De nuevo volvemos al análisis de este nuevo señorío que se ha encaramado sobre la Humanidad: los medios de difusión masiva. Paradójicamente, en el ojo de este huracán de hiperinformación globalizada, nunca antes el derecho a estar debidamente informados fue tan secuestrado y asfixiado. Unos pocos señores del dinero, cuya única legitimidad proviene de su […]
De nuevo volvemos al análisis de este nuevo señorío que se ha encaramado sobre la Humanidad: los medios de difusión masiva. Paradójicamente, en el ojo de este huracán de hiperinformación globalizada, nunca antes el derecho a estar debidamente informados fue tan secuestrado y asfixiado. Unos pocos señores del dinero, cuya única legitimidad proviene de su capital, secuestran la información hasta convertirla en el medio. La noticia es el medio. Lo que el medio no exponga no existe. El modo, jerarquización y contexto de la noticia lo decide el medio.
Desde ahí, la libertad de expresión adquiere un solo sentido y un solo pensamiento: el conveniente al capitalismo. La tan cacareada libertad de expresión es secuestrada por los valores del pensamiento único. No sólo la programación de noticias u opinión sino la demoledora industria del cine, la telenovela o la publicidad se entremezclan en el secuestro. Todo se orienta inexorablemente al mismo fin: imponer los valores del capitalismo. Una sola opción económica: el capitalismo, y de la mano de esta opción, una sola forma de organización política: la democracia representativa.
Presenciamos un mercado de la información controlado y manejado por poderosos grupos económicos con el fin de imponer sus criterios mercantilistas. No hay ningún criterio ético que acompañe la jerarquización de la información, sino un único interés: la noticia mercancía y su fin: imponer y preservar el sistema capitalista. El modo como se descontextualiza, se invisibiliza o se jerarquiza la noticia es prueba de ello. La palabra y la imagen se combinan armónicamente para lograr el objetivo de fijar una idea en la mente del receptor. Así, por ejemplo, en acción perfectamente combinada, las imágenes y los comentarios del Líbano dejan en la mente del receptor la idea de CONFLICTO y no de GENOCIDIO; la idea de DEFENSA PROPIA y no de TERRORISMO DE ESTADO.
El inmenso poder acumulado por estas corporaciones se explica a partir de la estrategia de alianzas o compra de medios nacionales o regionales, de modo que lo pautado o decidido en los bunkers editoriales de los gigantes es luego fielmente reproducido por el sistema circulatorio de los países periféricos. Del mismo modo, se originan «noticias» en la periferia que luego son rebotadas a todo el mundo desde los centros de poder mediáticos.
En Venezuela el 83% de los grandes medios pertenecen a poco más de una decena de grupos económicos. Igual pasa con las comunicaciones en todo su espectro: telefonía celular o proveedores de acceso a Internet. Todo lo escrito, oral, visual y hasta virtual está bajo su control y dominio. El inmenso poder de conformar la opinión pública según sus intereses convierte el ámbito de las telecomunicaciones en la «niña bonita» del capitalismo internacional.
En una sociedad de la comunicación como la actual, el poder de estandarizar, masificar, banalizar y por supuesto, controlar la información, es acaso el arma de desconstrucción moral masiva más poderosa del capitalismo. El poder económico conforma de esta manera el más eficiente instrumento de educación y formación en los valores del capitalismo. Se controla lo que circula, se estandarizan las ideas, principalmente aquellas destinadas a atornillar la imposibilidad de un tipo de sociedad distinta a la globalizada, capitalista y occidental.
Poco se hará en la escuela si la omnipresencia mediática sigue imponiendo sus valores. Noticieros, programas de opinión, novelas, películas y cuñas comerciales, se encargan de destruir cualquier valor ético impartido en el aula. La orientación de esta invasión de imágenes y sonidos responde a los intereses globales del capitalismo, imponiendo el culto al consumismo, individualismo o al sexo y la adoración a patrones de belleza ajenos a nuestra cultura. En fin, imponiendo una monstruosa mutación cultural que arrasa con los valores propios del humanismo.
Confieso que no sé como se hará para poner coto a esta pandemia. A veces, los percibo discursivamente radicales y luego lastimosamente tímidos en la acción. Se confirma el aserto popular que reza: «Entre el dicho y el hecho hay mucho trecho». Hace tiempo que, comprendiendo la característica tan particular de la Revolución Bolivariana, he desechado la idea de acciones rápidas, expeditas y contundentes. No pareciera que en el marco actual del proceso quepan acciones directas. Siempre regreso impotente y terco a una idea clara: SOLO EL PUEBLO SALVA AL PUEBLO. El pueblo tiene que utilizar los instrumentos que pone en su mano la Constitución Bolivariana que él mismo se dio como libro sagrado. Es el pueblo quien puede y debe poner remedio. Debe llamarse a referendo y hacer que el pueblo opine sobre la conveniencia o no de nacionalizar todos los medios de información y comunicación. No se puede formar una familia con alguien dentro de la casa destrozando valores, arrasando la cultura familiar, imponiendo criterios, vicios y antivalores extraños. ¡EL PUEBLO TIENE LA PALABRA!