Desde hace aproximadamente un año se estima que por lo menos en 37 países se han registrado trastornos sociales por la enorme carestía de los alimentos. Fundamentalmente la duplicación repentina y a veces la triplicación de los precios al consumidor de los dos alimentos más básicos de la humanidad, el arroz y el trigo, han […]
Desde hace aproximadamente un año se estima que por lo menos en 37 países se han registrado trastornos sociales por la enorme carestía de los alimentos. Fundamentalmente la duplicación repentina y a veces la triplicación de los precios al consumidor de los dos alimentos más básicos de la humanidad, el arroz y el trigo, han desatado manifestaciones callejeras de indignación y protesta que en algunos casos, como Haití, ha significado el asesinato de gente hambrienta, significativamente a manos de fuerzas de ocupación extranjera. [1]
Los porqués del hambre mundial
Se mencionan varios factores como desencadenantes de tales incrementos en el mercado mundial: alguna sequía gigante, el aumento de consumo indio y chino, la presencia en concurrencia de los bio-agro-necrocombustibles que disputan, ahora para los autos, las tierras para cultivo de alimentos para humanos, la economía-casino, que se ha ido desarrollando cada vez más, dedicada a compras-a-futuro, método que indudablemente es muy proclive a la especulación y que por lo tanto empuja a los alimentos (y a todos los productos) a un alza constante, enloquecida, ajena a la vieja estructura de costos.
Hablando de las secuelas del hambre en el mundo, Martín Caparrós en un artículo motivado por una visita suya al África, «Gracias al hambre (Etiopía, 21/5/2008)», aparecido en el boletín-e Comcosur (Montevideo, 25/5/2008) aporta una valiosa mirada al problema mostrando el no del todo elegante papel que le cabe a la Argentina en la coyuntura del hambre generalizada y provocada no por la ausencia de alimentos sino por su carestía.
Caparrós señala crudamente que «nosotros, los argentinos, vivimos del hambre«. Y reseña el grado brutal de hambre que existe en varios países, una enorme cantidad ubicados en lo que se llama el África negra, que proveen el mayor caudal de una estadística que habla de 25 mil seres humanos muertos al día; «son más de mil por hora, 17 por minuto». Caparrós insiste con datos que procuran hacer conciencia sobre algo que resulta bastante alejado de la cotidianidad argentina (aunque en el invierno anterior pasamos mediáticamente por la muerte por hambre y desnutrición de varios miembros de etnias originarias en el norte argentino).
«Va de nuevo«, nos dice Caparrós: «son, en los diez segundos que usted tarda en leer esta frase, mi estimado, tres hambrientos menos. En un país como Etiopía, con 75 millones de habitantes, hay 15 millones que están todo el tiempo al borde de la hambruna. A veces caen: entonces vemos 42 segundos terribles en la tele, chicos raquíticos con panzas como globos, madres ramitas secas estirando la mano como quien ya no espera […].»
Caparrós va más allá y describe implacable el proceso de ensimismamiento que, pese a internet y a la globalización comunicacional, parece afectar a la Argentina: «el mundo es una máquina hipercompleja e integrada, por más que los argentinos actuales hayan decidido hacerse tanto más provincianos ciegos que sus padres y olvidarlo: hacer como si no existiera. O, por lo menos, como si no importara.»
El hambre no es joda. Las cifras transcriptas lo testimonian. En Haití se han hecho «populares» una galletas de tierra arcillosa cocida que por ser salobre engaña el estómago de los haitianos más empobrecidos. Alguien pescó «el negocio» con unas tierras del centro del país, zona de Hincha. [2]
En Somalía, la crisis golpea por muy distintos lados: hay un gobierno establecido mediante ocupación, igual que en Haití, desconocido por muchos, una crisis monetaria en parte incentivada por la falsificación de la moneda nacional y una suba de precios tal que en un año se duplicaron los que menos aumentaron y se cuadruplicaron los que más. A fines de 2007 se estimaba en un 20% a la población (diez millones de habitantes) en situación de hambruna, en marzo, con el encarecimiento, un millón más de pobladores cayó en la indigencia y se teme la caída de otro millón de sufrientes en lo que resta del año. Mientras tanto, EE.UU. bombardea regularmente el país so pretexto de luchar contra algo, pero con la precaución de no poner pie en tierra después del «tropezón» sufrido en su último desembarco. [3] Ningún país puede funcionar si entre un tercio y la mitad de su gente pasa hambre de modo estructural, sostenido…
En Haití o en Somalia vemos claramente los daños, la destrucción brutal, que la occidentalización, la modernización, provoca en sociedades ajenas, subalternizadas.
El papel de Argentina
Caparrós desnuda el mecanismo de esa ganancia argentina sobre la base del hambre mundial. Por su importancia lo citaremos in extenso:
«Y nosotros ganamos con esos aumentos. Nos hacemos los boludos, no queremos verlo: nuestra prosperidad le está costando carísima a millones y millones de personas. La Argentina salió de la crisis gracias al aumento del precio de los granos: por estos precios, millones se mueren de hambre. O sea: las ganancias tan legítimas por las que discuten encarnizados los presidentes K y el campo producen sufrimientos espantosos. No digo que sea a propósito. No, por favor. Nosotros pasábamos por ahí cuando los chinos decidieron empezar a comer y las leyes del mercado hicieron que los precios subieran y las leyes del mercado hicieron que millones no pudieran comprar más comida y se murieran pero a mí por qué me miran, yo hago mi trabajo, yo defiendo lo mío y trato de venderlo lo más caro posible porque así son las leyes del mercado y yo justo estaba ahí, qué culpa tengo.»
Y bien: la situación real es todavía más espantosa, mucho más espantosa que lo ya descrito por Caparrós. No es exactamente que «nosotros pasábamos por ahí» como aquel que ve luz y entra. Queda en pie el deslinde radical con toda teoría conspiracionista según la cual los sojeros hambrean, cuando en realidad lo único que quieren es hacer negocio.
Una corrección, empero, basada en dos precisiones: primero, que los sojeros no sólo quieren hacer negocios sino además hacer como que hacen obra, patria o como usted quiera llamar a sus proyectos de ogros filantrópicos, bastante opuestos a los soñados por Octavio Paz, y segundo porque el origen de este escabroso rol que juega hoy Argentina no es tan argentino como parece.
Argentina made in USA
Dennis Avery ha sido por años un alto funcionario del USDA, Ministerio de Agricultura de EE.UU., y se presenta como «analista agrícola Senior del Departamento de Estado». Con la candidez característica de tanto estadounidense explica en la introducción a su libro Salvando el planeta con plásticos y plaguicidas, [4] que estaba «escribiendo otro [libro] que trataba sobre la importancia del libre comercio para la agricultura estadounidense.» Su última frase es reveladora de toda una política: preservar el suministro de víveres por parte de EE.UU. a países que vayan perdiendo así su soberanía alimentaria.
Claro que siempre con las mejores intenciones: frente a una sequía por ejemplo, ir en auxilio con la ley 480, regalar cereales un año, dos, y cuando los agricultores locales no puedan ya no recuperarse de la sequía sino de la competencia con los granos introducidos «solidariamente» por EE.UU. con precios de dumping, es decir, cuando se ha logrado debilitar la soberanía alimentaria y se ha «desarrollado» la dependencia ídem, entonces sí, iniciar el negocio con precios en alza.
EE.UU. se ha especializado, usando los alimentos como arma geopolítica en ir estableciendo en tantos países como sea posible el régimen que Devinder Sharma con lucidez ha caracterizado como «del-barco-a-la-boca»: la población tiene que aguardar lo que va llegando al puerto para poder comer. Mayor esclavitud alimentaria es difícil de imaginar. Sobre todo porque, durante milenios, todos los pueblos aprendieron a alimentarse a sí mismos. Razón elemental: si no lo hacían, no sobrevivían.
Observemos, al pasar, que el libro cuya introducción hemos estado glosando, Salvando el planeta con plásticos y plaguicidas, tiene un título que es de por sí toda una plataforma ideológica y estratégica.
La teoría económica del eurocentrismo encontró una superación científica a aquella vieja, tradicional, soberanía alimentaria: la ley de las ventajas comparativas por la cual cada comarca, cada estado, debe dedicarse exclusivamente a lo que mejor produce; esa optimización económica permitirá agrandar la torta mundial de productos y por lo tanto permitirá que todos reciban más. Oh, maravillas de la ciencia económica.
Como sabemos, para los ideólogos, cuando la realidad choca con la teoría peor para la realidad. Y así hoy tenemos un mercado más globalizado que nunca, adaptado a la «ley» de las ventajas comparativas como nunca antes estuvo el planeta, y sin embargo, cosa curiosa, hay casi mil millones de seres humanos que se acuestan con hambre cada día o que ni duermen por el hambre o que literalmente mueren de hambre. La dependencia alimentaria tensiona y hace sufrir cada vez a más gente.
En la introducción ya citada dice Avery que su tarea desde el Hudson Institute es «comunicarles a los productores agrícolas [estadounidenses] que ellos podían ayudar a alimentar al Asia.» Tal vez porque los indios y los chinos jamás aprendieron a alimentarse… paradójico para tratarse del continente por lejos más poblado del orbe; bastante más de la mitad de la población humana mundial vive, se alimenta, se ha alimentado por milenios, en Asia…
Obviamente, la pretensión de que EE.UU. alimente al mundo es un poco excesiva. Pese a sus excelentes praderas y extensión, no alcanza.
Argentina y EE.UU.: gran tándem con piloto automático ¿o yanqui?
Pero el señor Avery tiene sus soluciones. Que en rigor, debemos entender como políticas públicas de EE.UU. puesto que Avery es todo menos un líbero, un marginal o un intelectual autónomo. Por Avery nos enteramos de los planes que tiene el USDA para la India. ¿El Ministerio de Agricultura de EE.UU. confeccionando la política de la India en su zona rural? Es indudable que ese Ministerio piensa por todos nosotros, dios no nos libra ni nos guarda. Avery nos informa de los planes que a mediados de los ’90 tenía el USDA para el campo indio, compuesto entonces por unos 500 millones de campesinos: reducir esa población, rural, a 50 millones en diez años. Esto, para modernizar el país, consigna sagrada si las hay.
Es curioso el afán bienhechor de ciertas presencias. En el siglo XVIII, por ejemplo, Inglaterra desmanteló prácticamente toda la actividad textil india (para favorecer la propia) y logró así postrar al país en un estatuto de vasallaje. Cuando el subcontinente indio sufre todavía la secuela de aquella «ayuda», a fines del s. XX, es EE.UU. el que quiere «ayudar» ahora a la India desmantelando toda su estructura agraria… Hasta donde sabemos, el plan del USDA no se ha concretado, al menos con la radicalidad presentada por Avery: en el 2002, la población rural india todavía superaba a su población urbana (totalizando la población del estado más de mil millones de seres humanos).
¿Qué papel desempeña Argentina en la teoría de las ventajas comparativas, a la que son tan afectos los voceros del clan sojero argentino?
Avery nos lo señala bastante claramente. Nos lo señalaba así en 1995, en el momento del despegue de la soja transgénica en Argentina y las consiguientes cosechas que van a ir estableciendo un récord cada año sobre el anterior. Cuando el conocidísimo jurisconsulto y hombre de derecha Carlos Menem desmantela todos los organismos públicos del país y entrega la política agraria a Monsanto, que es como decir, relaciones carnales mediante, a EE.UU. Nos comenta Avery: «Solamente en EE.UU. y Argentina hay suficiente superficie fuera de producción (debido a políticas oficiales) como para alimentar a otros 1500 millones de personas.» (ibíd., p. 123)
Avery nos muestra así como se unen las praderas norteamericanas y las pampas argentinas en una política mundial.
El horror que escudriña Avery a lo largo de su libro es a la «política de autoabastecimiento de alimentos«. Es decir, que haya más y más sociedades venciendo la pesadilla del-barco-a-la-boca. Porque eso perjudicaría… a EE.UU… y a Argentina. Con semejante política «quedarían torpemente ociosas más de 40 millones de hectáreas de las mejores tierras agrícolas del mundo ubicadas en países como EE.UU. y Argentina, y se obligaría al mismo tiempo a los productores agrícolas de Asia a roturar hasta el último rincón de tierra disponible.» (ibíd., p. 286).
Las explicitaciones de Avery nos permiten visualizar mejor el papel de Argentina en la política mundial de alimentos llevada adelante por EE.UU.
En EE.UU., cuando en 1999 un grupo de objetores a los trámites de aprobación de las técnicas transgénicas lleva a los tribunales a la FDA y transitivamente a Monsanto y otras corporaciones por el ejercicio de métodos considerados viciados (o viciosos) para tales aprobaciones, [5] el presidente de EE.UU., a la sazón Bill Clinton, establece el fast track, para dar el visto bueno a los alimentos transgénicos sin tantos miramientos legislativos ni judiciales. El argumento fue lapidario: tales alimentos constituyen parte de «la seguridad nacional de EE.UU.» De más está aclarar que Clinton no hace referencia alguna a la seguridad nacional… argentina. El golpe de mano de la Casa Blanca constituye una excelente demostración de cómo se conciben los alimentos como arma.
Alimentos como armas de destrucción masiva
Un arma de destrucción masiva, como bien los definiera Paul Nicholson, de Vía Campesina. [6] «Los alimentos son mucho más que una mercancía. […] La política de ayudas en EE.UU. y Europa, orientada a la exportación, es destructora de la capacidad productiva […] la revolución de la biotecnología ahonda los procesos de exclusión […] la producción agraria se está concentrando en unas pocas regiones del planeta. Se destruyen las economías locales y el mundo rural se empobrece […].»
¿Suena conocido? Es exactamente la situación argentina. Aquí se concentra la producción, se acentúa la exclusión, porque los monocultivos «industriales» constituyen una agricultura sin agricultores (un tractorista por cada 500 ha. de soja alcanza). Y allí detrás, ¡pica el USDA planeando el mundo entero y a sus pies!
Con lo cual, aquel sano rechazo a las interpretaciones conspiracionistas que ilustrara Caparrós necesita un ajuste: hay conciliábulos, hay resoluciones que pasan por encima y afuera de la gente y que marca profundamente sus destinos. Que las hay, las hay.
Por eso, hay que darle una vuelta de tuerca a lo explicitado por Caparrós. Es todavía peor. Somos «los elegidos» para hambrear al mundo (y de paso hambrear un poco adentro, pero poco, porque en Argentina corre guita, mucha guita).
Y el gobierno, los gobiernos, hasta ahora, contentos. Porque administraban una masa excedente, producto de la exportación, como pocas veces antes.
Sojización: por fin mala palabra
No sabemos porqué, en un momento, en marzo de este año, este gobierno K, descubrió la sojización. Que lleva por lo menos diez años. Pero sí sabemos que gracias a esa focalización, empezamos a socializar unas cuantas verdades.
Ya no se puede tapar el cielo con un harnero. Algo que por una década, gracias a una oportunista ceguera, funcionó.
Tal vez podamos empezar a pensar nuevamente. Eppur si muove.
* Docente de la Cátedra Libre de Derechos Humanos, Facultad de Filosofìa y Letras de la Universidad de Buenos Aires, periodista y editor de la revista semestral futuros del planeta, la sociedad y cada uno.
[1] Recordemos que en Haití, luego de deponer por las armas a su presidente electo, Jean Aristide, las fuerzas militares de EE.UU. delegaron la custodia del proceso a los ejércitos del Cono Sur americano, a través, por supuesto, de una disposición aprobada por la ONU, que crea el MINUSTAH compuesto por fuerzas militares y policiales de Argentina, Brasil, Chile y Uruguay. Fue precisamente en el área bajo la custodia del ejército uruguayo que se asesinó en marzo a por lo menos cinco o seis haitianos.
[2] Véase el conmovedor relato de Hecmilio Galván, «El espejo haitiano», alainet.org.
[3] En la lucha proclamada contra el terrorismo islámico, EE.UU. hizo un desembarco muy publicitado en los ’90 sobre la base de que Somalia carecía de estado y de fuerzas militares regulares. Confiados en una superioridad militar aplastante contra «bandas islámicas», el ejército estadounidense procuró hacer una operación de RR.PP., para poner orden y brindar alimentos a la desmembrada Somalia. Sin embargo, alguna de las tales bandas les tendieron una celada en la cual 18 marines fueron muertos para sorpresa de los invasores que desandaron prestamente el camino.
[4] Editado en Argentina por la Cámara de Sanidad [sic] Agropecuaria y Fertilizantes, Buenos Aires, 1998, aunque el trabajo de Avery fue hecho y financiado en EE.UU. por el Hudson Institute, Indiana. El nombre de la Cámara, ligeramente defectuoso en castellano, en que debería llevar una segunda preposición «de» antes de «fertilizantes», tal vez pague el precio a una traducción apurada, no ya sólo de frases sino hasta de instituciones…
[5] Nos referimos a la coalición de organizaciones ambientalistas, religiosas y políticas Alliance for Bio-Integrity (Biodeception: How the Food and Drug Administration is Misrepresenting the Facts About Risks of Genetically Engineered Foods and Violating the Laws Meant to Regulate Them [Biodecepción: cómo la FDA falsifica los riesgos de alimentos transgénicos y viola las leyes que se suponen deben regularlos].
[6] Entrevista publicada en castellano en futuros, no 6, invierno 2004.