Cuando en marzo de 1985 terminó la corta vida, apenas seis meses, del diario Liberación, uno de sus redactores escribió este epitafio: «Desconocían el lenguaje de la piratería y, navegando en sus aguas, era preciso dominarlo para sobrevivir. Así son las arenas movedizas del negocio editorial periodístico». Liberación fue un buen periódico, con una redacción […]
Cuando en marzo de 1985 terminó la corta vida, apenas seis meses, del diario Liberación, uno de sus redactores escribió este epitafio: «Desconocían el lenguaje de la piratería y, navegando en sus aguas, era preciso dominarlo para sobrevivir. Así son las arenas movedizas del negocio editorial periodístico».
Liberación fue un buen periódico, con una redacción muy politizada, claramente a la izquierda del PSOE, entonces en plena congregación bajo la autoridad de Felipe González. Hubo discusiones fuertes y conflictos entre diferentes grupos, personalidades y afinidades de la redacción, pero la opinión general es que su fracaso estuvo determinado por sus carencias y debilidades como empresa editora. El capital inicial se constituyó con aportaciones individuales y en un régimen de tipo cooperativo; tropezó inmediatamente con un boicot de créditos de bancos y cajas de ahorro y su equipo gerencial se hundió en las «arenas movedizas del negocio editorial periodístico». Aquella experiencia traumática ratificó el dominio del Grupo Prisa en la información «progresista», pese a que unos meses después, al grupo se le cayera hasta el último resto de barniz «de izquierdas», con su apoyo editorial al Sí en el referéndum sobre la OTAN. En las condiciones de desmoralización producto de la derrota del No en ese referéndum, la conclusión más razonable fue considerar un diario de izquierdas tan necesario como prácticamente imposible: era muy dudoso que pudiera contar con suficiente difusión y era inverosímil que pudiera contar con una sólida base empresarial, capaz de competir con el Grupo Prisa. La excepción era Egin, pero no servía como modelo: en el Estado español no existía nada comparable a la base social y el sentido comunitario del mundo abertzale, que necesitaba y podía sostener un medio autónomo de los poderes establecidos, incluyendo a los poderes mediáticos. Así transcurrieron los años oscuros de la izquierda española, con algunos momentos de esperanza, como la huelga general de 1988, los movimientos de insumisos o la lucha contra la guerra de Irak, de los que sólo se comienza a atisbar una salida política desde el 15-M.
Por eso, el nacimiento de Público fue una noticia tan buena como inesperada y la amenaza de su desaparición tiene un aire de derrota política, que se siente en muchos de los testimonios de lectores y colaboradores. «Un aire», digo. No comparto la línea editorial de Público y raras veces he estado de acuerdo con ella, especialmente en temas de política «nacional». Público no es un periódico de la «izquierda alternativa». Un proyecto de este tipo es hoy inviable, como ha mostrado, en cierto modo, la frustrada experiencia de La voz de la calle, que se presentó expresamente como un periódico «a la izquierda» de Público.
Lo que hacía potencialmente viable a Público, y aún quedan posibilidades para que lo sea, es desde el punto de vista de su orientación política, combinar la línea editorial de «apoyo crítico» al PSOE con un pluralismo de opinión y de información muy alto, en el que tienen cabida habitualmente opiniones y organizaciones claramente a la izquierda del PSOE y temas excluidos o condenados por la prensa convencional. Por cierto, llama la atención el tratamiento despectivo que el colectivo editor de Diagonal ha dedicado a un sector de los que se expresan en el diario. Así, en el texto «Sin nostalgia y sin miedo: por otra comunicación para otros públicos», (http://www.diagonalperiodico.net/Sin-nostalgia-y-sin-miedo-por-otra.html), se incluye la siguiente valoración sobre el «hueco informativo» que ocupa Público: «Tanto en sus planteamientos más clásicamente izquierdistas (quizá lo menos interesante del periódico, y en los que se reconoce la herencia del republicanismo y del antifranquismo)». Imagino que al colectivo editor de Diagonal sí encontrará interesantes a sus suscriptores «clásicamente izquierdistas». Que un periódico como Diagonal aluda así, probablemente de forma inconsciente, a una parte de sus lectores da una idea de cómo está el panorama de la prensa de izquierdas en España y de las dificultades para que los buenos medios que existen, Diagonal entre ellos, alcancen un impacto social y político amplio.
Volviendo a Público. Su director Jesús Maraña escribe: «Si Público estuviera vendiendo el doble de ejemplares de los que vende o hubiera cumplido el objetivo previsto en ingresos publicitarios, no se hallaría en la gravísima tesitura de suspender pagos temporalmente para intentar sobrevivir». Ahí está el problema. Los efectos de la caída de la publicidad sólo pueden paliarse con un fuerte incremento de las ventas. Si Público vendiera, pongamos por caso, 150.000 ejemplares, posiblemente no sería un gran negocio, pero no estaría amenazado de cierre.
Echemos cuentas. En las últimas elecciones generales, las candidaturas a la izquierda del PSOE, que sólo han tenido un tratamiento amplio, e incluso generoso, en Público, han obtenido cerca de dos millones de votos. La afiliación de las diferentes organizaciones sindicales, políticas, sociales… que han podido expresarse en Público mejor que en cualquier otro medio, suma centenares de miles de personas. El movimiento 15-M, que ha tenido en Público el mejor tratamiento de la prensa diaria, ha significado una activación social masiva. ¿Cómo es posible que en estas condiciones Público no consiga llegar, después de cinco años, ni a los 90.000 ejemplares de venta?
El problema no está en el periódico, ni en su línea editorial, ni tampoco en su empresa editora: el problema está en la demanda. La gente de izquierdas apenas compra prensa, y la que compra no es de izquierdas. La gente más joven pasa de los medios impresos y se conforma con la información gratuita a la que accede por internet. Fuera de Euskadi, no existe conciencia de la necesidad de contar con una autonomía de información respecto a los grandes medios, en particular respecto a Prisa. Y esa autonomía no tiene hoy en la prensa diaria de difusión estatal mejor instrumento que Público. ¿Sería preferible otro diario de base cooperativa y más a la izquierda? Pues, en mi opinión, sí. Pero ahora esto es lo que hay y no es nada despreciable. No existe en ningún país europeo ningún diario con el pluralismo político y la difusión de Público.
Quizás dentro de unas semanas o meses lo echemos de menos La única alternativa peor que su desaparición sería una supervivencia agónica, de ERE en ERE. Un llamamiento permanente en la portada del periódico recuerda que: «la mejor forma de apoyar a Público es comprarlo todos los días». Yo creo que, ahora, más que la mejor, es la única forma de apoyar al periódico y, sobre todo, a sus trabajadores. Aún estamos a tiempo.
Miguel Romero es editor de VIENTO SUR.
Fuente original: http://www.vientosur.info/articulosweb/noticia/?x=4741