«Sólo la juventud tiene la pasión, la carga y el amor para iniciar una verdadera revolución social», señaló Chávez en un acto público… Ya las corporaciones mediáticas se habían percatado de esta afirmación. Dentro de las clases medias los jóvenes y las mujeres por distintos motivos son objetivos bien definidos dentro de las estrategias mediáticas […]
«Sólo la juventud tiene la pasión, la carga y el amor para iniciar una verdadera revolución social», señaló Chávez en un acto público… Ya las corporaciones mediáticas se habían percatado de esta afirmación.
Dentro de las clases medias los jóvenes y las mujeres por distintos motivos son objetivos bien definidos dentro de las estrategias mediáticas para convertirlos en aliados que defiendan y hasta den sus vidas por las corporaciones y el «neoliberalismo».
A finales de los años 70′ del siglo pasado la derecha empleó sus estrategias para anular «la pasión, la carga y el amor» de la juventud, o bien para pervertirla y dirigirla a la defensa de las corporaciones. Así como el joven tiende a probar cosas nuevas y a cambiar el mundo con un espíritu crítico también es cierto que está en una etapa en la cual la manipulación resulta más fácil: está apenas formando su identidad y necesita pertenecer a un grupo, está cambiando y desea un cambio, está ensayando el ejercicio del pensamiento abstracto sin que éste surja de la experiencia, pasa de un sentimiento de indefensión a uno de prepotencia, está ubicándose en el mundo, hay un yo en formación que va a definir su personalidad. Estos procesos han sido influenciados y direccionados para convertir a los jóvenes en voceros y soldados de la guerra mediática del «neoliberalismo».
Independientemente de que el propio sistema limita las oportunidades de estudio y trabajo, bajo las instrucciones del FMI y el Banco Mundial, a las que debían tener derecho, la política educacional fue incorporando la ideología de derecha y omitiendo materias en las que los jóvenes podrían fincar su identidad histórica y culturalmente; aquellos que han tenido acceso a la educación superior fueron y son influenciados por una plantilla de profesores tocados por el «neoliberalismo». En 1976, Milton Friedman, economista que inició la ola de este capitalismo salvaje en Chicago, gana el premio Nobel de Economía y esta teoría no sólo permea la sociedad a través de los medios de comunicación sino que muchos estudiantes de América Latina fueron becados para acudir a la Escuela de Chicago. En las universidades privadas y públicas se comienzan a infiltrar profesores y propagandistas que convencen a los jóvenes de esa «panacea». Todo esto concatenado a los cánones que se dictan dentro de la cultura imperial y que tienen una exposición masiva en la sociedad como son el consumismo, el individualismo, la frivolidad y la competitividad que arrasa con el otro. En los años 60 hubiese sido impensable que la UNAM fuese indiferente a los graves problemas que azotan a México y que no participara activamente con los movimientos sociales para lograr un cambio.
El amplio sector de la juventud que queda sin oportunidades de estudio o trabajo en la etapa de experimentar cosas nuevas fue aprovechada por el «neoliberalismo» para anular su fuerza al mismo tiempo que para iniciar el gran negocio que ahora sostiene en parte a los bancos imperiales. En los años 80, el neoliberalismo provoca que el Estado mexicano comience a debilitarse mientras que los cárteles de las drogas proliferan y los controles estatales disminuidos van contaminándose con el crimen. La droga y el dinero llega y parte de ello se queda en nuestro país en vez de continuar su camino hacia el norte que ya estaba plagado de adictos desde que en la Guerra de Vietnam en 1964, proveyeren a los soldados de drogas para aumentar su agresividad y para que fuesen capaces de disparar «a niños en las calles» según sus propios testimonios.
Las drogas han estado presentes en todas las épocas y todas las culturas, sin embargo la variedad, la facilidad para conseguirlas fue creciendo. Se aprovecharon de la necesidad del joven de sentirse indestructible, de ser inmune a los problemas de los demás, de la curiosidad de experimentar cosas nuevas, de pertenecer a un grupo o de aliviar la depresión, para alejarlos de la lucha social a la que por naturaleza el joven se siente atraído. Y, como siempre, hicieron de esto un negocio fenomenal, porque no sólo se vendieron drogas sino las armas que los cárteles requieren para sus luchas internas y externas.
La juventud amorosa y crítica al sistema de desigualdad y represión de la época de los 60′ y 70′ fue cooptada por las drogas y entonces su lucha fue apaciguada, se convirtió en una fuerza inofensiva que si bien promovía el amor, lo hacía pasivamente, sin presentar combate, sólo se manifestaba a través de la música, la cual fue también capitalizada convirtiéndose en una industria que obtuvo enormes ganancias. Ahora nuestra cultura promueve valores que aumentan el consumo de drogas: la búsqueda de un placer efímero; el consumismo que determina la identidad por lo que se tiene y no por lo que se es; la competitividad que significa ser superior al otro; y el individualismo que impide la socialización y que en el joven está en una etapa sustancial por todos los procesos de maduración que está experimentando.
Como ya se mencionó, la farándula, la prensa, la televisión, la radio, el cine y el internet están absolutamente invadidos de modelos que ponderan los valores que rigen en la ideología «neoliberal»: el dinero, la fama, el individualismo, la mentira, el racismo y la frivolidad. Los superhéroes son entes que nada tienen que ver con mitos nacionales propios de nuestra cultura sino con historias y características fenotípicas extranjeras que poseen poderes que vencen a los todos los demás. Los jóvenes inmersos en esta cultura beben de esta fuente justo en el momento evolutivo en que se conforma su personalidad. Esto da lugar a otra gran industria, la de los superhéroes a quienes los niños, la niñas y los jóvenes les rinden culto. Videojuegos, juguetes y disfraces forman parte de la mayoría de los elementos que componen el entretenimiento de los niños, niñas, adolescentes y hasta de adultos constituyendo un gran negocio.
Jóvenes, que dentro de la cultura del odio, reciben reiteradamente mensajes que descalifican y satanizan a cualquier sistema alternativo al «neoliberalismo», son utilizados en contra de los pueblos que luchan por emanciparse como carne de cañón. La falta de pensamiento abstracto, la propaganda y las drogas permite que un sector de la juventud particularmente agresiva y provista de vestuarios y símbolos medievales se lance a asesinar a sus semejantes para defender el poder de las corporaciones pretendiendo calificarlo de causa justa. Así ha ocurrido en varios países como Yugoslavia, Ucrania y últimamente en Venezuela donde un funcionario cooptado por la CIA se autonombra «guerrero de Dios» y la mediática internacional lo nomina «guerrero de la libertad», quien vestido de Warface se roba un helicóptero y lanza granadas y disparos al Tribunal Supremo de Justicia de Venezuela que está en pleno centro de la ciudad, poniendo en riesgo la vida de niños y niñas que estaban en una estancia infantil y de civiles. Hay jóvenes mercenarios infiltrados en países que no obedecen el mandato imperial cuya función es atacar a la población y crear una desestabilización que permita la intervención militar para derrocar a sus gobernantes e impedir que tumben el sistema «neoliberal». Hay jóvenes opositores a las tendencias revolucionarias de sus propios países que, financiados por el imperio, viajan por todo el mundo como propagandistas que denuestan de sus gobiernos y atacan a quienes los defienden, es decir, extranjeros que van a agredir la libertad de expresión de los nacionales, incluso en países de derecha como España y México. Es decir, que las estrategias comunicacionales de la guerra mediática ya no sólo utilizan los medios de comunicación, sino también el boca a boca mediante brigadas de jóvenes viajeros.
El mundo académico inmerso en la cultura «neoliberal» y mediatizado constituye también una fuerza inhibidora del cambio social. La mayoría de los académicos, afectados por el individualismo, el alma burguesa, el complejo de superioridad y el miedo a perder sus privilegios, tienden:
a) a dictar cátedras y publicaciones que pretenden ser objetivas pero que son en pro del sistema,
b) a ser extremadamente críticos con países revolucionarios sin tener idea ni haber experimentado lo que representa la lucha social,
c) a emitir juicios que no contemplan el proceso de pensamiento al que nos hemos referido anteriormente,
d) a formar grupos de poder, intrigar unos contra otros y meter el pie a quienes amenazan sus puestos,
e) a adular a los poderosos mientras se muestran soberbios y pedantes con los demás.
Incluso dentro de los simpatizantes con las revoluciones hay quienes tienen un brillante discurso de izquierda pero dirigido a los «intelectuales» y a quienes tienen poder político, no al pueblo, cuestión que no por eso deja de tener cierta utilidad; por ejemplo, hay comunicadores teóricos que «ofrecen su corazón» pero son incapaces de pasar un mensaje porque ello no les rinde una entrevista, una conferencia o un proyecto; carentes de la humildad y la sencillez con las que se presentan, no son solidarios ni aptos para comunicar a dos personas de la «patria grande» que coinciden en la causa que ellos mismos propagan. Nadie se salva de las personalidades que el sistema nos impone, ni de los vicios y pecados del atraso moral en el que todos estamos.
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