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Gastronomía de la desinformación

Fuentes: Rebelión

Comer resulta vital para los animales y las plantas. Con el alimento orgánico se renuevan las energías del cuerpo físico. Pero el ser humano necesita más para sentirse realizado como persona. Precisa generar ideas, plantearse retos, pensarse a sí mismo, recabar datos e informaciones con los que movilizar su yo individual y social. No habría […]

Comer resulta vital para los animales y las plantas. Con el alimento orgánico se renuevan las energías del cuerpo físico. Pero el ser humano necesita más para sentirse realizado como persona. Precisa generar ideas, plantearse retos, pensarse a sí mismo, recabar datos e informaciones con los que movilizar su yo individual y social. No habría cultura sin suministro regular de ítems en forma de datos e informaciones compatibles y significativas a nuestro complejo y moldeable sistema cerebral.

Una vida plena exige alimento físico y espiritual en dosis equilibradas para no convertirnos en un autómata sin alma o en una ruina fría y estadística sin capacidad de empatía emocional. En el mundo que habitamos, con clases o elites hegemónicas marcando el paso de la oca a la gran masa globalizada, además de la enorme importancia de la propiedad de las multinacionales punteras en los sectores agrícola, ganadero y alimentario concentrada en pocas manos, las cuales crean hambre, escasez o excedentes en función de sus intereses políticos, económicos y financieros, es también crucial y estratégico dominar la generación y difusión de los datos alfanuméricos y de las informaciones periodísticas, publicitarias y académicas. La información «bien administrada» consolida y ofrece estabilidad al statu quo, beneficiando a las estructuras verticales de poder.

La información es un estructura que abarca muchos centros a la vez, con distintos matices (investigación, educación, propaganda, noticias…). Aquí nos vamos a detener en la información inmediata, del día a día, aquella específica y particular de los denominados medios de comunicación de acceso directo para la inmensa mayoría: la prensa en sus modalidades en papel, radio y televisión.

Como ya queda reflejado en el títular, la información bruta se ha transformado en un mecanismo de desinformación efectivo, en el que las ideas hegemónicas intentan crear un estado de opinión favorable a los intereses ideológicos de los poderes financieros y fácticos. Como la gastronomía, la información usa mecanismos técnicos muy similares para modificar sutilmente los sabores, la presencia y la textura de los datos que se aportan al consumidor ávido y pasivo de noticias.

Esas sibilinas y sofisticadas intermediaciones de modo hacen que las noticias vírgenes sufran leves transformaciones en su sustancia original. Esa adulteración invisible es consumida en general por el indefenso ciudadano medio sin apenas capacidad de respuesta crítica, creando en él un marco de interpretación y referencia subordinado a las ideas de las clases propietarias.

La libertad de expresión es una quimera. Los pobres (o no propietarios) solo pueden clamar en el desierto, mientras que los poderes establecidos multiplican su voz e influencia por millones de decibelios y píxeles y mediante la ocupación masiva del espacio y el tiempo a través de sus medios de comunicación comprados con subvenciones, publicidad o por sociedades interpuestas en los consejos de administración de los emporios mediáticos.

¿De qué manera nos desinforma la espuria libertad de expresión capitalista? Por saturación. Mediante el consumo de comida basura. Con exquisiteces singulares y sabrosas. Con noticias que nos entran por los ojos. A través de irresistibles banalidades entre horas. Con el clásico sensacionalismo fuera de temporada. Y, por supuesto, con cocina de autor y de expertos cum laude.

Saturación
Se trata de la modalidad que a todos nos vence por fatiga metafísica. Las noticias que afectan a una misma cosa, asunto o persona, y que pueden ser perjudiciales para el poder, se ponen en antena o se actualizan al minuto merced a datos espectaculares e inconexos. Tal avalancha de informaciones juega a dos bandas complementarias: por una parte, el dar la noticia contraria a los intereses de grandes corporaciones o instituciones o personajes encumbrados avala la tesis dulce de la libertad genuina de expresión, mientras desde otra perspectiva la repetición machacona de la noticia vacía de contenido, sentido y significado a la misma. Su mera enunciación satura porque los datos hacen rebosar la capacidad crítica del sujeto que intenta comprender las implicaciones de la noticia en sí poniéndola en relación con la realidad que le circunda. Ejemplo de la actualidad: la corrupción política y económica. Como dice el refranero, lo poco gusta y lo mucho cansa. Tanto hablar de la corrupción ha alterado la justa interpretación del fenómeno. Hay tantísimos casos en el escenario que la confusión reinante invita a pensar que el mal se debe a un fallo estructural de todos los seres humanos y de toda la sociedad en su conjunto. Tras esa corresponsabilización colectiva, ficticia y anónima se esconden los auténticos corruptos y delincuentes: imputados, partidos políticos e instituciones públicas.

Comida basura

Comprende sectores de comunicación muy diversos: prensa rosa, deportes, ocio e informaciones de sucesos o tremendistas. Al margen de la facturación internacional en miles de millones de euros o dólares, el sector basura crea consumidores incondicionales y alienados en grado extremo, partiendo a su target favorito en roles y segmentos muy definidos. Mujeres, hombres, parejas, personas morbosas, amas de casa… Se trabaja la superficialidad a conciencia, convirtiendo la autoestima particular en un reconocimiento tácito de los prejuicios culturales más extendidos en la población, fomentando en paralelo la pasividad de los sujetos a los que dirige sus tentáculos desinformativos. Desde las secciones de horóscopos a los consultorios sexológicos, pasando por los espacios deportivos insustanciales y ramplones en los informativos serios y los programas rosas de chismes de la high society o los formatos de telerrealidad grosera, el multiespacio de comida basura informativa resulta muy abundante y goloso. El amplio sector cumple una función de recompensa fácil y gratificación instantánea para aliviar los avatares diarios del ciudadano medio trabajador, estudiante o jubilado. Estamos ante un consumo desechable que impide atender otros focos de atención personal y cultural de mayor valor añadido: leer, conversar, pensar e interpretar la realidad con criterios propios y dialécticos.

Exquisiteces

A través de las noticias o referencias más restringidas a grupos selectos, los medios de comunicación generalistas y otros más específicos ofrecen la oportunidad a individuos concretos de buscarse a sí mismos y reconocerse como singularidades que se salen de la norma. Estamos ante una heterogeneidad muy de clase media de juventud eterna que se nutre de valores culturales con estilo muy acusado: historia, música, medio ambiente, actividades deportivas minoritarias como golf o esquí, turismo de aventura, moda de altos vuelos… Son formatos que sirven de espejo y diferenciación a quien en ellos se sumerge mediante un diálogo soterrado y silencioso que refuerza el narcisismo del lector tipo de estas informaciones de sesgo y contenido reservado únicamente para entendidos en la materia. Estas exquisiteces conforman modos de conducta en la clase trabajadora que intenta emular las poses y posos culturales de las clases pudientes por analogía o aproximación estética. El quiosco está plagado de cabeceras exquisitas al lado de los periódicos extranjeros y las revistas semanales o mensuales de política general.

Lo que entra por los ojos

Lo que a simple vista impacta no es más que una tecnología muy sofisticada para ocultar o difuminar otras noticias relevantes de máximo interés informativo o bien para desviar la atención hacia aspectos secundarios e intrascendentes de la rabiosa actualidad. Los métodos empleados son muy dúctiles y maleables, pero siempre se procura salvaguardar la sacrosanta inocencia y neutralidad de la libertad de expresión. Por ejemplo, EE.UU. lanza un ataque mortífero en cualquier país árabe o asiático. Junto a esta noticia puede ir otra de carácter sentimental, humano o de raíz meramente emocional: un policía salva a un niño de ser atropellado en Nueva York. Resulta evidente que la emoción inmediata del héroe policía y la sonrisa agradecida del infante solapa o anula las potenciales víctimas abstractas del bombardeo de los militares estadounidenses. Otro ejemplo más. Israel puede asesinar en «defensa propia» a cuantos palestinos considere oportuno en razón al Holocausto nazi de seis millones de judíos. Si alguien osa criticar las conductas criminales del gobierno israelí sobre él puede caer el estigma de antisemita de forma irracional y demoledora. Un tercer caso paradigmático de lo que entra por los ojos a la vez que oculta. Venezuela, Cuba y Rusia se utilizan con profusión como chivos expiatorios para tapar noticias de actualidad doméstica no favorables a los poderes establecidos. La gente acrítica consume con ganas lo que previamente se ha adecuado a sus gustos personales. Se dice, gráficamente, que pensamos lo que comemos, sin embargo sería más cierto expresarlo de esta manera: pensamos lo que leemos, vemos y escuchamos. Pensar con autonomía y criterio razonable cada vez será más caro y dificultoso.

Entre horas

Los sueltos, breves y las píldoras informativas en dosis telegráficas han existido siempre, si bien han tenido un crecimiento exponencial con internet y su mundo en tiempo real. La rapidez es consustancial a las sociedades de la globalización. Todo tiene que suceder aquí y ahora. El valor de lo inmediato no se discute, se vive, se consume y se tira al instante. De ahí que informarse a la carrera sea una necesidad que requiere inmensos esfuerzos de concentración y de síntesis cognitiva. Hay quienes solo se informan a través de sumarios, resúmenes de prensa, breves y titulares concisos. En televisión, mientras un locutor o presentadora habla, la cantidad de datos que nos asaltan en la pantalla son innumerables. Todos tienen el formato de flashes informativos o datos exprés con carácter absoluto de urgencia o inminencia total. La complejidad se desmenuza en miles de ítems infinitesimales reducidos a su mero nombre, eludiendo cualquier descripción del fenómeno real al que atañe. Es un tipo de información adaptada a la velocidad de ir conduciendo un automóvil, esperar con ansiedad el embarque en un aeropuerto o estación de ferrocarril o viajar apretujado en el metro o el bus por la ciudad hacia el trabajo o la universidad. Estos pildorazos son sucedáneos de información verdadera, mesurada, rigurosa y contrastada, no obstante llenan un vacío existencial y sacian nuestras irrefrenables ansias de curiosidad insaciable. Con estos raquíticos breves calmamos nuestras neurosis compulsivas de urbanitas posmodernos. Una vez en casa, en la templada soledad hogareña, bien podríamos decirnos como Sócrates que solo sabemos que no sabemos nada.

De autor

Quien únicamente se alimenta de informaciones de autor corre altos riesgos de colapso multiorgánico con síntomas inespecíficos. Expertos, gurús, iconoclastas, tertulianos u opinadotes profesionales y visionarios de variada estirpe conforman un club de autoridades técnicas en materias profanas y religiosas que sirven de cauce a muchos seguidores incapaces de crearse opiniones propias en el mundo actual. Suelen ser personas con la autoestima por los suelos o escasamente creativas que precisan de líderes o iconos a los que ofrecerse como esclavos, sumisos, súbditos o fans entregados de universos mentales casi religiosos o míticos. La información de autor crea adictos compulsivos y jamás plantea problemas profundos al orden establecido. En un mundo donde las complejidades de la vida se han reducido a sucesos o acontecimientos sin nexo entre ellos, confiar ciegamente o echarse en manos de opiniones «autorizadas» resulta un camino u opción que arroja cierta luz de seguridad ante las incertidumbres personales o colectivas de todo tipo y condición. Las redes sociales de adhesión fanática como Twitter y Facebook abonan este campo psicológico de estrecha unión con celebridades de sectores muy dispares. El autor es un dios menor que ofrece cobijo emocional en momentos de zozobra privada y crisis políticas y económicas.

Fuera de temporada

Todo lo extemporáneo, maravilloso, increíble, raro o monstruoso entra dentro del amarillismo sensacionalista. Es una vieja táctica de los medios de comunicación masivos para ganar clientela frente a la competencia y también para embotar la mente ciudadana de noticias morbosas e irrelevantes. Es puro espectáculo que convierte en entretenimiento baladí cualquier aspecto de la realidad cotidiana o histórica. Se configura como un puñetazo en pleno rostro que cae en detumescencia nada más sufrirse el impacto. Hay muchas personas adictas al sensacionalismo que interpretan, según conveniencia o costumbre, los papeles del sádico y/o el masoquista. Los asesinos en serie, los actos culturales de pueblos aborígenes o lejanos o de minorías étnicas, las excepcionalidades físicas o psíquicas y los gustos estrafalarios son algunos motivos favoritos de este apartado informativo. Y, por supuesto, las medias verdades de cualquier asunto real o histórico. Lo escabroso, esotérico y de imposible confirmación son hechos «fuera de temporada» que sirven como escape, tocata y fuga de la cruda realidad diaria. ¿Una noticia sensacional? Existen a montones: poner en tela de juicio que el ser humano pisara la Luna, un reportaje superficial sobre el tamaño del pene de Napoleón o una entrevista en exclusiva con un personaje protagonista de un milagro religioso que dice haber hablado con la virgen María. El sensacionalismo da la misma importancia a la opinión de un científico y a la de un impostor salido de la nada absoluta.

Las viandas que nos desinforman en tiempo real son extremadamente suculentas y atractivas. Nadie está a salvo de su veneno ponzoñoso y de su perfidia solapada. Hay que estar en guardia permanentemente ante tamaña y colosal capacidad y poder casi omnímodo de los medios de comunicación. No se trata tanto de levantar diques de entrada a nuestro cerebro sino como de mantener una actitud escéptica y alerta que impida que nos comamos y creamos a pies juntillas todo lo que nos dicen y elaboran en el mercado de la información mediática.

Hay que comer e informarse con alimentos y noticias variados. Y observar cómo reacciona el organismo ante lo nuevo y las mezclas o cócteles de datos y sabores. Las denominaciones de origen son fundamentales en la elección de nuestros alimentos diarios. Saber quién hay detrás de cada información es también esencial en nuestra dieta saludable de información cotidiana. Conocer de qué modo pueden engañarnos es saber mucho, un arma de construcción crítica de la realidad que nos hará más ponderados en la argumentación y el razonamiento público.

Vivimos en red, en medio de un pastel dulce o un caos amargo precocinado por los medios de comunicación de masas. La primicia informativa no es más que una mercancía hecha noticia, un producto en suma para ser consumido al instante. Una información veraz no precisa de mercadotecnia para ser reconocida como tal. Ahora bien, ¿existe la información independiente en sentido estricto?

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.