Recomiendo:
0

Tragedia aérea en Madrid

El puro dolor

Fuentes: Público

Si existe algo inherente a los seres humanos que debería permanecer intocable en su pureza, eso es el dolor, y más aún si afecta a tantas personas como ocurre con el trágico accidente de Spanair. El dolor no se puede medir, es imposible de ponderar, limitar e incluso expresar, y la mayor actitud ética es […]

Si existe algo inherente a los seres humanos que debería permanecer intocable en su pureza, eso es el dolor, y más aún si afecta a tantas personas como ocurre con el trágico accidente de Spanair. El dolor no se puede medir, es imposible de ponderar, limitar e incluso expresar, y la mayor actitud ética es respetar con rigor la pureza de ese dolor y estar incondicionalmente con las víctimas.

Esto solía ocurrir en las sociedades cuando estas aún no sucumbían al abandono moral del liberalismo, cuando los «medios», es decir, la televisión, no eran los abanderados del mercado. Pero hoy no es así, y el sagrado dolor de los familiares de quienes viajaban en la aeronave siniestrada se vio agredido por actitudes repulsivas.

El vocero de Spanair es quien expresa el punto de vista de la empresa, y hasta es posible reconocer que es lícito si se expresa con eufemismos al referirse a problemas gremiales, pero resulta repulsivo que, cuando cientos de personas reclaman, desde el dolor y la incertidumbre, saber qué ha ocurrido, les escatimen la verdad hablando de un «incidente» a sabiendas de que en ese momento el avión ardía.

Sabemos que la prensa pasa por la peor época, ser periodista es dedicarse a un empleo más que precario, los becarios mal pagados son más rentables que los profesionales con experiencia, y en el caso de quienes trabajan para la televisión, la información dejó de ser un derecho ciudadano para ser la búsqueda de la noticia que venda, a cualquier precio, pues los índices de audiencia marcan y determinan la ética.

Era nauseabundo ver a jóvenes mal pagados y peor formados que, micrófono en mano, se precipitaban sobre personas sufrientes que se acercaban al aeropuerto a saber del hijo, la madre, los nietos.

¿Dónde? ¿En qué escuela de periodismo les enseñan que tener la alcachofa en la mano da bula de crueldad? La noticia estaba en la pista, en el avión que ardía, en la comparecencia de las autoridades indicadas de informar sobre la tragedia, pero desde «los medios» se ordena a muchachitos y muchachitas que suelen empezar una entrevista a un premio Nobel de Física con un candoroso «dígame quién es usted», a lanzarse a la caza de algo que venda, que asegure audiencia, que nuestro canal sea más visto que los otros porque eso «vende», es decir: consigue más contratos de publicidad.

Un canal de televisión mostró fugazmente la llegada de una mujer hasta el lugar habilitado por Spanair para los familiares de las víctimas, era la imagen nítida de la incertidumbre, de la duda, de la débil esperanza, todo ello resumido en una expresión sagrada de dolor. Con una mano rechazó sin violencia los cuatro o cinco micrófonos, cada uno con el logo del «medio» que los enviaba, y los absurdos «una palabras», » iba algún familiar en el avión», quedaron flotando como basura verbal.

Desde el punto de vista de la información, es decir, del «aportar elementos para comprender objetivamente un hecho», ¿de qué sirve que una madre o un padre diga desde el dolor que su hijo debía tomar ese vuelo? Desde el punto de vista de la comunicación, es decir, del «entregar una información veraz y confirmada que amplíe el conocimiento de un hecho», ¿de qué sirve preguntar a una mujer que desde el dolor sólo quiere saber de sus nietos, si le han dicho algo de lo ocurrido? ¿De qué sirven, qué comunican, qué informan, primeros planos de personas estremecidas de dolor? Cuando el sentido común tan escaso en España reclama serenidad para poder sobreponerse a la magnitud de la tragedia, ¿de qué sirve mostrar planos de otros accidentes aéreos? Y como por fortuna los cuerpos de seguridad y los bomberos impidieron por razones obvias el paso hasta el lugar de la tragedia, a falta de tomas del avión ardiendo se pasaron una y otra vez los «reportajes» acerca de los accidentes anteriores. ¿De qué sirve el morbo?

¿Qué siente el periodista de una agencia que dio por buena la información que hablaba de siete muertos? ¿De dónde sacó la información el corresponsal de otra agencia que aseguró que eran ocho? ¿Es que ya en ninguna escuela de periodismo enseñan que en casos como este, por sobre el mérito de la «primicia» está el dolor de las víctimas?

Un bombero aceptó decir algo a los micrófonos que le rodeaban. Ignoró preguntas cargadas de puro y simple morbo, y dijo que el avión se había detenido en un lugar de difícil acceso. Con los dientes apretados dijo sin palabras que había hecho todo lo posible y que le dolía no haber hecho más. Ese hombre, ciertamente, pensaba en las víctimas y en sus familias.

Algo hay que revisar en la manera de hacer periodismo. No vale todo para mantener la cuota de pantalla, y menos aún cuando cientos de personas pierden a seres amados y sólo les queda el puro dolor.