El editorial de El País del martes 6 de diciembre titulado «Poder total para Chávez» es un ejemplo paradigmático del tratamiento que le ha dado Falsimedia a las elecciones venezolanas, y de las previsiones y alarmas hacia el futuro de este país que van sembrando los medios de comunicación de obediencia imperial. Para quien dude […]
El editorial de El País del martes 6 de diciembre titulado «Poder total para Chávez» es un ejemplo paradigmático del tratamiento que le ha dado Falsimedia a las elecciones venezolanas, y de las previsiones y alarmas hacia el futuro de este país que van sembrando los medios de comunicación de obediencia imperial. Para quien dude de que la retirada opositora no respondió a ningún problema en el proceso electoral sino a una estrategia de deslegitimación de la democracia participativa de Venezuela -exactamente igual que en los meses próximos al brutal golpe fascista de abril de 2002- la lectura del periódico de Polanco le puede resultar clarificadora. La décima victoria en las urnas que consigue el presidente venezolano, ninguna de ellas cuestionada por observador electoral fiable alguno -además de la gran victoria popular de democracia directa que supuso la derrota del golpe-, no ha conseguido alterar un ápice el juicio de los creadores de opinión globalizada. Desestabilizar la Venezuela bolivariana es el objetivo estratégico que comparte el medio de Polanco con el gobierno de Bush y con cualquier otro posible gobierno de los EEUU.
Después de criticar la estrategia abstencionista de la oposición venezolana y dar por hecho, de paso, «la escasa fiabilidad del procedimiento de voto y el sesgo inequívocamente gubernamental de la autoridad electoral», El País, sin hacer referencia alguna al largo proceso de legitimación creciente de la revolución bolivariana -que superó con mayoría aplastante el referéndum revocatorio-, comienza su tarea.
En principio se define al personaje: «Chávez, una mente caudillista y crecientemente autoritaria», para encajar en esa definición las afirmaciones posteriores. Después y en previsión de que el Parlamento venezolano cumplirá con su tarea legislativa, El País le niega legitimidad para realizar sus funciones constitucionales: «no sólo legislará a placer, sino que le será fácil cambiar la Constitución para acomodarla todavía más a sus intereses y prioridades, comenzando por levantar el veto a un tercer mandato presidencial». Se trata de asumir completamente y de manera inmediata la postura de una oposición reiteradamente postergada por el pueblo, y también la que ha hecho pública, reiteradamente, el gobierno de los EEUU. El Parlamento carece de legitimidad.
En un ejercicio insuperable de cinismo, El País carga a Chávez con todas las responsabilidades por el conflicto que vive Venezuela. «Ningún presidente que tuviera sentido democrático y valorase la cohesión social como un elemento imprescindible para el desarrollo de una nación habría permitido que las cosas llegasen tan lejos en Venezuela». ¡Y tan lejos!
Léase tal cómo está escrito: Chávez debería haberse ido a un exilio o a una cárcel vigilado por los EEUU después del golpe del 11 de abril, someterse a un juicio por los asesinatos que cometieron los mismos golpistas, o, en el mejor de los casos para la inescrupulosa oligarquía venezolana -que ha proclamado en varias ocasiones su intención de asesinar a Chávez- facilitar la tarea de sus inminentes asesinos. Eso hubiese fortalecido «la cohesión social» en Venezuela.
En una estrategia clara de «desarrollo de la nación» Chávez debería haber aceptado posteriormente la tesis bien divulgada por el propio El País de que en Venezuela no había tenido lugar un golpe sino un «vacío de poder», o bien la tesis alternativa de que un golpe duro no previsto -atribuible con exclusividad a Carmona- había sustituido a una «intervención democrática» de la que eran responsables los partidos tradicionales -AD y COPEI- y líderes tan respetables como Ortega , el dirigente sindical que ensayó un golpe de cariz fascista con la dirección de una de las patronales más corruptas del mundo: Fedecámaras, o los honorables -así los bautizó el periódico de Polanco- militares que pidieron sangre durante meses en la plaza de Altamira.
Imperdonable también que Chávez no hubiese abandonado la presidencia para la que había sido elegido por el pueblo, para someterse al dictamen patriótico y unificador de los que realizaron el paro patronal, el sabotaje petrolero y el intento de bloquear la distribución de alimentos meses más tarde.
La sostenida cólera de El País está mil veces justificada pues Hugo Chávez «viene dejando alarmantemente claras sus preferencias por la división y el enfrentamiento como herramientas de poder». Su resistencia a aceptar los «firmazos» y «reafirmazos» que trataban de imponer recogidas de firmas completamente ilegales e incontroladas para obligar a retirarse al presidente, o su falta de flexibilidad para entender que la unidad de Venezuela estaba encarnada en la «guarimba», son esas pruebas que denotan la «mente caudillista y crecientemente autoritaria» del presidente de Venezuela.
Claro que son esas premisas violentas las que explican -y no la casi increíble falsedad de El País que miente sin límite ni vergüenza alguna- que el mandatario venezolano califique de «lacayos del imperialismo a las tres cuartas partes de los ciudadanos con derecho al voto que han decidido no comparecer en las urnas». El periódico protesta por una identificación tan clara -que le corresponde a él y a sus aliados en Venezuela como anillo al dedo- y al mismo tiempo sitúa mendazmente a casi todos los venezolanos en la camada política de la oligarquía del país caribeño.
Nada extraño que El País termine su editorial dictaminando que «los resultados de las elecciones representan un paso atrás en la construcción democrática del país» y anticipando un nuevo proceso de desestabilización: «abren una etapa todavía más incierta e inquietante en la convivencia de los ciudadanos».
El modelo político y social que defiende a ultranza
El País es el de una Venezuela unificada por la oligarquía, y por la pobreza y la marginación absoluta de la inmensa mayoría de la población. Esa es la cohesión social: opulencia, miseria y marginación que hay que mantener por encima de todo. Cuando esa unidad se rompe como lo hizo durante
El Caracazo el 27 de Febrero de 1989, la represión inmediata con unos cuantos miles de muertos vuelve a colocar las cosas en su sitio.
Desde hace mucho tiempo El País se ha alineado en Venezuela con el golpe continuo.