Cualquiera que por culpa de su vida laboral o social se haya visto obligado a asistir a unas cuantas reuniones supuestamente solemnes y decisorias -a mí me ha tocado acudir a un buen puñado de ellas- sabe por tediosa experiencia que, salvo rarísimas excepciones, quien fija el orden del día acaba conduciendo el encuentro por […]
Cualquiera que por culpa de su vida laboral o social se haya visto obligado a asistir a unas cuantas reuniones supuestamente solemnes y decisorias -a mí me ha tocado acudir a un buen puñado de ellas- sabe por tediosa experiencia que, salvo rarísimas excepciones, quien fija el orden del día acaba conduciendo el encuentro por donde más le conviene.
Establecido el cauce, las aguas (salvo que lleguen desbocadas) lo siguen mansamente.
La actualidad informativa funciona de modo similar. Quien consigue fijar el orden del día de los medios de comunicación, quien no sólo logra determinar qué es importante, sino también qué importancia relativa merece (o no merece) cada asunto, es quien al final pone a su servicio eso tan vaporoso pero tan decisivo que llamamos opinión pública. Porque es él quien condiciona de qué se habla no sólo en las tertulias de las emisoras de radio y televisión, sino también en las barras de los bares, en las peluquerías, en los puestos del mercado… y hasta en las colas del Inem. Es él quien cocina los caldos en los que se cuecen los votos.
Miro los principales titulares de los noticiarios de estos días: que si De Juana esto, que si De Juana lo otro… ¡Caramba con De Juana! A juzgar por la importancia y la extensión que se concede a todo lo relacionado con él, cualquier estornudo suyo, real o supuesto, tiene más trascendencia social que la carrera desbocada de los precios, el incremento del paro, la subida de las hipotecas y la brusca restricción de expectativas laborales y sociales de la gran mayoría.
Claro que De Juana no tiene la exclusiva: están también los Juegos Olímpicos de Pekín, las insolencias de Chávez (que hasta es capaz de declararse dispuesto a comprarle a Botín algo que Botín quiere vender), el acoso que sufre la lengua castellana ante los embates conjuntos del catalán, el euskara, el gallego, el aranés y la fabla… y, claro está, las impertinencias del tripartito catalán, al que le ha dado por reclamar que se cumpla el Estatut cuando le toca.
Todo sea con tal de que nos amoldemos a una actualidad virtual, que suplanta a la que nos asalta en carne y hueso cada día.