empaquetados. La televisión no sería algo tan negativo si no ejerciera el control que es capaz de ejercer sobre nuestra toma de decisiones.