Durante el «Encuentro Latinoamericano contra el Terrorismo Mediático» que se llevó a cabo esta semana pasada en Caracas, algunos de los participantes en calidad de ponentes y otros que asistieron como público sin dejar de hacer sus aportes a la discusión, plantearon un tema de debate: ¿es correcto o no calificar a los miembros de […]
Durante el «Encuentro Latinoamericano contra el Terrorismo Mediático» que se llevó a cabo esta semana pasada en Caracas, algunos de los participantes en calidad de ponentes y otros que asistieron como público sin dejar de hacer sus aportes a la discusión, plantearon un tema de debate: ¿es correcto o no calificar a los miembros de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) como terroristas… y a los mensajes de sus medios como terrorismo mediático? ¡Bueno! más allá de los argumentos a favor y en contra de esta denominación a mí lo que me preocupa es que, si pasamos esta diatriba por los canales jurídicos y penales nacionales e internacionales y resulta que en este plano de la legalidad los medios han cometido un delito, qué hacer entonces con ellos. Dejar que sigan violando las leyes, con lo cual estaríamos irrespetando el derecho constitucional del resto de la población, que es la amplísima mayoría… o aplicar las sanciones de ley, sopena del riesgo político. Yo no soy abogado… mucho menos juez… tampoco quiero serlo. Pero si quiero seguir siendo periodista sin que me avergüence el ejercicio de mi profesión. Por eso hago el siguiente análisis interpretativo, basándome en la herramienta elemental y ética de todo profesional del periodismo: la investigación.
Según el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, terrorismo en su primera acepción es «la forma violenta de política, mediante la cual se persigue la destrucción del orden establecido o la creación de un clima de terror e inseguridad, susceptible de intimidar a los adversarios o a la población en general». El segundo significado es «la sucesión de actos de violencia ejecutados para infundir terror». El mismo instrumento académico vincula el concepto de terrorismo con los adjetivos «espantoso, terrible, horrible, temible, horripilante, aterrador, pavoroso, espeluznante, apocalíptico». Basta con revisar -por enésima vez- el comportamiento de los medios, antes, durante y después del golpe de Estado y el sabotaje petrolero del 2002-2003, incluyendo las llamadas guarimbas, para verificar que se trató de «una sucesión de actos de violencia ejecutados para infundir terror». ¿No fue horrible, espantoso, horripilante, terrible, aterrador, pavoroso o espeluznante ver en primera plana de El Nuevo País el cadáver calcinado de Danilo Anderson? ¿No se consumó acaso la destrucción del orden establecido en abril del 2002? ¿No se manifestó el terror en quienes pusieron cadenas en las puertas de sus edificios e hicieron vigilias para evitar el supuesto ataque de los chavistas asesinos? ¿O es que ya no nos acordamos del aceite caliente que prepararon los aterrorizados escuálidos? Y sólo tengo espacio en este texto para citar algunos casos como ejemplo, pero podríamos escribir páginas y páginas sobre los titulares de prensa y noticias audiovisuales que han generado compras compulsivas en la población víctima de este pánico inducido. Primera revisión.
De acuerdo con el mismo diccionario, la guerra asimétrica es «aquella que implica desigualdad, es decir que una de las partes posee mayores recursos que la otra». Y según los expertos de la página digital www.psicología-online.com, para que haya manipulación «es necesaria una relación asimétrica o desigual, entre al menos, dos personas. Es decir que una predominantemente da y la otra predominantemente recibe… uno gana y el otro pierde». Para hacerlo sencillo, digamos que las partes son: los chavistas y los escuálidos o antichavistas. Que cualquier juez cuente entonces sin moverse de su casa o su despacho, de cuantos medios dispone el gobierno y sus seguidores y de cuantos la oposición. Que cuente también la cantidad de veces que han dicho cosas que no son ciertas… y en campañas bien estructuradas, como el montaje que presentó al presidente diciendo que consumía la sagrada hoja de coca mientras se veía verter leche en polvo como si fuera cocaína. Basta con recordar que publicaron falsos ejemplares de la propuesta de reforma constitucional. Además de las estúpidas versiones extraídas del computador antimisil de Raúl Reyes… y no es que lo diga yo… es que la OEA rechazó estas pretensiones de prueba; la ONU no se ha pronunciado y el tribunal de La Haya no las admitió… entonces es mentira, por tanto entran en la calificación de elementos de manipulación. En relación a la condición de perdedor o ganador, veamos quienes murieron los días once y doce de abril de 2002. No se cuenta ni un solo dueño de medio o familiar de este… ni siquiera herido. La misma relación se establece entre las víctimas del sabotaje petrolero que murieron antes de llegar a los hospitales por no tener transporte (incluyendo parturientas), o las que se calcinaron trasladando gasolina de manera riesgosa, mientras los dueños de medios contaban con sus médicos de cabecera y hacían uso de las facilidades que el propio gobierno dio a éstos y a los galenos para abastecer sus vehículos con la poca gasolina que dejaron. Segunda revisión.
Recordemos que el término Guerra de cuarta generación se originó en 1989 cuando William Lind y cuatro oficiales del ejército y el cuerpo de infantería de marina de los Estados Unidos de Norte América titularon un documento «el rostro cambiante de la guerra: hacia la cuarta generación» en el cual definían está acción como «una denominación dentro de la doctrina militar estadounidense que comprende entre otras, la Guerra asimétrica, la Guerra Sucia, el Terrorismo y la Propaganda, en combinación con estrategias no convencionales de combate que incluyen la Cibernética, la Población civil y la Política«. Hasta aquí nos queda claro entonces que, estamos en una guerra; que es de tipo asimétrica; que los medios de oposición cuentan con la superioridad numérica; que siendo la manipulación uno de sus elementos, se trata de una guerra sucia; que es terrorista, por cuanto infunde terror; que sin duda es propagandística porque combate la propuesta de socialismo y reafirma la defensa del capitalismo y el neoliberalismo; que utiliza a la población civil, principal víctima de sus manipulaciones; que amplía su alcance a través de la Internet y usa la tecnología para hacer montajes de falsas noticias… y al final tiene como blanco de sus ataques al personaje político Hugo Chávez. En conclusión se trata de una guerra de cuarta generación. Tercera revisión.
La SIP se ha convertido en una suerte de Orson Welles anunciando la invasión de marcianos que generó pánico en los Estados Unidos aquella víspera de Halloween de 1938, pero multiplicado por el número de medios que controla. En esta ocasión el guión no es una adaptación de la novela La guerra de los mundos, sino del manual que utilizaron para derrocar, entre otros, al compañero presidente Salvador Allende y a Jacobo Árbenz. Qué esperamos aquí… que Chávez corra con la misma suerte para intentar un juicio por terrorismo contra algunos medios venezolanos. Esta es mi percepción, la verdad jurídica tendrán que decirla los tribunales competentes, pero creo que más allá de los congresos hay que tomar acciones. Repito: yo no soy juez, ni quiero serlo… pero tampoco quiero sentarme a esperar que nos invadan los extraterrestres.