En todas sus modalidades el negocio televisivo llamado «Reality Show» es un despliegue alienante ideado para hacer del espionaje un entretenimiento. Eso implica acostumbrarse a ser visto durante horas por el ojo morboso de mil cámaras escondidas que nos convierten en espía cómplice por el sólo hecho de sintonizar sus programas «Reality». No importa si […]
En todas sus modalidades el negocio televisivo llamado «Reality Show» es un despliegue alienante ideado para hacer del espionaje un entretenimiento. Eso implica acostumbrarse a ser visto durante horas por el ojo morboso de mil cámaras escondidas que nos convierten en espía cómplice por el sólo hecho de sintonizar sus programas «Reality». No importa si bailan por un sueño, si cantan, si patinan… si sólo se encierran en una casa para ser vistos hasta el hartazgo; los competidores se exhiben sin límite como parte de un espectáculo basado en la humillación, la destrucción de la privacidad y la pérdida de intimidad a cambio de dinero y fama fáciles.
Cualquiera puede ser sujeto (y objeto) de los «Reality», basta con prestarse al manoseo del «raiting» y obedecer todo lo que ayude a enriquecer a los dueños de los canales y los programas. El truco consiste en fingir que se es «natural», libre de manipulación y divertido. Estos programas fabrican la ilusión de que lo que ahí ocurre es el acontecer cotidiano, que la gente es así… que eso es verdad mientras lo que ocurre es la representación escénica de una guerra sucia para descalificar a todos y ganar el concurso. A cualquier costo. Todos son enemigos de todos. Y dicen que eso es la «realidad», que así somos los seres humanos. Quieren que creamos que la solidaridad ha muerto.
Este exhibicionismo del «Reality Show» produce ganancias increíbles en todo el mundo y también efectos peligrosos. Se trata de la asimilación de una «cultura del espectáculo» basada en espiar todo, vigilar todo y convertir la vida en una farándula permanente donde deambulan sólo actores sin identidad. La vida convertida en histeria escénica. Poses, desplantes dramáticos, miradas fílmicas… todo pensado para la cámara, todo ideado para ganar presencia en la pantalla y votos de la «teleaudiencia», es decir, más dinero para los dueños del negocio.
Parece que hoy todo es un «Reality Show» donde uno debe acostumbrarse a ser visto y juzgado por su performance actoral. Cultura del espectáculo en las cámaras de vigilancia de la oficina, del supermercado, de la fábrica, de las autopistas, de la policía… cultura del «Reality» que determina, incluso, cómo se exhibe la caída de las Torres Gemelas en Nueva York, la invasión a Irak, la represión contra las manifestaciones obreras, campesinas, estudiantiles… el mundo «Reality» de las muertes televisadas a diario como si fuese una película.
La tecnología de la televisión, desde su origen secuestrada al servicio del poder político, moral y estético del capitalismo, ha convertido al ciudadano común en estrella efímera y lo ha vuelto un gran negocio gracias al carisma individual como detonante morboso. Espiar la vida de los otros y al mismo tiempo olvidarse de la propia. Alienación convertida en concurso donde el precio que hay que pagar es la explotación disfrazada de «Reality Show». Eso si, todo lo falso parece real y si la realidad estorba, porque impide creer que la mentira es la verdad, entonces hay que controlarla con avisos publicitarios… ilusiones del consumismo. Negocio redondo. Todo «Reality Show» inspirado en la idea burguesa de la televisión basura para audiencias ignorantes…. busca al público joven, (no sólo) y le presenta concursantes dispuestos a lo que sea a cambio de dinero y fama, a cambio de perder todo contacto con ella realidad. Una especie de cárcel mediática cercada con cámaras por todas partes que se parece cada día más a la sociedad decadente en que vivimos. «Sonría… lo estamos filmando».
Por un Nuevo Orden Socialista y Mundial de la Información y la Comunicación
Corriente Internacional de la Comunicación Hacia el Socialismo