Que la política internacional, desde que se tiene conciencia de ella, es una sabana histérica en la que todos quieren ser leones pero muchos no pueden evitar ser gacelas, es algo que no debe sorprender a nadie. Lejos de desconcertar, apelamos a los instaurados cánones de competitividad económica como nuevo modo de dirimir los conflictos, […]
Que la política internacional, desde que se tiene conciencia de ella, es una sabana histérica en la que todos quieren ser leones pero muchos no pueden evitar ser gacelas, es algo que no debe sorprender a nadie. Lejos de desconcertar, apelamos a los instaurados cánones de competitividad económica como nuevo modo de dirimir los conflictos, y esto es algo que está ya instaurado en el subconsciente de cada uno de nosotros y nosotras.
Los países pobres son pobres porque tienen mandatarios que no han sabido desarrollarlos, son gacelas porque los conflictos que los asolan, de los que siempre ellos son los responsables, no han permitido un escenario de paz en el que florezca el comercio, porque son atrasados, bárbaros, tienen culturas alejadas de la modernidad o no han sabido labrarse un presente con base en la educación y el progreso.
Los puntos de unión que una imagen tiene con la realidad, cuando no se la conoce en profundidad, no pasan de ser poco más que prejuicios. Si uno analiza la vida diaria se da cuenta de que en muchas ocasiones nos hemos formado imágenes de personas a las que, después de conocerlas, hemos valorado de otra manera. Es sencillo crear un prejuicio. También lo es apartarse de él. La diferencia está en que para formarlo apenas necesitamos información, mientras que para hacer que desaparezca es necesario un esfuerzo que muchas personas no están dispuestas a realizar.
En el contexto de inmediatez en el que se mueven los medios de comunicación de masas, la tendencia de los mismos es a crear prejuicios empleando muy pocos datos. Se trata de condensar la información sobre algo o alguien en el menor tiempo posible, de fabricar una capsula «informativa», hacerla atractiva al espectador, con lo que eso tiene de apelación a los instintos y no a la razón, y que sea lo más barata posible. No hay que olvidar que es la televisión, el prototipo de información hecha espectáculo, el medio que la mayoría de las y los ciudadanos escogen para informarse.
El vínculo entre estas tres cuestiones (la naturaleza de las relaciones internacionales, la creación de prejuicios y el modo de informarse de la población) hacen que las imágenes que del Sur se vienen creando sean un compendio de parcialidades. Las imágenes de Haití después del terremoto o los campos de refugiados de Sudán, olvidados ya pero aun vigentes, son un ejemplo de ello.
Código ético vs. intereses
La Coordinadora Estatal de ONG para el Desarrollo (CONGD) promulgó en 1998 un Código Ético que venía a establecer una serie de actitudes y modos de hacer de las ONG en su proceso de cooperación y que incluye un apartado dedicado a la comunicación. En el mismo se dispone que la comunicación, como instrumento de sensibilización y educación para el desarrollo, debe «propiciar el conocimiento objetivo de las realidades de los países del Sur reflejando su complejidad, los obstáculos con los que se enfrenta el desarrollo, la diversidad de las situaciones, los esfuerzos propios desplegados y los progresos realizados».
Los medios de comunicación de masas no son instituciones sin ánimo de lucro, ni mucho menos. Están ligados, en la mayoría de las ocasiones, a intereses políticos, empresariales y de imagen. Muchos de ellos responden a las querencias de sus anunciantes (que evitan ver publicadas informaciones que no les son propicias), a las del partido al que son afines ideológicamente o a la simple lógica empresarial del «menos es más». Pero también hay otras motivaciones que impiden sacar a la luz informaciones que, lejos de no ser contrastables, provocarían un altercado con el orden establecido.
Un buen ejemplo de ello es lo sucedido en la Republica Democrática del Congo, con dos guerras consecutivas desde su independencia vinculadas a la explotación de los recursos minerales del país. La segunda guerra comenzó en 2002 con la firma del acuerdo de paz de la primera. Ruanda, que ya estuvo implicada, propició que se mantuviesen las hostilidades a través de la financiación a la guerrilla de Nkunda que hoy ocupa la provincia de Kivu Norte, rica en coltán, operando en la compraventa del mineral junto a la empresa SOMIGL (Sociedad Minera de los Grandes Lagos), que está integrada por tres sociedades: la Africom (belga), la Promeco (ruandesa) y la Cogecom (sudafricana). Estados Unidos, Bélgica, Alemania y Kazajstán son los destinatarios principales del coltán africano, empresas como Bayer lo gestionan y otras como Citybank encubren en sus bancos el dinero que este negocio mueve.
Este es, tal y como decíamos al principio, el sangriento juego de gacelas y leones. Otro ejemplo aún más claro es el del 30 de noviembre de 1999, cuando el Consejo de Seguridad de la ONU en su resolución Nº 1 279 autoriza el despliegue de una fuerza multinacional de 5 537 cascos azules y 500 observadores en la Misión de las Naciones Unidas en la República Democrática del Congo (conocida como MONUC por su acrónimo en francés), con el fin de colaborar y monitorear el cumplimiento del Acuerdo de Pacificación de Lusaka. En septiembre de 2008 se nombra al teniente general español Díaz Villegas al mando de la MONUC. Dos meses después, dimite del cargo. ¿Por qué? Los lugareños aseguran que han visto a miembros de la MONUC transfiriendo armamento a los rebeldes de Nkunda, traficando con oro y otros minerales, al igual que transportando minerales hacia la frontera con Ruanda. Se han atestiguado abusos sexuales a niñas cometidos por cascos azules y actitudes favorables a los rebeldes, como la cesión de pertrechos e identificaciones para entrar en una ciudad y, dentro, disparar al ejército congoleño hasta hacerse con la misma.
Son todos ellos datos comprobables, hechos que podrían ser publicados con el fin de completar una realidad que aparece difuminada. Sin embargo, los medios de comunicación de masas no quieren o no pueden dar voz a este tipo de informaciones. No sería aceptable que tales empresas, insertas en el propio sistema, ataquen sus propios intereses. No sería tolerable pensar que aquellos que han sido enviados a defender la justicia y la paz estén propiciando que sean pisoteadas.
Crisis y recortes
Los tiempos de crisis económica han traído otro fenómeno a analizar. Ahora que los gobiernos del Norte se encuentran en la coyuntura de rebajar el gasto público, como marcan los cánones del neoliberalismo, no son pocas las voces en los medios de comunicación que se han alzado solicitando una reducción de las ayudas al desarrollo. Estas voces provienen, como ya es habitual, de aquellos sectores más ligados a la ideología dominante, es decir, a los que conciben el mundo como una jungla y la pobreza no como un problema sino como una oportunidad.
En este contexto se da una imagen distorsionada de lo que representa recibir ayuda. Cuando se solicita que se abandone la cooperación al desarrollo, los «periodistas» u «opinadores» olvidan las responsabilidades adquiridas con los países receptores. No en vano dichos países son, en su mayoría, antiguas colonias que han estado influenciadas, incluso después de sus independencias, por las necesidades de las antiguas metrópolis y de las nuevas potencias económicas. A su vez, cuando se pide que se restrinjan las ayudas, las palabras dejan un poso de acto caritativo, un reflejo de la superioridad del que da y de la inferioridad del que recibe, que no está gestionando bien los recursos enviados.
Este modo de tratar la información, que se convierte en opiniones arrojadizas, es contraproducente para el propio modelo de desarrollo. Sin embargo, pese a que esos mismos «opinadores» tendrían argumentos a favor de la ayuda, prefieren obviarla con el fin de criticar al gobierno de turno. Con ello están haciendo, consciente o inconscientemente, un flaco favor a los países del Sur. Están olvidando la complejidad de las realidades que, al igual que en los países del Norte, marcan el estado de subdesarrollo en el que se encuentran algunas comunidades.
En estos tiempos de crisis son los datos macroeconómicos los que imperan. Nombrándolos es posible decir que Colombia vive en la actualidad una situación idílica o que Venezuela está al borde del colapso. Mentándolos es sencillo olvidar que en China 1 000 millones de personas no tienen más derechos que un esclavo o que Angola ha tenido que luchar mucho contra las injerencias externas para comenzar a salir de la pobreza. Los códigos éticos de la CONGD, preocupados porque la realidad pueda ser apreciada en un sentido amplio, tienen por delante un arduo trabajo. Deben luchar cada día contra los prejuicios creados a la ligera por los mass media y, por desgracia, como decíamos, es sencillo crear prejuicios, pero es complicado abandonarlos.
Miguel Ángel Morales Solís forma parte del Consejo de Redacción de la Revista PUEBLOS.
Este artículo ha sido publicado en el Cuaderno Comunicación, educación y desarrollo, Paz con Dignidad – Revista Pueblos, Toledo, febrero 2011.